Por Ricardo
García Moya
Las Provincias
6 de abril de 1997
Los
inmersores, de ser agradecidos, debieran peregrinar cada 18 de Julio al Valle de los Caídos. ¿Motivo? Porque el
expansionismo normalitzador fue consorte del franquismo hasta 1960. Más tarde,
oteando la decrepitud del Régimen, guardaron en naftalina la camisa azul, el
correaje y, más de uno, el pistolón.
En
1940 se cantaba mucho el Cara al Sol
y se leía poco, pero el Régimen editaba cosas como la revista de Educación en
la que aparecía el retrato de Franco y loas a “la fecha gloriosa del 18 de
Julio”. Entre las firmas colaboradoras de probada fidelidad (muy probada)
figuraban camisas caquis y azules, como el general Moscardó, defensor del Alcázar, y doña Pilar Primo de Rivera, jefa de Falange Femenina; y azules de
sangre, como el conde de Casa Dávalos don
Martí de Riquer, biznieto del marqués de Benavente y miembro del Institut d´Estudis Catalans.
Mientras
el máuser humeaba en cacerías de maquís, la citada revista ensalzaba “la Höhere Schule y otros centros
pedagógicos como las escuelas Adolfo
Hitler y la Hauptschule” (R.N.
Educ. 1944, p. 65) y anunciaba textos de la Editorial Moll para aprender alemán
e italiano, idiomas del Eje. Cerebro de esta empresa era Francés B. Moll, un
miembro del Institut d´Estudis Catalans
que publicaba en catalán lo que le placía -como Les Illes d´Or- en 1941.
La
Falange admiraba el catalanismo del l´Avenç,
entusiasta del superhome de Nietzsche
y de la bona guerra que justifica tota
causa. La raza (?) catalana encajaba en el proyecto de una España Imperial
y políglota como la del siglo XVI. A Franco le gustaba la lengua árabe de su
guardia mora, y existía la posibilidad de que Alemania cediera territorios de
habla portuguesa y protectorados africanos tras la victoria final. Con estos
delirios, el falangista Dionisio
Ridruejo -jefe de la propaganda franquista en la ocupación militar de
Barcelona- comenzó a organizar “amb
l´ajuda d´alguns artistes i intel-lectuals catalans, una cultura de signe
feixista vehiculada en catalá” (Espadaler, A.: História. Barcelona. 1993,
p.261). El proyecto de la “unitat de la llengua” iba en el lote.
Con
el heroico pero inocentón general
Moscardó como capitán general de Cataluña, bullía la actividad catalanista:
Josep Romeu fundaba en 1946 la
Societat Catalana d´Estudis Histórics; Miquel
Dolç publicaba “El somni encetat” (1943) y “Elegies de guerra”, Guillem Colom daba a conocer sus
“Cançons de la terra”; pero a estos colaboradores del Institut d´Estudis Catalans les obsesionaba una idea: extender el
normalitzat al Reino de Valencia. Los valencianos -que desde la Edad Media
habían sido soberanos de su idioma- no se enteraron del regate filológico de
camisa azul y correaje. El nosatros y
mosatros de Fullana sería suplantado
por el nosaltrismo barcelonés.
La
infiltración del catalán comenzó oficialmente en enero de 1951 con el primer
número de la llamada Revista Valenciana
de Filología. Editada por la Diputación franquista, fue el Caballo de Troya
que llevaba en su panza y en sus páginas el Institut d´Estudis Catalans en
pleno, incluidos alevines y simpatizantes: el conde Martí de Riquer, Badía Margarit, Bassol, Aramón i Serra, Turell, Romeu,
Brull, Joan Amades, Pere Bohigas, Casacuberta, Günter Haensch, Gulsoy,
Puértolas, Montoliu, Dolç...
Prototipo
de esta revista es la de abril de 1954, días áureos de la Dictadura de garrote
y tentetieso. Contenía un trabajo del falangista Joan Fuster y otro de Joan
Amades; al primero ya le conocen, pero ¿qué autoridad filológica era el tal
Amades, para que colaborara en la Revista Valenciana de Filología? Este señor
era un autodidacta catalán que -con las bayonetas todavía en los máuseres- fue
nombrado en 1940 conservador del Museu d´Industries i Arts de Monjuic y
responsable de grabados del Arxiu Históric de Barcelona. En 1947 le encargaron
el estudio del folclore catalán, y el peligroso autodidacta comenzó a saquear
todo lo que pillaba en el Reino de Valencia ¡hasta las Fallas! incluyéndolo en
el Costumari catalá; cinco ciclópeos
tomos en catalán editados en el franquista año de 1950.
Amades
escribe en la citada revista sobre la tradición”catalana de Sant Vicenç Ferrer, de pares catalans” (RVF, abril
1954, p.187) con el normalitzat barcelonés que ahora enseñan a los niños
valencianos como un triunfo de la cultura democrática: xardosa, amb, nadó,
néixer, avui, seva, missatge, mestratge, mentre, trucar, sortida, a més a més,
etc. El movimiento feixista catalán ideado por Ridruejo introdujo en esta revista las ofensivas denominaciones que
hoy utiliza la izquierda: Principat i país, nostra llengua, Levante (éste
último le gustaba mucho al franquista barcelonés Carlos Sentís).
Cabeza
de puente del Institut d´Estudis Catalans era el joven falangista Joan Fuster, amigo de lucir celestes camisas
y bélicos correajes. Disciplinado y servicial, acataba militarmente las
consignas ortográficas y políticas emitidas desde Barcelona. Agradecido, el
Institut d´Estudis Catalans mimaba a Fuster lanzándole requiebros. Así, el turco-catalán
Gulsoy (descarado manipulador
discípulo de Corominas) dedica “a l´amic Joan Fuster” ensayos vergonzosos (RVF,
T.VII). El toque germánico del eje turco-teutón lo daba Günter Haensch, director del DolmetscherInstitut
de Munich, dogmatizando en catalán en la revista editada por el Régimen.
Conclusión:
la normalització catalanera se infiltró en el Reino con trompetas y tambores
falangistas tras el Año Triunfal de 1939.
Por ello, más que celebrar en 26 de abril, los inmersores debieran desfilar
cantando el Cara al Sol por la
explanada del Valle de los Caídos
cada 18 de Julio; eso sí, uniformados como los primeros filólogos normalitzadors:
camisola azul, correaje de cuero y pistolón de verdad.
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