Autor: Joseph Stove
"En 2007, el prestigioso escritor de la posguerra europea Walter Laqueur
publicó "The Last Days of Europe", un lúcido estudio sobre las causas de la
decadencia europea. El libro no ha sido publicado todavía en España, donde
la corrección política se impone.
Laqueur trata de dar respuesta a la cuestión de qué ocurre en una sociedad
cuando bajos índices de natalidad sostenidos, envejecimiento, se juntan con
una inmigración incontrolada.
El autor cree que Europa, dada su debilidad, jugará, en el futuro, un
modesto papel en los asuntos mundiales, a la vez que muestra su certeza de
que será algo más que un museo de pasadas gestas culturales, para el solaz
de turistas asiáticos.
Por supuesto que España no se escapa de su agudo análisis y deja constancia
de su rol en el "landslide" europeo.
l contexto sociocultural que expone Laqueur, es motivo para reflexionar
sobre las singularidades que aquejan a España y que no comparte con ningún
otro país de Europa, lo que hace de su situación algo particularmente grave:
- En España, a los 30 años de aprobarse una constitución democrática, el
modelo de estado sigue sin cerrarse, lo que se ha traducido en una dinámica
de descomposición. En un arrebato de originalidad se puso en práctica un
modelo excepcional en el constitucionalismo comparado: se inventó el "estado
de las autonomías".
Su materialización ha consistido en ir desposeyendo, paulatinamente y sin
pausa al Estado de sus competencias, creando a la vez fronteras interiores
basadas en exclusivismos artificiales y en diferentes niveles de bienestar.
- España es el único país de Europa con un terrorismo propio, de carácter
secesionista, donde sus miembros y simpatizantes están en las instituciones
del estado y reciben ayuda de los presupuestos públicos.
- En España, se relativiza, o se niega el concepto de nación, impulsado por
un "status" de idiosincrasia política que permite la puesta en manos de
exiguas minorías independentistas, resortes políticos que cualquier estado
con un mínimo sentido de la supervivencia no osaría considerar, ni tan
siquiera en tono de broma, su transferencia a las regiones. Ejemplo: la
educación.
- Y, sobre todo, existe un hecho de enorme importancia social: el pueblo
español cree que vive en una democracia consolidada.
Las "élites" políticas españolas trasmitieron al pueblo que se había
terminado con éxito la "transición política" y que todos se habían
convertido en "demócratas de toda la vida". Se había conseguido un hecho
espectacular, lo que otras naciones habían tardado siglos en alcanzar,
España lo había conseguido en una década prodigiosa.
Se instaló en la opinión pública la certeza que era madura y estaba bien
informada, que había una clase política experta y con sentido de estado, que
funcionaba la separación de poderes y actuaba como la fortaleza de la
democracia, dado el vigor y prestigio de sus instituciones. Todo era una
falacia.
Un largo periodo de crecimiento económico y bienestar material enmascaró
durante años la metástasis que corroía el cuerpo nacional.
El fin de los sueños se produjo el 11 de marzo de 2004. Un ataque,
posiblemente por parte de un actor no estatal, en forma de acción
terrorista, iba a poner de manifiesto la enfermedad terminal que aquejaba a
España.
La sociedad lo encajó como un "atentado", un hecho al que estaba
acostumbrada por las innumerables acciones de ETA y que tenía su liturgia
particular.
Empieza con el estupor e indignación, sigue con las condenas, las manos
blancas a continuación y, después, el olvido, hasta el siguiente golpe.
Pero esta vez, el ataque era de carácter "apocalíptico", no era "selectivo"
como los anteriores.
Tenía un objetivo claro, destruir España como actor estratégico.
Los casi doscientos muertos y los cientos de heridos, efecto material del
ataque, sólo eran el catalizador para alcanzar los efectos estratégicos, los
terroristas habían finalizado su trabajo.
Los creadores de opinión pública y la puesta en práctica de una política
diferente se encargarían de materializar esos efectos.
El pueblo español se encogió.
No había sido casual que España fuese elegida como blanco. La debilidad de
sus instituciones y la vulnerabilidad de su opinión pública, la hacían pieza
adecuada para asestar un duro golpe al mundo occidental, suprimiendo a uno
de sus peones.
A partir del 11 de marzo de 2004, España desapareció como actor estratégico
y se volvió hacia si misma, como había hecho en los dos siglos anteriores.
Una ola de "catetismo" invadió el país. La fabricación de "diferencias"
entre regiones se acentuó, " la España plural", a la vez que la Constitución
, se adaptaba convenientemente a las circunstancias.
Se apeló a la "memoria histórica", como si de la Guerra Civil al
posmodernismo de principios del siglo XXI no hubiese ocurrido nada, y se
articuló una política de "ampliación de derechos" que no era más que
ingeniería social, al más puro estilo orwelliano.
El 11 de marzo de 2004 se convirtió en fecha incómoda. La sociedad española
no consideró la acción terrorista un ataque a su integridad, sólo una
retribución por una errónea política exterior.
Cualquier estado moderno que sufriese una agresión semejante habría empleado
los resortes adecuados para conocer quién promovió el ataque y a quién
beneficiaba, en el ámbito internacional, para actuar en consecuencia.
Pero a una sociedad que se le había inoculado el "no a la guerra", no podía
concebir que alguien emplease la violencia organizada para alcanzar fines
políticos. La solución fue aplicar el procedimiento penal, aunque era, a
todas luces, insuficiente.
La "verdad judicial" aclararía el hecho. Hoy se conoce dicha verdad, pero
poco se sabe de quién ordenó el ataque y a quién benefició en el ámbito
internacional. La opinión pública, dirigida por su clase política y por los
medios de comunicación, olvida.
Como señala Laqueur, Europa está enferma. El bajo nivel de natalidad y una
inmigración descontrolada es un cóctel letal para el ser europeo y para
cualquier sociedad. España sufre esa enfermedad y, además, su propia deriva
centrífuga, que puede acelerarse al ampliarse las desigualdades sociales por
la crisis económica.
Su sociedad está enferma y su mediocre clase política es incapaz de
encontrar el tratamiento adecuado, ya que, sin excepciones, se embarca en
una huida hacia delante, alabando el "estado de las autonomías" y evitando
las referencias éticas.
Si no se reacciona, todo hace indicar que "The last days of Spain"
precederán a los del resto de Europa."
(Transcripción literal)
REENVÍALO, A VER SI LLEGA A LA MONCLOA.
"En 2007, el prestigioso escritor de la posguerra europea Walter Laqueur
publicó "The Last Days of Europe", un lúcido estudio sobre las causas de la
decadencia europea. El libro no ha sido publicado todavía en España, donde
la corrección política se impone.
Laqueur trata de dar respuesta a la cuestión de qué ocurre en una sociedad
cuando bajos índices de natalidad sostenidos, envejecimiento, se juntan con
una inmigración incontrolada.
El autor cree que Europa, dada su debilidad, jugará, en el futuro, un
modesto papel en los asuntos mundiales, a la vez que muestra su certeza de
que será algo más que un museo de pasadas gestas culturales, para el solaz
de turistas asiáticos.
Por supuesto que España no se escapa de su agudo análisis y deja constancia
de su rol en el "landslide" europeo.
l contexto sociocultural que expone Laqueur, es motivo para reflexionar
sobre las singularidades que aquejan a España y que no comparte con ningún
otro país de Europa, lo que hace de su situación algo particularmente grave:
- En España, a los 30 años de aprobarse una constitución democrática, el
modelo de estado sigue sin cerrarse, lo que se ha traducido en una dinámica
de descomposición. En un arrebato de originalidad se puso en práctica un
modelo excepcional en el constitucionalismo comparado: se inventó el "estado
de las autonomías".
Su materialización ha consistido en ir desposeyendo, paulatinamente y sin
pausa al Estado de sus competencias, creando a la vez fronteras interiores
basadas en exclusivismos artificiales y en diferentes niveles de bienestar.
- España es el único país de Europa con un terrorismo propio, de carácter
secesionista, donde sus miembros y simpatizantes están en las instituciones
del estado y reciben ayuda de los presupuestos públicos.
- En España, se relativiza, o se niega el concepto de nación, impulsado por
un "status" de idiosincrasia política que permite la puesta en manos de
exiguas minorías independentistas, resortes políticos que cualquier estado
con un mínimo sentido de la supervivencia no osaría considerar, ni tan
siquiera en tono de broma, su transferencia a las regiones. Ejemplo: la
educación.
- Y, sobre todo, existe un hecho de enorme importancia social: el pueblo
español cree que vive en una democracia consolidada.
Las "élites" políticas españolas trasmitieron al pueblo que se había
terminado con éxito la "transición política" y que todos se habían
convertido en "demócratas de toda la vida". Se había conseguido un hecho
espectacular, lo que otras naciones habían tardado siglos en alcanzar,
España lo había conseguido en una década prodigiosa.
Se instaló en la opinión pública la certeza que era madura y estaba bien
informada, que había una clase política experta y con sentido de estado, que
funcionaba la separación de poderes y actuaba como la fortaleza de la
democracia, dado el vigor y prestigio de sus instituciones. Todo era una
falacia.
Un largo periodo de crecimiento económico y bienestar material enmascaró
durante años la metástasis que corroía el cuerpo nacional.
El fin de los sueños se produjo el 11 de marzo de 2004. Un ataque,
posiblemente por parte de un actor no estatal, en forma de acción
terrorista, iba a poner de manifiesto la enfermedad terminal que aquejaba a
España.
La sociedad lo encajó como un "atentado", un hecho al que estaba
acostumbrada por las innumerables acciones de ETA y que tenía su liturgia
particular.
Empieza con el estupor e indignación, sigue con las condenas, las manos
blancas a continuación y, después, el olvido, hasta el siguiente golpe.
Pero esta vez, el ataque era de carácter "apocalíptico", no era "selectivo"
como los anteriores.
Tenía un objetivo claro, destruir España como actor estratégico.
Los casi doscientos muertos y los cientos de heridos, efecto material del
ataque, sólo eran el catalizador para alcanzar los efectos estratégicos, los
terroristas habían finalizado su trabajo.
Los creadores de opinión pública y la puesta en práctica de una política
diferente se encargarían de materializar esos efectos.
El pueblo español se encogió.
No había sido casual que España fuese elegida como blanco. La debilidad de
sus instituciones y la vulnerabilidad de su opinión pública, la hacían pieza
adecuada para asestar un duro golpe al mundo occidental, suprimiendo a uno
de sus peones.
A partir del 11 de marzo de 2004, España desapareció como actor estratégico
y se volvió hacia si misma, como había hecho en los dos siglos anteriores.
Una ola de "catetismo" invadió el país. La fabricación de "diferencias"
entre regiones se acentuó, " la España plural", a la vez que la Constitución
, se adaptaba convenientemente a las circunstancias.
Se apeló a la "memoria histórica", como si de la Guerra Civil al
posmodernismo de principios del siglo XXI no hubiese ocurrido nada, y se
articuló una política de "ampliación de derechos" que no era más que
ingeniería social, al más puro estilo orwelliano.
El 11 de marzo de 2004 se convirtió en fecha incómoda. La sociedad española
no consideró la acción terrorista un ataque a su integridad, sólo una
retribución por una errónea política exterior.
Cualquier estado moderno que sufriese una agresión semejante habría empleado
los resortes adecuados para conocer quién promovió el ataque y a quién
beneficiaba, en el ámbito internacional, para actuar en consecuencia.
Pero a una sociedad que se le había inoculado el "no a la guerra", no podía
concebir que alguien emplease la violencia organizada para alcanzar fines
políticos. La solución fue aplicar el procedimiento penal, aunque era, a
todas luces, insuficiente.
La "verdad judicial" aclararía el hecho. Hoy se conoce dicha verdad, pero
poco se sabe de quién ordenó el ataque y a quién benefició en el ámbito
internacional. La opinión pública, dirigida por su clase política y por los
medios de comunicación, olvida.
Como señala Laqueur, Europa está enferma. El bajo nivel de natalidad y una
inmigración descontrolada es un cóctel letal para el ser europeo y para
cualquier sociedad. España sufre esa enfermedad y, además, su propia deriva
centrífuga, que puede acelerarse al ampliarse las desigualdades sociales por
la crisis económica.
Su sociedad está enferma y su mediocre clase política es incapaz de
encontrar el tratamiento adecuado, ya que, sin excepciones, se embarca en
una huida hacia delante, alabando el "estado de las autonomías" y evitando
las referencias éticas.
Si no se reacciona, todo hace indicar que "The last days of Spain"
precederán a los del resto de Europa."
(Transcripción literal)
REENVÍALO, A VER SI LLEGA A LA MONCLOA.
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