jueves, 22 de octubre de 2015

LA DEFINITIVA SENTENCIA DEL SUPREMO



Por: Ricardo de la Cierva

Otro político muy original, el presidente de las Cortes va­lencianas, António García Miralles, declaraba (Información, 16 de noviembre de 1986): «Hay que dejarse de banderitas y de invasiones catalanas y hablar de los duros.» Pero el frente pancatalanista no se rindió ante la sentencia de la Audiencia, y organizó una manifestación «para la normali­zación del uso del catalán en la universidad», con el apoyo informativo de E1 País (19 de noviembre de 1986), mien­tras la Universidad de Barcelona expresaba su solidaridad con el rector Lapiedra en un comunicado por el que pedía la intervención de las demás universidades españolas y ca­lificaba la decisión de la Audiencia como «grave atentado a los derechos fundamentales de los pueblos» (Las Provin­cias, 25 de noviembre de 1986). Otra manifestación más radical llamaba fascistas a los magistrados que dictaron la sentencia; y renegaba del valenciano al pedir la ense­ñanza en catalán (Las Provincias, 20 de noviembre de 1986). Temeroso de que alguien pudiera desplazarle por la izquier­da, el vicerrector Guía presentó su famoso libro Digueu-li Catalunya (ya por la cuarta edición), en el que incluía a Valencia como parte de la «Catalunya Sud»), además de hacerse la víctima ante las amenazas de los alumnos de ultraderecha (Diari de Tarragona, 15 de noviembre de 1986). Arreciaba en Valencia y en Cataluña la campaña contra la Audiencia; toda clase de entidades satélites y de mani­festaciones se encrespaban contra ella. Para el 20 de di­ciembre del 86 se organizaba una gran manifestación a la que concurrieron bastantes catalanes de Cataluña, en auto­cares facilitados por los promotores según las más depu­radas técnicas del abominado franquismo. La organización extremista Crida a la Solidaritat se encargó de atizar la propaganda (Las Provincias, 18 de diciembre). Veinte mil personas, en efecto, se reunieron en una manifestación «cuya cola iba custodiada por facinerosos enmascarados, o encapuchados armados de gruesos palos y gases lacri­mógenos» (Las Provincias, 21 de diciembre de 1986) con participación de terroristas y la extrema izquierda en ple­no. La manifestación provocativa no logró sus propósitos y circuló entre la más absoluta indiferencia de los valen­cianos, que habían decidido no reaccionar ante los insul­tos, que se prodigaron, y otros disparates.

No sirvió de nada. En la primavera de 1987 el Tribunal Supremo ratificaba la sentencia de la Audiencia valencia­na y quitaba de nuevo la razón a los pancatalanistas. El rector Lapiedra emitía un largo e inútil lamento indio en las columnas cómplices del diario gubernamental español (19 de junio de 1987) con las firmas adicionales de otros rectores de universidad; una vez más emerge la capacidad para el entreguismo, el taifismo y la manipulación de algunos intelectuales españoles, incapaces de dar un puñe­tazo sobre la mesa cuando se les proponen bobadas dema­gógicas. Alternativa Universitaria celebró radiante, en Madrid, su nueva y definitiva victoria, sin olvidar que el frente antivalenciano, pese a su dura derrota, se preparaba nuev­amente para la guerra.



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