lunes, 21 de febrero de 2011

MISTERIOS DE LA HISTORIA-II


Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991


III.               CATALUÑA: MUCHO MAS QUE UN MILENIO


LA CARTA DEL REY Y EL SILENCIO DEL CONDE

Llegamos ya a la solemne ocasión del milenario. Al comenzar el año 988 el conde Borrell II pide ayuda a su soberano, el rey de los francos, contra la permanente amenaza de Almanzor, que no se desvaneció, como se sabe, hasta que el 1002, en tierras sorianas el caudillo implacable “perdió el tambor”. Entonces el rey de Francia Hugo Capeto, y en su nombre el monje Gilberto de Aurillac, futuro papa y muy amigo de Borell, escribe al “marqués Borell”, una famosísima carta en que le anuncia que piensa dirigirse a España para combatir a la morisma; y en vista de los anteriores devaneos del conde de Barcelona con el califato cordobés, le requiere para que preste nuevamente homenaje y fidelidad, y que para ello venga con poca gente a su campamento que se va a instalar en Aquitania, y que le envíe a tiempo legados para comprobar si le tiene mas fidelidad que a los infieles. Esta es la esencia de la famosísima carta, en la que Borrell no pudo menos que advertir semejante grosería final.

¿Qué sucedió entonces? Veamos lo que dicen los expertos historiadores que han confeccionado el informe del milenario: “No sabemos que el conde enviara internuncios para renovar su fidelidad, como le pedía (el rey) en la carta; no obstante si sabemos que no pudo prestarla personalmente al rey Hugo Capeto en Aquitania, puesto que éste no acudió. Una sublevación en la parte norte del reino de Hugo, que dirigió el hermano del rey Lotario, el penúltimo rey carolingio, se lo impidió y tuvo que luchar con los revoltosos nada menos que hasta 991.” (Informe, p.71.)

“A pesar de todo –siguen los expertos- en los condados de Borell, los documentos siguieron siendo fechados por el rey Hugo, a quien calificaban de grande. ”Luego los expertos caen en un inconcebible dilettantisno  cuando señalan que el título de duque de Iberia asumido por Borrell era un reconocimiento de “hecho diferenciador claro” entre Hispania y la Galia de los francos; pero no dicen, aunque lo saben, nada del título de duque de la Hispania Citerior.

Es decir, que según el dictamen de los propios expertos del milenario, éste se basa en tan deleznable fundamento como una falta de respuesta (no segura sino probable) del conde Borrell al rey Hugo,  y no en una formal negativa del conde, que jamás se dio, y en una ausencia no ya del conde, sino del propio rey de Francia, al sobrevenirle una sublevación carolingia. Realmente deducir de esos dos factores  negativos algo tan importante como el arranque para un milenario de independencia política supone un derroche de imaginación que no suele ser corriente entre los historiadores encargados de tan importantes dictámenes. Se me ocurre que tal vez hubiera sido mas acorde a la Historia celebrar el Milenario del Silencio Administrativo, o de la Probable Falta de Respuesta Escrita, o del Tancament de Caixes si, como quiere mi distinguido amigo y notable historiador Ainaud de Lasarte la “negativa” tuvo inmediatos efectos fiscales; no algo tan transcendental como el Milenario de Cataluña, la cual por supuesto, no existía aún ni en la realidad ni por tanto en el nombre

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