domingo, 11 de marzo de 2012

EL DESARME DE LOS MORISCOS DE CREVILLENT (I)



Cayetano Mas Galvañ
Extraído de Internet

            En distintas ocasiones, he tenido oportunidad de manifestar que muy posiblemente el acontecimiento más dramático y de mayores repercusiones ocurrido en Crevillent durante la Edad Moderna fue la expulsión de los moriscos, ocurrida el 4 de octubre de 1609.
            La expulsión ordenada por Felipe III significó un corte brutal en la historia de Crevillent. Hasta ese momento, éramos un pueblo de escasas dimensiones (la denominación más frecuente es la de lloch; villa no se generalizaría hasta el siglo XVIII), poblado casi enteramente por moriscos. Eran éstos los descendientes de la anterior población islámica –aquella de la que surgieron personajes como los ra’is o Al-Safra-, que en las convulsiones del primer tercio del siglo XVI valenciano, y en especial desde las conversiones forzosas ocurridas en el verano de 1521 al calor de la guerra agermanada, se vieron obligados a convertirse al cristianismo. Después de la expulsión, el casi vacío caserío crevillentino comenzó a llenarse con población cristiana vieja venida de otras localidades, probablemente de las más cercanas. Los libros parroquiales reflejan de inmediato el cambio: los nuevos apellidos que aparecen en sustitución de los anteriores moriscos son los mismos que aún hoy subsisten en Crevillent (Mas, Candela, Lledó, Pastor...)
            En esta colaboración quiero dar noticia de un documento que ilustra parte de los avatares sufridos por aquella población morisca en el largo camino que llevó desde las referidas conversiones forzosas hasta la expulsión. Se trata del inventario del desarme ordenado efectuar en febrero de 1563. Es preciso, por tanto, dejar hecha alguna indicación previa sobre los motivos de tal orden; y, más generalmente, sobre la política seguida en la cuestión morisca.
            Como es sabido, los Reyes Católicos establecieron los fundamentos de un Estado, que se desarrollaría en los siglos XVI y XVII, sobre dos pilares fundamentales: la fidelidad monárquica y la unidad religiosa. Unidad basada, como ocurría generalmente en el resto de Europa, en la intolerancia. Monarquía y catolicismo iban a ser, así pues y a no mucho tardar, los dos principales rasgos comunes a los vasallos de los heterogéneos y extensos territorios gobernados por los reyes de las Españas (“Hispaniarum rex”, rezaba en las monedas los monarcas).
            Expulsados los judíos que no quisieron convertirse al catolicismo en 1492 (y creada la Inquisición para controlar a los que sí lo hicieron), la única minoría religiosa de importancia que quedó sobre el solar peninsular fue la mudéjar, de credo islámico. Era esta comunidad especialmente importante en algunos territorios, como Granada (lógicamente, dado lo reciente de su conquista) y Valencia. En este último caso, los mudéjares constituían un sector de población numéricamente importante: sin entrar en estimaciones demasiado detallistas, aproximadamente representaban un tercio del total de la población valenciana, porcentaje en el que se nota aún el fuerte carácter quasi-colonial de la sociedad valenciana posterior a la conquista cristiana. Por lo general, estos mudéjares se concentraban en determinadas zonas del Reino, y –dedicados en su mayoría a las labores agrícolas- vivían en un régimen cercano a la servidumbre, sometidos a los señores feudales bajo cuya jurisdicción se hallaban.
            Según sostienen los últimos estudios[1], es posible detectar un carácter coherente más allá de las aparentes alternativas seguidas por la monarquía en su política mudéjar-morisca durante el siglo XVI. En dicha política -que quedaría establecida en tiempos de Carlos V y no se rompería más que por factores coyunturales para decidir la expulsión ya en tiempos de Felipe III- el objetivo fundamental fue el de conseguir la desaparición del islamismo (unidad religiosa), pero con políticas de asimilación (aculturación) y no de expulsión. Ciertamente, las dificultades para ponerla en práctica fueron enormes, y a la postre convirtieron en inefectivas todas las “soluciones” que se intentó dar a la cuestión desde tales presupuestos: los enfrentamientos en las esferas de gobierno entre partidarios de la línea dura (con la Inquisición como brazo) y defensores de estrategias de evangelización y adoctrinamiento (misionales o parroquiales); los odios entre la población cristiana vieja y estos moriscos o “cristianos nuevos”; los señores jurisdiccionales, interesados en negar la validez de las conversiones porque de este modo mantenían en situación de inferioridad a los moriscos que decían proteger; las pugnas entre dichos señores y la creciente afirmación del poder real; las dificultades y resistencias a la asimilación presentadas por las propias comunidades moriscas; los problemas internacionales de la monarquía... Son algunos de los muchos factores que incidieron en la cuestión.


[1] La bibliografía sobre moriscos es inmensa. Dado el carácter de este estudio, remito al lector a la obra de Rafael Benítez Sánchez-Blanco, Heroicas decisiones. La monarquía católica y los moriscos valencianos, Valencia, 2001. Los textos citados no pertenecientes a Crevillent están extraídos de dicha obra.

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