Ricardo García Moya
Diario de Valencia 24 de junio de 2001
Mezcla de vino y Coca Cola, es un
sucedáneo aceptable del auténtico. Culturalmente, si se me permite la discreta
metáfora, nos están emborrachando con cubatas de composición dudosa; y no
somos los únicos afectados. Me topo en Internet con la web del último film de
Spielberg, donde Aragón se convierte en centro mundial de la inteligencia artificial
en el 2140; pero lo chocante es que localizan a Zaragoza “en la zona de España
que antiguamente era conocida como Cataluña”. Nosotros pensábamos lo contrario,
al situar a “Barcelona en Cataluña de Aragón en España” (Gallucio, Ioan Paulo:
Teatro del mundo y del tiempo, año 1606, f. 127). El error no es culpa de
Spielberg, sino de las publicaciones que el catalanismo ha distribuido desde
Alicante a Pekín, falseando la historia política y lingüistica de la antigua
Corona de Aragón.
Más cubatas exóticos. El jueves, 15 de
julio, el programa educativo Tómbola fue interrumpido aparatosamente en el momento
de máxima audiencia. Cuando todos esperaban la aparición de alguna estrella
mediática (Tamara y su madre, Pocholo o Aramis Fuster...) surgieron el
Honorable y un señor del PSOE entre sonrisas, carantoñas, palmaditas en la
espalda y guiños de complicidad picaresca. El Honorable explicó lo mucho que
había sufrido para encontrar a los sabios defensores de la lengua; y el
partenaire, exultante, disertó sobre “la nostra llengua”(?), los “avui” y los
“amb”. Emocionado, San Zaplana asentía complacido al ver cumplida la
trayectoria iniciada en la alcaldía de Benidorm, cuando recibía lecciones de
Rafael Aiemany (normalitzador pata negra), y confiaba a Eliseu Climent la
formación del jurado de los premios literarios y la edición de las obras.
No sé la causa, pero la honorable
pareja fue remisa a definir el idioma que tanta excitación les provocaba. En
el Reino jamás existió ese temor a declarar su nombre, pues desde los bautizos
a la última voluntad se realizaban en el idioma llamado valenciano; y quienes
lo hacían no eran miembros de UV o el GAV Veamos un ejemplo vulgar y corriente
del siglo XVI, la última voluntad del Juan Valero de Xérica: “testamento
otorgado en 2 de febrero de 1592... cuyas cláusulas a la letra, vertidas del
idioma valenciano al castellano.” (Bib. Nic. Primitiu, XVII, F.35). Eran tiempos normales, donde las autoridades del Reino
no tenían vergüenza del nombre del idioma. En 1619 se volvía a imprimir la
pragmática del año 1394 dictada por Joan I, monarca que tenía como asesor
lingüístico y traductor a fray Antoni Canals; pues bien, en la fórmula medieval
leemos: “Traduhida de llati en vulgar valenciá per los Reverents mestres de la
Seu de Valencia en lo Any Mil trecents noranta quatre”. Este orgullo idiomático,
característico de la curia valenciana del cardenal Jaime de Aragón, estaba
ausente en la honorable pareja tombolera.
Volvamos al presente. Es un hecho que se ha otorgado
el poder de la AVL a un grupo de filólogos que podríamos llamar del “Comando
Benidorm”, formado por inofensivos y honestos ciudadanos, pero expertos en
adulterar la Lengua Valenciana y transformarla en catalana; así como degradar
la denominación de Reino de Valencia a país catalán. Los Rafael Alemany,
Antoni Ferrando y Jordi Colomina difundieron el catalanismo en publicaciones
como “Estudis de literatura catalana al País Valencia” (Ed. Ajuntament de
Benidorm, 1987), gracias a la generosidad del consistorio, que “amb una
liberalitat no massa freqüent en aquesta zona sud del domini lingüistic de la
lengua catalana” (id). Para los miembros del “Comando Benidorm” somos un país
catalán, y así lo proclamaron en sus panfletos: “anormalitat política en que
viuen els països catalans” (Ferrando, A.: Lit. catalana. Ajunt. Benidorm.
p.55). Este inmersor será quien corte el bacalao en la AVL, con el aplauso
incondicional de 14 de sus miembros.
La institución podría (uso el
condicional) convertirse en la Academia Valenciana del “lapo”; que no es un
insulto, sino una honorable y documentada voz valenciana que equivale al
catalán “cop", por lo que encajaría en el proyecto pensado -si analizamos
el historial de los académicos- para golpear al hereje valenciano que no acepte
dogmas del Institut d’Estudis Catalans. El vocablo “lapo” estaba arraigado en
el fecundo siglo XIX, cuando el idioma valenciano todavía creaba voces y
moldeaba barbarismos hasta darles morfología propia. En “Conversacions de Saro”
leemos: “li aguera asentat un lapo” (any 1820), y en poesía de Pallarés
localizamos el plural correspondiente: “els cluixen a lapos” (La Degollá, any
1859) Palabras similares a “cluixir” y “lapo” serán el fiel de la balanza de
la AVL, según adopten respecto a ellas una de estas posibilidades: a) la AVL
las aceptará, desoyendo al IEC (algo milagroso); b) se mantendrá la
prohibición impuesta por el Institut d’Estudis Catalans; c) serán entregadas
al citado IEC para su análisis con lupa y -caso de ser aceptadas por el IEC-
engordarán los diccionarios catalanes.
Y no se crean la consigna inmersora de
que el idioma valenciano del XIX era un cadáver. En textos como las
“Conversacions de Saro” (Valencia, 1820) se documentan vocablos por primera
vez en la historia de la lengua, como los verbos “descucar” (“descucar els
alfals”), o “desemboirar” (¿Está ya desemboirat?), que posteriormente serían
sustraídos por los lexicógrafos catalanes. Hay otras palabras que todavía no
han sido saqueadas por el pirata norteño, como el infinitivo “desbrafar”, el
adjetivo “pesmes” y el sustantivo “micapa” (“bona olleta y forsa de
micapans”), que procedía de la lengua madre latina ( de “mica-panis”, miga de
pan).
Mientras tanto, prosigue el disimulado
estrangulamiento de la capital del Reino. Nadie reacciona ante el engaño y la
burla hacia las señas de identidad valencianas que, como táctica, se
perpetran en las ciudades donde se fomenta el odio a Valencia. En Castellón
instalaron el Institut d’Estudis Catalans (¡vaya lapo!); y en Alicante fue
prohibida la Real Señera en el desfile de las Fuerzas Armadas (el año
anterior, en idéntico acto, Barcelona estaba llena de cuatribarradas). La
blandura valenciana permite tropelías como la del AVE, que llegará al Altet por
decisión de Madrid, pero no a Manises. El viajero procedente de Londres o París
que pretenda trasladarse a Albacete o Castellón tendrá que ir a Alicante para
subir al AVE en el mismo aeropuerto. Lamentablemente, en Manises tendría que
revivir las aventuras del entrañable Paco Martínez Soria, arrastrando maletas
por el Metro, o en infierno de caravana, taxis y semáforos para enlazar con
la estación del AVE. Pero la alcaldesa Nolla no lo tolerará; por algo ha sido
defensora de la unidad de la lengua, y la que casi ha traído a Valencia la capitalidad
cultural, las Olimpiadas, la Expo y la suerte al Valencia C.F. En vista del
panorama, me engullo mi segundo cubata gitano.
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