martes, 21 de diciembre de 2010

LA TERCERA CRUZADA (I)


La relación entre los dos Emperadores Romanos, Isaac II y Federico I Barbarroja, no era muy buena. Isaac II había ayudado a las ciudades italianas en su rebelión contra Federico I, por lo que la presencia alemana en Constantinopla podía ser muy conflictiva. Isaac II decidió que entre Federico I y Saladino prefería al segundo, y le propuso una alianza al musulmán. Sin embargo Saladino la rechazó. Se sentía lo suficientemente poderoso como para no necesitar alianzas. Por su parte, cuando Federico I pasó por Bulgaria, en 1190, los hermanos Asen le propusieron una alianza contra el Imperio Bizantino. El Emperador se sintió tentado, pero era ya mayor y tenía prisa por conquistar Jerusalén. Era el toque publicitario que necesitaba para limpiar la imagen del Sacro Imperio Romano, manchada por los años de lucha contra el Papado. Esto no impidió a los búlgaros derrotar a los bizantinos en Berroia.
Cuando los dos Emperadores se encontraron, Isaac II se sometió en todo a Federico I excepto en que no le reconoció su título imperial. Le prometió provisiones y todo tipo de apoyo y lo embarcó rápidamente hasta Asia Menor. Los cruzados arrebataron la ciudad de Konya al sultán de Rum Kiliç Arslán II, pero ahí termino la aventura alemana: Federico I murió mientras se bañaba en el río Calicadnus, como consecuencia de una crecida repentina. Su ejército se disolvió y cada cual volvió a Alemania como pudo.
Mientras tanto el derrocado rey de Jerusalén, Gui de Lusignan, llevaba ya unos meses asediando la ciudad de San Juan de Acre. Ese año murió su esposa Sibila.
Federico I Barbarroja fue sucedido por su hijo Enrique VI, que en 1191 marchó a Roma para hacerse coronar Emperador. No lo coronó Clemente III, pues había muerto a principios de año, sino su sucesor, Giacinto di Pietro di Bobone, que, a sus ochenta y cinco años, adoptó el nombre de Celestino III. Luego Enrique VI tuvo que volver precipitadamente a Alemania, pues Enrique el León había organizado una nueva revuelta apoyada por muchos de sus poderosos familiares, los güelfos. Ese año murió su hermano Federico VI, el duque de Suabia, y el título pasó a su otro hermano Conrado, el duque de Rothenberg. El matrimonio entre éste y Berenguela, la hija de Alfonso VIII de Castilla, fue anulado.
El rey Ricardo I Corazón de León, en su travesía por mar hacia Tierra Santa, había hecho una escala en el reino de Navarra, donde se le había unido Sancho, el hijo del rey Sancho VI, y su hermana Berenguela, con la que se comprometió. Luego se encontró en Sicilia con Felipe II de Francia. Allí se peleó con el rey Tancredo. Felipe II intervino en la querella y se pelearon los tres. Así afloraron las desconfianzas y recelos entre los dos reyes que, mientras les había convenido, habían pasado por amigos y aliados. Ricardo I decidió anular su compromiso de casarse con Inés, la hermana de Felipe II, viuda del Emperador Andrónico II y que seguía en Constantinopla. Finalmente se firmó un tratado con Tancredo, pero resultó que éste ofendía al Emperador Enrique VI, que aspiraba al trono siciliano en virtud de su matrimonio con Constanza.
Esto no preocupó a los dos reyes cruzados, que continuaron su travesía por el Mediterráneo. Felipe II llegó a Tierra Santa el 20 de abril, mientras que Ricardo I se entretuvo conquistando Chipre a su gobernador bizantino (que se había independizado de Constantinopla poco antes). Cuando la tuvo en su poder se la vendió a los Templarios. Allí se casó con Berenguela. Luego prosiguió su viaje y en junio se reunió de nuevo con Felipe II. La situación que se encontró fue la siguiente: Muchos de los nobles del reino de Jerusalén habían dado la espalda al rey Gui de Lusignan al que responsabilizaban de los desastres del reino. Ofrecieron la corona a Manfredo de Toron, esposo de Isabel de Anjou, hermana del rey anterior, Balduino IV el leproso, así como de Sibila de Anjou, la difunta esposa del rey actual. Manfredo rechazó el honor y entonces los nobles se las arreglaron para disolver su matrimonio y casar a Isabel con Conrado de Monferrato, que había desembarcado en Tiro junto con Felipe II y tenía la fama de haber salvado Tiro del ataque de Saladino. Felipe II había aprobado todo esto, por lo que Ricardo I, al enterarse de los hechos, apoyó a Gui de Lusignan.
El conflicto no impidió que los cruzados se pusieran de acuerdo en acudir a San Juan de Acre, que llevaba ya dos años resistiendo el asedio. Las enfermedades estaban mermando a los dos bandos y todos estaban a un paso de ceder. La llegada de los refuerzos cristianos acabó con la moral de los asediados y en julio fue tomada la ciudad. Se produjo entonces un incidente que después tendría consecuencias importantes: en el ataque había participado el duque Leopoldo V de Austria, quien colocó su estandarte en una de las almenas, pero Ricardo I Corazón de León consideró que todo el mérito era suyo y ordenó quitarlo. Se cuenta que, cuando Leopoldo protestó, Ricardo I lo hizo callar a puntapiés.
Ricardo I propuso a Saladino la entrega de la población musulmana de la ciudad a cambio de unas reliquias que los musulmanes habían capturado un tiempo atrás. Saladino se demoró en su respuesta y Ricardo I ordenó que dos mil seiscientos prisioneros, hombres, mujeres y niños, fueran llevados a las murallas y ejecutados. Los hospitalarios trasladaron su sede central a San Juan de Acre. Allí se había formado el año anterior (entre las tropas que asediaban la ciudad) otra orden hospitalaria conocida como la Orden Teutónica, porque la fundó una colonia de mercaderes alemanes.
Ricardo I Corazón de León se encontraba en su elemento: dirigía, vociferaba, luchaba, y lograba que Felipe II quedara siempre humillantemente en un segundo plano. La salubridad de la zona mejoró, pero ambos reyes enfermaron y ambos se recuperaron. Sin embargo, Felipe II decidió aprovechar la enfermedad como excusa para volver a Francia, aunque dejó su ejército en Oriente y juró no atacar los dominios de Ricardo I. Éste proclamó sonoramente que la retirada del rey francés era una deserción cobarde y se convirtió en el líder indiscutible de la Tercera Cruzada.
Mientras tanto, Juan sin Tierra, rompiendo su juramento, dejó Irlanda y encabezó una revuelta de nobles normandos que depusieron al canciller William Longchamp. Lentamente trataba de maniobrar políticamente para ser aceptado como rey, pero, al inconveniente que suponía la fama que su hermano estaba adquiriendo en oriente, había que sumar que, aun en el supuesto de que Ricardo I muriera, Juan no era el heredero legítimo de la corona. Su difunto hermano Godofredo, el duque de Bretaña, había tenido un hijo llamado Arturo, que era el legítimo heredero de Enrique II, pero que fue pasado por alto en favor de Ricardo I porque en ese momento tenía tan sólo tres años de edad (ahora tenía cinco). Ricardo I, que no tenía hijos, había reconocido a Arturo como heredero.

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