Autor: Roque Chabás
Madrid 12 de Diciembre de 1890.
8.
Creemos haber demostrado con lo dicho hasta aquí, que San Vicente de la Roqueta era la iglesia de los cristianos mozárabes: no hemos tropezado con dato que nos demostrara la existencia de otra iglesia en aquella época en Valencia. Todos, incluso el mismo Dr. Sales, confiesan que no podía haber más que una: luego, hemos probado, que era aquella la única que existió en tiempo de moros. Pero acaso habrá quien crea en la fuerza de los argumentos y datos que atribuyen á San Bartolomé esta prerrogativa, y es preciso estudiar este punto de vista.
Todos los argumentos, que hasta hoy se han publicado, en favor de la iglesia de San Bartolomé, como templo de los mozárabes valencianos, están recopilados por el Dr. Sales en su opúsculo, y podríamos añadir que allí están corregidos y aumentados. Examinemos, pues, detenidamente su libro, impugnemos sus conclusiones, y tendremos deshechos todos los reparos. Vayamos por partes.
No impugnaremos á los que quieren se edificara la capilla del Santo Sepulcro por Santiago, ni á los que la atribuyen á San Eugenio, primer obispo, dicen, de Valencia. El mismo Sales prueba su falsedad: es demasiado para su criterio; conténtase con que sea del tiempo de Constantino Magno, es decir, coetáneo al de San Vicente, que él no sabe que existiera extramuros y cuyo sepulcro coloca en San Bartolomé. De la primitiva iglesia quedaba el altar en tiempo de Sales, así lo asegura él, y después de describirla minuciosamente, estudia todos sus detalles arqueológicos para deducir, que dicho altar, mejor diríamos retablo, es de aquella época, ni anterior ni posterior. Nosotros no necesitamos acudir á aquella capilla, restaurada con posterioridad, ni atender á la descripción del sabio cronista valenciano; pondremos aquí un facsímil exacto de la lámina con que el mismísimo lo reproduce. Estando de cuerpo presente, nos ahorramos las explicaciones y las palabras. Véase en la pág. 41 el altar del Santo Sepulcro como estaba en 1746.
Aquellos soldados no son romanos, ni la estatua primitiva, ni la composición y agrupación de las figuras semeja en nada á lo que nos queda de la primitiva antigüedad. Para encontrar cosa que se le parezca, es preciso subir al siglo XVI. Detenernos en probar la falsedad de las deducciones, que hace Sales, al considerar este altar del siglo IV, sería ofender la penetración de nuestros lectores, por poco versados que estén en estas materias; pero es preciso fijarnos en un detalle, del cual se ha sacado el argumento Aquiles. A los pies de la estatua se ve una cosa, que Sales asegura es un letrero desconocido. ¿Pero quién le ha dicho que aquello son letras? Bien le decía Montfaucon cuando le aseguraba, que nadie en el mundo se lo leería: vous ne trouverez personne au monde qui la puisse jamais bien déchiffrer. Y efectivamente, está aún por nacer el descifrador.
El otro Padre Mínimo, que cita Sales, habla seguramente de memoria; y para asegurar después de muchos años, que se encuentran inscripciones de este género en las basílicas constantinianas, debía no haberse fiado de la imaginativa. El Sr. Llorente estudia la cuestión del letrero29 y aunque cree ser San Bartolomé la iglesia mozárabe, dice muy acertadamente: «Convienen hoy los arqueólogos en que esta leyenda y otras parecidas, que se encuentran, no solo en monumentos arquitectónicos, sino también bordadas en ropas de iglesia, no son otra cosa que adornos ó imitación caprichosa de escritura arábiga, hecha tal vez por artistas mudejares, y que, en todo caso, concediéndoles la mayor antigüedad, no pueden remontarse más allá del siglo VIII.» Y en nota dice: «Esta opinión, emitida por las personas más competentes en España, ha sido confirmada en el presente caso por los arqueólogos romanos, á quienes he consultado, entre ellos el insigne Rossi.» Termina con la siguiente categórica aserción: «No arroja luz alguna la debatida inscripción, para determinar la fecha de este venerado altar.»
Tiene razón el Sr. Llorente, pero no es menester acudir al siglo VIII, para emparentar con el famoso letrero de San Bartolomé. No son letras romanas de forma extraña, ni siquiera caractéres arábigos; solo se puede admitir sean adornos en que mano inexperta quiso imitar morunos garabatos. No pudo hacer esto un artífice musulmán, ni siquiera un mozárabe, pues nos hubiera dado letras arábigas el que perfectamente las conocía. Era preciso que fuera su autor un artista posterior á la civilización que aquí desapareció casi por completo con la reconquista. El que dibujó el altar que ya hemos visto, con sus guerreros, ángeles y querubines, debió ser el mismo que imitó de memoria los letreros, acaso en el siglo XV ó XVI.
Madrid 12 de Diciembre de 1890.
8.
Creemos haber demostrado con lo dicho hasta aquí, que San Vicente de la Roqueta era la iglesia de los cristianos mozárabes: no hemos tropezado con dato que nos demostrara la existencia de otra iglesia en aquella época en Valencia. Todos, incluso el mismo Dr. Sales, confiesan que no podía haber más que una: luego, hemos probado, que era aquella la única que existió en tiempo de moros. Pero acaso habrá quien crea en la fuerza de los argumentos y datos que atribuyen á San Bartolomé esta prerrogativa, y es preciso estudiar este punto de vista.
Todos los argumentos, que hasta hoy se han publicado, en favor de la iglesia de San Bartolomé, como templo de los mozárabes valencianos, están recopilados por el Dr. Sales en su opúsculo, y podríamos añadir que allí están corregidos y aumentados. Examinemos, pues, detenidamente su libro, impugnemos sus conclusiones, y tendremos deshechos todos los reparos. Vayamos por partes.
No impugnaremos á los que quieren se edificara la capilla del Santo Sepulcro por Santiago, ni á los que la atribuyen á San Eugenio, primer obispo, dicen, de Valencia. El mismo Sales prueba su falsedad: es demasiado para su criterio; conténtase con que sea del tiempo de Constantino Magno, es decir, coetáneo al de San Vicente, que él no sabe que existiera extramuros y cuyo sepulcro coloca en San Bartolomé. De la primitiva iglesia quedaba el altar en tiempo de Sales, así lo asegura él, y después de describirla minuciosamente, estudia todos sus detalles arqueológicos para deducir, que dicho altar, mejor diríamos retablo, es de aquella época, ni anterior ni posterior. Nosotros no necesitamos acudir á aquella capilla, restaurada con posterioridad, ni atender á la descripción del sabio cronista valenciano; pondremos aquí un facsímil exacto de la lámina con que el mismísimo lo reproduce. Estando de cuerpo presente, nos ahorramos las explicaciones y las palabras. Véase en la pág. 41 el altar del Santo Sepulcro como estaba en 1746.
Aquellos soldados no son romanos, ni la estatua primitiva, ni la composición y agrupación de las figuras semeja en nada á lo que nos queda de la primitiva antigüedad. Para encontrar cosa que se le parezca, es preciso subir al siglo XVI. Detenernos en probar la falsedad de las deducciones, que hace Sales, al considerar este altar del siglo IV, sería ofender la penetración de nuestros lectores, por poco versados que estén en estas materias; pero es preciso fijarnos en un detalle, del cual se ha sacado el argumento Aquiles. A los pies de la estatua se ve una cosa, que Sales asegura es un letrero desconocido. ¿Pero quién le ha dicho que aquello son letras? Bien le decía Montfaucon cuando le aseguraba, que nadie en el mundo se lo leería: vous ne trouverez personne au monde qui la puisse jamais bien déchiffrer. Y efectivamente, está aún por nacer el descifrador.
El otro Padre Mínimo, que cita Sales, habla seguramente de memoria; y para asegurar después de muchos años, que se encuentran inscripciones de este género en las basílicas constantinianas, debía no haberse fiado de la imaginativa. El Sr. Llorente estudia la cuestión del letrero29 y aunque cree ser San Bartolomé la iglesia mozárabe, dice muy acertadamente: «Convienen hoy los arqueólogos en que esta leyenda y otras parecidas, que se encuentran, no solo en monumentos arquitectónicos, sino también bordadas en ropas de iglesia, no son otra cosa que adornos ó imitación caprichosa de escritura arábiga, hecha tal vez por artistas mudejares, y que, en todo caso, concediéndoles la mayor antigüedad, no pueden remontarse más allá del siglo VIII.» Y en nota dice: «Esta opinión, emitida por las personas más competentes en España, ha sido confirmada en el presente caso por los arqueólogos romanos, á quienes he consultado, entre ellos el insigne Rossi.» Termina con la siguiente categórica aserción: «No arroja luz alguna la debatida inscripción, para determinar la fecha de este venerado altar.»
Tiene razón el Sr. Llorente, pero no es menester acudir al siglo VIII, para emparentar con el famoso letrero de San Bartolomé. No son letras romanas de forma extraña, ni siquiera caractéres arábigos; solo se puede admitir sean adornos en que mano inexperta quiso imitar morunos garabatos. No pudo hacer esto un artífice musulmán, ni siquiera un mozárabe, pues nos hubiera dado letras arábigas el que perfectamente las conocía. Era preciso que fuera su autor un artista posterior á la civilización que aquí desapareció casi por completo con la reconquista. El que dibujó el altar que ya hemos visto, con sus guerreros, ángeles y querubines, debió ser el mismo que imitó de memoria los letreros, acaso en el siglo XV ó XVI.