Autor:
Antonio Alemany Dezcallar
Hay un pressing
catalanista en Baleares alimentado por la euforia ante la hipótesis de un
Estatuto catalán que rompa, se mire por donde se mire, en el texto y en la
intención, el carácter unitario de la nación española. Supongo que el oro
catalán engrasa con generosidad -lo ha hecho siempre- este quintacolumnismo
ideológico, político y mediático que nos está invadiendo. Por diversas razones
no tengo tiempo para analizar, aquí y ahora, como se merece este revival
catalanista. Lo dejo para más adelante. De momento, sin embargo, esquematicemos
los viejos fetiches argumentales que sirven de armazón a la ofensiva y que, por
ejemplo, se han materializado en tres artículos de Damián Pons, de Gori
Mir y de Nanda Ramón.
De entrada, la parte por
el todo. Los tres articulistas dan por supuesto que lo que piensa el
catalanismo grupuscular sobre la identidad catalana de nuestras islas va a
misa. Somos -evidencia cegadora para estos articulistas- nación catalana,
al menos nación cultural, concepto que no sé exactamente lo que
significa y menos cuando las relaciones entre las partes que se supone
comparten esta identidad nacional es tan conflictiva como evidente.
En segundo lugar, la identidad es
la lengua, diagnóstico aventurado cuando más de la mitad de las respectivas
poblaciones son castellanoparlantes siempre y la totalidad son
castellanoparlantes a lo largo de buena parte de su vida de relación.
En tercer lugar, esta comunidad
de lengua -conflictiva y, en todo caso, parcial- es acompañada por una supuesta
comunidad de intereses que, en la realidad, son contrapuestos, en buena parte
excluyentes y nada complementarios.
En cuarto lugar, las delirantes
interpretaciones históricas que contraponen las trayectorias de los països
catalans y España como paralelas, opuestas, históricamente disímiles y
dialécticamente contradictorias cuando esto es históricamente falso,
jurídicamente inexacto y políticamente absurdo.
En resumen, estamos, una vez más,
ante unas minorías iluminadas que confunden la parte liliputiense
-ellos- con el abrumador todo, que somos los demás. Y que, sobre todo,
olvidan el elemento central y esencial de cualquier proyecto nacional: la voluntad
de ser nación catalana, una realidad virtual que estas gentes se la creen
en un enfebrecido proceso onírico, propio de los fanáticos. Todos los mimbres
que exhiben para justificar la nación catalana se pueden aplicar, corregidos y
aumentados, contrastados y asumidos, para justificar la nación española.
Hablaremos de ello más adelante.
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