Por Ricardo García Moya
Las Provincias 7 de Junio de 1998
Pon, pon, pon... dia tras
día. Las dominicas recoletas de
Villarreal no sabían qué hacer. Cuando el silencio debía acompañar al
recogimiento, el impacto de pelotas destrozaba la paz del convento del Corpus
Christi, hasta que la superiora suplicó al virrey de Valencia en 1691 que
"trasladara de sitio el juego de pelota que hay delante de la puerta"
(ACA, D. 230, 1691). Esto sucedía en el norte; en el sur, comó era habituel,
Alicante incordiaba a los ilicitanos: "Alicante embarga mercaderias en el
puerto de Santa Pola a los vecinos
de Elche" (ACA, D. 244, año
1691). Aunque lo que asombraba a todo el Reino eran las aventuras del canónigo
Llop al pie del Benacantil; pero esto lo dejo para el final (sólo pretendía una
introducción liviana).
El idioma
valenciano de las monjas de Villarreal y del canónigo Llop
utilizaba la contracción ("pa en
oli", panoli) y yuxtaposición ("vi agre", vinagre) para formar palabras o elidir grafías.
Estas leyes se alteraron con la introducción del apóstrofo en el siglo XVIII,
aunque pudo retrasarse en obras impresas por la carencia material de los
mismos. Todavía en 1802, la viuda de Martín Peris -dueña del taller de la calle
del Pozo- advertía que "no ha observado la más propia ortografía de la lengua valenciana por faltar los
apóstrofes (sic) en su imprenta"; lo que indica la feble memoria del
pueblo. La "más propia ortografía de la lengua", referida a los
apóstrofos, apenas se remontaba a dos décadas.
Antes y después de 1707
(fecha que no supuso ruptura ortográfica ni léxica) muchos prosistas y poetas
valencianos huían en sus obras del vulgarismo de la elisión: "de or",
"casoles de olors", "al Angel li ha dit" (Fiestas del
Carmen, Valencia, 1622). Si hoy escribiéramos "de Oriola" nos
tildarían de incultos, aunque tal construcción era la admitida en la
cancillería real, y así aparece escrita por doctores como Pere Montanyes en el
libro de capítulos "de Oriola y
Alacant", en 1613. El notario Carlos Ros, ya en el XVIII, alternaba
contracción y yuxtaposición con las formas completas ("al amich, al home,
de adages"); regla que también hallamos en algún coloquio de escritor
culto coetáneo de Ros: "qué direm de
este sígle" (BNP Ms. 419).
Con el ñoño romanticismo,
junto a pastiches léxicos neogóticos y quincalla provenzal, el advenedizo
apóstrofo fue admitido por los valencianos, pero no la unidad con el catalán.
En el siglo siguiente -en el cacareado año 1932- el firmante más cualificado de
las normas de Castellón sacaba a luz la "Ortografía valenciana", con
su protesta por "l´Ortografía
imposada per l'Institut d'Estudis Catalans" (p. 64) y la denuncia
contra la politizada unidad de la lengua, "per les diferencies marcadíssimes en una i atra llengua" (p.
64). Tentado y premiado por el IEC, también Fullana caía parcialmente en el
cepo normalizador. Un nimio ejemplo lo ofrece la preposición "pera, así escrita por el filólogo de
Benimarfull en su "Estudi de filología" editado por Lo Rat Penat en
1908, y que tanto él como la institución alterarían posteriormente por
influencia del IEC. Con valor semántico y función sintáctica distinta a las
preposiciones a y per, los catalanes de principios de
siglo la transformaron en la compuesta "per a", enumerándola como una más: a, per, per a, etc. Actualmente,
esta arbitrariedad se ha filtrado en los lugares más insospechados; no sólo en
la falsa Gramática valenciana de la Generalidad, que da como paradigma la
construcción: "per a la
febre" (p. 206); cuando en idioma valenciano anterior al toque fa- briano
de 1911 sería "pera la
febra".
El diccionario de Escrig y
Llombart mantenía la grafía en 1887, dando ejemplos: "pera anar més cómodo".
Igual criterio adoptaba Carlos Ros en sus "regles pera escriure"
(Cartillas, 1751 ). En 1561, el áulico Luys Milan anotaba: "pera mal marit" ("EI
Cortesano"). A pesar de su clasicismo, la grafía compacta no gustaba a
Fabra, y desde 1911 comenzó la mutación de "pera" en "per a".
Incluso hubo filólogo a la violeta que maquinó crear la voz comá. La frase "com a caps de
bandolers" ("Luces de Aurora". Valencia, 1665, p. 334) se
transformaría en "comá
cap".
La inmersión, ¡ay!, lo
aprovecha todo. Así, por influencia de la sintaxis de los mallorquines llegados
después de 1609 a zonas de la Marina y Aitana, los medios usan la expresión
"bous al carrer" aunque el festejo se celebre en la restante zona del
Reino. El licenciado Serres, en 1669, nos recordaba el uso de la preposición en: "la festa dels bous allá en
lo mercat" (Real Academia, Valencia p.103). En fin, como lo pro metido
es deuda les doy un apunte de la historia citada al inicio del artículo.
El casco antiguo de
Alicante -templo del calimocho- alberga entre etílicos vapores el fantasmal
recuerdo del canónigo Llop,
libertino que alcanzó merecida fama en el Imperio de Carlos II. No tuvo
seguidores, ni sus enseñanzas fueron modélicas; jugaba a naipes, alternaba con
comediantas y manejaba la espada como Cyrano, dando fe de ello el mandoblazo
que en la noche del 4 de octubre de 1681 asestó en el cráneo al "secretario del obispo de Orihuela,
cortándole la oreja". Fue castigado con la pena que más dolía a un
alicantino del 1600: "Desterrado
del Reyno de Valencia, sin poder
entrar en Orihuela ni en todo su obispado". Es, repito, una
historia inédita; pero la Batalla de Valencia impide que nos ocupemos de la misma.
Tengan en cuenta que en estos días, los jóvenes valencianos son forzados a
examinarse de catalán -ese del amb, del esport, del xai.. -en todo el Reino.
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