sábado, 25 de diciembre de 2010

LA MÚSICA EN VALENCIA - CAMPANAS DE VALENCIA (I)


Autor: RUIZ DE LIHORY, José (Barón de Alcahalí)La Música en Valencia – Diccionario biográfico y crítico – València 1903 – f. 39-47Librerías París – Valencia Copia Facsímil Servicio de Reproducción de Libros – Valencia (1987)
La relación que tienen las campanas, especialmente las de Valencia, con el asunto que nos ocupa, y la rareza y curiosidad del documento que transcribimos, nos deciden á discurrir ligeramente sobre esos sencillos instrumentos musicales que presiden casi todos los actos de nuestra vida, y se asocian á todas las emociones populares, tañendo lúgubremente con ritmo monótono ó dítono en los momentos de duelo, y volteando con harmónica nerviosidad en las jubilosas manifestaciones de regocijo público.
Muy justificada es la atracción que para todos, grandes y pequeños, tiene la melancólica voz de ese instrumento, que hora tras hora dirije la marcha de nuestra vida, ya anunciando el alba cuando la dormida naturaleza siente los primeros extremecimientos del día, ya deslizando sus ondas sonoras entre la penumbra brumosa del crepúsculo vespertino, con el toque del Angelus, poética invitación á la plegaria y al reposo, ya como atalaya de nuestros hogares que, colocada entre el cielo y la tierra, nos interrumpe el sueño con su tañer acompasado y pavoroso cuando algún peligro se avecina. Instrumento, en suma, que diríase tiene algo de humano, porque se la bautiza, tiene su nombre, su patria, sus alegrías y sus tristezas, reflejo siempre de los que con ellas están tan identificados, que su voz conocen y sus mandatos acatan. Y para que en todo sean similares á la vida humana, tienen también sus historias y sus leyendas. Son éstas innumerables en todos los países, pero sin rebasar los límites de nuestro reino, pueden citarse como ejemplo, entre otros, el de la Campana de la Unión, cuyo metal fundido hizo tragar D. Pedro IV de Aragón á los rebeldes valencianos, y la del Monasterio de Nuestra Señora del Puig, que, movida por invisible fuerza, dobló á muerto, anunciando lúgubremente de esta suerte el inesperado retorno de Fray Gilabert Jofré, que dejó de existir al trasponer los umbrales de aquella santa casa.
La antigüedad de la campana se pierde en las penumbras del tiempo. Dícese que en la época de los Emperadores se utilizaban en Roma para anunciar la apertura de los baños públicos, pero hasta que el cristianismo pudo dar publicidad á su culto y á sus plegarias, no adquirió la campana verdadera importancia.
Francisco B. de Ferrara y Baronio aseguran que las campanas se introdujeron en la Iglesia Católica por Constantino Magno, y Angel Roca supone fuera su inventor San Paulino en 431, pero no aportan documento alguno que justifique sus afirmaciones, ni aun el mismo Santo, en la descripción que hace de la Iglesia de Fondi fundada por él, menciona á las campanas. Lo único que sabemos es que en el año 590 eran ya convocados los eclesiásticos al oficio divino al son de campanas, según atestigua San Gregorio Turonense.
La campana de más venerable antigüedad se conserva en el Museo de Colonia; lleva por nombre Sanfang y tiene la forma de un cencerro. La de mayor tamaño es la de Moscou, que pesa 198.000 kilogramos, y las de mayor tonalidad los bordones de Nuestra Señora de Paris y Basílica de San Pedro en Roma.

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