domingo, 9 de enero de 2011

APUNTES HISTÓRICOS SOBRE LOS FUEROS DEL ANTIGUO REINO DE VALENCIA (I)


Autor: D. Vicente Boix
Valencia 1855


Dedicatoria
Al excelentísimo señor D. Francisco Serrano y Domínguez, Teniente General de los ejércitos nacionales, director general de artillería, etc.
Dígnese V. E, mi respetable amigo, aceptar este humilde recuerdo de mi cariño y particular estimación. He procurado levantar otro monumento, siquiera sea rústico, a las glorias de mi patria; y he escrito en su pobre pedestal el ilustre nombre de V. E.
Lejos del ruido y en mi oscura soledad he trabajado esta obra. ¿Por qué no he de sacrificar toda mi existencia a la penosa tarea de mostrar al mundo lo que fue Valencia en los días de su libertad? Ella ha sido siempre mi admiración: fijos ojos en su antigua grandeza, he cantado sus glorias; y sentando al pie de aquellos escombros góticos, he visto pasar por delante de mí unos en pos de otros los amigos y enemigos: aquellos me han olvidado; éstos me han despreciado. En mi corazón no hay más ambición que la gloria de mi idolatrada Valencia.
Me he encerrado en sus jardines, y por lo mismo no alcanza más allá el eco de mi voz. Sólo me conocen sus flores y sus brisas, sus hijos y sus apasionados.
Si este escrito, pues, no da a V. E. la celebridad que han conseguido otros autores afortunados, será al menos una prueba de mi amistad; inútil, si se atiende a mi persona; sincera y grande, si se aprecia la extensión de un alma agradecida.
Esta obra es un harapo; pero pertenece al rasgado manto de un gran pueblo. Este pueblo y unos pocos amigos formarán siempre mis delicias. Por amistad y gratitud presente a V. E. esta pequeña ofrenda: la voluntad es inmensa; pero mi talento no alcanza más.

V. Boix.

Valencia 26 de Febrero de 1854.

Introducción
Qué resta ya del antiguo régimen foral del reino de Valencia? El tribunal de los Acequieros, o de las aguas; algunas costumbres populares; restos de trajes en nuestros labradores, y nada más. Todo ha ido desapareciendo desde que Felipe V abolió despóticamente la libertad de Valencia. La obra del gran Rey aragonés Jaime I fue destruida por el Rey francés Felipe de Anjou.
La centralización exagerada de nuestros días ha dado el último golpe a la exigua independencia que disfrutaban todavía nuestras Municipalidades. Las provincias no son ya más que unas colonias desgraciadas: envían al corazón su sangre, sus riquezas, su historia; la vida va de los extremos al centro: en cambio recibimos la Gaceta.
La centralización ha cogido todos los hilos de la administración pública; ha concentrado en unas pocas manos todos los intereses, todas las ambiciones, todas las esperanzas y todos los vicios. El egoísmo sigue presidiendo este sistema; ¡época de cábala y de agiotaje! Es horrible el despotismo que en el día se oculta bajo la máscara de lo que llaman Estado, a quien nadie conoce, y que hace sentir su tiranía, sin que podáis herirle en un costado. Comprendo el Estado bajo el cetro de Felipe II y de Carlos III; pero no lo hallo sobre el bufete de una turba de privilegiados. ¿Dónde está la Nación? Si la Nación es el Estado, ¿cuándo, en dónde, cómo se encuentra representada?
Leyes, costumbres, tradiciones, dignidad, independencia; todo ha desaparecido en el fondo de esa laguna, llamada centralización; en ella se ha confundido todo; y se va devorando silenciosamente la vida nacional.
Antes que Valencia, pues, acabe de perder los miserables restos de su pasada grandeza, antes de que veamos absorbidos, hasta los pergaminos de nuestros archivos, puestos a merced del Estado; antes que desaparezca la generación, que conserva todavía algún recuerdo de la pasada libertad, de amor patrio y de doradas ilusiones en el porvenir; y antes en fin de que se nos obligue, a callar para siempre al pie de las glorias destrozadas de nuestros abuelos, me apresuro a levantar de su sepulcro gótico la olvidada majestad de nuestra antigua dignidad foral.
Pocos conocen sus formas severas; pocos aprecian, su ropaje, hoy carcomido y casi pulverizado. Ese cadáver, vuelto a la vida, no arrancaría un grito de entusiasmo: pobre, esa reina de la libertad antigua, no conserva ni aun el sudario. Su aspecto espartano haría reír a los grandes políticos de nuestra moderna especulación.
Sirve de consuelo, sin embargo, que el pueblo no ha renegado aún de su instinto patrio, llamado ahora con desdén provincialismo; mejor para él: así al menos tiene un porvenir. Estamos sirviendo a un gran convite: esclavos o domésticos, pagamos los placeres y servimos a la mesa.
Yo contribuiré con todas mis fuerzas a conservar al menos el de Valencia en esa santa senda de sus útiles tradiciones, y voy a presentar su antigua Constitución foral con menos erudición que D. Lorenzo Mateu; pero con verdad, con fe, con esperanzas. Si algún día recobrase mi país su antigua libertad, sin perder por eso su parte en la monarquía española, quisiera que alguno se acercara a mi sepulcro, y bendijera los humildes esfuerzos que he hecho por la gloria de Valencia.
Se han acumulado sobre nosotros sistemas sobre sistemas. ¿Se ha fijado por eso el destino de nuestra España? Que respondan los partidos militantes. Los viejos dicen que es preciso volver a abrir el libro de nuestras leyes monárquicas. En ese caso ¿nos será permitido decir con un escritor americano: »lo viejo se ha hecho para los esclavos?" Sin entrar en el fondo de sus sistemas, preguntaría yo: Si todo ha concluido ya, si la acción divina permanece inmóvil, ¿por qué se levanta todavía esa nueva generación que está ahora llamando a las puertas de la vida? ¿Por qué ha salido de la nada? ¿Dónde estaba hace veinte años? ¿Qué viene a hacer aquí? ¿Qué pretende? ¿Llega acaso sin misión y sin vocación? Yo creo que viene a realzar un pensamiento, como cada generación ha realizado el suyo. ¿Qué importa que la antigüedad, la edad media, el feudalismo, los tiempos modernos, Napoleón y las invasiones de 1808 y 1823 hayan precedido a su cuna? El balumbo de los tiempos pasados no les impedirá que entre en la vida con la frente levantada. ¿Por qué su sangre ha de correr con menos rapidez por sus venas, que en los tiempos de Pedro IV, de Alonso V, de Carlos III, y de las gloriosas luchas contra la tiranía? Cada generación ha dejado su obra antes que la actual. Al hallar la tierra, les han dicho los viejos: »Haced como nosotros; el mundo es viejo. Roma, Byzancio, el Egipto, pesan sobre nuestras cabezas; el siglo de Carlos III lo ha escrito todo. La iglesia de GregorioVII ha murado sus puertas; todo está hecho; llegáis demasiado tarde; encerraos con nosotros en el sepulcro de la eternidad."
Pero los jóvenes, por el contrario, sintiendo el impulso del que les envía, contestan interiormente con un solemne mentís a ese pretendido cansancio del espíritu creador. Pasan las generaciones, y al pasar no disminuye por eso la copa de la vida que beben unas en pos de otras: cada hombre que viene al mundo, está destinado a ser el rey y no el esclavo de lo pasado.
¿Por qué arrojo yo, pues, esta crónica olvidada de mi patria en medio de la actividad del mundo actual? Para que se vea, para que se estudie, para que se aprecie, si vale; y en este caso se conceda una memoria a la época gloriosa de otra libertad. Yo bien sé que la sociedad actual apenas se digna creer ni esperar; sé que se levantan las contradicciones a cada paso, y que esa misma sociedad nos comunica su prematura vejez. Los que han pasado tienen razón en quererse detener, porque han visto cosas grandes, y su curiosidad se halla satisfecha. Pero nosotros ¿qué hemos visto? Tres Constituciones destrozadas. No importa: tres ensayos de la verdad en la vida humana, no bastan para conocerla. Tomad de mi libro lo que fuere bueno: si nada vale, olvidadle, y estimad mi sana intención.

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