Autor: Desconocido
Los reinos cristianos habían aprovechado la crisis del imperio almorávide para avanzar sus fronteras. Alfonso I de Portugal había instalado a los caballeros Templarios en el sur de su reino, y con su ayuda conquistó Lisboa. Luego fundó él mismo su propia orden de caballería, la orden de Avís, para combatir a los musulmanes, que seguía la regla del Císter. Alfonso VII de León y Castilla, junto con García V Ramírez de Navarra y Ramón Berenguer IV de Aragón y Cataluña tomaron Almería.
El rey de Mértola, ante las dificultades para mantener su independencia frente a los almorávides y las numerosas defecciones en su ejército, pasó a África y solicitó la ayuda del Califa almohade Abd al-Mumin. Éste acababa de tomar la ciudad de Marrakech y no dudó en pasar a Al-Ándalus, donde Alfonso VII trató de frenar su avance en alianza con ibn Mardanis y el rey almorávide Muhammad, de las islas Baleares. Los reyes cristianos habían aprovechado la crisis del imperio almorávide para avanzar sus fronteras.
En Oriente, el sultán selyúcida Sanyar sometió a vasallaje a los gaznawíes.
En Inglaterra murió Roberto de Gloucester, que era el principal apoyo con el que contaba Matilde para hacerse con la corona, así que no tuvo más remedio que resignarse y volver a Normandía. Es probable que su regreso fuera el principal acicate para que su marido Godofredo de Anjou se uniera al rey Luis VII en la Segunda Cruzada. Menos suerte tuvo el monarca francés, pues su esposa Leonor decidió que eso de la cruzada iba a ser sin duda un emocionante espectáculo en el que bravos caballeros combatirían con el corazón puesto en el amor de sus damas y que, por consiguiente, ella no podía perdérselo. Debió de ser digna de ver la cara que puso Luis VII cuando Leonor le anunció que ella también iba, y acompañada de toda su corte, claro. El rey no tuvo opción. Dejó como regente a su consejero, el abad Suger, y partió hacia oriente.
El atuendo de Godofredo de Anjou llamó la atención entre los cruzados. No era un traje lujoso, propio de su rango, sino un traje humilde de peregrino. Su sombrero estaba adornado por un sencillo ramito de retama (planta genet, en francés). Esto le valió el sobrenombre de Godofredo Plantagenet. Más aún, su familia, la casa de Anjou (o, con más perspectiva histórica, la primera casa de Anjou), pasó a ser conocida desde entonces como la casa de los Plantagenet.
El ejército de Conrado III partió también hacia Oriente, pero siguiendo un camino separado para evitar disturbios. Antes de partir el Emperador hizo que su hijo Enrique, de diez años, fuera nombrado Rey de Romanos. Ese mismo año murió su hermano, el duque Federico II de Suabia, que fue sucedido por su hijo Federico III Barbarroja.
Los dos ejércitos se encontraron en Constantinopla. El contacto con el Emperador Manuel I fue tenso, pues debemos recordar que los que llamamos Emperador Germánico y Emperador Bizantino se llamaban a sí mismos Emperadores Romanos, y ninguno de los dos reconoció el título del otro. Recíprocamente se consideraban el rey de los alemanes y el rey de los griegos. Pero los cruzados estaban en casa de Manuel I y éste les obligó a que reconocieran su superioridad con una serie de protocolos que para los occidentales resultaron humillantes.
Los cruzados se internaron en Asia Menor. Los turcos atacaron a los alemanes cerca de Dorilea, y el resultado fue una carnicería de la que pocos cristianos salieron vivos. Conrado III fue uno de los supervivientes y, tras una corta enfermedad, regresó a Constantinopla desde donde embarcó hacia San Juan de Acre, en el reino de Jerusalén.
Por su parte, los franceses siguieron la costa, para permanecer en territorio bizantino el mayor tiempo posible. Pero en enero de 1148, cuando se dirigían a la ciudad de Attalia, los turcos cayeron sobre ellos y también sufrieron muchas bajas. El propio Luis VII tuvo que subirse a un árbol y esconderse para salvar su vida. Al llegar a Attalia embarcó a su caballería y zarpó hacia Antioquía, adonde llegó en marzo. Su infantería continuó por tierra y sufrió nuevos ataques de los turcos, hasta que los supervivientes llegaron a Antioquía en junio. El príncipe Raimundo I de Antioquía instó a Luis VII a que atacara a Nur al-Din en Alepo, pero el rey francés debió de caer en la cuenta de que eso suponía enfrentarse una vez más a los turcos, por lo que llevó a la práctica un plan alternativo: llevó a su ejército a Jerusalén por territorio cristiano y allí sus hombres se dedicaron a orar y a visitar los santos lugares. La reina Leonor no tardó en hacerle observar a su marido que su actitud no era la propia de un heroico caballero, y que tenía que luchar.
Luis VII no pudo eludir el combate por más tiempo, pero eligió cuidadosamente el enemigo: en lugar de combartir a Nur al-Din, decidió enfrentarse con los únicos aliados turcos que tenían los cristianos: los damascenos, que eran débiles y resistían a Nur al-Din gracias al apoyo de los cruzados. Muchos nobles se sintieron indignados por esta decisión y se volvieron a Francia. El 24 de julio Luis VII puso sitio a Damasco, y la ciudad pidió ayuda a Nur al-Din. Tres días después, al saber que Nur al-Din se acercaba, los cristianos abandonaron el asedio y la ciudad se entregó al atabeg. Luis VII y Conrado III permanecieron unos pocos días más en Oriente y luego se volvieron a sus respectivas patrias dejando a los Estados Latinos en peor situación que antes de su llegada. La Segunda Cruzada fue una humillación para la cristiandad, para Bernardo y, sobre todo, para Luis VII.
El conde de Tolosa, Alfonso I Jordán, murió envenenado en Tierra Santa, sin haber logrado arrebatar el condado de Trípoli a Raimundo II. Fue sucedido por su hijo Raimundo V.
También murieron el conde Amadeo III de Saboya, que fue sucedido por su hijo Humberto III, y el conde Federico II de Zollern, que fue sucedido por su hijo Federico III.
El Papa Eugenio III pudo regresar a Roma de su exilio. Ese año concedió un hábito a los caballeros templarios: un manto blanco y una cruz roja. La orden se había extendido y enriquecido enormemente. Poseía una red de fortalezas en Palestina, y su fortuna la convirtió en una especie de banca para los peregrinos. En 1149, Nur al-Din venció y mató al príncipe Raimundo I de Antioquía. Dejó únicamente un hijo de cinco años, así que Antioquía quedó bajo el gobierno de su viuda Constanza.
Tasfin, el soberano almorávide, murió cerca de Orán mientras huía de los almohades. El único reducto de los almorávides en Al-Ándalus eran las Baleares. El rey Mohammed suscribió tratados comerciales con Pisa y Genóva que le permitieron reforzar su precaria situación. El rey Roger II de Sicilia dirigió un ataque contra Constantinopla.
En Egipto murió el Califa Fatimí al-Hafiz, que fue sucedido por al-Zafir.
También murió el conde Guigó I de Forcalquier y fue sucedido por su hermano Bertrán II, el cual murió a su vez en 1150 y fue sucedido por su hijo Bertrán III.
Ese año el príncipe de Súzdal Yuri Dolgoruki se hizo con el principado de Kíev.
Los reinos cristianos habían aprovechado la crisis del imperio almorávide para avanzar sus fronteras. Alfonso I de Portugal había instalado a los caballeros Templarios en el sur de su reino, y con su ayuda conquistó Lisboa. Luego fundó él mismo su propia orden de caballería, la orden de Avís, para combatir a los musulmanes, que seguía la regla del Císter. Alfonso VII de León y Castilla, junto con García V Ramírez de Navarra y Ramón Berenguer IV de Aragón y Cataluña tomaron Almería.
El rey de Mértola, ante las dificultades para mantener su independencia frente a los almorávides y las numerosas defecciones en su ejército, pasó a África y solicitó la ayuda del Califa almohade Abd al-Mumin. Éste acababa de tomar la ciudad de Marrakech y no dudó en pasar a Al-Ándalus, donde Alfonso VII trató de frenar su avance en alianza con ibn Mardanis y el rey almorávide Muhammad, de las islas Baleares. Los reyes cristianos habían aprovechado la crisis del imperio almorávide para avanzar sus fronteras.
En Oriente, el sultán selyúcida Sanyar sometió a vasallaje a los gaznawíes.
En Inglaterra murió Roberto de Gloucester, que era el principal apoyo con el que contaba Matilde para hacerse con la corona, así que no tuvo más remedio que resignarse y volver a Normandía. Es probable que su regreso fuera el principal acicate para que su marido Godofredo de Anjou se uniera al rey Luis VII en la Segunda Cruzada. Menos suerte tuvo el monarca francés, pues su esposa Leonor decidió que eso de la cruzada iba a ser sin duda un emocionante espectáculo en el que bravos caballeros combatirían con el corazón puesto en el amor de sus damas y que, por consiguiente, ella no podía perdérselo. Debió de ser digna de ver la cara que puso Luis VII cuando Leonor le anunció que ella también iba, y acompañada de toda su corte, claro. El rey no tuvo opción. Dejó como regente a su consejero, el abad Suger, y partió hacia oriente.
El atuendo de Godofredo de Anjou llamó la atención entre los cruzados. No era un traje lujoso, propio de su rango, sino un traje humilde de peregrino. Su sombrero estaba adornado por un sencillo ramito de retama (planta genet, en francés). Esto le valió el sobrenombre de Godofredo Plantagenet. Más aún, su familia, la casa de Anjou (o, con más perspectiva histórica, la primera casa de Anjou), pasó a ser conocida desde entonces como la casa de los Plantagenet.
El ejército de Conrado III partió también hacia Oriente, pero siguiendo un camino separado para evitar disturbios. Antes de partir el Emperador hizo que su hijo Enrique, de diez años, fuera nombrado Rey de Romanos. Ese mismo año murió su hermano, el duque Federico II de Suabia, que fue sucedido por su hijo Federico III Barbarroja.
Los dos ejércitos se encontraron en Constantinopla. El contacto con el Emperador Manuel I fue tenso, pues debemos recordar que los que llamamos Emperador Germánico y Emperador Bizantino se llamaban a sí mismos Emperadores Romanos, y ninguno de los dos reconoció el título del otro. Recíprocamente se consideraban el rey de los alemanes y el rey de los griegos. Pero los cruzados estaban en casa de Manuel I y éste les obligó a que reconocieran su superioridad con una serie de protocolos que para los occidentales resultaron humillantes.
Los cruzados se internaron en Asia Menor. Los turcos atacaron a los alemanes cerca de Dorilea, y el resultado fue una carnicería de la que pocos cristianos salieron vivos. Conrado III fue uno de los supervivientes y, tras una corta enfermedad, regresó a Constantinopla desde donde embarcó hacia San Juan de Acre, en el reino de Jerusalén.
Por su parte, los franceses siguieron la costa, para permanecer en territorio bizantino el mayor tiempo posible. Pero en enero de 1148, cuando se dirigían a la ciudad de Attalia, los turcos cayeron sobre ellos y también sufrieron muchas bajas. El propio Luis VII tuvo que subirse a un árbol y esconderse para salvar su vida. Al llegar a Attalia embarcó a su caballería y zarpó hacia Antioquía, adonde llegó en marzo. Su infantería continuó por tierra y sufrió nuevos ataques de los turcos, hasta que los supervivientes llegaron a Antioquía en junio. El príncipe Raimundo I de Antioquía instó a Luis VII a que atacara a Nur al-Din en Alepo, pero el rey francés debió de caer en la cuenta de que eso suponía enfrentarse una vez más a los turcos, por lo que llevó a la práctica un plan alternativo: llevó a su ejército a Jerusalén por territorio cristiano y allí sus hombres se dedicaron a orar y a visitar los santos lugares. La reina Leonor no tardó en hacerle observar a su marido que su actitud no era la propia de un heroico caballero, y que tenía que luchar.
Luis VII no pudo eludir el combate por más tiempo, pero eligió cuidadosamente el enemigo: en lugar de combartir a Nur al-Din, decidió enfrentarse con los únicos aliados turcos que tenían los cristianos: los damascenos, que eran débiles y resistían a Nur al-Din gracias al apoyo de los cruzados. Muchos nobles se sintieron indignados por esta decisión y se volvieron a Francia. El 24 de julio Luis VII puso sitio a Damasco, y la ciudad pidió ayuda a Nur al-Din. Tres días después, al saber que Nur al-Din se acercaba, los cristianos abandonaron el asedio y la ciudad se entregó al atabeg. Luis VII y Conrado III permanecieron unos pocos días más en Oriente y luego se volvieron a sus respectivas patrias dejando a los Estados Latinos en peor situación que antes de su llegada. La Segunda Cruzada fue una humillación para la cristiandad, para Bernardo y, sobre todo, para Luis VII.
El conde de Tolosa, Alfonso I Jordán, murió envenenado en Tierra Santa, sin haber logrado arrebatar el condado de Trípoli a Raimundo II. Fue sucedido por su hijo Raimundo V.
También murieron el conde Amadeo III de Saboya, que fue sucedido por su hijo Humberto III, y el conde Federico II de Zollern, que fue sucedido por su hijo Federico III.
El Papa Eugenio III pudo regresar a Roma de su exilio. Ese año concedió un hábito a los caballeros templarios: un manto blanco y una cruz roja. La orden se había extendido y enriquecido enormemente. Poseía una red de fortalezas en Palestina, y su fortuna la convirtió en una especie de banca para los peregrinos. En 1149, Nur al-Din venció y mató al príncipe Raimundo I de Antioquía. Dejó únicamente un hijo de cinco años, así que Antioquía quedó bajo el gobierno de su viuda Constanza.
Tasfin, el soberano almorávide, murió cerca de Orán mientras huía de los almohades. El único reducto de los almorávides en Al-Ándalus eran las Baleares. El rey Mohammed suscribió tratados comerciales con Pisa y Genóva que le permitieron reforzar su precaria situación. El rey Roger II de Sicilia dirigió un ataque contra Constantinopla.
En Egipto murió el Califa Fatimí al-Hafiz, que fue sucedido por al-Zafir.
También murió el conde Guigó I de Forcalquier y fue sucedido por su hermano Bertrán II, el cual murió a su vez en 1150 y fue sucedido por su hijo Bertrán III.
Ese año el príncipe de Súzdal Yuri Dolgoruki se hizo con el principado de Kíev.
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