Antonio Domínguez Ortiz*
25 Mayo, 2008...7:02 am
Extraído de Internet
Luis Cabrera de Córdoba (Madrid 1569-1623) desempeñó
tareas burocráticas y algunas misiones diplomáticas durante los reinados de
Felipe II y Felipe III. Fue agraciado con el título de cronista real. Escribió
varias obras históricas, entre ellas una Historia de Felipe II. Cultivó el
trato con la literatura y mereció que Cervantes recordara sus poesías en el
Viaje al Parnaso. Su curiosidad, sus cargos y sus múltiples relaciones lo
pusieron en contacto con las realidades de su tiempo, más bien las de alto nivel.
Fue amontonando, al parecer sin intenciones publicitarias, multitud apuntes
y noticias sobre sucesos corrientes del genero de las relaciones que por
entonces circulaban y hacía las veces de nuestra prensa periódica. Esos apuntes
permanecieron inéditos hasta que, adquiridos por el Estado, fueron publicados
a expensas de éste en 1857 con el título de Relaciones de las cosas sucedidas
en la corte de España desde 1599 hasta 1614. La Junta de Castilla y León lo
radiad en 1997 en edición facsímil precedida de extenso y documentado Prefacio
de Ricardo García Cárcel.
Las noticias que nos proporcionan estas Relaciones
son preferentemente de carácter cortesano: desplazamientos de los reyes,
nombramientos palatinos, provisión de altos cargos, casamientos, dotes,
intrigas y pendencias. Se sigue a través de ellas el desmesurado crecimiento
del poder del duque de Lerma, sus familias y amigos. Son menos las noticias de
carácter general pero abundan, por ejemplo, las relativas a la peste que azotó
gran parte de España a comienzos del reinado de Felipe III. El editor subraya,
y esto hay que tenerlo presente, que «en las Relaciones de Cabrera no deja
entrever sus opiniones; su afán de objetividad es impermeable a cualquier
sentimiento».
Las noticias que sobre moriscos pueden espigarse en
el texto de Cabrera antes de la expulsión de 1609 son poquísimas: en 16 de
abril de 1605 anota: «En Valencia se ha hecho prisión de muchos moriscos, y
por ciertas cartas que el rey de Inglaterra ha enviado, las cuales se habían
hallado entre los papeles de la reina. Le habían escrito los moriscos
pidiéndoles favor para levantarse, y que ellos daría orden de que pudiese
saquear aquella ciudad, viniendo con su armada. Hase dado tormento a muchos de
ellos para averiguar lo que pasaba en este negocio, y no dejaran de castigarse
algunos para ejemplo de los demás» (pág. 240).
No vuelve Cabrera a mencionar a los moriscos hasta
el 11 de abril de 1609: «Se ha dicho que ciertos moriscos habían pasado a
Africa con embajadas de los demás al rey Muley Cidán ofreciendole 60.000 hombres
armados en España y mucho dinero, y que se hallaban allí otros embajadores de
parte de las Islas que le ofrecían los navíos que quisiese, aunque fuese para
hacer un puente y atravesar el Estrecho de Gibraltar; lo cual, aunque no haya
de tener efecto no puede dejar de dar cuidado acá». Pero el 9 de mayo anotaba
que Muley Cidan «se ha reído de la embajada de los moriscos». Le interesaba
estar a buenas con el rey de España porque su opositor, el rey de Fez, había llegado
a España con solicitud de ayuda y Felipe III lo había acogido con su séquito en
Carmona, haciendo la costa a todos, «en que se gastan 300 escudos cada día, y
se ha ordenado a los señores que cayeren en el camino por donde pasará para
venir desde el Algarbe a Carmona que le aposenten y hagan la costa a todos»
(pág. 367).
En junio de aquel año, solo tres meses antes del
decreto de expulsión, tal medida estaba tan lejos de contemplarse que Cabrera
escribía: «Trátase de vedar a los moriscos que no sean arrieros, ni mercaderes
ni tenderos, sino que todos se ocupen en la labor del campo, porque se han
averiguado grandes inconvenientes de andar por el Reino y hacer oficio de
mercaderes» (pág. 371). Sin embargo la expulsión estaba virtualmente ya
decidida por la deliberación del Consejo de Estado de 4 de abril, basándose
precisamente en el cambio dinástico ocurrido en Marruecos. Pero el secreto del
acuerdo fue bien guardado.
El 26 de septiembre de aquel año escribía el
cronista: «Con la llegada de las galeras de Italia a las costas de Valencia se
ha sabido el efecto de su jornada, que es para llevar los moriscos a Africa…
Dicen que se les permite llevar lo que pudieren sobre sus personas, y lo demás
que dejaren de heredades, ganados y otros bienes quedan aplicados a los señores
de los lugares en recompensa del daño que se les sigue; y tres de cada
cincuenta moriscos, a elección de los señores, para que puedan instruir en la
labor y otras granjerías a los cristianos viejos que poblaren los lugares, y
niños de seis años abajo, si los quisieren dejar sus padres; y no ha de quedar
ninguno más en el reino de más de 25.000 casas que hay en él. Aunque por ahora
no se habla en los moriscos de Aragón, dicen que después se tratará de ellos,
habiendo tenido Cortes en aquel Reino, y que asimesmo se dará orden de sacar
los de Castilla, que son muchos más, aunque están muy derramados por el Reino.
Por el repartimiento que se les hizo de 320.000 ducados con que sirvieron a
S.M. los días pasados se pusieron por escrito los nombres de las cabezas de
casas para la cobranza, por donde se sabrá cuantos son y donde están, y allende
la sospecha que causaban para levantarse, con el trato que traían con Berbería
y los otros príncipes, ofreciéndoles 150.000 hombres, son tan moros como los
que están en Berbería. Y teniendo como tiene haciendas y mucha cantidad de
armas escondidas para ello, han cargado la conciencia de S.M. personas
religiosas y celosas de su servicio para que los echase de sus reinos, pues no
se les debía consentir el vivir como moros siendo bautizados, sin haber
aprovechado todas las diligencias que se han hecho para su conversión en muchos
años que se ha tratado de ella» (págs. 385-356).
No hay comentarios:
Publicar un comentario