Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498
No es nuestro intento ni lo permiten los límites de este trabajo hacer una narración detallada de todas las vicisitudes por que atravesaron los reinos cristianos durante los ochocientos años que duró la Reconquista.. Solamente y porque al Reino de Valencia atañe, nos detendremos en la interesante figura de su glorioso conquistador don Jaime I de Aragón. A partir del 9 de octubre de 1238, fecha de su triunfal entrada en la ciudad de Valencia (después de haber ondeado, durante tres días, la señal cristiana de la invicta “Senyera” sobre las almenas de la torre de Ali Bufat, situada donde hoy está el Temple), la política de tolerancia –contrastando con las fanáticas vejaciones de los moros- constituye la obra más grande del monarca aragonés. A los “mudéjares” o moros que quedaron en Valencia se les consintieron sus ceremonias; conservaronse sus bienes, y aun se les dieron otros, y hasta se dictaron órdenes para que les ocasionase la menor molestia. A esta magnánima política de tolerancia, respondieron los mahometanos con frecuentes sublevaciones y piraterías. No es de extrañar, pues, que, en vista de esta estéril política de acercamiento y fusión de ambas razas, y percataronse, además, don Jaime del odio mortal que estos sentían contra la doctrina de Cristo, encargase, en trance de morir, a su hijo el infante don Pedro, que arrojase a todos los muslines de nuestro Reino, según el codicilo otorgado en Alcira, a XIII de las kalendas de agosto de 1276. A propósito del cual escribe Boronat: “La verdad tolera el error, pero no transige con él; podrán los moros mezclarse y hasta fundirse con los cristianos españoles; pero unirse, fundirse, formar un pueblo, jamás”. Esta gran verdad fue confirmada por los dos siglos de historia transcurridos desde la muerte del Conquistador hasta el advenimiento de los Reyes Católicos.
Sabido es que, después de la conquista de Valencia por don Jaime; el monarca autorizó la permanencia, en la ciudad, de aquellos moros que así lo desearen, bajo una condición: que residieran en un determinado barrio, que sería señalado, puesto de antemano, bajo su real protección, y en el que podrán continuar su vida, religión y costumbres. Los que aceptaron dicha capitulación vinieron obligados a habitar a dicho barrio –bastante amplio y a la sazón arrabal extramuros- que comprendía el perímetro que, partiendo de la plaza de San Jaime, sigue el Tossal, calle de Cuarte hasta aproximadamente la mitad, edificios de la Beneficencia, calle de la Corona, plaza de Mosén Sorell, calle del Mesón de Morella y calle Baja hasta el indicado punto de partida. En dicho recinto estaban comprendidas también las desaparecidas iglesias de San Miguel y la Casa de la Misericordia, con las calles conocidas, antaño, con los nombres de la Puebla, la Pobla de en Merced, la Pobla Nova y la Pobla Vella. “Esta morería –dice don Manuel Dánvila- existía en 1370, sin que los cristianos repugnasen vivir en compañía de los moros y hasta el 1 de junio de 1455 no la asaltaron y saquearon los cristianos, según relación que los Jurados dirigieron a Mossen Pedro Mercader, consejero y tesorero del Rey, y que se conserva en el Ayuntamiento de Valencia en su curiosa colección de “Lletres Missives”.
De la existencia del barrio de la morería hay múltiples y antiguos testimonios que empiezan en el “Llibre del Repartiment” y se continúan en los protocolos notariales durante varios siglos.
Jaime I, con motivo de las sublevaciones de Al-Azrach, se decidió expulsar a los moros de Aragón, Valencia y los condados de la antigua Marca Hispánica.
La repoblación de los territorios conquistados por Jaime I de Aragón tenía sus caracteres propios. Se daba como nota peculiar la coexistencia –como acabamos de exponer- de la antigua población musulmana con los nuevos nichos de población cristianos, pues hasta el siglo XVII no se operó la expulsión de los moriscos.
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