domingo, 9 de enero de 2011

LA EDAD MEDIA EN LA CORONA DE ARAGON (y IV)


Autor: Desconocido

Urgel, Cerdaña, Marca Hispanica


Si Urgel y Cerdaña vieron moros, fueron los que formaban los ejércitos invasores de Francia; la dominación musulmana no fué permanente ni estable en ellos; allí no hubo propiamente reconquista ni formación de núcleos nuevos; fueron los antiguos los que continuaron y sobrevivieron a la monarquía goda; a principios del siglo IX hay condes de Urgel y Cerdaña y se consagra la catedral de la primera.
De las tierras hoy catalanas, las que más sufrieron a consecuencia de la venida de los moros por su condición de tierras de paso fueron las comprendidas entre Lérida y Barcelona a lo largo de la vía romana que unía las dos ciudades, por Igualada y Martorell, y las situadas entre Barcelona y Gerona por el Vallés y falta oriental del Monseny.
Esta condicion de paso las asoló ya cuando entre 711 y 718 los musulmanes recorrieron la Península y obligaron a los señores territoriales o condes a someterse o acatar la soberanía de los valíes y emires y produciendo aquel asolamiento que reflejan los documentos posteriores relativos a la repoblación; además, estos desastres promovieron sublevaciones en cuanto aquellos ejércitos desaparecían. La historia no recuerda claramente a estos sublevados, pero conoce un Munuza alzado en Cerdaña, de acuerdo con Eudon, duque de Aquitania.
Una tradición muy vaga y confusa, cuyos orígenes no son conocidos, habla de un caudillo y doce barones, que como en otras partes de la cordillera marginal del norte de la Península dieron aquí el grito de independencia y restauración de la patria perdida. Como en Aragón y Navarra y Asturias, la imaginación de los cronistas ha exornado esa tradición con detalles icreíbles, convirtiéndola en historia. Pero si tal como la presentan los amañadores posteriores es inadmisible en absoluto, su fondo, su afirmación de que en el rincón montañoso que forman los Alberes y la sierra de Cadí se constituyó un núcleo de resistencia y ataque que organizó la tierra y fué, andando no mucho tiempo, un centro temible para los condados limítrofes sometidos a los musulmanes y más tarde a los francos, la historia debe reconocerlo y afirmarlo.
El empeño tenaz de Carlomagno y de su hijo Ludovico Pío de constituir en esa parte Estados bien organizados, que impusieran el orden y con él la terminación de las algaradas en país franco, manifiesta bien a las claras que tal estado de confusión existía. Porque sólo a esto y sólo por esto vinieron los francos a las tierras de aquende el Pirineo.
Los mismos sometidos a los valíes sentían la necesidad de un gobierno que pusiera fin a las revueltas.
Las constantes sublevaciones de Zaragoza, Lérida y Barcelona demuestran la intranquilidad; el acuerdo entre los gobernadores de esas ciudades y Carlomagno, que motivó la venida de este emperador a Zaragoza, evidencian que los propios musulmanizados deseaban salir de la opresión musulmana.
Pero tan natural como ese deseo de paz era el de vivir independientes y, sobre todo, el de no caer bajo la dominación de los francos. La condición de frontera había hecho sufrir a estos pueblos en las guerras de godos y francos mucho más que a los de la España central y la Bética. Durante dos siglos y medio todas estas comarcas cispirenaicas habían estado en armas contra los merovingios, resistiendolos dentro de sus términos o atacándolos en los de ellos; se había formado una tradición de odios y rencores como se formó durante la dinastía austríaca, y esta tradición no podía desaparecer en un momento ni menos el odio convertirse en amor.
De aquí las vacilaciones del régulo zaragozano y la existencia de un partido nacional que proclamaba la independencia del país con respecto a cordobeses e imperiales. Pero como el estado de confusión no cesaba y no se veía su fin, de aquía también la tenacidad de Carlomagno por establecer Estados barreras que libraran las Galias de las perturbaciones consiguientes.
Despues de lo de Roncesvalles hizo Carlomagno un reino de Aquitania, del cual proclamó rey a su hijo Luis; tenía por fin esta creación dominar Roncesvalles y por tanto los vascones; el dominio de los valles franceses trajo como consecuencia el de los españoles, y para completar la constitución de este Estado barrera envió tropas a la actual Cataluña, las cuales, en 785, conquistaron Gerona, motivando una contraofensiva musulmana que llego hasta Tolosa (793). Ludovico Pío vino en 798 a organizar los territorios y estableció un conde en Vich, con el título de condado de Ausona; el objetivo de los francos era, sin embargo, Barcelona: el gobernador de ésta, Zeid, que había prometido entregarla, o se retractó o no pudo cumplir su promesa; entonces se pensó formalmente en conquistarla y en el año 801 se organizó la expedición, que al cabo de siete meses de asedio se apoderó de la ciudad.
Acomodandose a los usos tradicionales, Ludovico hizo un condado de la tierra de Barcelona, que encomendo a Bera, sin duda un noble indigena, ya fuese del propio condado o de los franceses, pues la nacionalidad de los de uno y otro lado del Pirineo no la rompieron ni la invasión musulmana ni la franca.
Ludovico fundó también el marquesado de Gotía, que comprendía la Septimania, la Galia gótica y el condado de Barcelona, reconociendo así la indisolubilidad de las tierras que fueron de los godos en ambas vertientes, y como afirmando el hispanismo de los de allende nombró marqués al Bera investido con el condado de Barcelona.
Mas éste, inspirándose en las tradiciones de independencia respecto de los francos, propias de la gente de cuyo gobierno estaba encargado, se proclamó independiente y, vencido, fue depuesto.
Las vicisitudes del Imperio en tiempo de Ludivico Pío y de Carlos el Calvo repercutieron en el marquesado de Gotia y condado de Barcelona; en 865 se separaron ambas entidades políticas, Septimania y Marca Hispánica, siendo el primer marqués el que era conde de Cerdaña, llamado Salomón. A éste sudeció Vifredo el Velloso, nieto de Aznar Galindo e hijo de Sunifredo, conde de Urgel y de Cerdaña; en estos condados había sucedido a su padre el hermano de Vifredo, Mirón.
Desde luego son de notar dos hechos, uno geográfico y otro cronológico: reaparecen las antiguas comarcas ibéricas: vascones, jacetanos, ilergetes, cerretanos, indiketes, layetanos, ausonenses, unos con los nombres tradicionales, otros con modernos, pero correspondiendose las comarcas naturales.
Todos surgen contemporáneos: al mismo tiempo se hallan reyes de Navarra, condes de Aragón, de Ribagorza y Urgel, Cerdaña, Ampurias, Gerona y Barcelona, y para que el hecho cronólogico resalte más, contemporánea de la independencia de los reinos y condados pirenaicos es la del condado de Castilla.
Declaran ambos hechos que las tradiciones ibéricas no se habían olvidado, pero que en el Pirineo persistía el recuerdo de la unidad política de todos esos pueblos y de su independencia del país franco; su acción común contra las tierras del Ebro demuestra la persistencia del recuerdo de esa unidad y el propósito firme de restaurarla.

No hay comentarios: