Autor: Francisco Domingo Ibañez (q.e.p.d.)
Las Provincias 9 de octubre de 1985
Frente a radicalismos autonomistas, en otras regiones de la España del 78, constitucionalmente hablando, el valencianismo autonómico es puro algodón azucarado.
Y si malo es para la unidad de España la sublimación egoísta de cada región, abanderando reivindicaciones muchas veces excluyentes de la solidaridad de su conjunto, no es menos pernicioso el que el valencianismo autonómico se distinga por contemplativo.
Malo para el conjunto de España, indudablemente, pero catastrófico para los propios valencianos en su conjunto regional.
Por aquí, en esta Valencia adorablemente infeliz, no pasa nada, Aquí todo es posible.
Es posible la adulteración cultural histórica, en razón de supuestos reencuentros de identidad, que no hacen sino debilitar la propia energía, intelectualmente creadora.
Los valencianos observan unos, sufren otros y consientes los más, en que el carcoma de la duda de la propia inseguridad y hasta de la suplantación se produzca, lenta, pero sin pausas.
La calificación lingüística de vulgar e inculta a la propia lengua valenciana descalificada frente a la nominación culta y académica de catalana, se extiende, mal que nos pese, por ciertos medios universitarios para perpetuar generacionalmente el desconcierto actual.
Se ha evitado en lo posible la descalificación frontal, como estrategia, y paso a paso sigue destruyendo el tejido social de una juventud que renuncia a la propia identificación.
En las facultades son grupos muy minoritarios los que estudian sus asignaturas en la lengua “académica”, pese al gran despliegue y resonancias de actitudes propagandísticas que aseguran algún punto de más para conseguir aprobados.
Cientos de millones se malgastan perturbando los estudios de la mayoría a favor de unas minorías que no tienen otra finalidad que sembrar el desconcierto actual, primero y político después.
Ante esas minorías, la mayoría reacciona contemplativamente; miles de valencianos, hijos de valencianos sin dudas de identificación, se encogen de hombros y esperan que “aquello” cambie. Aunque por su parte poco hacen.
El valencianismo contemplativo tiene su punto más significado en la cúpula política y hasta en amplios sectores socio-económicos.
Hacer patente de valenciana se considera aún en ciertos círculos, como ”hacer" política partidista.
Defender un valencianismo propia e independiente de otros calificativos, parece en muchos casos, una actitud radical. El ser valencianista es considerado, por muchos valencianos contemplativos, como una singularidad folklórica.
Son los propios destructores de su propia personalidad los que se ignoran a sí mismos o se niegan, que de todo hay.
El valencianismo contemplativo en lo político es realmente demencial.
Quienes deberían despertar conciencias, aunar sentimientos fraternales, comprometerse con su propia comunidad autonómica, tanto en lo cultural como en lo social, económico y político, son los que, en líneas generales “pasan” de valencianismo activo, y se recrean en el contemplativo.
El dejar hacer a una minoría que únicamente tienen una finalidad; descabezar el pensamiento valenciano propio, aislar una personalidad que por no ser agresiva no reivindicatoria, es permisiva hasta extremos incomprensibles.
El liberalismo valenciano, el hacer y dejar hacer, ha degenerado a conceptos difícilmente comprensibles.
Las ideas oscurantistas de que libertad y progreso son incompatibles con el valencianismo histórico en un equívoco que se ha explotado interesadamente a favor de otros conceptos culturales y políticos.
La democracia del lenguaje de los hechos, -que no de las palabras- pasadas, presentes o del futuro, indudablemente reconducirán a la verdad valenciana.
Una verdad valenciana que aunque sea en su esencia hay que custodiar y salvaguardar de contaminación destructoras.
Porque aunque en esta décadas el valencianismo esté dando una imagen de indolencia contemplativa un día habrá de llegar en el que el “desperta ferro” se produzca.
Mientras tanto, desde las posiciones que cada cual ocupe en esta dolida comunidad valenciana, habrá de mimar su tesoro histórico, su joya indestructible de valencianía, algo así como ese misterio que los pueblos guardan sin saber donde ni por qué pero que un día les ayude a encontrarse asimismos, a resurgir y a palpitar con corazón propio.
Las Provincias 9 de octubre de 1985
Frente a radicalismos autonomistas, en otras regiones de la España del 78, constitucionalmente hablando, el valencianismo autonómico es puro algodón azucarado.
Y si malo es para la unidad de España la sublimación egoísta de cada región, abanderando reivindicaciones muchas veces excluyentes de la solidaridad de su conjunto, no es menos pernicioso el que el valencianismo autonómico se distinga por contemplativo.
Malo para el conjunto de España, indudablemente, pero catastrófico para los propios valencianos en su conjunto regional.
Por aquí, en esta Valencia adorablemente infeliz, no pasa nada, Aquí todo es posible.
Es posible la adulteración cultural histórica, en razón de supuestos reencuentros de identidad, que no hacen sino debilitar la propia energía, intelectualmente creadora.
Los valencianos observan unos, sufren otros y consientes los más, en que el carcoma de la duda de la propia inseguridad y hasta de la suplantación se produzca, lenta, pero sin pausas.
La calificación lingüística de vulgar e inculta a la propia lengua valenciana descalificada frente a la nominación culta y académica de catalana, se extiende, mal que nos pese, por ciertos medios universitarios para perpetuar generacionalmente el desconcierto actual.
Se ha evitado en lo posible la descalificación frontal, como estrategia, y paso a paso sigue destruyendo el tejido social de una juventud que renuncia a la propia identificación.
En las facultades son grupos muy minoritarios los que estudian sus asignaturas en la lengua “académica”, pese al gran despliegue y resonancias de actitudes propagandísticas que aseguran algún punto de más para conseguir aprobados.
Cientos de millones se malgastan perturbando los estudios de la mayoría a favor de unas minorías que no tienen otra finalidad que sembrar el desconcierto actual, primero y político después.
Ante esas minorías, la mayoría reacciona contemplativamente; miles de valencianos, hijos de valencianos sin dudas de identificación, se encogen de hombros y esperan que “aquello” cambie. Aunque por su parte poco hacen.
El valencianismo contemplativo tiene su punto más significado en la cúpula política y hasta en amplios sectores socio-económicos.
Hacer patente de valenciana se considera aún en ciertos círculos, como ”hacer" política partidista.
Defender un valencianismo propia e independiente de otros calificativos, parece en muchos casos, una actitud radical. El ser valencianista es considerado, por muchos valencianos contemplativos, como una singularidad folklórica.
Son los propios destructores de su propia personalidad los que se ignoran a sí mismos o se niegan, que de todo hay.
El valencianismo contemplativo en lo político es realmente demencial.
Quienes deberían despertar conciencias, aunar sentimientos fraternales, comprometerse con su propia comunidad autonómica, tanto en lo cultural como en lo social, económico y político, son los que, en líneas generales “pasan” de valencianismo activo, y se recrean en el contemplativo.
El dejar hacer a una minoría que únicamente tienen una finalidad; descabezar el pensamiento valenciano propio, aislar una personalidad que por no ser agresiva no reivindicatoria, es permisiva hasta extremos incomprensibles.
El liberalismo valenciano, el hacer y dejar hacer, ha degenerado a conceptos difícilmente comprensibles.
Las ideas oscurantistas de que libertad y progreso son incompatibles con el valencianismo histórico en un equívoco que se ha explotado interesadamente a favor de otros conceptos culturales y políticos.
La democracia del lenguaje de los hechos, -que no de las palabras- pasadas, presentes o del futuro, indudablemente reconducirán a la verdad valenciana.
Una verdad valenciana que aunque sea en su esencia hay que custodiar y salvaguardar de contaminación destructoras.
Porque aunque en esta décadas el valencianismo esté dando una imagen de indolencia contemplativa un día habrá de llegar en el que el “desperta ferro” se produzca.
Mientras tanto, desde las posiciones que cada cual ocupe en esta dolida comunidad valenciana, habrá de mimar su tesoro histórico, su joya indestructible de valencianía, algo así como ese misterio que los pueblos guardan sin saber donde ni por qué pero que un día les ayude a encontrarse asimismos, a resurgir y a palpitar con corazón propio.
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