Autor: Juan Ferrando Badia
En Diario de Valencia
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La opinión europea es favorable a la descentralización. España, que es más ancha que Castilla, suele recibir con sumo agrado y complacencia manifestaciones encaminadas a la pluralización autonómica que no quiere decir inflación burocrática. Se defiende una política regional plana: económica, social y también de atribución de competencias legislativas a las regiones y nacionalidades.
Es bien cierto que las razones que se suelen aducir hoy a favor de las autonomías están marcadas por el signo de la economía: quizá sean hoy día razones económicas más que románticas las que aconsejan una revitalización de las regiones y nacionalidades. Sin embargo, no hay que Infravalorar la "dimensión humana" que, de todo tipo, encierra el regionalismo.
Es conveniente disociar los conceptos de democracia e individualismo.
El "liberalismo o individualismo político" responde al problema de "hasta donde" deben gobernar los gobernantes mientras la "democracia" intenta responder a este otro problema: ¿quién debe gobernar? Si el "liberalismo" es la respuesta a cómo se deben ejercer las funciones del Estado y sus limitaciones, la "democracia" responde a la cuestión de quién ejerce el poder -o debería ejercerlo-.
Mientras que el primero intenta la realización y protección de la "libertad", la segunda defiende la "igualdad" y la "participación". Históricamente se mezclaron ambas corrientes políticas surgiendo entonces la "democracia liberal" e "individualista", que quiso -a partir de la Revolución Francesa- suprimir o marginar de la vida social y política los llamados por Montesquieu "cuerpos intermedios"; es decir, los grupos sociales, tanto netamente humanos (sindicatos y partidos) como territoriales (verbigracia, la región), no gozaban de carta de naturaleza política.
Estaban prohibidos.., aunque... luego más tarde, comenzaron a ser tolerados hasta llegar a las constituciones de la última postguerra. Veámoslo:
Frente a la democracia "individualista", propia de la Revolución Francesa, modernamente está apareciendo un nuevo tipo de democracia: "la democracia de grupos tanto sociales como políticos" = "la democracia pluralista".
La democracia "individualista" y, por ende, "centralizadora", fue un producto de la
"burguesía" en su intento de destruir a los otros grupos intermedios y de controlar la vida total del país en beneficio propio, y, para ello, la burguesía, trasladó la soberanía del "Rey" a la "Nación".
La "democracia individualista" de la Europa continental arbitró una teoría política que le permitiría monopolizar el poder, a saber, "la Nación soberana era la única titular de todo el poder", de todo derecho. Ella lo delegaría en quien creyera se lo merecía más. ¿En quiénes?, los que la "mantenían con sus impuestos serían, los beneficiarios de esta delegación de poderes de la Nación soberana".
El "sufragio censatario", que limitaba la capacidad de elegir y ser elegido, por motivos económicos, cobrará así carta de naturaleza política. La burguesía, pagadora de impuestos, recibiría de la Nación el mandato de regir sus destinos. Los miembros integrantes de la clase burguesa, no en cuanto ciudadanos, sino como pertenecientes a tal clase -pagadora de impuestos- serían titulares de un nuevo derecho: ser electores y elegibles para cumplir la función de servir a la Nación.
Ser elector o elegible era una función -y no un derecho de todo ciudadano- que tenía que cumplir la burguesía por mandato de la Nación soberana, pues para ésta sus órganos o instrumentos más adecuados para su servicio eran quienes la sustentaban "económicamente".
De ahí que en el sistema de la teoría electoral liberal-burguesa los "principios de soberanía nacional, electorado-función y sufragio censatario" se hallan íntimamente trabados, no sólo por vínculos lógicos, sino -y ello es lo más importante- en la mente y en el corazón de la burguesía triunfante.
Y los estados surgidos a lo largo del siglo XIX y principios del XX fueron -como la misma Revolución Francesa de 1789- obra de la burguesía en sus luchas contra las Monarquías absolutas y las aristocracias terratenientes que las apoyaban.
La burguesía liberal europea -o simplemente los liberales del viejo Continente- siguieron las pautas trazadas por la Francia revolucionaria, y, en líneas generales, el Estado creado por ella -el Estado unitario o centralizado- fue una fiel imagen del que cristalizó en la Revolución Francesa.
Es bien cierto que las razones que se suelen aducir hoy a favor de las autonomías están marcadas por el signo de la economía: quizá sean hoy día razones económicas más que románticas las que aconsejan una revitalización de las regiones y nacionalidades. Sin embargo, no hay que Infravalorar la "dimensión humana" que, de todo tipo, encierra el regionalismo.
Es conveniente disociar los conceptos de democracia e individualismo.
El "liberalismo o individualismo político" responde al problema de "hasta donde" deben gobernar los gobernantes mientras la "democracia" intenta responder a este otro problema: ¿quién debe gobernar? Si el "liberalismo" es la respuesta a cómo se deben ejercer las funciones del Estado y sus limitaciones, la "democracia" responde a la cuestión de quién ejerce el poder -o debería ejercerlo-.
Mientras que el primero intenta la realización y protección de la "libertad", la segunda defiende la "igualdad" y la "participación". Históricamente se mezclaron ambas corrientes políticas surgiendo entonces la "democracia liberal" e "individualista", que quiso -a partir de la Revolución Francesa- suprimir o marginar de la vida social y política los llamados por Montesquieu "cuerpos intermedios"; es decir, los grupos sociales, tanto netamente humanos (sindicatos y partidos) como territoriales (verbigracia, la región), no gozaban de carta de naturaleza política.
Estaban prohibidos.., aunque... luego más tarde, comenzaron a ser tolerados hasta llegar a las constituciones de la última postguerra. Veámoslo:
Frente a la democracia "individualista", propia de la Revolución Francesa, modernamente está apareciendo un nuevo tipo de democracia: "la democracia de grupos tanto sociales como políticos" = "la democracia pluralista".
La democracia "individualista" y, por ende, "centralizadora", fue un producto de la
"burguesía" en su intento de destruir a los otros grupos intermedios y de controlar la vida total del país en beneficio propio, y, para ello, la burguesía, trasladó la soberanía del "Rey" a la "Nación".
La "democracia individualista" de la Europa continental arbitró una teoría política que le permitiría monopolizar el poder, a saber, "la Nación soberana era la única titular de todo el poder", de todo derecho. Ella lo delegaría en quien creyera se lo merecía más. ¿En quiénes?, los que la "mantenían con sus impuestos serían, los beneficiarios de esta delegación de poderes de la Nación soberana".
El "sufragio censatario", que limitaba la capacidad de elegir y ser elegido, por motivos económicos, cobrará así carta de naturaleza política. La burguesía, pagadora de impuestos, recibiría de la Nación el mandato de regir sus destinos. Los miembros integrantes de la clase burguesa, no en cuanto ciudadanos, sino como pertenecientes a tal clase -pagadora de impuestos- serían titulares de un nuevo derecho: ser electores y elegibles para cumplir la función de servir a la Nación.
Ser elector o elegible era una función -y no un derecho de todo ciudadano- que tenía que cumplir la burguesía por mandato de la Nación soberana, pues para ésta sus órganos o instrumentos más adecuados para su servicio eran quienes la sustentaban "económicamente".
De ahí que en el sistema de la teoría electoral liberal-burguesa los "principios de soberanía nacional, electorado-función y sufragio censatario" se hallan íntimamente trabados, no sólo por vínculos lógicos, sino -y ello es lo más importante- en la mente y en el corazón de la burguesía triunfante.
Y los estados surgidos a lo largo del siglo XIX y principios del XX fueron -como la misma Revolución Francesa de 1789- obra de la burguesía en sus luchas contra las Monarquías absolutas y las aristocracias terratenientes que las apoyaban.
La burguesía liberal europea -o simplemente los liberales del viejo Continente- siguieron las pautas trazadas por la Francia revolucionaria, y, en líneas generales, el Estado creado por ella -el Estado unitario o centralizado- fue una fiel imagen del que cristalizó en la Revolución Francesa.
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