Cayetano Mas
Galvañ
Extraído de Internet
En distintas ocasiones, he tenido
oportunidad de manifestar que muy posiblemente el acontecimiento más dramático
y de mayores repercusiones ocurrido en Crevillent durante la Edad Moderna fue
la expulsión de los moriscos, ocurrida el 4 de octubre de 1609.
La expulsión ordenada por Felipe III
significó un corte brutal en la historia de Crevillent. Hasta ese momento,
éramos un pueblo de escasas dimensiones (la denominación más frecuente es la de
lloch; villa no se generalizaría hasta el siglo XVIII), poblado casi
enteramente por moriscos. Eran éstos los descendientes de la anterior población
islámica –aquella de la que surgieron personajes como los ra’is o Al-Safra-,
que en las convulsiones del primer tercio del siglo XVI valenciano, y en
especial desde las conversiones forzosas ocurridas en el verano de 1521 al
calor de la guerra agermanada, se vieron obligados a convertirse al
cristianismo. Después de la expulsión, el casi vacío caserío crevillentino
comenzó a llenarse con población cristiana vieja venida de otras localidades,
probablemente de las más cercanas. Los libros parroquiales reflejan de
inmediato el cambio: los nuevos apellidos que aparecen en sustitución de los
anteriores moriscos son los mismos que aún hoy subsisten en Crevillent (Mas,
Candela, Lledó, Pastor...)
En esta colaboración quiero dar
noticia de un documento que ilustra parte de los avatares sufridos por aquella
población morisca en el largo camino que llevó desde las referidas conversiones
forzosas hasta la expulsión. Se trata del inventario del desarme ordenado
efectuar en febrero de 1563. Es preciso, por tanto, dejar hecha alguna
indicación previa sobre los motivos de tal orden; y, más generalmente, sobre la
política seguida en la cuestión morisca.
Como es sabido, los Reyes Católicos
establecieron los fundamentos de un Estado, que se desarrollaría en los siglos
XVI y XVII, sobre dos pilares fundamentales: la fidelidad monárquica y la
unidad religiosa. Unidad basada, como ocurría generalmente en el resto de
Europa, en la intolerancia. Monarquía y catolicismo iban a ser, así pues y a no
mucho tardar, los dos principales rasgos comunes a los vasallos de los
heterogéneos y extensos territorios gobernados por los reyes de las Españas
(“Hispaniarum rex”, rezaba en las monedas los monarcas).
Expulsados los judíos que no
quisieron convertirse al catolicismo en 1492 (y creada la Inquisición para
controlar a los que sí lo hicieron), la única minoría religiosa de importancia
que quedó sobre el solar peninsular fue la mudéjar, de credo islámico. Era esta
comunidad especialmente importante en algunos territorios, como Granada
(lógicamente, dado lo reciente de su conquista) y Valencia. En este último
caso, los mudéjares constituían un sector de población numéricamente
importante: sin entrar en estimaciones demasiado detallistas, aproximadamente
representaban un tercio del total de la población valenciana, porcentaje en el
que se nota aún el fuerte carácter quasi-colonial de la sociedad valenciana
posterior a la conquista cristiana. Por lo general, estos mudéjares se
concentraban en determinadas zonas del Reino, y –dedicados en su mayoría a las
labores agrícolas- vivían en un régimen cercano a la servidumbre, sometidos a
los señores feudales bajo cuya jurisdicción se hallaban.
Según sostienen los últimos estudios[1],
es posible detectar un carácter coherente más allá de las aparentes
alternativas seguidas por la monarquía en su política mudéjar-morisca durante
el siglo XVI. En dicha política -que quedaría establecida en tiempos de Carlos
V y no se rompería más que por factores coyunturales para decidir la expulsión
ya en tiempos de Felipe III- el objetivo fundamental fue el de conseguir la
desaparición del islamismo (unidad religiosa), pero con políticas de
asimilación (aculturación) y no de expulsión. Ciertamente, las dificultades
para ponerla en práctica fueron enormes, y a la postre convirtieron en
inefectivas todas las “soluciones” que se intentó dar a la cuestión desde tales
presupuestos: los enfrentamientos en las esferas de gobierno entre partidarios
de la línea dura (con la Inquisición como brazo) y defensores de estrategias de
evangelización y adoctrinamiento (misionales o parroquiales); los odios entre
la población cristiana vieja y estos moriscos o “cristianos nuevos”; los
señores jurisdiccionales, interesados en negar la validez de las conversiones
porque de este modo mantenían en situación de inferioridad a los moriscos que
decían proteger; las pugnas entre dichos señores y la creciente afirmación del
poder real; las dificultades y resistencias a la asimilación presentadas por
las propias comunidades moriscas; los problemas internacionales de la
monarquía... Son algunos de los muchos factores que incidieron en la cuestión.
[1]
La bibliografía sobre moriscos es inmensa. Dado el carácter de este estudio,
remito al lector a la obra de Rafael Benítez Sánchez-Blanco, Heroicas
decisiones. La monarquía católica y los moriscos valencianos, Valencia,
2001. Los textos citados no pertenecientes a Crevillent están extraídos de
dicha obra.
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