Ricardo García Moya
Diario de Valencia 5 de
Marzo de 2001
Altera la historia
inmersora, pero es un hecho que después de 1707 se representaban e imprimían
comedias donde la lengua valenciana estaba presente. En 1713 se estrenó en el
corral de la Cruz una obra sobre Benet de Benimaclet, superándola en interés
"La charpa más vengativa", impresa en 1747 en la madrileña calle de
la Paz. Esta comedia de Luis Vallés desarrollaba su acción en el Reino, siendo
protagonista Baltasar Llorca, "labrador valenciano de Villajoyosa",
huido de la justicia por lances de honor.
El texto contiene
neologismos como la voz guapo. Aparecida hacia 1650 en las neolatinas
hispánicas, significaba valor y chulería; no obstante, en esta obra se usa en
su acepción moderna, al preguntar un cuadrillero a una moza: "Miram ¿no
soc molt guapo?" (f.9). Quizá es la primera documentación del adjetivo con
acepción estética. En castellano y catalán aparecería esta variable semántica a
fines de la centuria. El autor acomodó el texto para la comprensión del
espectador madrileño; de ahí que un roder de Torrente apodado Albudeca explique
el significado del mote a Leudomia, una sirvienta cuyo nombre es valencianizado
irónicamente por el torrentí: "Lleudomia de les Lleudomies". Quizá
era castellana, ya que su ama Francisqueta y las amigas -todas de Vila Joyosa-
hablan valenciano en la comedia. El de Torrente, con guasa, explica:
"Albudeca es la especie de melones más infame que en Valencia criamos; cuando
cosa mala soy, quiero Albudeca llamarme".
Este arcaísmo, que los
cruzados de Jaime I oirían por primera vez en Valencia, era el nombre de una
"especie de melón aguanoso y desabrido" (Escrig, 1887). El vocablo se
extendería por Tortosa hacia el norte, aunque el catalán Eiximenis todavía
citaba "albudeques" como valencianismo en el siglo XVI. También
Esteve recoge en el "Thesaurus valenciano" de 1489 este derivado de
buttáiba, transformado por los mozárabes en albudeca; de igual modo que buhäira
devino en albufera. Los madrileños de 1747 escucharon el idioma valenciano en
frases como estas: "Hermosa mes que ta mare ¿no em fas alguna festeta? ¿no
em dius aglunes paraules?" (f.8). En la comedia visten "a lo
valenciano", aunque los labradores de 1747 son calderonianos alejados del
folclorismo vegetativo de traca, pet, paella y obedecer al que manda. Armados
hasta los dientes, a la mínima ofensa se enfrentaban a la borbónica Ronda
Volante del Reyno que patrullaba entre las alquerías de Vila Joyosa, Elig y la
mística Oriola ("o casarte con Feliu, o ser monja en Orihuela",
f.14), zona que el Madrid actual insiste en llamar Levante, burlando la
denominación histórica y destruyendo raíces.
La comedia acaba bien.
Baltasaret, "la charpa más vengativa en el Reyno de Valencia" (f.15)
es indultado, aunque debe alistarse en el ejército que lucha en Gibraltar. La
valencianía del ambiente brota en la última escena, cuando en el teatro
madrileño resonaban tabales y dulzainas en "la entrada de las casadas y
doncellas de Villajoyosa" hablando en valenciano: "Chiques, anem que
ya toquen el tabalet y donzayna" (f.20). Dispuesta a danzar, una joven de
Villajoyosa proclama su valencianía: "No fuera yo valenciana si no saliera
a bailar"(.20).
En 1746 se representa en Madrid
la "Comedia nueva del más heroico valor y temido valenciano Mathias
Oltra", de Tomás Manuel Carretero. En ella, los Oltra de Mulvedre, Grifol,
Vicenteta, Moreno de Liria y Córcova van "vestidos a lo valenciano",
hablando léxico como melón de Alcher, corbellot, troset, chirivia, breva, Grao
y, como en la otra obra, albudeca. En una escena pregunta el Virrey: "¿Son
del Reyno?" (f.13), y es que en toda España, al decir Reino se asociaba al
de Valencia. En otro pasaje, Moreno de Liria exige la consigna: "¿Quién
va?", contestándole Grifol "¡San Vicente Ferrer!". Al
aproximarse Matías sólo dice parte de lo acordado: "¡San Vicente!", a
lo que el Moreno pregunta: "¿De qué?", replicando Oltra:
"¡Ferrer! ¿No lo he dicho?"(f.21). Un detalle curioso es que las
valencianas llevaban pistolas.
Todavía en 1764, entre calores
agosteños, volvía a representarse "La charpa más vengativa"; pero
algo había cambiado. Humildes valencianos de Alboraya o Alicante llegaban a
Madrid con agua de cebada y horchata. El prototipo de orgulloso Baltasar Llorca
fue sustituido por el de pragmático heladero ambulante vestido con “sarahuells”.
Una partitura madrileña de 1770 alude a nuestros entrañables antepasados: “el
valenciano ligerito de ropa y siempre fresco" (Tonadilla del valenciano.
Madrid, año 1770). Cantada a tres voces con acompañamiento de violín, flauta y
contrabajo, el letrista castellano dejó testimonio del uso de la lengua valenciana
por las calles de Madrid. El vendedor gritaba "¡Zevada (sic) que refresca
qui veu ¿Qui vol refrescar?" (id.). A mitad de la pieza, el cantante
interpretaba "la toná dita del valenciano: Per un carrer de
Valencia...".
El idioma valenciano tenía en
Madrid sus lectores, pues los coloquis llegaban a las bibliotecas de los
ilustrados madrileños y se editaban. En 1787 salía de la imprenta madrileña de
Manuel González un coloquio de largo título: "Els dos amics Nelo y Quelo:
Heráclito y Demócrito del present sigle per lo terme, pues nelo plorant y Quelo
rient...". No sólo en Madrid se respetaba la existencia de la lengua valenciana,
en la misma Cataluña y en pluma de los más cualificados eruditos se dejaba
constancia de ello. En 1753, el cisterciense barcelonés Jaume Finestres
escribía: "pusieron entallado en la piedra un letrero en lengua
valenciana, que vuelto a la castellana decía..." (Finestres: Historia del
Real Monasterio de Poblet, Cervera 1753, p.94)
Ahora, en el 2001, los comisarios
de la Generalitadt obligarían al heladero que cantaba la toná a pronunciar
tonada, sin apócope, como en castellano y catalán. También le impondrían
barbarismos como tona, sustituto del vocablo valenciano tonellá (tonelada); y
al padre Finestres, erudito catalán, le pondrían el sambenito de secesionista
blavero. Pero la documentación está ahí, aunque la inmersión la oculte: Luis
Vallés y Tomás Manuel Carretero conocían y usaban la lengua valenciana en el
Madrid borbónico. Hoy, con millares de maulets parásitos, el idioma valenciano
está prohibido.
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