Por: Ricardo de la Cierva
Otro político muy
original, el presidente de las Cortes valencianas, António García Miralles,
declaraba (Información, 16 de
noviembre de 1986): «Hay que dejarse de banderitas y de invasiones catalanas y
hablar de los duros.» Pero el frente pancatalanista no se rindió ante la
sentencia de la Audiencia, y organizó una manifestación «para la normalización
del uso del catalán en la universidad», con el apoyo informativo de E1 País (19 de noviembre de 1986),
mientras la Universidad de Barcelona expresaba su solidaridad con el rector
Lapiedra en un comunicado por el que pedía la intervención de las demás
universidades españolas y calificaba la decisión de la Audiencia como «grave
atentado a los derechos fundamentales de los pueblos» (Las Provincias, 25 de noviembre
de 1986). Otra manifestación más radical llamaba fascistas
a los magistrados que dictaron la sentencia; y renegaba del valenciano
al pedir la enseñanza en catalán
(Las Provincias, 20 de noviembre de 1986). Temeroso de que alguien
pudiera desplazarle por la izquierda, el vicerrector Guía presentó su famoso
libro Digueu-li Catalunya (ya por la
cuarta edición), en el que incluía a Valencia como parte de la «Catalunya
Sud»), además de hacerse la víctima ante las amenazas de los alumnos de
ultraderecha (Diari de Tarragona, 15 de noviembre
de 1986). Arreciaba en Valencia y en Cataluña la campaña contra la Audiencia;
toda clase de entidades satélites y de manifestaciones se encrespaban contra
ella. Para el 20 de diciembre del 86 se organizaba una gran manifestación a la
que concurrieron bastantes catalanes de Cataluña, en autocares facilitados por
los promotores según las más depuradas técnicas del abominado franquismo. La
organización extremista Crida a la
Solidaritat se encargó de atizar la propaganda (Las Provincias, 18 de diciembre). Veinte
mil personas, en efecto, se reunieron en una manifestación «cuya cola iba
custodiada por facinerosos enmascarados, o encapuchados armados de gruesos palos
y gases lacrimógenos» (Las
Provincias, 21 de diciembre de 1986) con participación
de terroristas y la extrema izquierda en pleno. La manifestación provocativa
no logró sus propósitos y circuló entre la más absoluta indiferencia de los
valencianos, que habían decidido no reaccionar ante los insultos, que se
prodigaron, y otros disparates.
No
sirvió de nada. En la primavera de 1987 el Tribunal Supremo ratificaba la
sentencia de la Audiencia valenciana y quitaba de nuevo la razón a los
pancatalanistas. El rector Lapiedra emitía un largo e inútil lamento indio en
las columnas cómplices del diario gubernamental español (19 de junio de 1987)
con las firmas adicionales de otros rectores de universidad; una vez más emerge
la capacidad para el entreguismo, el taifismo y la manipulación de algunos
intelectuales españoles, incapaces de dar un puñetazo sobre la mesa cuando se
les proponen bobadas demagógicas. Alternativa Universitaria celebró radiante,
en Madrid, su nueva y definitiva victoria, sin olvidar que el frente
antivalenciano, pese a su dura derrota, se preparaba nuevamente para la
guerra.
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