martes, 6 de julio de 2010

DEMOCRACIA FRENTE A TECNOCRACIA


Autor: Juan Ferrando Badia (q.e.p.d.)


En los albores del siglo XXI, época donde proliferan las democracias, dos tipos humanos -politicos y técnicos- intentan usufructuar el Poder; los políticos, valiéndose de que gozan de la confianza de los electores; los técnicos, creyendo que por el hecho de poseer las fórmulas satisfactorias para muchos de los problemas que tiene planteados el Estado, deben manejar los resortes del Poder.
Los politices puros pretenden gobernar mediante la toma de decisiones basadas en simples intuiciones, datos empíricos o ideológicos, apoyándose en los gobernados. Los técnicos quieren soluciones que sean objetivamente más racionales, aun a costa de disgustar a la mayoría de la población. ¿Existe un término medio entre estos métodos de gobierno tan opuestos representados por los políticos y los técnicos?
El progreso de las técnicas ha motivado este antagonismo. Nuevos descubrimientos han afianzado hoy día la postura de los tecnócratas. El desarrollo de las tecnologías de la información ofrece a los técnicos nuevas armas en pro de su concepción del Gobierno.
Los tecnócratas pretenden obtener soluciones -políticamente asépticas- mediante el uso de medios técnicos apropiados. Según este sistema, no sería necesario consultar al pueblo, ni directa ni indirectamente, sobre las decisiones gubernamentales. En lugar de tomar en consideración la voz del pueblo, los tecnócratas quieren que se atienda a las soluciones suministradas por las computadoras. Preconizan, pues, una despolitización del Gobierno.
Pero no será difícil demostrar que toda solución política tiene una serie de elementos no cuantificables y, por tanto, no susceptibles de ser integrados en un ordenador por muy perfeccionado que esté. Nos encontramos en presencia del irreductible hecho político.
Los tecnócratas pretenderían dar estado de naturaleza a las máquinas, que, sustituyendo al Gobierno de los políticos, proporcionarían en un tiempo récord la mejor solución para cada problema.
La fuerza de la ideología tecnocrática no reside tan sólo en el auge del progreso científico, sino también, y de una manera indirecta, en el proceso de des-politización de la sociedad. En efecto, los ciudadanos tienden a reunirse, no en torno a los partidos políticos -en claro declive-, sino alrededor de los sindicatos, grupos profesionales, grupos económicos, y otros que dicen tener puntos de vista más concretos y más racionales de los problemas, despreocupándose en gran medida de las ideologías.
Podrían aducirse muchos ejemplos de esta tendencia hacia la despolitización, tanto en la esfera gubernamental como en el ámbito de la sociedad. Hoy día se hace uso, tanto en el ámbito público como en el privado, de multitud de ordenadores para mejorar las soluciones a sus problemas. Llevando al extremo el uso de las computadoras, se caería en la aberración de intentar gobernar un país de una manera automática, sin tener en cuenta sus ideologías, sus pasiones, sus concepciones filosóficas.
En octubre de 1981, la Asociación Internacional de Ciencias Políticas celebró una reunión en París para tratar de los problemas en torno a la función de los expertos en la vida contemporánea. En una de sus intervenciones, Bertrand de Jouvenel se expresó así: "Existen en el gobierno de los hombres dos categorías de problemas: los susceptibles de una solución única son los técnicos, pero existen también problemas que no son susceptibles de esa solución: son los problemas políticos. ¡La política es el conjunto de problemas que no tienen solución!"
Ello es así porque en el fondo de estas cuestiones están el sufrimiento, el destino espiritual, las creencias, las esperanzas de los hombres, que no pueden entrar en un sistema de ecuaciones, que no son cuantificables. El político tendrá que recurrir a otros medios para resolverlos. Cada una de las diversas formas democráticas tiene su peculiar método de gobierno. En la democracia plebiscitaria quien decidirá será un hombre de Estado que esté en comunión con el pueblo obteniendo su confianza; en las democracias representativas serán las Asambleas electivas, por ostentar la representación del pueblo y disponer de su apoyo, y, en último lugar, en las democracias populares será el partido único, que se esforzará por captar la voluntad proletaria y conducir al país según sus deseos.
En realidad no se dan con diferencia nítida los problemas técnicos y políticos, sino que cada uno de ellos tiene elementos de la otra clase. Todos los problemas de gobierno encierran una buena dosis de elementos Irreductibles a la cuantificación, por lo que siempre los políticos tendrán algo que decir. Pero también es verdad que los asuntos que entrañan más elementos políticos suelen ser los grandes problemas, es decir, aquellos que afectan al destino de un país, en los que el elemento técnico ocupa un lugar muy reducido.
Dado este elemento humano, los políticos deberán ser los titulares de las decisiones, aunque habrán de estar asistidos por los expertos. La falta de tal colaboración puede dar lugar, por ejemplo, a las objeciones que algunos profesores de Derecho Constitucional han hecho a ciertas leyes en nuestro país.
Supuesta esta colaboración de técnicos y políticos, cabe también preguntarse sobre quién mandará. Hay una doble respuesta: o los elegidos o los que se imponen por la fuerza. Es obvio que estos últimos encontrarán dificultades para que sus decisiones se acepten por los ciudadanos y, por tanto, al ser boicoteadas, resultarán ineficaces. De ahí la primacía del sistema de elección democrática. Sólo él puede legitimar al Poder para que adopte sus decisiones.
En conclusión, el método de gobierno tecnocrático deberá complementar al democrático, pero no suplantarlo, por la simple razón de que estamos en presencia del gobierno de las personas y no de las cosas. Se gobierna a personas y no a máquinas.

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