Autor: Torcuato Luca de Tena
¿Es el valenciano una lengua vernácula romance que se hablaba entre la población común del reino de Valencia durante la dominación musulmana o fue traída por los catalanes que acompañaron a Jaime I durante la gloriosa reconquista del Levante meridional español? Los mozárabes valencianos (es decir los antiguos hispano-románicos-visigóticos, españoles sometidos al dominio del rey Zenén o del rey Lobo) ¿hablaban acaso el árabe o el bereber, o se entendían en la lengua que hablaban sus padres y sus abuelos durante los siete siglos de romanización y los casi tres siglos de monarquía visigótica, es decir, una lengua latina, degenerada eso sí, que por ser hija de Roma llamamos romance, como el gallego, el bable, el castellano o el catalán? En resumen, el valenciano ¿es una lengua propia, indígena y tradicional o es la derivación de una lengua importada, como dice erróneamente nuestro Diccionario de la Academia de la Lengua?
Escribe el profesor San Valero: «Los filólogos deberán llegar a la conclusión de que la lengua hablada en el reino de Valencia no es un fenómeno medioeval, coetáneo o posterior a la reconquista por Jaime I, sino anterior». Palabras que estoy seguro que agradarán a Manuel Mourella de Lema, autor de la obra La identidad etnolingüística de Valencia (1996), pues esta es precisamente su tesis: «No se puede sostener como hace F. de B. Moll que la conquista catalana del Reino de Valencia introdujo íntegramente el catalán cuando ya no quedaban mozárabes en estos territorios». Y añade: «No fue la conquista de Valencia una ocupación en el vacío, ya que había aquí nú-cleos de población de habla romance. La lengua valenciana surgió indudablemente en suelo mediterráneo, de igual modo que las restantes lenguas románicas peninsulares: sobre el caldo de cultivo del habla de los habitantes hispanogodos, continuada (durante la sumisión a los árabes) en el habla de aquellos habitantes sometidos».
Quiero aportar dos testimonios de mi propia cosecha y de muy distinto valor para apreciar la diferenciación de estos dos idiomas, porque el primero se apoya exclusivamente en la Tradición, aunque no deja de ser una tradición respetable.
Durante un reciente viaje por Tierra Santa, admiré en un monasterio de Carmelitas francesas, grabados en bellísimos azulejos modernos, el Padre Nuestro escrito en setenta y cuatro idiomas diferentes. Y entre estos hay uno escrito en lengua valenciana, y otro distinto en lengua catalana. Carecen de valor histórico. Los aporto más para satisfacer una noble curiosidad que por su enjundia demostrativa.
Pero lo que más me ha impresionado y que traigo aquí con cierto legítimo orgullo por la vanagloria de ser hallazgo personal, es lo que voy a exponer, bien que precedido de una pequeña historia que es como sigue: El canónigo de la catedral de Mallorca, Gregorio Genovar, se duele de que bien entrado el siglo XVI, la gran novela Blanquerna, del filósofo mallorquín Raimundo Lulio, no haya sido traducida todavía a la más culta de las lenguas romances de la España oriental, es decir, al valenciano. Y encarga de esta misión a un doctor en artes y teología de nombre Juan Bonbalij, más no por ser valenciano, sino por considerar que era el más experto conocedor de la obra liuliana de la época. El presbítero Juan Bonbalij era catalán de origen y de segundo apellido, natural de Queralt, hoy provincia de Tarragona. Cumple puntualmente el encargo que se le hace y publica la traducción al valenciano de Blanquerna, en Valencia, en 1552. Y en su prólogo dirigido al canónigo de la catedral de Mallorca que le encomendó la misión, le escribe estas esclarecedoras palabras: «...el cual libro ahora se ha traducido y dado a la prensa en lengua valenciana, según que, conociéndome apasionado de la ciencia luliana, me rogó tomara yo de esto el encargo aunque no sea docto ni muy limado en dicho idioma por serme peregrino y extranjero».
Aquí vemos con deslumbrante claridad que un ilustre catalanoparlante no sólo reconoce al valenciano la categoría de lengua independiente, sino que confiesa las extraordinarias diferencias existentes con la suya vernácula, hasta el punto de resultarle «extranjera y peregrina». Mi cita está tomada de una edición castellana impresa en Madrid en 1929, directamente traducida de la citada versión valenciana de 1552.
Pero no sería justo que extrajera mis ejemplos solo del desván de mi propia cosecha. He aquí algunos otros:
Dice Salvador de Madariaga: «La lengua valenciana difiere lo bastante de la catalana para poder permitirse gramática y vocabulario propios». Dice Azorín: «El valenciano tiene su medida y su sabor. La concisión del valenciano se ve cuando se compara, texto con texto, con otro idioma». Dice el P. Fullana, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española: «La existencia independiente del valenciano como lengua, que no es como dicen algunos una variante del catalán». Dice Pi y Margall: «Subsiste en España no sólo la diversidad de leyes sino también de idiomas. Se habla todavía en gallego, en bable, en vasco, en catalán, en mallorquín y en valenciano». Otra cita inestimable sería la de D. Aniceto Pagés, quien en su Diccionario de Autoridades define la voz polémica de la que hablamos como «lengua de los valencianos».En nuestros días se ha pretendido politizar con miras muy ambiciosas un tema que está en riesgo de envenenarse. A un valenciano le resulta muy arduo aceptar que la obra de un Auxías March o que un Tirant lo Blanc no son glorias de la cultura y la lengua de Valencia. En definitiva, se ha convertido un tema científico en político. Y para despolitizarlo y reducirlo a su estricto reducto científico es por lo que don Leopoldo Peñarroja escribió en 1990 El mozárabe de Valencia, y don Manuel Mourelle de Lema, el libro La identidad etnolingüística de Valencia desde la antigüedad hasta el siglo XIV, en los que se demuestra la originalidad, la independencia y la importancia de una de las lenguas más cultas del Renacimiento español.
Dice Salvador de Madariaga: «La lengua valenciana difiere lo bastante de la catalana para poder permitirse gramática y vocabulario propios». Dice Azorín: «El valenciano tiene su medida y su sabor. La concisión del valenciano se ve cuando se compara, texto con texto, con otro idioma». Dice el P. Fullana, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española: «La existencia independiente del valenciano como lengua, que no es como dicen algunos una variante del catalán». Dice Pi y Margall: «Subsiste en España no sólo la diversidad de leyes sino también de idiomas. Se habla todavía en gallego, en bable, en vasco, en catalán, en mallorquín y en valenciano». Otra cita inestimable sería la de D. Aniceto Pagés, quien en su Diccionario de Autoridades define la voz polémica de la que hablamos como «lengua de los valencianos».En nuestros días se ha pretendido politizar con miras muy ambiciosas un tema que está en riesgo de envenenarse. A un valenciano le resulta muy arduo aceptar que la obra de un Auxías March o que un Tirant lo Blanc no son glorias de la cultura y la lengua de Valencia. En definitiva, se ha convertido un tema científico en político. Y para despolitizarlo y reducirlo a su estricto reducto científico es por lo que don Leopoldo Peñarroja escribió en 1990 El mozárabe de Valencia, y don Manuel Mourelle de Lema, el libro La identidad etnolingüística de Valencia desde la antigüedad hasta el siglo XIV, en los que se demuestra la originalidad, la independencia y la importancia de una de las lenguas más cultas del Renacimiento español.
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