sábado, 14 de agosto de 2010

LA PRIMERA CRUZADA (y V)


Autor: Desconocido

Sí es cierto que los almorávides se precipitaron sobre Valencia en cuanto supieron de la muerte del Cid, pero la ciudad resistió más bien por el apoyo que el conde Ramón Berenguer III prestó a su viuda, Jimena, que continuó gobernando la ciudad.

A primeros de mes los cruzados habían iniciado el asedio de Jerusalén. Habían construido improvisadamente algunas catapultas y otras máquinas, pero las murallas resistían bien los ataques. Los clérigos recordaron cómo Dios había derrumbado las murallas de Jericó para Josué, y sugirieron que, en lugar de usar las armas, los soldados debían hacer penitencia e invocar a Dios, con lo que indudablemente se repetiría el milagro bíblico. Así lo hicieron: los soldados dejaron las armas y organizaron una procesión alrededor de las murallas. El milagro no se hizo esperar, y fue que los musulmanes, en lugar de atacarlos y matarlos a todos, como bien podrían haber hecho, se quedaron atónitos observando lo que hacían. Eso sí, las murallas no cayeron y los cruzados juzgaron conveniente volver a los métodos tradicionales.

El 22 de julio lograron poner una torre a una distancia adecuada como para tender un puente por el que cientos de hombres penetraron en la ciudad y abrieron sus puertas. Nuevamente, todos los judíos y musulmanes fueron asesinados. Se cuenta que la sangre de los muertos llegaba a los tobillos de los soldados. Tancredo de Hauteville logró uno de los botines más sustanciosos al saquear la Mezquita de Omar, que guardaba un gran tesoro. Los barones eligieron rey de Jerusalén al duque Godofredo V de la Baja Lorena, pero éste no aceptó el título (su intención, una vez liberada Jerusalén, era volver a Alemania cuanto antes) pero adoptó el de Protector del Santo Sepulcro. Su propuesta era que Jerusalén fuese gobernada por un Patriarca nombrado por el Papa, mientras que él asumía el mando interinamente hasta que el territorio estuviese organizado. Con este fin se apresuró a reclamar ayuda italiana.

Las ciudades de Venecia, Génova y Pisa rivalizaron por la hegemonía en las relaciones comerciales con los territorios conquistados por los cruzados. Todas ellas sacaron gran provecho. En Génova los comerciantes se agruparon en una sociedad llamada la compagna, que garantizó la independencia de la ciudad. En Venecia el poder seguía en manos de las familias nobles entre las que se elegía al Dux, pero la elección pasó a manos de una asamblea popular llamada arengo. A orillas del Gran Canal se estableció un gran mercado internacional, signo de la prosperidad creciente de la ciudad. Pisa envió una expedición de cruzados a Tierra Santa con la que viajó el arzobispo Daimberto, que fue nombrado Patriarca de Jerusalén.

Godofredo V nombró príncipe de Galilea a Tancredo de Hauteville. El conde Raimundo IV de Tolosa también había participado en la toma de Jerusalén, pero seguía sin tener un territorio propio. Regresó a Constantinopla en busca de más cruzados que capitanear.

En Jerusalén había un Hospital dedicado a san Juan Bautista en el que se atendía a los peregrinos. Godofredo V dotó generosamente a su director, Gerardo, que reemplazó a los benedictinos que hasta entonces atendían el Hospital por una nueva orden religiosa, que fue conocida como Orden de los Hospitalarios de san Juan.
En vista de su prometedor futuro en Tierra Santa, Godofredo V renunció al ducado de la Baja Lorena, que pasó a Enrique de Limburgo.

A los pocos días de la toma de Jerusalén, un qadí (juez) de Damasco, llamado Abú Saad al-Harawi, acompañado de otros, entró en una mezquita de la ciudad y dispuso en el suelo un mantel, puso comida encima y empezó a comer. Cuando los escandalizados feligreses le reprocharon tamaño sacrilegio, él les replicó que por qué se preocupaban sólo de los detalles superfluos del rito musulmán y no hacían nada ante la carnicería que se había producido en Jerusalén. Luego marchó a Bagdad y se entrevistó con el Califa Mostader, a quien pidió que hiciera una llamada a un movimiento del que no se hablaba desde hacía siglos: la "jihad" o guerra santa contra los enemigos del Islam. Pero el Califa no podía hacer nada: sus presuntos dominios estaban en guerra civil y en estos momentos a los contendientes no les preocupaba tanto lo que hicieran los cristianos en Jerusalén como lo que pudieran hacer sus rivales respectivos.

Mientras tanto el Emperador Germánico Enrique IV logró reducir definitivamente a su hijo Conrado, al que desposeyó del título de Rey de Alemania. El año anterior ya había designado heredero a su segundo hijo, Enrique, otorgándole el título de rey de romanos.

Ese mismo año murió el conde palatino del Rin Enrique III, y fue sucedido por Luis.

También murió el Papa Urbano II y fue sucedido por otro de los cardenales nombrados por san Gregorio VII, que se llamaba Rainiero, pero que adoptó el nombre de Pascual II. El otro Papa, Clemente III, murió poco después, en 1100, y el Emperador Enrique IV nombró como sucesor a Guiberto.

También murió el duque de Bohemia Bretislav II, y fue sucedido por Borivoj II.

Alberico, el abad de Císter, puso la abadía bajo la protección del Papa Pascual II.

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