Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498
En los estados de la Corona de Aragón, aunque se
prohibió levantar nuevas mezquitas, don Fernando, a petición de las Cortes y de los Señores de
vasallos moros, ordenó a la Inquisición aragonesa que no forzara a los
mudéjares a convertirse. En las Cortes de Monzón, de marzo de 1510, don
Fernando el Católico dispuso “que los moros valencianos no pudieran ser
obligados a hacerse cristianos, ni ser expulsados del Reino, como tampoco ser reprendidos
por sus costumbres y tradiciones”, ratificando de esta forma los privilegios de
que gozaban desde Jaime I.
Sin embargo, los moros de Teruel, los de Albarracín,
los de Manises y algunos tros, se bautizaron en masa y fueron numerosas las
conversiones aisladas. A los mudéjares conversos que practicaban o prometían
practicar, en público, las ceremonias de la fe cristiana se les llamó moriscos.
Con estas conversiones –originadas principalmente por el temor y sin la debida
instrucción, razón por la que no podían ser sinceras- tuvo su origen, en
España, la célebre y delicada cuestión morisca.
Aquella raza inasimilable, que durante siglos nos
había arrebatado la unidad nacional, había de constituir, siempre –hasta el
momento de su definitiva expulsión- ,en el seno de nuestra nación, un germen de
frecuentes discordias y peligros. La mayoría eran cristianos de nombre, aunque,
de hecho, sectarios del Corán, y como tales, conservaban, en privado, y no
pocas veces en público, sus costumbres y su lengua.
Era lógico, por consiguiente, que los Reyes
quisiesen exterminar de España hasta el nombre de aquella secta y que al morir
doña Isabel, en 1504, encargara, ardientemente, desde el castillo de la Mota,
la pelea contra los infieles enemigos de la fe. Don Fernando, por su parte, al
acabar sus días en Madrigalejo (23 de enero de 1516) dijo a sus hijos que
procuraran por todos los medios, la destrucción de la secta musulmana.
Esta política –de la que no puede culparse a quien
un siglo mas tarde aconsejara fuese llevada a cabo- es la que, como hemos dicho
–y de esta opinión participa el señor Boronat, recordando otros muy notables-,
debió hacerse inmediatamente después de la rendición de Granada, sin permitir
el bautismo y sin acudir a instrucciones, siempre inútiles, contra la voluntad
torcida.
Capítulo III: Carlos I y Felipe II(. Su política de
transacción.
Los sucesores de los Reyes Católicos, doña Juana la
Loca y Felipe el Hermosos, no tuvieron en cuenta el testamento político de
aquellos monarcas consortes. A sus recomendaciones postreras de dureza e
inflexibilidad, prefirieron una política de contemporización, ya que los medios de violencia que don
Fernando y doña Isabel adoptaron para los moriscos de Castilla no fueron
aplicados a los de Valencia y Aragón; donde residía la mayor parte de aquella
raza. En esta situación, triunfante de nuevo la política de tolerancia sobre la
del terror y exterminio, adviene al
trono español el hijo de aquella desgraciada reina demente, que adopta el
título de Rey de España y Emperador de Alemania.
Carlos I (1517-1556) había de seguir durante su reinado una trayectoria vacilante, y hasta
contradictoria, en la cuestión morisca, pues a la blandura, unas veces,
sustituyó, en otras el rigor, para lograr la conversión de aquella raza. Una de
sus primeras intervenciones en este asunto fue la de exigir, en 1518, fuese
acatada una disposición de doña Juana, por la que se ordenaba que aquella gente
dejase de usar los trajes moriscos que recordaban su origen, dándoles, a tal
efecto, un plazo de seis años para cumplir con esta orden, con prórroga de
otros seis.
Ya sabemos que la conversión de los moriscos no fue
sincera, sino sólo aparente, para evitar la expatriación, y muchos practicaban
en secreto sus ritos y ceremonias. Para
poner remedio a este mal fue dictada aquella disposición de la hija y sucesora
de los Reyes Católicos; pero ante las súplicas de los conversos ordenó el
Emperador se suspendiese su cumplimiento.
Uno de los sucesos más importantes de este reinado
fueron las luchas de la Germanía o Hermandades de los menestrales de Valencia
contra la nobleza.
1 comentario:
Puedo entender los comentarios por ser acordes a la epoca en la que fueron escritos, pero hoy por hoy inadmisibles. Como valenciano y valencianista estoy orgulloso de mi pueblo sin distinción de razas, o credos. Tan valencianos los eran esos moriscos como los cristianos que en ellan vivian, y suyo era el derecho a mantener sus creencias.
(obviamente un argumento impensable entonces pero no por ello menos justo)
Rescatemos la gloria de nuestro pasado mas olvidado. Tan importante para nuestra historia fue al-Rusafi como el propio Ausias March, y no menor motivo de orgullo:
¿Es que alguien ha pronunciado el nombre de Balansiya?
Amigos míos: deteneos conmigo y
hablemos de ella
pues su recuerdo es como el frescor del agua
en las entrañas ardientes
porque en ella el sol juguetea
con el río y la al-Buhayra.
Al-Rusafi
Publicar un comentario