jueves, 20 de enero de 2011

EL CONSEJO GENERAL


APUNTES HISTÓRICOS SOBRE LOS FUEROS DEL ANTIGUO REINO DE VALENCIA

Autor: Vicente Boix
Valencia 1855



El Consejo General



Valencia tenía en este cuerpo deliberativo un verdadero Senado, y así lo denominan las inscripciones y títulos latinos de nuestros buenos tiempos.
Su elección era estrictamente popular, tomando en ella parte todos los gremios u oficios de que hemos hecho mérito poco antes. Era de derecho el cuerpo consultivo de los Jurados; intervenía en todos los negocios administrativos y económicos de la capital; era el defensor nato e incorruptible de los Fueros, y por consiguiente de la libertad del país; se entendía con el Rey directamente; nombraba representantes cerca de la Corte, para proteger la inviolabilidad de nuestros privilegios; servía de mediador entre el Rey y el pueblo, como los Éforos de Esparta, como el Gran Justicia de Aragón; decidía las dudas que ocurrían, con respecto a la inteligencia de un Fuero; promovía las obras públicas; fijaba los presupuestos; designaban el número de tropas que debían concederse a los Reyes en casos de guerra; concedía o negaba los donativos que exigían los Monarcas; concedía pensiones; publicaba las leyes sumptuarias; resolvía las grandes cuestiones civiles durante las circunstancias de peligro: en una palabra, era la verdadera representación del orden, de la legalidad, de la justicia, de la libertad y de la independencia.
Su honradez, su carácter y su ilustración eran tan respetadas, que de este cuerpo salían los ciudadanos que enviaba Valencia con mensages especiales a los Reyes, Papas, Príncipes y altos personages.
En 1269 Jaime I consultó a cinco ciudadanos sobre la espulsión de los moros.
Francisco, Fluviá y Bernardo Abellón formaron parte del Consejo del Infante D. Martín, Duque de Montblanch, en su espedición a Sicilia en 1391.
D. Pedro de Luna, o sea el Papa Benedicto XIII, vino desde Francia a Valencia en 1399 acompañado de Juan Despont, Luis Galván y Guillem Ferriol.
Para tratar de su renuncia al papado, fue diputado también a Peñíscola por el Consejo General Ponce de Espont.
Jaime Artés, mayor, y Jaime Artés, menor, con quince ciudadanos más fueron enviados por la ciudad en 1336 a cumplimentar a D. Pedro IV de Aragón.
El Rey D. Martín vino a Valencia acompañado por sus representantes Micer Zacra, Micer Torres y Bernardo Conill.
En las bodas que celebró el mismo Infante D. Martín en Perpiñán con la Infanta de Francia, representaron a Valencia Pedro Marrades y Jorge Juan.
Los libros del Consejo ofrecen otros infinitos ejemplos de la importancia que se daba, a sus ciudadanos.
En los mensages que se elevaban al Rey, interviniendo los nobles y los ciudadanos, éstos eran los primeros en dirigir la palabra al Soberano. Y como si todas estas distinciones no fueran bastantes para dar importancia a este cuerpo municipal, humillando a sus miembros, artesanos unos, y personas científicas otros; cuidaba escrupulosamente el Consejo de impedir el esceso del lujo en las altas clases.
De aquí las sencillas y a la par que admirables leyes sumptuarias que emanaron del Consejo, y que se conservan escrupulosamente en el archivo de nuestro Ayuntamiento.
En 1375 estableció el Consejo que ninguno pudiera vestir de luto llevando paño negro (era un esceso de lujo), sino por padre o madre, muger o hermano, bajo la pena de perder los vestidos. »Si e1 Almotacén (Mustazaf), añade el bando, descuidara la observancia de esta disposición, condonando la multa a los infractores, debía abonarlo de su propio dinero."
En 1261 se mandó que para evitar gastos inútiles, los padrinos sólo pudieran regalar medio florín a sus ahijados, cualquiera que fuese su categoría.
En 1370 se negó el Consejo a regalar cosa alguna al poderoso Duque de Montblanch, con motivo de su casamiento, para no dar lugar al lujo, que condenaban severamente los Fueros.
En 1382 mandó el mismo Consejo, que ninguno usara en sus vestidos adornos de oro, sino simplemente de seda, disponiendo que el contraventor fuera despojado en público de su vestido. La primera que incurrió en esta multa fue Doña Blanca, muger del noble D. Pedro Sánchez de Calatayud.
En 1345 se dispuso que las colas de los vestidos de las señoras sólo tuvieran tres palmos de caída: en 1397 se prohibió el uso de la volatería en las bodas y torna-bodas.
Alfonso III, a instancias del Consejo, prohibió llevar tapines que no fueran de piel o de oropel, sin fleco alguno, añadiendo que los vestidos de las damas no debían llegar al suelo.
En 1412 se prohibió la espendición de vinos estrangeros, hasta que vendieran cada año los suyos los cosecheros de Valencia.
¿Quién hizo inútiles estas leyes espartanas? La corte de los Felipes. ¿Dónde buscaron las artes su desarrollo? En los templos, en los monumentos, en las armaduras, en la religión, en la gloria y en el valor.
En una palabra, el Consejo General de Valencia defendía al Rey de la licencia del pueblo; contenía al pueblo de los escesos de su libertad.
Según los Fueros todo viagero, moro, judío, de cualquiera religión, lengua y trage, podía transitar libremente por el reino, sin llevar documento alguno.
Los moros se reunían libremente en sus aljamas; el pueblo cristiano en sus iglesias; el judío en sus mercados. He aquí la libertad de conciencia.
La libertad del pensamiento era tan espedita como la libertad política.
Plácenos citar con este motivo una nota que debemos al ilustrado bibliógrafo D. Pedro Salvá.
El Cancionero general, impreso en Valencia en 1511 por Cristóbal Kofman, contiene composiciones escesivamente libres.
El mismo Cancionero se reimprimió en 1514 por Jorge Costilla, con la adición de varias obras de burlas, en las que figura el pleito del manto, obscena en demasía.
Todas las poesías eróticas de esta colección se publicaron en un tomo por separado, con el título de Cancionero de obras de burlas provocantes a risa, que imprimió Juan Viña, en 1519, añadiendo en este volumen una especie de poema, con el título de Caragicomedia. El título indica bastante la obscenidad de esta producción; no se conoce nada en ninguna lengua, aun incluyendo los sonetos de Aretino, que le aventaje en cinismo e impudencia.
Las tres comedias Thebayda, Serafina e Hipólita, dadas a luz por el impresor Jorge Costilla en 1511, son otras tantas pruebas de la libertad con que se escribía e imprimía en aquellos tiempos. Moratín califica la Hipólita de farsa indecente, y de la Thebayda dice, que ni es menos larga que la Celestina, ni más honesta que ella.
La farsa a manera de tragedia como pasó de hecho de amores, impresa también en Valencia en 1507, está llena de diálogos y escenas atrevidas. Lo más notable es, que tanto esta pieza como la Serafina e Hipólita se escribieron indudablemente para ser representadas.
La libertad de imprimir se estendía también hasta los asuntos eclesiásticos, y aun a los de fe, como lo prueba el Tratado de las formas que se ha de tener en la celebración del general Concilio, y acerca de la reformación de la iglesia, por el Dr. Guerrero, impreso en la ciudad de Valencia por Francisco Díaz Romano, al Molí de la Rovella. Acabóse a 29 de Abril de 1536. Este libro sobre la reforma de la iglesia española es de suma rareza.

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