Artículo de Francisco Domingo Ibañez (q.e.p.d.)
Las Provincias 15 de febrero de 1985.
No es nuevo el problema. Entre la alternativa de lo urgente y lo importante, el cepo de lo urgente paraliza la visión de lo importante.
El día a día puede más que las previsiones de futuro. En los individuos, es lo acuciante lo que prima. En las empresas, lo que perturba. Y en política, lo que malogra.
En la política valenciana distrae la atención de objetivos importantes, las urgencias de cada personalidad y grupo político. Todos tienen prisa.
Prisa por conseguir el poder. Eso de mandar, por lo que parece, es adormidera que emboba.
En la carrera de la política parece que todo es efímero. Hay que vivir –la política- aprisa, aprisa, porque los objetivos a medio y largo plazo no cuentan.
Y la política, como cualquier otra actividad, necesita entrene para tener fondo.
Vemos cómo presuntos buenos políticos valencianos caen en sus carreras políticas desbocados y sin aliento. Pierden, no sólo sus fuerzas vitales, sino también ilusiones, moral de lucha, inquietud social y de servicio…
Con sus urgencias, con las prisas de alcanzar no se sabe qué, se tornan recelosos. La generosidad la consideran como signo decadente y débil. Ellos mismos se envuelven en papel aluminio que les aísla e incomunica.
La política y los políticos valencianos hacen gala de un despilfarro humano e intelectual preocupante. Ellos mismos descapitalizan propios cometidos, descuartizan, con sus urgencias, los objetivos importantes.
Porque lo importante, ahora y en el futuro, es servir a Valencia. A esa región valenciana tan poco considerada por los propios valencianos.
Hay que articular una autonomía útil.
Y lo difícil son los primeros pasos, como en todo, para articular el engranaje necesario.
Los políticos valencianos se presupone que deben ser los primeros en detectar qué es lo que el electorado, al que aspiran representar, quiere o necesita. Deben anticiparse.
La dispersión no es otra cosa que división de fuerzas y esfuerzos, cuando los valencianos, que no entienden de luchas internas, personalismos y matices políticos, lo que quieren es oír un clamor que les diga, “con nosotros, por Valencia”. O algo así, que no importan los slogans, sino el mensaje.
Aquí lo que importa, es que tipo de sociedad queremos, identificada en la libertad individual y colectiva y como se administra y gestiona esa libertad.
Sin personalismos caducos ni “posters” representativos de nostalgias.
Lo del progresismo o modernismo nada tiene que ver con una sociedad que necesita eso, progreso y modernización, para evolucionar y sobrevivir. Autodenominarse progresistas y hasta modernistas, no es patrimonio de clases. Ni, claro está, de partidos políticos, que, demasiadas veces, intentan seguir las huellas de lo que en verdad, con su trabajo constante, con su inquietud permanente, sí modernizan y mejoran la sociedad de la que forman parte y hasta son soportes vitales.
Los valencianos, como otros muchos pueblos de España y del mundo, lo que quieren de veras es libertad y trabajo.
Porque trabajar en libertad es lo más útil y pragmático que una sociedad se puede ofrecer. El libre ejercicio de la intelectualidad es manantial de riquezas y base de todo progreso.
Si hemos apostado por la Autonomía, debemos jugar todas las cartas. Las medias tintas no proporcionan sino resultados mediocres o malos.
La política económica, la cultural o la social se va a legislar desde el propio gobierno valenciano. No podemos estar indiferentes o al margen de todo ello. Y por ello debemos ser “nosotros mismos” quienes legislemos. No podemos aceptar condicionamientos –órdenes- de un centralismo bicefalista que reparte influencias, bien en lo cultural o en la política económica, sin que se tengan en cuenta nuestras propias aspiraciones.
Si los valencianos no tomamos las riendas de nuestra propia autonomía, la autonomía no sirve para nada. Es un lujo innecesario.
Un lujo que no podemos permitirnos porque, entre otras muchas cosas, somos un pueblo que no está silenciado de por vida y mucho menos amordazado.
Las Provincias 15 de febrero de 1985.
No es nuevo el problema. Entre la alternativa de lo urgente y lo importante, el cepo de lo urgente paraliza la visión de lo importante.
El día a día puede más que las previsiones de futuro. En los individuos, es lo acuciante lo que prima. En las empresas, lo que perturba. Y en política, lo que malogra.
En la política valenciana distrae la atención de objetivos importantes, las urgencias de cada personalidad y grupo político. Todos tienen prisa.
Prisa por conseguir el poder. Eso de mandar, por lo que parece, es adormidera que emboba.
En la carrera de la política parece que todo es efímero. Hay que vivir –la política- aprisa, aprisa, porque los objetivos a medio y largo plazo no cuentan.
Y la política, como cualquier otra actividad, necesita entrene para tener fondo.
Vemos cómo presuntos buenos políticos valencianos caen en sus carreras políticas desbocados y sin aliento. Pierden, no sólo sus fuerzas vitales, sino también ilusiones, moral de lucha, inquietud social y de servicio…
Con sus urgencias, con las prisas de alcanzar no se sabe qué, se tornan recelosos. La generosidad la consideran como signo decadente y débil. Ellos mismos se envuelven en papel aluminio que les aísla e incomunica.
La política y los políticos valencianos hacen gala de un despilfarro humano e intelectual preocupante. Ellos mismos descapitalizan propios cometidos, descuartizan, con sus urgencias, los objetivos importantes.
Porque lo importante, ahora y en el futuro, es servir a Valencia. A esa región valenciana tan poco considerada por los propios valencianos.
Hay que articular una autonomía útil.
Y lo difícil son los primeros pasos, como en todo, para articular el engranaje necesario.
Los políticos valencianos se presupone que deben ser los primeros en detectar qué es lo que el electorado, al que aspiran representar, quiere o necesita. Deben anticiparse.
La dispersión no es otra cosa que división de fuerzas y esfuerzos, cuando los valencianos, que no entienden de luchas internas, personalismos y matices políticos, lo que quieren es oír un clamor que les diga, “con nosotros, por Valencia”. O algo así, que no importan los slogans, sino el mensaje.
Aquí lo que importa, es que tipo de sociedad queremos, identificada en la libertad individual y colectiva y como se administra y gestiona esa libertad.
Sin personalismos caducos ni “posters” representativos de nostalgias.
Lo del progresismo o modernismo nada tiene que ver con una sociedad que necesita eso, progreso y modernización, para evolucionar y sobrevivir. Autodenominarse progresistas y hasta modernistas, no es patrimonio de clases. Ni, claro está, de partidos políticos, que, demasiadas veces, intentan seguir las huellas de lo que en verdad, con su trabajo constante, con su inquietud permanente, sí modernizan y mejoran la sociedad de la que forman parte y hasta son soportes vitales.
Los valencianos, como otros muchos pueblos de España y del mundo, lo que quieren de veras es libertad y trabajo.
Porque trabajar en libertad es lo más útil y pragmático que una sociedad se puede ofrecer. El libre ejercicio de la intelectualidad es manantial de riquezas y base de todo progreso.
Si hemos apostado por la Autonomía, debemos jugar todas las cartas. Las medias tintas no proporcionan sino resultados mediocres o malos.
La política económica, la cultural o la social se va a legislar desde el propio gobierno valenciano. No podemos estar indiferentes o al margen de todo ello. Y por ello debemos ser “nosotros mismos” quienes legislemos. No podemos aceptar condicionamientos –órdenes- de un centralismo bicefalista que reparte influencias, bien en lo cultural o en la política económica, sin que se tengan en cuenta nuestras propias aspiraciones.
Si los valencianos no tomamos las riendas de nuestra propia autonomía, la autonomía no sirve para nada. Es un lujo innecesario.
Un lujo que no podemos permitirnos porque, entre otras muchas cosas, somos un pueblo que no está silenciado de por vida y mucho menos amordazado.