EPILOGO
Los datos reflejados en mis informaciones y comentarios realizados sobre el desarrollo, que en los años posteriores al franquismo, se produjeron como consecuencia de la democratización de la política española, son un reflejo –muy reducido, pues podría ser más exhaustivo, pero para el objeto de este estudio creo son suficientes- de la situación social y política con la que se consensuó por las fuerzas política nuestro Estatuto de Autonomía.
A raíz del nombramiento de Adolfo Suarez como Presidente del Gobierno español, empiezan a crecer como setas los partidos políticos en nuestra tierra, la mayoría de ellos dentro de las líneas pancatalanistas disfrazados de “valencianismo”. Incluyo en estos sectores los partidos centralistas: Alianza Popular, Partido Socialista, Izquierda Unida, Unión de Centro Democrático y algunos otros de escasa significación entre los votantes como puede ser Fuerza Nueva.
La carrera por conseguir los más importantes puestos gubernativos empieza con la formación del “Plenari de Parlamentaris”, que sería el encargado de confeccionar el proyecto de estatuto de la Comunidad Valenciana -País Valenciano decían absolutamente todos ellos- y la traición se consensua en contra del pueblo valenciano que asiste en parte -muy reducida por cierto- con estupor ante los tejemanejes de los politicastros sobre los que recayó esta tarea.
Es en ese momento cuando empiezan a sustanciarse los problemas que hasta el momento actual venimos arrastrando en esta tierra. Las componendas son incesantes e innumerables y las traiciones se producen entre todos los asistentes políticos sin exclusión de ninguno de ellos.
Han pasado más de treinta años y las consecuencias que para el Reino de Valencia tuvieron estas componendas son bien visibles: carecemos de un estatuto de comunidad histórica; carecemos de una denominación para nuestra autonomía acorde con la realidad historica del Reino de Valencia; y aunque las demás señas de identidad, como son la lengua, la bandera y el himno constan reconocidas en el estatuto en la práctica éstas carecen de sentido puesto que todos, absolutamente todos, los gobiernos que han pasado por la Comunidad se han vendido al catalanismo.
Esta traición fue practicada por el PSOE, siguiéndole el PP y también aquel partido que se denominó UV cayó en la tentación del poder y, aliado con el PP, consistió que nuestras señas de identidad fueran vendidas a cambio de las migajas con que fueron recompensados. Posteriormente, como “Roma no premia a los traidores”, cayeron en desgracia y fueron barridos del espectro político, no sin antes haber traicionado a todos aquellos ciudadanos que confiamos en su ideario valencianista, de los que se sirvieron para alcanzar sus fines políticos.
Hay estamos gobernados por el PP con mayoría absoluta y su traición a nuestras señas de identidad es incluso más manifiesta que con el PSOE. Estos no llegaron a oficializar el catalán en la administración y centros de enseñanza, aunque en la práctica el idioma valenciano estaba catalanizado, pero aquellos, por medio de cartagenero Eduardo Zaplana, a la sazón Presidente de la Generalidad Valenciana, llegaron a un acuerdo con el gobierno catalán de Jorge Pujol para crear la Academia Valenciana de la Lengua, compuesta por veintiún académicos catalanistas a los que se les encargó la misión de convertir nuestra ascentral lengua valenciana en el puro y duro dialecto barceloní.
Pero, concluyendo, ¿Quién tiene la culpa de que los políticos valencianos hagan lo que quieran con la confianza que se les ha depositado en las urnas?. Sencillamente la mayoría del pueblo valenciano que pasa totalmente de todas las componendas políticas y que consiente, día a día, el que a sus hijos los estén catalanizando tanto en lo referente a su lengua materna, la valenciana, como con la tergiversación de nuestra historia y cultura, vendida al estrafalario proyecto de los Países Catalanes.
Somos un pueblo con mayoría de acomodaticios y ésta es la consecuencia de que nuestra autonomía no luche por la defensa de sus raíces históricas.
En la actualidad, los que sí comprendemos la gravedad de este pasotismo, somos pocos, muy pocos, cada vez menos, porque hemos tenido muchas bajas. Muchos que se han quedado por el camino por cuestiones de fallecimiento, vejez, salud, etc. Y algunos otros porque se han cansado de darse golpes contra la pared que representan las instituciones autonómicas vendidas tanto al catalanismo como al centralismo.
Hoy por hoy no tenemos un partido, ni fuerte, ni débil, que nos represente a los valencianistas y, a nosotros, sólo nos queda esperar dos situaciones: 1) Que aparezca un líder valencianista que cree un partido político valencianista que llegue a tener la fuerza suficiente para tratar de tú a tú a los centralistas y catalanistas y 2) Que nuestra juventud renazca de las cenizas valencianistas en que hoy se encuentra y consiga hacer cambiar la deriva genocida cultural a que el Reino de Valencia está abocado.
Los datos reflejados en mis informaciones y comentarios realizados sobre el desarrollo, que en los años posteriores al franquismo, se produjeron como consecuencia de la democratización de la política española, son un reflejo –muy reducido, pues podría ser más exhaustivo, pero para el objeto de este estudio creo son suficientes- de la situación social y política con la que se consensuó por las fuerzas política nuestro Estatuto de Autonomía.
A raíz del nombramiento de Adolfo Suarez como Presidente del Gobierno español, empiezan a crecer como setas los partidos políticos en nuestra tierra, la mayoría de ellos dentro de las líneas pancatalanistas disfrazados de “valencianismo”. Incluyo en estos sectores los partidos centralistas: Alianza Popular, Partido Socialista, Izquierda Unida, Unión de Centro Democrático y algunos otros de escasa significación entre los votantes como puede ser Fuerza Nueva.
La carrera por conseguir los más importantes puestos gubernativos empieza con la formación del “Plenari de Parlamentaris”, que sería el encargado de confeccionar el proyecto de estatuto de la Comunidad Valenciana -País Valenciano decían absolutamente todos ellos- y la traición se consensua en contra del pueblo valenciano que asiste en parte -muy reducida por cierto- con estupor ante los tejemanejes de los politicastros sobre los que recayó esta tarea.
Es en ese momento cuando empiezan a sustanciarse los problemas que hasta el momento actual venimos arrastrando en esta tierra. Las componendas son incesantes e innumerables y las traiciones se producen entre todos los asistentes políticos sin exclusión de ninguno de ellos.
Han pasado más de treinta años y las consecuencias que para el Reino de Valencia tuvieron estas componendas son bien visibles: carecemos de un estatuto de comunidad histórica; carecemos de una denominación para nuestra autonomía acorde con la realidad historica del Reino de Valencia; y aunque las demás señas de identidad, como son la lengua, la bandera y el himno constan reconocidas en el estatuto en la práctica éstas carecen de sentido puesto que todos, absolutamente todos, los gobiernos que han pasado por la Comunidad se han vendido al catalanismo.
Esta traición fue practicada por el PSOE, siguiéndole el PP y también aquel partido que se denominó UV cayó en la tentación del poder y, aliado con el PP, consistió que nuestras señas de identidad fueran vendidas a cambio de las migajas con que fueron recompensados. Posteriormente, como “Roma no premia a los traidores”, cayeron en desgracia y fueron barridos del espectro político, no sin antes haber traicionado a todos aquellos ciudadanos que confiamos en su ideario valencianista, de los que se sirvieron para alcanzar sus fines políticos.
Hay estamos gobernados por el PP con mayoría absoluta y su traición a nuestras señas de identidad es incluso más manifiesta que con el PSOE. Estos no llegaron a oficializar el catalán en la administración y centros de enseñanza, aunque en la práctica el idioma valenciano estaba catalanizado, pero aquellos, por medio de cartagenero Eduardo Zaplana, a la sazón Presidente de la Generalidad Valenciana, llegaron a un acuerdo con el gobierno catalán de Jorge Pujol para crear la Academia Valenciana de la Lengua, compuesta por veintiún académicos catalanistas a los que se les encargó la misión de convertir nuestra ascentral lengua valenciana en el puro y duro dialecto barceloní.
Pero, concluyendo, ¿Quién tiene la culpa de que los políticos valencianos hagan lo que quieran con la confianza que se les ha depositado en las urnas?. Sencillamente la mayoría del pueblo valenciano que pasa totalmente de todas las componendas políticas y que consiente, día a día, el que a sus hijos los estén catalanizando tanto en lo referente a su lengua materna, la valenciana, como con la tergiversación de nuestra historia y cultura, vendida al estrafalario proyecto de los Países Catalanes.
Somos un pueblo con mayoría de acomodaticios y ésta es la consecuencia de que nuestra autonomía no luche por la defensa de sus raíces históricas.
En la actualidad, los que sí comprendemos la gravedad de este pasotismo, somos pocos, muy pocos, cada vez menos, porque hemos tenido muchas bajas. Muchos que se han quedado por el camino por cuestiones de fallecimiento, vejez, salud, etc. Y algunos otros porque se han cansado de darse golpes contra la pared que representan las instituciones autonómicas vendidas tanto al catalanismo como al centralismo.
Hoy por hoy no tenemos un partido, ni fuerte, ni débil, que nos represente a los valencianistas y, a nosotros, sólo nos queda esperar dos situaciones: 1) Que aparezca un líder valencianista que cree un partido político valencianista que llegue a tener la fuerza suficiente para tratar de tú a tú a los centralistas y catalanistas y 2) Que nuestra juventud renazca de las cenizas valencianistas en que hoy se encuentra y consiga hacer cambiar la deriva genocida cultural a que el Reino de Valencia está abocado.