Ricardo García Moya
Diario
de Valencia 13 de Octubre de 2002
Sucedió hace quince
años, en un repleto compartimiento del Irún-Lisboa de lenta velocidad y mucho
ruido. Había decidido aquella tarde de agosto, pensat y fet, estudiar in situ
la Real Senyera pintada sobre el portulano del “Museu de la Marinha” de Lisboa
(copia de la auténtica de Módena, del XV con corona y franja azul). El interior
del nocturno armatoste que se arrastraba hacia la ciudad del fado (con d,
¿eh?), me hacía soñar con el novelesco Transiberiano; y allí -entre peste,
penumbra y sudor- estaba la limpia y locuaz monja cojonera, dispuesta a
impedir que nadie pensara, o hablara nada incorrecto. Y dieron la una, las dos
y las tres de la madrugada, y la monja hablaba, hablaba, hablaba.
Nadie pecaría en
aquella sauna que olía a bacalao, ni la anciana portuguesa de tez rojiza, ni
los estudiantes que le seguían el rollo o los demás viajeros atrapados por la parlanchina
mística. A las tres de la madrugada, cuando era lógico que la monja cojonera
cerrara los ojos... ¡sacó un guitarrón y se puso a cantar! Al amanecer se
adormiló el bicho.
Aparte de la monja
cojonera que emite ruido, hay variables como Sor Lucía Caram, joven dominica
contemplativa del Monasterio de Santa Clara de Manresa, actual estrella del
catalanismo místico que hace exclamar a sus fans: “¡Caram amb la monja!”. Sor
Lucía nació en Tucumán en 1966, pero a los 22 años “decideix venir a Valencia,
perque a l’Argentina, la vida contemplativa s’ha quedat enrere, era imposible
desenvolupar les inquietuds”. Como buena argentina, escribió sobre psicología,
teología, pedagogía, homeopatía y demás gías y tías que ustedes puedan imaginar;
aunque su vida cambió gracias al motilón leonés que le aconsejó: “Creu en Déu
més que mai i aprén català”. Obediente, aprendió la lengua del IEC con el
“Digui-digui” y, en la actualidad, aparte de colaborar con la “fundació Joan
Maragall”, es una escritora aplaudida por las huestes del Maragall de la Corona
y la Ferrussola de los emigrantes. El 26 en mayo, el mismísimo alcalde de
Manresa Jordi Valls i Riera presidía la presentación del diccionario de nombres
que, según Sor Caram, es para que los padres pueden elegir el nombre de sus
hijos en castellano, euskera, gallego y catalán; pero no en valenciano,
idioma inexistente para la contemplativa argentino-catalana. Los del “Diguidigui”,
según parece, la han incorporado a la cruzada contra Valencia.
La experta en antropónimos
y doctorada en “Digui, digui” recoge minuciosamente el lugar de origen de los
santos catalanes, sean famosos o piltrafillas (Santa Joaquina Vedruna nació
en Barcelona el 23 de abril de 1783; San José Oriol, sacerdote barcelonés; San
Antonio María Claret, nació en Barcelona el año 1807, etc). No obstante, al
abordar nombres como Vicente, a Sor Caram no le queda más remedio que citar a
San Vicente Ferrer, concediéndole más tinta que a otros: “Religioso dominico
de gran influencia.... “, pero la inocente contemplativa desconoce, ¡qué casualidad!,
el lugar de nacimiento del famoso predicador y para nada lo relaciona con
Valencia o los valencianos. Para esta Sor Citroen de la onomástica no
existimos, pese a sus años de residencia en la ciudad del Turia.
Respecto a Vicente
ofrece estas variables: “Catalán: Vicent, Vicenç; gallego: Vicenzo; euskera:
Bingen, Bixente; francés, inglés: Vincent; italiano: Vincenzo” (p. 383). La
monjita sabe que Vicent es valenciano y Vicenç es catalán, pero quizá si los
diferenciara no colaboraría con la fundació Maragall, ni el alcalde de Manresa
la aplaudiría. La onomástica de Caram apesta más que el Irún-Lisboa. De
Joaquín, por ejemplo, ofrece hasta el hipocorístico catalán Quim, pero
desprecia su equivalente Chimo, documentado literariamente en idioma
valenciano antes que Quim en catalán: “Rahonament entre Chimo el Gros... ,
1797”; “Chimo Torrosos” (Merelo: Tot ho
apanyen els dinés. Choguet valenciá. Lérida 1866); “Chimo el matalafer” (Fuster, Ll. : El
nano de la falla, 1894). Del latino “manuparare” ofrece el catalán Empar,
silenciando los valencianos Ampar, Amparo, Amparito, Amparigües, Amparín, etc.
Con alevosía, pues de ingenua no tiene nada, la monjita también da el castellano
Dionisio; catalán: Dionís; gallego: Dionis; euskera: Dunixi; francés: Denís,
etc.; pero calla la referencia al valenciano Donís, nombre propio que hasta la
colaboracionista Gran Enciclopedia Valenciana reconoce como valenciano.
Ahora, Sor Caram,
me dirijo a usted con el cariño que merece su condición de mujer entregada a la
contemplación y al “Digui, digui”, pero no puedo dejar de aplicarle el epíteto
de monja cojonera por despreciarnos a los valencianos. Usted finge desconocer
que al Manel catalán corresponde el Nelo valenciano, y que tenemos nombres
propios e hipocorísticos tan respetables como puedan ser los gallegos, vascos,
catalanes y castellanos que tanto admira. Aquí viven Vicenta y Visanticos,
Conches, Nelos, Amparitos, Donís, Batistes, Ricarts, Sentos, Boros, Gerarts, Huísos
y Lloisos, Quelos, Toniques, Sensis, Visantetes, Goris y Goriets, Tanos, Peranses,
Cheronis, Baoros, Chimos, Francisquetes, Chuanos (sí, con ch), Colaus, Pepiquetes,
Tófols, Blays y Blayets, Matietes, Micalets, Nasios, Enriquigües, Rafels y Rafelos,
Tonets, Cayetans, Melchiors, Eduarts, etc.
Hay documentación;
así, de Ricart (no Ricard), por ejemplo: “mossen Lluch Ricart” (Siurana:
Disputa de viudes, 1561); “Ricart al Sant ha posat... (Fiestas a Tomás de
Villanueva, 1620); y si Marti Gadea traducía Milagros a Milacres en 1900, en el
1600 ya teníamos el nombre de Satán o Satanás singularizado en idioma
valenciano: “puix de Satá fort...”
(Orta, Melchior: Fiestas reliquia S. Vicent, 1600, p. 41). Para no
acabar con el nombre del demonio, venerable Sor Caram, le daremos un
hagiográfico equivalente al catalán Paula, que es Pola, el de la isla
homónima: “Santa Paula, que en valenciano se llama Santa Pola” (Mayans; Ilici,
1771, p. 204).
La Mare dels
Desamparats es la Cheperudeta (pronunciat chaperudeta, en e auberta), al
derivar del medieval “gepa”, que dio “chepa” en el idioma valenciano moderno:
“el cheperut” (Aguilar: Diálogo entre un morisco..., 1622); “cheperut” (Mulet:
Poesies a Maciana, 1643); “chepa en terra” (Trobos pera esplayar; h. 1780);
“cheperuts” (Conv. de Saro. 1820); “fasa chepeta” (Bernat: Un ensayo fet en
regla, 1845); “chepetes” (Declaració de Tofol. Xátiva, 1852); “cheperudeta...
cheperut” (Col. casament de Miquelo, 1854); “chepa “(Colom: Cuatre comics. 1873); “chepes”
(Liern: La mona de Pasqua. 1862 ); “la chepa” (Escalante: El agüelo .Cuc, 1877);
“coixos, atres en chepa” (Sansano :Una sublevació en Jauja, Elig 1896). Y
usted, Sor Caram, escribe “Xeperudeta” (p. 49), algo impropio de una gloria de
la filología cojonomística. Esa ortografía será válida en Tucumán; pero no es
catalán del “Digui, dlgui” ni, por supuesto, idioma valenciano. En fi, Deu mos
guart de Satá y Sor Caram. Amén.
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