martes, 25 de enero de 2011

LA DEMOCRACIA LIBERAL FRENTE AL ESTADO SOCIAL DE DERECHO


Autor: Juan Ferrando Badia (q.e.p.d.)


La reforma y crisis de la democracia liberal comporta la integración de un vasto contenido social, que ha transformado al "Estado liberal de Derecho", en "Estado social de Derecho". Paralelamente, y en lo político, al formalismo clásico ha venido a sumarse una mayor consistencia en la realidad política no codificada, en aquella que sale del mero marco constitucional aunque éste también sea adecuadamente reformado. Las democracias fuertes del Occidente existen gracias a su estabilidad social. Las posibles democracias fuertes de los países afroasiáticos, latinoamericanos y de algunos países europeos han de acelerar las reformas estructurales a fin de encontrar también las bases para una comunidad política efectiva.
Las consecuencias de la crisis de la doctrina liberal han acentuado una compleja evolución en las libertades públicas. La crítica marxista y la aparición del proletariado ejercieron ya una decisiva influencia en la transformación de su concepto. Frente a unas libertades formales la crítica, marxista propuso unas libertades materiales.
El liberalismo proclamó -decía la crítica marxista- unos derechos políticos que no fueron efectivos porque carecían de respaldo económico. El problema de las relaciones entre libertades públicas y libertad económica surgió inevitablemente cuando el proletariado adquirió la ciudadanía activa por la extensión del sufragio universal. Sin embargo, no pudo ejercerla libremente por sus condiciones especiales de vida. El proletariado, a mediados del siglo XIX, se hallaba políticamente liberado, pero encadenado económicamente.
Sus libertades constitucionales eran tan sólo virtuales, no reales. Para superar esta contradicción surgieron movimientos políticos en el seno de las democracias liberales, como el laborismo, la social-democracia, la democracia cristiana..., que, superando el liberalismo clásico, defendieron la intervención del Estado en materia económica, para que éste removiese los obstáculos de índole económica y social que limitando de hecho, la libertad e igualdad de los ciudadanos, impedían e impiden el pleno desarrollo de la persona humana y la efectiva participación de todos los trabajadores en la organización económica, social y política del país.
Las libertades liberales -como ha precisado Duverger-, se transformaron así en dos sentidos: en primer lugar se limitó la libertad económica como garantía de las libertades políticas, y, en segundo lugar, las libertades públicas ampliaron aún más su campo con el desarrollo de los derechos económicos y sociales. Estos derechos son para asegurar a todos los ciudadanos las condiciones materiales que les permitían ejercer la libertad.
Se pasó así del Estado gendarme de los liberales al Estado social de Derecho, al Welfare State. La preocupación actual de las llamadas democracias clásicas consiste, pues, en la realización del principio de igualdad, especialmente en el campo económico-social, para poder llegar a que todos disfruten de una efectiva libertad.
La difusión de la democracia social-marxista, después de la última guerra mundial, ha ejercido, desde este punto de vista, una benéfica influencia en las democracias políticas o formales en cuanto que las ha empujado a perfeccionarse, no preocupándose solamente ya, como en el siglo pasado, de la realización del principio político-teórico de la libertad, sino acentuando cada vez más la intervención del Estado para conseguir una mayor y adecuada igualdad económico-social, base indispensable para el disfrute de las libertades públicas.
Los actuales regímenes social-democráticos occidentales han permitido desarrollar un programa social cada vez más avanzado, en contraste con los principios decimonónicos de no intervención en materia económica. De aquí el avance de la socialdemocracia en Europa. Frente al Estado abstencionista, estamos hoy en presencia de un Estado intervencionista que también está ya en abierta crisis.
Ciertamente, no se necesita ser marxista para constatar que la democracia clásica es una democracia formal en el sentido de que, mientras perdure la existencia de la propiedad privada de los medios de producción en su modalidad actual, el Estado continuará siendo un instrumento de explotación en manos de la burguesía y las libertades declaradas en la Constitución serán también formales en cuanto el proletariado no podrá ni realizarlas, por falta de medios, ni competir con los capitalistas.
En el régimen capitalista, la democracia no puede ser más que formal y encubre -como expone N. Pulantzas-, en realidad, la monopolización del poder por la clase burguesa.
Los partidos políticos impulsados por las corrientes doctrinales e ideológicas en boga, han logrado, unas veces, reformar las estructuras económicas, sociales y también la estructura institucional de la democracia liberal para adecuarla a las exigencias sociales planteadas por el proletariado y, otras, han conseguido (aun respetando formalmente la estructura política democrático-liberal) que su ideología progresista se tradujera, desde las instituciones gubernamentales, en leyes o en decisiones de gobierno.

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