viernes, 16 de julio de 2010

LOS MOZÁRABES VALENCIANOS (X)


Autor: Roque Chabás
Madrid 12 de Diciembre de 1890.
10.

Continuando el Dr. Sales su ímproba tarea de adjudicará San Bartolomé la iglesia mozárabe de Valencia, asegura formalmente, que la basílica del Santo Sepulcro fué concedida á los Monges Basilios y convertida en Monasterio de su instituto. Esto lo infiere de deducciones que parecen ingeniosas, pero que merecieron tremendo varapalo de un Padre Maestro dominico, Fr. Jacinto Segura, en su Disertación histórica publicada en Valencia en 1151. En trabajo bien escrito y de mucho fondo, lo mismo que otra disertación del mismo, también contra Sales, que quiso intentar el probar que Santo Domingo de Guzmán estudió en Valencia Artes y Teología en tiempo de los moros, suponiendo una especie de universidad junto á la iglesia de San Bartolomé, adonde vendría el fundador de los Predicadores en busca de ciencia cristiana.

A estos absurdos, añade Sales todo cuanto se pueda suponer mozárabe, para adjudicarlo á su iglesia del Santo Sepulcro, ó sea San Bartolomé. Así es, que si San Juan de Mata estuvo en Valencia, no visitaba otra iglesia más que la del Santo Sepulcro. A ella acudía á celebrar San Pedro Nolasco las veces que vino á redimir cautivos, y San Pedro Pascual ha de ser hijo espiritual de la misma, porque nació en Valencia durante la dominación de los moros, y no pararíamos de impugnar, pues Sales es insaciable de títulos de nobleza para su iglesia, aunque se contenta, á la verdad, con papeles mojados. Resulta de todo esto, que la tradición constante de que nos hablan él y todos los cronistas, es una bola de nieve formada sobre los falsos datos de Beuter en el siglo XVI.

En el supuesto de Sales, tendríamos el siguiente absurdo. Antes de la reconquista, dominando los moros, existía en Valencia una sola iglesia para los cristianos: esta se llamaba del Santo Sepulcro (así lo quiere Sales), erigida en tiempo de Constantino el Grande: fué gobernada desde 370 por monjes Basilios, que continuaron en ella y perpetuaron el culto cristiano durante la época mahometana, sin que jamás fuera profanada, lo que costaba á los monjes grandes sumas: en ella fueron sepultados San Vicente Mártir (no se extrañe esto, pues habla el Dr. Sales), San Juan de Perusa y San Pedro de Saxoferrato: fué madre espiritual de San Pedro Pascual, que con el tiempo fué canónigo de la misma; ennoblecida además por las celestiales visiones que allí tuvieron San Juan de Mata y San Pedro Nolasco; en fin, tan venerada, que los fieles todos de España, cuando iban en peregrinación á Jerusalem, pasaban primero á visitar este Santo Sepulcro. Este es el anverso de la medalla que nos presenta Sales. Hé aquí el reverso.

Apenas entran en Valencia los cristianos, cuando la veneranda iglesia del Santo Sepulcro se convierte, no en Catedral, como le correspondía, sino en una de las parroquiales, y no la primera: se le cambia el nombre (en el supuesto que hubiera tenido otro) y se le llama desde entonces de San Bartolomé: desaparecen los monjes Basilios y se ponen allí (es histórico) hermanos de la Orden del Santo Sepulcro, sin que esto sea obstáculo al cambio de nombre. ¿Habrá quien pueda suponer que, á haber existido, ignoraría el rey D. Jaime todo esto y que, en pago de los seculares servicios de los monjes Basilios, entregase su iglesia á los de otra orden? Este absurdo, esta contradicción no puede suponerse; jamás existió.

El templo de San Bartolomé era una de tantas mezquitas como se convirtieron en iglesias. No se le cambió el nombre; se le dió el que usa, cuando no tenía ninguno. Los hermanos del Santo Sepulcro establecieron en la iglesia de San Bartolomé, que se les encargó, una capilla al titular de su orden, y desde entonces suena el Santo Sepulcro en Valencia, antes nunca. Ni podía ser otra cosa.

Los cristianos en Toledo, en Córdoba y en todas las demás ciudades importantes en que permanecieron, vivían regularmente en barrios separados de los moros, que como señores residían dentro de los muros. Suponer otra política en los moros sería un contrasentido, pues sabían éstos que no convenía abrigar la culebra en el pecho. Los cristianos, á su vez, han hecho lo mismo. Que se me señale una población donde hayan vivido promiscuamente. En este reino teníamos á Valencia, Játiva, Gandía, Alcira, Murviedro, etc., que hacían vivir fuera de los muros, en morerías, á los sarracenos, á fin de que pudieran estar seguros de un golpe de mano y más libres del contagio religioso y moral.

Consecuentes los moros con esta política, permitieron á los cristianos que tuvieran una iglesia en las afueras, en San Vicente de la Roqueta, y que junto á ella edificaran su barrio y vivieran. Y celebre sería este sitio, cuando el rey conquistador, antes de acercarse á Valencia, ya lo concede al monasterio de San Victorián.

Sucedió ésto á los pocos días de haber hecho el segundo tratado con Ceid-Abu-Ceid. Al nombrar á Valencia en el diploma tantas veces citado, exclama ¡laudabilem civitatem! como el león que apenas divisa la presa se apercibe á echarse sobre ella. Sabía de sobra lo que el santo mártir Vicente significaba para Valencia y la importancia de aquel santuario. A su intercesión atribuyó la conquista de ciudad y reino, y su fe consta en un diploma suyo
43 con estas expresivas palabras: «Fides nostra talis est, quod Dominus Jesus Christus, ad preces specialiter Beati Vincentii nobis Civitatem et totum Regnum Valentiae subjugavit et eripuit de posse et manibus Paganorum.» Por eso concedió don Jaime I tantas rentas, honores y privilegios á San Vicente de la Roqueta, pues sabía que fué la iglesia de los mozárabes valencianos durante los siglos de la dominación musulmana.

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