APUNTES HISTORICOS SOBRE LOS FUEROS DEL ANTIGUO RINO DE VALENCIA
Autor D. Vicente Boi – Cronista de la misma Ciudad
Valencia 1855
Desde los primeros tiempos de la conquista solían habitar en una misma calle o barrio los que tenían una misma profesión o modo de vivir; así muchas de nuestras calles llevan aún los nombres de los oficios establecidos en ellas. El Mustazaf procuraba sin embargo destinar barrio o calle separada a los que podían causar incomodidad o escándalo a los vecinos. Ésta es la causa que motivó las órdenes repetidas para que las mujeres de mala vida no estuviesen repartidas por la ciudad, y fuesen a habitar la pobla o casa pública, que era el lugar que tenían destinado, y existía en el espacio que ocupaba el Huerto del Partit, junto al de la Beneficencia, entre el muro, el huerto de En-Sendra, del Conde de Ripalda, y las espaldas de las casas de la calle del Portal Nuevo.
La casa pública, o Mancebía, no era sin embargo un edificio construido por la ciudad, como lo fueron la judería, morería, zapatería, etc., sino todo el sitio que ocupaban las diferentes casas, propias de particulares, que se alquilaban a aquellas mujeres para que las habitasen. En 1392 mandó el Consejo de la ciudad cercar de pared y cortar las comunicaciones que conducían a aquel sitio, lo cual tuvo efecto a principios del siglo XV, cerrando el callejón que venía de los Tintes, las entradas por el lado de la muralla, y poniendo puerta en la calle del Muret, con lo cual, y la cerca de los huertos que la rodeaban, quedó enteramente cerrada la Mancebía, como se deseaba.
Para entrada se destinó la puerta colocada en la referida calle del Muret, junto a la cual se hallaba la casita que habitaba el portero. Las calles de la casa pública y la casita del portero eran la única propiedad que tenía la ciudad todas las casas y huertecitos comprendidos dentro de la cerca pertenecían a particulares, como consta de varias escrituras de aquel tiempo, en las cuales se trasladaba su dominio por venta u otros títulos.
Había una especie de inspector, a quien los Fueros llaman Rey Arlot, que respondía a la autoridad de los excesos que allí se cometían: cuidaba de que la Mancebía se cerrase a las diez de la noche, y no se abría hasta cierta hora de la mañana. Acompañaba a las mujeres públicas los días de fiesta a alguna iglesia para que oyesen misa, y no permitía la entrada en la casa pública los mismos días, hasta después de oída la misa. También las acompañaba cuando salían a ver las procesiones u otras fiestas religiosas o civiles, en los puntos que de antemano tenían señalados.
Cada casa de la Mancebía estaba regida por un hombre, que la legislación foral llama hostaler, dependiente del Rey Arlot: el hostaler cuidaba de la ropa, comida, asistencia en las enfermedades, etc.; pero de modo que estos hostalers tenían sus casas particulares dentro de la Mancebía, pero sin comunicación interior con ninguna de ellas.
Las casas eran de un solo piso, con una ventana encima de la puerta, y un huertecito cerrado a las espaldas. Las fachadas estaban casi siempre adornadas con flores o festones, iluminándolas por las noches con faroles de colores. Así se describe en una memoria de Antonio de Lalain, señor de Montigni, primer Conde de Hoogstraten, Consejero de Carlos I, que acompañó al Rey Francisco I de Francia, y visitó esta Mancebía durante la estancia que hizo en Valencia aquel Monarca, prisionero en la batalla de Pavía, de paso, para Madrid.
Desde el miércoles a sábado Santo ambos inclusives, eran conducidas las mujeres públicas y encerradas en el edificio de alguna cofradía, y después en el convento de monjas de S. Gregorio. Si durante estos días se arrepentían o encontraban persona con quien casarse, las daba la ciudad una cantidad determinada para dote.
Cuando salían en público llevaban traje blanco, sin delantal azul.
No podían ser menores de doce años, ni mayores de veinte.
El Rey Arlot pagaba un médico, que las visitaba diariamente; siendo responsable de cualquiera omisión en dar el parte sanitario a la autoridad.
Si se encontraba enferma una mujer pública, el hostaler no hubiera dado parte, era trasladada al hospital; pero los gastos de curación corrían de cuenta del hostaler.
Cuando una de estas mujeres desgraciadas deseaba, por arrepentimiento, dedicarse a una vida honesta y religiosa; pero no lo verificaba, porque a veces no había satisfecho lo que debía al hostaler, la ciudad la hacía libre si tomaba, el hábito religioso; pero si quedaba fuera del claustro, auxiliaba con cierta cantidad, para que quedara libre también.
Cada hostaler pagaba a la ciudad una cantidad determinada por la industria que ejercía, y por cada mujer que tenía de huéspeda.
Las barraganas o mancebas que no vivían en la casa pública, eran perseguidas sin distinción por 1a autoridad. Las que se encontraban prostituidas fuera de la Mancebía, eran azotadas públicamente.
El Síndico del Consejo era el encargado de que se cerrase y abriese en las horas señaladas la puerta de la Mancebía.
En las grandes calamidades públicas se cerraba el establecimiento; si alguna faltaba en este tiempo a las disposiciones del Consejo, era azotada por el verdugo.
La casa pública se cerró decididamente en Valencia a mediados del siglo XVII por orden de Felipe IV.
Autor D. Vicente Boi – Cronista de la misma Ciudad
Valencia 1855
Desde los primeros tiempos de la conquista solían habitar en una misma calle o barrio los que tenían una misma profesión o modo de vivir; así muchas de nuestras calles llevan aún los nombres de los oficios establecidos en ellas. El Mustazaf procuraba sin embargo destinar barrio o calle separada a los que podían causar incomodidad o escándalo a los vecinos. Ésta es la causa que motivó las órdenes repetidas para que las mujeres de mala vida no estuviesen repartidas por la ciudad, y fuesen a habitar la pobla o casa pública, que era el lugar que tenían destinado, y existía en el espacio que ocupaba el Huerto del Partit, junto al de la Beneficencia, entre el muro, el huerto de En-Sendra, del Conde de Ripalda, y las espaldas de las casas de la calle del Portal Nuevo.
La casa pública, o Mancebía, no era sin embargo un edificio construido por la ciudad, como lo fueron la judería, morería, zapatería, etc., sino todo el sitio que ocupaban las diferentes casas, propias de particulares, que se alquilaban a aquellas mujeres para que las habitasen. En 1392 mandó el Consejo de la ciudad cercar de pared y cortar las comunicaciones que conducían a aquel sitio, lo cual tuvo efecto a principios del siglo XV, cerrando el callejón que venía de los Tintes, las entradas por el lado de la muralla, y poniendo puerta en la calle del Muret, con lo cual, y la cerca de los huertos que la rodeaban, quedó enteramente cerrada la Mancebía, como se deseaba.
Para entrada se destinó la puerta colocada en la referida calle del Muret, junto a la cual se hallaba la casita que habitaba el portero. Las calles de la casa pública y la casita del portero eran la única propiedad que tenía la ciudad todas las casas y huertecitos comprendidos dentro de la cerca pertenecían a particulares, como consta de varias escrituras de aquel tiempo, en las cuales se trasladaba su dominio por venta u otros títulos.
Había una especie de inspector, a quien los Fueros llaman Rey Arlot, que respondía a la autoridad de los excesos que allí se cometían: cuidaba de que la Mancebía se cerrase a las diez de la noche, y no se abría hasta cierta hora de la mañana. Acompañaba a las mujeres públicas los días de fiesta a alguna iglesia para que oyesen misa, y no permitía la entrada en la casa pública los mismos días, hasta después de oída la misa. También las acompañaba cuando salían a ver las procesiones u otras fiestas religiosas o civiles, en los puntos que de antemano tenían señalados.
Cada casa de la Mancebía estaba regida por un hombre, que la legislación foral llama hostaler, dependiente del Rey Arlot: el hostaler cuidaba de la ropa, comida, asistencia en las enfermedades, etc.; pero de modo que estos hostalers tenían sus casas particulares dentro de la Mancebía, pero sin comunicación interior con ninguna de ellas.
Las casas eran de un solo piso, con una ventana encima de la puerta, y un huertecito cerrado a las espaldas. Las fachadas estaban casi siempre adornadas con flores o festones, iluminándolas por las noches con faroles de colores. Así se describe en una memoria de Antonio de Lalain, señor de Montigni, primer Conde de Hoogstraten, Consejero de Carlos I, que acompañó al Rey Francisco I de Francia, y visitó esta Mancebía durante la estancia que hizo en Valencia aquel Monarca, prisionero en la batalla de Pavía, de paso, para Madrid.
Desde el miércoles a sábado Santo ambos inclusives, eran conducidas las mujeres públicas y encerradas en el edificio de alguna cofradía, y después en el convento de monjas de S. Gregorio. Si durante estos días se arrepentían o encontraban persona con quien casarse, las daba la ciudad una cantidad determinada para dote.
Cuando salían en público llevaban traje blanco, sin delantal azul.
No podían ser menores de doce años, ni mayores de veinte.
El Rey Arlot pagaba un médico, que las visitaba diariamente; siendo responsable de cualquiera omisión en dar el parte sanitario a la autoridad.
Si se encontraba enferma una mujer pública, el hostaler no hubiera dado parte, era trasladada al hospital; pero los gastos de curación corrían de cuenta del hostaler.
Cuando una de estas mujeres desgraciadas deseaba, por arrepentimiento, dedicarse a una vida honesta y religiosa; pero no lo verificaba, porque a veces no había satisfecho lo que debía al hostaler, la ciudad la hacía libre si tomaba, el hábito religioso; pero si quedaba fuera del claustro, auxiliaba con cierta cantidad, para que quedara libre también.
Cada hostaler pagaba a la ciudad una cantidad determinada por la industria que ejercía, y por cada mujer que tenía de huéspeda.
Las barraganas o mancebas que no vivían en la casa pública, eran perseguidas sin distinción por 1a autoridad. Las que se encontraban prostituidas fuera de la Mancebía, eran azotadas públicamente.
El Síndico del Consejo era el encargado de que se cerrase y abriese en las horas señaladas la puerta de la Mancebía.
En las grandes calamidades públicas se cerraba el establecimiento; si alguna faltaba en este tiempo a las disposiciones del Consejo, era azotada por el verdugo.
La casa pública se cerró decididamente en Valencia a mediados del siglo XVII por orden de Felipe IV.
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