jueves, 10 de febrero de 2011

LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS, SUS RAZONES JURÍDICAS Y CONSECUENCIAS ECONOMICAS PARA LA REGION VALENCIANA (I)



Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498


Capítulo I: Antecedentes históricos: Invasión musulmana. Mozarabes y Muladies. Jaime I El Conquistador.

En el año 711 de nuestra era, España sufrió una nueva invasión. Una traición facilitó la entrada de masas aguerridas por el fanatismo, que ondeaban el pendón de la media luna, blandían la cimitarra e invocaba el nombre de Alá. Se cuenta que el conde Don Julián, como venganza por el ultraje que a su hija le había inferido el último rey de los godos Don Rodrigo, entregó la plaza de Ceuta –de la que gobernador-  a las legiones árabes. De acuerdo por otra parte en los hijos de Witiza y hasta en el Arzobispo de Toledo, Don Opas, hermano de Witiza. Muza, emir de Africa por el califa de Damasco, puso a disposición de Tarik unos doce mil hombres con los que desembarcó en Gibraltar y pasando a Tarifa y demás ciudades costeras, las saqueó brutalmente.
Don Rodrigo no tardó en presentar batalla al frente de numeroso, aunque poco disciplinado ejército, y en los campos de Jerez de la Frontera, cabe las márgenes del Guadalote, se dio tremendo choque,  a los siete de iniciado el cual las dos alas extremas del ejército cristiano, arrolladas por aquellos traidores, desertaron pasándose al enemigo. Don Rodrigo luchó desesperadamente, hasta perecer, sin que se pudiese identificar su cadáver.
Tal es la versión original de los historiadores sobre el fin de la monarquía visigótica, de cuya corrupción y debilidades la irrupción agarena pareció ser el castigo providencial.
Después de esta derrota del Barbate, mas comúnmente conocida como de Guadalete, las huestes agarenas se apoderaron con asombrosa rapidez de España, alcanzando en dos años lo que las legiones romanas les había costado siglos y a los derrotados 200 años, lo cual es una prueba mas de la inmoralidad y relajación a que había llegado el pueblo godo. “Todo desapareció – dice Jovellanos, entonces, bajo las huellas del pueblo conquistador: nación, estado, religión, leyes, costumbres, todo hubiera perecido, enteramente, si aquella Providencia que enviaba esta calamidad no hubiera preparado en los montes de Asturias un asilo a las reliquias del antiguo imperio de los godos.
La propia defensa impulsó a los cristianos a luchar –por su existencia y sus creencias- contra el infiel invasor, reclamando en aquella lucha a muerte el auxilio del cielo. Así tuvo lugar aquella increíble victoria de Covadonga, que la tradición califica de milagrosa,  y los cristianos, acaudillados por el vencedor don Pelayo, empezara la secular lucha de la Reconquista, lucha esencialmente de religión, en la que Dios y tradición, rey y libertad, patria y fueros, constituían el programa de aquellos animosos presidida por la cruz de Cristo y acaudillados por los Pelados, Ramiros, Alfonsos, Fernandos y Jaimes, hasta alcanzar, por fin, y a costa de ríos de sangre, la victoria definitiva, en Granada, durante el glorioso reinado de los Reyes Católicos.
Los cristianos que quedaron bajo la nueva dominación, en la triste condición de vencidos, pero no de perseguidos, se  llamaron “mozarabes”. “Debían pagar –dice Sanchis Sivera- especiales tributos por los bienes que los vencedores les dejaron; se les permitió el culto cristiano en el interior de los templos existentes, siéndoles prohibido el culto público y la construcción de nuevas iglesias; no se consentía la propaganada de la religión cristiana, y se permitía a los cristianos regirse, en las causas civiles, por sus propias leyes. Se puede afirmar que al amparo de pactos, capitulaciones y leyes, que no siempre se cumplieron, quedó entre los musulmanes la mayor parte de la población cristiana, que no era posible ni conveniente exterminar, dado que en tan pequeño número habían venido los invasores”. Pero a medida que creció la población musulmana y se aseguró su dominio, la opresión de los muzárabes fue mayor, por lo que se fue reduciendo su número, y no pocos renegaron de su fe, constituyendo la clase de los “muladíes”, nombre que se dio, en particular, a los hijos de estos renegados o nacidos de matrimonios mixtos, cristiano-árabes, a los que laye muslímica obligaba a seguir las doctrinas del Corán. Estas persecuciones contra los cristianos muzárabes aumentaron, especialmente en tiempos de Hixen I y sobre todo, de Abderramán II, de tal manera que, dice San Eulogio, “la muerte parecía más tolerable que la vida a que se veían reducidos”.

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