Por Ricardo García Moya
Las Provincias 14 de Septiembre de 1999
Nuestra
historia hay que situarla en el inhóspito triángulo definido por Chihuahua, el río Colorado y las llanuras de Sonora;
con un protagonista que recuerda a los personajes secundarios de los westerns
de Ford o Mann, lastrados por debilidades humanas y ennoblecidos con valor
temerario. Así era José Marqués,
franciscano de Alcudia de Carlet que
recorrió el territorio apache de California hablando su idioma valenciano.
Parte
de su vida la conocemos por el manuscrito mexicano de Garrigós (Bib. Nac. Ms.
5695, Xalisco 1782). En él leemos anécdotas como la del soldado valenciano
Cavanilles, deseoso de enfrentarse a los indios, pese a que el de Alcudia de
Carlet le recomendaba prudencia. Fue inútil, pues entrando a batallar con los apaches, salió con una pierna quebrada
de un balazo, y hoy día anda con una pata de palo" (f. 132). Marqués
buscaba la perfección, y a tal fin elaboró normas ascéticas, como "no
tomar chocolate ni mirar el rostro de mujer alguna, ni tocar su ropa" (f.
127). Puede que lo consiguiera, pero su estómago, ¡ay!, castigado por potajes
mexicanos no admitía comida, y "sólo la leche de mujer se le acomodaba,
por lo que tenía una india destinada para este fin, que lo sustentó con mucha
caridad" (f. 66). Para mayor infortunio, tras su muerte "se halló en
su celda media arroba de chocolate" (f. 123).
En
territorio apache era acompañado por soldados y un franciscano que podría ser
Garrigós, autor del manuscrito. Este anotaba cuidadosamente lo visto y oído,
incluidas frases en lengua valenciana como: "Pepe, donam el chic" (f. 58), y su correspondiente traducción
al español: "Joseph, dame el chico"
(id.). La ortografía del manuscrito del Far
West era similar a la usada en el Reino en la misma época, distinta al
castellano y catalán. Por ejemplo, si Garrigós escribía en 1782: "esta fadrina yo la vullc" (f. 58);
a miles de kilómetros -en Albaida- el dominico Luis Galiana también usaba la
misma forma verbal del presente de indicativo y pronombre: "No vullc yo" (Rondalla, 1768).
El
manuscrito destila valencianía, aunque el autor no pretendiera en absoluto
enaltecer a los valencianos destinados en California; simplemente anotaba lo
observado y no dudaba, por ejemplo, en llamar "miserable" a su
compatriota Cavanilles por jactarse de matar apaches "como pájaros".
La carencia de chauvinismo de Garrigós incrementa el valor documental de las
frases en lengua valenciana incrustadas en el texto castellano.
Es
un hecho que nuestros compatriotas destacados en los confines del Imperio
usaban la lengua valenciana, y sabían escribirla. Por ejemplo, en un texto de
1608 -coetáneo de Cervantes- leemos que fray Luis Bertrán "escribió una
carta que se pone aquí, traducida del valenciano
en lengua castellana" (Roca, B.: Hist., Valencia 1608, p. 8). El autor
de la carta era el actual Patrón de Colombia, el dominico Luis Bertrán,
evangelizador de las riberas del caudaloso Magdalena, en tiempos de Felipe II.
El mismo Bertrán, en el sermón del día de San Vicente del año 1578, recordaba
que éste "predicaba en valenciano" (Ser. de S. Luis. Valencia 1690,
p. 201), de igual modo que intercalaba alusiones a los ignotos territorios
americanos: "del río Ocanca en la India cuando se junta con el Río Grande
de la Magdalena" (p. 183).
El
manuscrito de Garrigós testifica que la lengua valenciana fue una de las usadas
por los colonizadores del Oeste americano.
Analizando
el texto de 1782 comprobamos que era un idioma de comunicación. En uno de los párrafos
leemos que el de Alcudia de Carlet se dirige al hermano enfermero pidiéndole
agua con azúcar; y lo hace como si estuviera en Muchamel o Alboraya: "Chic, porta sucre esponchat" (f.
78). La apelación con el espontáneo y genérico "chic" dirigida al fraile
enfermero, sin recurrir al nombre propio, indica lo que está documentado en
Luis Bertrán durante su estancia en la selva colombiana: hablaban en valenciano
a otros españoles e indígenas.
No
sé qué efecto causará en ustedes, pero para mí nunca será igual el Far West tras leer el manuscrito de
Garrigós. Cuando cierro los ojos no veo a los indios y vaqueros de Peckinpah. En su lugar, cuatro siluetas
se recortan sobre el anochecer rojo sandía del desierto de Sonora; entre
nopales y piteras arrastran su humanidad dos frailes acompañados de un soldado
con pata de palo, espada y arcabuz; todos hablan grandes voces la lengua del
Reino. Tras ellos, una india mezcalera de generosas ubres acarrea provisiones,
incluido el chocolate.
Las
cenizas del soldado Cavanilles vuelan entre coyotes mientras que las del
atormentado Marqués y el cronista Garrigós quedaron en un convento franciscano
de la lejana América. Quién les iba a decir que dos siglos después, el idioma
que ellos no olvidaron ni en territorio apache hoy estaría prohibido en el
Reino. De orgullosos colonizadores hemos pasado a ser pasmarotes colonizados,
ante la pasividad y colaboración de quienes ustedes saben.
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