AÑO 1391: ASALTO AL “CALL” DE VALENCIA: CIEN VICTIMAS.
Autor: Desconocido.
Autor: Desconocido.
El antisemitismo se ha desatado en todos los reinos.
La población judía estuvo siendo en este año de 1391, en muchos reinos, de la furia de las turbas desatadas. Acusaciones no probadas, rumores y bulos, precedieron por lo general lo que en la práctica fue un movimiento alocado de la población, una insurrección de la que se siguió el asalto a las juderías. Ocurrió en Castilla, en Andalucía, en Aragón, en Cataluña y también en el Reino de Valencia. Y dentro de él, varias ciudades, entre las que fueron bien lamentables, por las muchas víctimas, la de la ciudad de Valencia.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo comenzaron las cosas aunque tal pareció que el primer episodio diose en Sevilla. Las predicaciones inflamadas del arcediano Martínez, llenas de acusaciones sin prueba, trajeron la revuelta, de la que se siguió el incendio y la matanza de los judíos. Lo cierto es Toledo y Valladolid, Barcelona y Zaragoza, Lérida, Salamanca, Burgos y Segovia entre otras muchas, vivieron episodios más o menos sangrientos en los que, en el mejor de los casos, los judíos fueron obligados a bautizarse o a emigrar, y en los peores, fueron simplemente muertos a palos o a cuchilladas, con robo de sus bienes, asalto de casas y tiendas e incendio incluso de sus barrios.
Algunos de muchos locos participaron en las matanzas con el fin de extinguir a los judíos prestamistas o al menos destruir los documentos donde se acreditaban las deudas con ellos contraídas. Otros añadieron que era a soles esa la causa y que los judíos hicieron cosas terribles con los niños en sus prácticas ocultas. Locura de gentes incultas o verdad, lo cierto es que la furia se desató en todas partes y muchas familias de judíos huyeron hacia tierras de moros, apenas con la ropa puesta, para dejar atrás pueblos donde habían estado vivienda durante varias generaciones, separados a veces pero en general respetados.
Lástima grande es todo esto porque la población judía, aparte de sus bienes de fortuna, tuvo buenos negocios, fue activa, prestó buen concurso a las haciendas de muchos reinos y a notables personas en las artes, las letras y hasta las ciencias, con lo que faltaron personas que se ocuparan con su talento de menesteres provechosos.
El asalto, hora por hora, contado por testigos.
El día 9 de julio del año de 1391, según el relato que hizo el escribano de la Sala Bartolomé Villalor para el consejo general, tuvo lugar el asalto a la judería de Valencia. Según este cronista vivió directamente, desde hacía varios días se sabía ya en Valencia de los graves sucesos de Castilla y de la muerte de muchos judíos a manos de los agresores.
En el pueblo llano se despertó enseguida el deseo de imitar en Valencia las desgracias de Castilla y llegado este ambiente a oídos de los jurados de la ciudad se tomaron no pocas precauciones para evitar que Valencia manchara con un baldón así lo que siempre había sido un clima de convivencia.
Pero no fue suficiente: una cuadrilla de jóvenes, llevando delante una cruz hecha con cañas, se encontró en el mercado, conforme a la crónica de Villalor, al atardecer del 9 de julio. La plaza de la Figuera, a la entrada de la judería, fue el lugar donde los alborotadores se dirigieron dando gritos contra los judíos y repitiendo las amenazas que el arcipreste sevillano venía gritado desde el púlpito para conminarles a la conversión y el bautismo o la muerte.
Poco después entraron algunos dentro del barrio judío, lo que visto por sus moradores determinó que cerraran las puertas, razón por la que los que habían entrado quedaron dentro encerrados. Gritaron los alborotadores queriendo salir y los de fuera pensaron, o quisieron pensar, que dentro se les maltrataba y gritaron con más fuerza que los judíos mataban a los cristianos. La confusión creció, se agolparon todos los desocupados de la ciudad en la zona, con muchos pillastres y oportunistas entre ellos, y comenzó la multitud a aporrear la puerta de la judería.
Algunos sensatos dieron cuenta a la autoridad de los jurados y éstas avisaron enseguida la duque de Monblanc, lugarteniente general del rey y hermano suyo, para que se evitara un desastre. Jurados e infante fueron enseguida al barrio judío para evitar el motín y se ordenó a los judíos de dentro del “call” que abrieran las puertas de inmediato para que la autoridad entrara y los revoltosos que habían quedado dentro salieran.
Pero todo fue inútil: había entre los judíos un gran terror y entendieron que no era la autoridad la que quería entrar sino la turba; entre los cristianos, los de dentro y los de fuera, había una loca excitación, que en la plaza de la Figuera era ya un tumulto que ciegamente lo arrasaba todo. Por los tejados, ya que la puerta no se habría, comenzó el paso de los asaltantes al barrio. Y ellos fueron los que trajeron la mala nueva: dos de los cristianos que habían entrado en el “call” estaban muertos.
Quien los mató, nunca se supo. Pero fue esa la llama que prendió la leña. Presentados los cadáveres al lugarteniente del rey, nada pudo hacerse ya por imponer la justicia y restablecer el orden: la turba lo arrolló todo y Valencia vivió uno de sus días más desgraciados. Robos, asaltos, crímenes y violaciones, incendia de casas y de enseres en el cruce de las calles pueden dar idea de la locura que se desató y que tenía ya su fermento en el pueblo más bajo desde hacía semanas.
Más de cien muertos hubo que lamentar en esta jornada aciaga. El luto cubrió el barrio judío y muchos tuvieron que Huir a otras tierras. También muchos valencianos, responsables de las muertes, huyeron para que no fuera notable el fruto de sus tropelías y robos. Porque sobre todas las cosas se rompió como en tantas ciudades y reinos, el principio de convivencia y libertad de cultos que había sido característico en Valencia.
Prodigio: Hallan un San Cristobal debajo de una sinagoga.
El obispo, don Jaime de Aragón enterado de los hechos prodigiosos acaecidos en la sinagoga de la calle Alguacería, en donde se dijo que apareció una pequeña imagen de San Cristóbal, determinó limpiar la misma y purificarla, tras una solemne procesión. La noticia causó en Valencia un gran revuelo y sobre todo en la población hebrea ubicada en el “call” que pidió ser bautizada.
Según se pudo informar por un vecino de la zona, Aaron Sai, comerciante en telas de seda, los hechos podrían haber sucedido mientras sus correligionarios estaban celebrando ritos; cuando más absortos estaban en sus rezos, oyeron de repente y de forma insistente, una voz que dejó a todos despavoridos. La voz salía debajo de la tierra, la cual hizo que abandonasen la sinagoga.
Pasadas una horas volvieron de nuevo a sus rezos y de nuevo se oyeron las voces, por lo que los más decididos cavaron en la tierra, hallando una imagen de San Cristóbal que les exhortaba a seguir por el buen camino y abandonar ciertos desmanes que producían en el “call” al enfrentarse con los cristianos y llegar inclusive al rapto de varios niños, que es el mal del que se les acusaba.
Como consecuencia de ello, los jurados, de acuerdo con el obispo, estudiaron la posibilidad de erigir un convento la consolidar la fe y gracia de Dios. Fuera verdadero o no el hallazgo lo bien cierto es que arraigó en el pueblo como auténtico y que hubo por todas partes mucha conmoción.
La población judía estuvo siendo en este año de 1391, en muchos reinos, de la furia de las turbas desatadas. Acusaciones no probadas, rumores y bulos, precedieron por lo general lo que en la práctica fue un movimiento alocado de la población, una insurrección de la que se siguió el asalto a las juderías. Ocurrió en Castilla, en Andalucía, en Aragón, en Cataluña y también en el Reino de Valencia. Y dentro de él, varias ciudades, entre las que fueron bien lamentables, por las muchas víctimas, la de la ciudad de Valencia.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo comenzaron las cosas aunque tal pareció que el primer episodio diose en Sevilla. Las predicaciones inflamadas del arcediano Martínez, llenas de acusaciones sin prueba, trajeron la revuelta, de la que se siguió el incendio y la matanza de los judíos. Lo cierto es Toledo y Valladolid, Barcelona y Zaragoza, Lérida, Salamanca, Burgos y Segovia entre otras muchas, vivieron episodios más o menos sangrientos en los que, en el mejor de los casos, los judíos fueron obligados a bautizarse o a emigrar, y en los peores, fueron simplemente muertos a palos o a cuchilladas, con robo de sus bienes, asalto de casas y tiendas e incendio incluso de sus barrios.
Algunos de muchos locos participaron en las matanzas con el fin de extinguir a los judíos prestamistas o al menos destruir los documentos donde se acreditaban las deudas con ellos contraídas. Otros añadieron que era a soles esa la causa y que los judíos hicieron cosas terribles con los niños en sus prácticas ocultas. Locura de gentes incultas o verdad, lo cierto es que la furia se desató en todas partes y muchas familias de judíos huyeron hacia tierras de moros, apenas con la ropa puesta, para dejar atrás pueblos donde habían estado vivienda durante varias generaciones, separados a veces pero en general respetados.
Lástima grande es todo esto porque la población judía, aparte de sus bienes de fortuna, tuvo buenos negocios, fue activa, prestó buen concurso a las haciendas de muchos reinos y a notables personas en las artes, las letras y hasta las ciencias, con lo que faltaron personas que se ocuparan con su talento de menesteres provechosos.
El asalto, hora por hora, contado por testigos.
El día 9 de julio del año de 1391, según el relato que hizo el escribano de la Sala Bartolomé Villalor para el consejo general, tuvo lugar el asalto a la judería de Valencia. Según este cronista vivió directamente, desde hacía varios días se sabía ya en Valencia de los graves sucesos de Castilla y de la muerte de muchos judíos a manos de los agresores.
En el pueblo llano se despertó enseguida el deseo de imitar en Valencia las desgracias de Castilla y llegado este ambiente a oídos de los jurados de la ciudad se tomaron no pocas precauciones para evitar que Valencia manchara con un baldón así lo que siempre había sido un clima de convivencia.
Pero no fue suficiente: una cuadrilla de jóvenes, llevando delante una cruz hecha con cañas, se encontró en el mercado, conforme a la crónica de Villalor, al atardecer del 9 de julio. La plaza de la Figuera, a la entrada de la judería, fue el lugar donde los alborotadores se dirigieron dando gritos contra los judíos y repitiendo las amenazas que el arcipreste sevillano venía gritado desde el púlpito para conminarles a la conversión y el bautismo o la muerte.
Poco después entraron algunos dentro del barrio judío, lo que visto por sus moradores determinó que cerraran las puertas, razón por la que los que habían entrado quedaron dentro encerrados. Gritaron los alborotadores queriendo salir y los de fuera pensaron, o quisieron pensar, que dentro se les maltrataba y gritaron con más fuerza que los judíos mataban a los cristianos. La confusión creció, se agolparon todos los desocupados de la ciudad en la zona, con muchos pillastres y oportunistas entre ellos, y comenzó la multitud a aporrear la puerta de la judería.
Algunos sensatos dieron cuenta a la autoridad de los jurados y éstas avisaron enseguida la duque de Monblanc, lugarteniente general del rey y hermano suyo, para que se evitara un desastre. Jurados e infante fueron enseguida al barrio judío para evitar el motín y se ordenó a los judíos de dentro del “call” que abrieran las puertas de inmediato para que la autoridad entrara y los revoltosos que habían quedado dentro salieran.
Pero todo fue inútil: había entre los judíos un gran terror y entendieron que no era la autoridad la que quería entrar sino la turba; entre los cristianos, los de dentro y los de fuera, había una loca excitación, que en la plaza de la Figuera era ya un tumulto que ciegamente lo arrasaba todo. Por los tejados, ya que la puerta no se habría, comenzó el paso de los asaltantes al barrio. Y ellos fueron los que trajeron la mala nueva: dos de los cristianos que habían entrado en el “call” estaban muertos.
Quien los mató, nunca se supo. Pero fue esa la llama que prendió la leña. Presentados los cadáveres al lugarteniente del rey, nada pudo hacerse ya por imponer la justicia y restablecer el orden: la turba lo arrolló todo y Valencia vivió uno de sus días más desgraciados. Robos, asaltos, crímenes y violaciones, incendia de casas y de enseres en el cruce de las calles pueden dar idea de la locura que se desató y que tenía ya su fermento en el pueblo más bajo desde hacía semanas.
Más de cien muertos hubo que lamentar en esta jornada aciaga. El luto cubrió el barrio judío y muchos tuvieron que Huir a otras tierras. También muchos valencianos, responsables de las muertes, huyeron para que no fuera notable el fruto de sus tropelías y robos. Porque sobre todas las cosas se rompió como en tantas ciudades y reinos, el principio de convivencia y libertad de cultos que había sido característico en Valencia.
Prodigio: Hallan un San Cristobal debajo de una sinagoga.
El obispo, don Jaime de Aragón enterado de los hechos prodigiosos acaecidos en la sinagoga de la calle Alguacería, en donde se dijo que apareció una pequeña imagen de San Cristóbal, determinó limpiar la misma y purificarla, tras una solemne procesión. La noticia causó en Valencia un gran revuelo y sobre todo en la población hebrea ubicada en el “call” que pidió ser bautizada.
Según se pudo informar por un vecino de la zona, Aaron Sai, comerciante en telas de seda, los hechos podrían haber sucedido mientras sus correligionarios estaban celebrando ritos; cuando más absortos estaban en sus rezos, oyeron de repente y de forma insistente, una voz que dejó a todos despavoridos. La voz salía debajo de la tierra, la cual hizo que abandonasen la sinagoga.
Pasadas una horas volvieron de nuevo a sus rezos y de nuevo se oyeron las voces, por lo que los más decididos cavaron en la tierra, hallando una imagen de San Cristóbal que les exhortaba a seguir por el buen camino y abandonar ciertos desmanes que producían en el “call” al enfrentarse con los cristianos y llegar inclusive al rapto de varios niños, que es el mal del que se les acusaba.
Como consecuencia de ello, los jurados, de acuerdo con el obispo, estudiaron la posibilidad de erigir un convento la consolidar la fe y gracia de Dios. Fuera verdadero o no el hallazgo lo bien cierto es que arraigó en el pueblo como auténtico y que hubo por todas partes mucha conmoción.
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