lunes, 29 de febrero de 2016

LA MONJA COJONERA



Ricardo García Moya

Diario de Valencia 13 de Octubre de 2002


Sucedió hace quince años, en un repleto compartimiento del Irún-Lisboa de lenta velo­cidad y mucho ruido. Había decidido aquella tarde de agosto, pensat y fet, estudiar in situ la Real Senyera pinta­da sobre el portulano del “Museu de la Marinha” de Lisboa (copia de la auténtica de Módena, del XV con corona y franja azul). El interior del nocturno armatoste que se arrastraba hacia la ciudad del fado (con d, ¿eh?), me hacía soñar con el novelesco Transi­beriano; y allí -entre peste, penumbra y sudor- estaba la limpia y locuaz monja cojone­ra, dispuesta a impedir que nadie pensara, o hablara nada incorrecto. Y dieron la una, las dos y las tres de la madru­gada, y la monja hablaba, hablaba, hablaba.
Nadie pecaría en aquella sauna que olía a bacalao, ni la anciana portuguesa de tez rojiza, ni los estudiantes que le seguían el rollo o los demás viajeros atrapados por la par­lanchina mística. A las tres de la madrugada, cuando era lógico que la monja cojonera cerrara los ojos... ¡sacó un gui­tarrón y se puso a cantar! Al amanecer se adormiló el bicho.
Aparte de la monja cojonera que emite ruido, hay variables como Sor Lucía Caram, joven dominica contemplativa del Monasterio de Santa Clara de Manresa, actual estrella del catalanismo místico que hace exclamar a sus fans: “¡Caram amb la monja!”. Sor Lucía nació en Tucumán en 1966, pero a los 22 años “decideix venir a Valencia, perque a l’Argentina, la vida contem­plativa s’ha quedat enrere, era imposible desenvolupar les inquietuds”. Como buena argentina, escribió sobre psi­cología, teología, pedagogía, homeopatía y demás gías y tías que ustedes puedan ima­ginar; aunque su vida cambió gracias al motilón leonés que le aconsejó: “Creu en Déu més que mai i aprén català”. Obe­diente, aprendió la lengua del IEC con el “Digui-digui” y, en la actualidad, aparte de cola­borar con la “fundació Joan Maragall”, es una escritora aplaudida por las huestes del Maragall de la Corona y la Ferrussola de los emigrantes. El 26 en mayo, el mismísimo alcalde de Manresa Jordi Valls i Riera presidía la presenta­ción del diccionario de nom­bres que, según Sor Caram, es para que los padres pueden elegir el nombre de sus hijos en castellano, euskera, galle­go y catalán; pero no en valen­ciano, idioma inexistente para la contemplativa argentino-catalana. Los del “Digui­digui”, según parece, la han incorporado a la cruzada con­tra Valencia.
La experta en antropónimos y doctorada en “Digui, digui” recoge minuciosamente el lugar de origen de los santos catalanes, sean famosos o pil­trafillas (Santa Joaquina Ve­druna nació en Barcelona el 23 de abril de 1783; San José Oriol, sacerdote barcelonés; San Antonio María Claret, nació en Barcelona el año 1807, etc). No obstante, al abordar nombres como Vicen­te, a Sor Caram no le queda más remedio que citar a San Vicente Ferrer, concediéndole más tinta que a otros: “Reli­gioso dominico de gran in­fluencia.... “, pero la inocente contemplativa desconoce, ¡qué casualidad!, el lugar de nacimiento del famoso predi­cador y para nada lo relaciona con Valencia o los valencia­nos. Para esta Sor Citroen de la onomástica no existimos, pese a sus años de residencia en la ciudad del Turia.
Respecto a Vicente ofrece estas variables: “Catalán: Vi­cent, Vicenç; gallego: Vicenzo; euskera: Bingen, Bixente; fra­ncés, inglés: Vincent; italiano: Vincenzo” (p. 383). La monji­ta sabe que Vicent es valen­ciano y Vicenç es catalán, pero quizá si los diferenciara no colaboraría con la fundació Maragall, ni el alcalde de Manresa la aplaudiría. La onomástica de Caram apesta más que el Irún-Lisboa. De Joaquín, por ejemplo, ofrece hasta el hipocorístico catalán Quim, pero desprecia su equi­valente Chimo, documentado literariamente en idioma valenciano antes que Quim en catalán: “Rahonament entre Chimo el Gros... , 1797”; “Chimo Torrosos” (Merelo: Tot ho apanyen els dinés. Choguet valenciá. Lérida 1866); “Chimo el matalafer” (Fuster, Ll. : El nano de la falla, 1894). Del latino “manuparare” ofrece el cata­lán Empar, silenciando los valencianos Ampar, Amparo, Amparito, Amparigües, Am­parín, etc. Con alevosía, pues de ingenua no tiene nada, la monjita también da el caste­llano Dionisio; catalán: Dionís; gallego: Dionis; euske­ra: Dunixi; francés: Denís, etc.; pero calla la referencia al valenciano Donís, nombre propio que hasta la colabora­cionista Gran Enciclopedia Valenciana reconoce como valenciano.
Ahora, Sor Caram, me dirijo a usted con el cariño que merece su condición de mujer entregada a la contemplación y al “Digui, digui”, pero no puedo dejar de aplicarle el epí­teto de monja cojonera por despreciarnos a los valencia­nos. Usted finge desconocer que al Manel catalán corres­ponde el Nelo valenciano, y que tenemos nombres propios e hipocorísticos tan respeta­bles como puedan ser los gallegos, vascos, catalanes y castellanos que tanto admira. Aquí viven Vicenta y Visanti­cos, Conches, Nelos, Ampari­tos, Donís, Batistes, Ricarts, Sentos, Boros, Gerarts, Huí­sos y Lloisos, Quelos, Toniques, Sensis, Visantetes, Go­ris y Goriets, Tanos, Peran­ses, Cheronis, Baoros, Chi­mos, Francisquetes, Chuanos (sí, con ch), Colaus, Pepique­tes, Tófols, Blays y Blayets, Matietes, Micalets, Nasios, Enriquigües, Rafels y Rafelos, Tonets, Cayetans, Melchiors, Eduarts, etc.
Hay documentación; así, de Ricart (no Ricard), por ejem­plo: “mossen Lluch Ricart” (Siurana: Disputa de viudes, 1561); “Ricart al Sant ha posat... (Fiestas a Tomás de Villanueva, 1620); y si Marti Gadea traducía Milagros a Milacres en 1900, en el 1600 ya teníamos el nombre de Satán o Satanás singularizado en idio­ma valenciano: “puix de Satá fort...”  (Orta, Melchior: Fiestas reliquia S. Vicent, 1600, p. 41). Para no acabar con el nombre del demonio, venerable Sor Caram, le dare­mos un hagiográfico equiva­lente al catalán Paula, que es Pola, el de la isla homónima: “Santa Paula, que en va­lenciano se llama Santa Pola” (Mayans; Ilici, 1771, p. 204).
La Mare dels Desamparats es la Cheperudeta (pronun­ciat chaperudeta, en e auber­ta), al derivar del medieval “gepa”, que dio “chepa” en el idioma valenciano moderno: “el cheperut” (Aguilar: Diálo­go entre un morisco..., 1622); “cheperut” (Mulet: Poesies a Maciana, 1643); “chepa en terra” (Trobos pera esplayar; h. 1780); “cheperuts” (Conv. de Saro. 1820); “fasa chepeta” (Bernat: Un ensayo fet en regla, 1845); “chepetes” (De­claració de Tofol. Xátiva, 1852); “cheperudeta... chepe­rut” (Col. casament de Mi­quelo, 1854); “chepa “(Colom: Cuatre comics. 1873); “che­pes”  (Liern: La mona de Pasqua. 1862 ); “la chepa” (Escalante: El agüelo .Cuc, 1877); “coixos, atres en chepa” (Sansano :Una suble­vació en Jauja, Elig 1896). Y usted, Sor Caram, escribe “Xeperudeta” (p. 49), algo impropio de una gloria de la filología cojonomística. Esa ortografía será válida en Tucumán; pero no es catalán del “Digui, dlgui” ni, por su­puesto, idioma valenciano. En fi, Deu mos guart de Satá y Sor Caram. Amén.


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