Ricardo García Moya
Las Provincias 20 de
septiembre de 1992
No les nacieron "incordios" (tumores
dolorosos) en las ingles, el escorbuto no diezmó la tripulación, batieron
tiempos de navegación, descubrieron islas y estrechos, se enfrentaron a
piratas franceses, contactaron amistosamente con desconocidas etnias y no
violaron a sus mujeres. Todo ello no constituye el argumento de una película
filmada para los fastos del 92; se trata del asombroso, por lo perfecto, viaje
al mundo incógnito que efectuó el valenciano Diego Ramírez por encargo real
en 1619. Hasta tal fecha, los geógrafos decían que "América termina en el
estrecho de Magallanes" (Suárez, C.: "Plaza de todas las
artes", Madrid, 1615, p. 165), siendo un misterio las tierras más
meridionales. En realidad, aunque dos años antes un navio holandés había
divisado el sur austral, nadie tenía certidumbre de su dimensión, si existían
ensenadas, lugares para ser colonizados y, especialmente, otro estrecho que no fuera
el de Magallanes.
La hazaña de Diego Ramírez, natural de "Xátiva en el Reyno de Valencia",
como él mismo anotó en su diario de navegación, comenzó en el puerto de Lisboa
un 27 de septiembre, cuando dos barcos con "Artillería, mosquetes, picas,
chuzos (...) y marineros portugueses que iban como por fuerza, persuadidos de
ser la navegación remota y dificultosa", iniciaron su aventura. En contra
de los pronósticos, todo resultó satisfactorio y "causó admiración la
brevedad con que pusieron en efecto el mandato del Rey, pues en diez meses
fueron, vieron y vinieron; ninguno peligró, ni le dolió la cabeza"
(González, G.: "Teatro de Grandezas." Madrid, 1623, P.112).
Este verano, al examinar los manuscritos originales de Ramírez, me llamó la atención el
topónimo que impuso a la Tierra del Fuego, ahora perteneciente a Chile y
Argentina. Con la caligrafía propia del cosmógrafo real -cargo que ostentaba
el marino valenciano- nombró al territorio
"Isla de Xátiva" y, al estrecho que descubrió, de San Vicente
Mártir, patrón de Valencia ciudad, en cuya Universidad había estudiado. En sus
apuntes, Ramírez describe científicamente las características de los nuevos
territorios y las anécdotas sucedidas que, en algún caso, dejaron huella en la
cartografía. Así, la ínsula en que fue sorprendido por leones marinos,
"que rechazó con un chuzo", hoy se llama Isla de los Leones.
Incomprensiblemente, en la Enciclopedia Catalana aparece como "castellano" este marino que propagó claramente su
valencianía. Por ejemplo, al descubrir el estrecho de San Vicente,
"pusieron banderas, dispararon la artillería, dando el nombre de cabo
Setabense a una de sus puntas, de muy lindas ensenadas" (f.33). Es obvio
que Ramírez añoraba a "Xátiva del Reyno de Valencia" y su clima, pues
la proximidad a la Antártida ofrecía días "muy fríos, cerradísimos de
niebla, que casi los de un navio no veían al otro" (f.30).
Ramírez quiso perpetuar el nombre de Xátiva en las
nuevas tierras, pues el de Valencia ya figuraba en varios lugares de las
Indias, circunstancia conocida por el cosmógrafo. Precisamente, pocos años
antes, el lunático vasco Lope de Aguirre (protagonista de "El
Dorado", filme de Saura), anduvo
por nuestra capital homónima:
"Salió el tyrano de nueva Valencia con noventa cabalgaduras", para
encontrar la muerte y ser "colocada su cabeza en la villa de Tucuyo"
(Herrero, A.: "Historia de Felipe II", Madrid 1606, p. 486).
Diego Ramírez, leal a su tierra, propagaba
los topónimos valencianos en el fin del mundo. ¡Qué contraste entre el
cosmógrafo de Játiva y los catalaneros actuales, empeñados en substituir todo
lo que recuerde a Valencia por el anodino "Mediterrània". Están tan
ciegos que emplean más dinero en promocionar un sólo vocablo catalán que en el
presupuesto para prevención de incendios forestales en la Comunidad
Valenciana. Ramírez sentiría vergüenza de ellos.
El setabense adquirió la inmortalidad sin vender su
valencianía. El cronista de Felipe III, Gil Dávila, no ocultaba su admiración
hacia, "Diego Ramírez, natural del Reyno de Valencia, que estudió vientos,
tiempos, alturas y grados; sondeó, observó y demarcó sitios, haciendo inmortal
su nombre en los extremos del mar y la tierra". Ramírez no era Reche, y en
consecuencia, no puso el nombre de Mediterrània a ninguna costa austral,
aunque dejó constancia de su hazaña. En la tarde del 10 de febrero;
"después de observar algunas ballenas, se descubrió una isla, al qual
llamé de mi nombre" (f.37). Hoy son las Islas de Diego Ramírez, junto al cabo Setabense y el puerto del
Buen Suceso, los escasos testimonios de aquella aventura, pues, injustamente,
los ingleses modificaron los topónimos; así, el barco que transportó a Darwing
dio nombre al canal del Beagle, ya explorado por nuestro marino.
Respecto al
naturalista inglés, hay un hecho sorprendente: comparando los apuntes de
Darwing -tomados en 1832, cuando visitó el sur de la isla de Xátiva- y el
diario de Diego Ramírez, se observa la coincidencia de observaciones de uno y
otro; especialmente las referentes al encuentro con indígenas del "Puerto del Buen Suceso". Se
diría que Darwing copió el manuscrito de Ramírez -posibilidad totalmente
absurda-, y es que impresiona que un valenciano nacido en el siglo XVI
alcanzara el nivel de análisis equivalente a uno de los grandes naturalistas de
todos los tiempos. Incluso hubo coincidencia en una situación cómica: ambas
tripulaciones se mosquearon por la extraordinaria capacidad de imitación en
gestos y voces de los setabenses del
fin del mundo.
Por cierto, no estaría de más que la Generalidad
¿valenciana?, se dignara recordar a este compatriota ilustre, cuya vida bien
podría llevarse al celuloide; pero, claro, Ramírez no tiene tanto interés como
los protagonistas de aquella vergonzosa "Tramontana", que ya
descansa en el infierno de los subproductos estéticos. Si hubiera afirmado que era catalán, sería otra cosa.
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