Por:
Ricardo de la Cierva
Lo
podemos comprobar en un libro esencial y definitivo, de un gran medievalista
que fundamenta implacablemente sus
tesis en documentación y análisis histórico, fuera.de toda pasión polémica; y
que en ocasiones rebate también las exageraciones del campo valencianista,
porque no interesa la política sino la historia. Los pancatalanistas suelen
esgrimir dogmáticamente, con sentido totalitario de historia, las conclusiones
de los intocables, como hemos
nominado al más relevante de todos ellos, Manuel Sanchis Guarner, y por eso no
queremos ahora caer en los exclusivismos del argumento de autoridad al
apoyarnos en el libro de Ubieto. Pero lo importante en el libro de Ubieto no es
su autoridad carismática -que es relevante-, sino el hecho de que tal autoridad
se funda en un análisis documen,ntal, cronológico y comparado casi
siempre irrebatible a no ser que se aduzcan documentos firmes en contra, lo que
no se ha hecho, y no simples emociones. El libro a que me refiero es la obra en
dos tomos del profesor Antonio Ubieto Arteta, Orígenes
del Reino de Valencia. –3ª' edición. Zayoza, Anubar edics., 1981.
Con
acopio verdaderamente impresionante de ducumentación, previamente cribada
gracias a un análisis exhaustivo el profesor Ubieto refuta la falacia de que
las lenguas romances van imponiéndose en loasterritorios reconquistados a
medida que avanzan los ejércitos cristianos. Acepta la tesis de que la gran
mavoría de los mozárabes se fueron convirtiendo al islamismo, pero demuestra
que ese hecho religioso apenas afecta al hecho lingüístico, la pervivencia del
romance, de la que no tiene dudas ni en el conjunto de Al-Andalus ni
especialmente en el Reino de Valencia. En esto es tajante, una vez aducidas las
pruebas: «La lengua romance hablada durante el siglo XII en Valencia persistió
durante todo el siglo XII y en el XIII, desembocando en el valenciano
medieval.» No le convence en absoluto, a efectos lingüísticos, la presunta
aniquilación de cristianos por los almorávides, que cree además muy discutible.
Mientras
floreció el califato en Córdoba, Valencia y su territorio se vieron libres de
la amenaza cristiana, pero cuando en 1031 se hundió el califato en el
maremágnum: de los reinos de taifas esa amenaza empezó a concretarse desde
Aragón y desde Castilla. Hasta el tlaxcalteca Joan Fuster tiene que
reconocerlo: «No hay duda de que la conquista del País Valenciano (sic) fue
una iniciativa aragonesa» (op. cit., p. 41). Aragonesa -y en su caso
castellana y en ningún momento catalana; los señores y las ciudades de
Cataluña, con la excepción local e interesada del obispo de Tortosa, que
deseaba reconquistar los territorios islámicos asignados a su diócesis, no
sintieron la menor ansia, ni el menor impulso, por la reconquista del Reino de
Valencia, a la que contribuyeron muy escasamente, y a 1a que hubo de
arrastrarles el ímpetu del rey don Jaime I Ante la descomposición del califato,
el héroe castellano Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, y el rey Pedro I de Aragón
penetraron casi a la vez en el territorio valenciano. El rey de Aragón ocupó el
norte de la actual provincia de Castellón; el noble castellano llegó a tomar
la ciudad de Valencia, donde se asentó hasta su muerte en 1099, tras vencer a
los almorávides, que trataban de recuperarla. El Cid realizó su conquista por libre, tras ser colocado fuera de la ley por su señor, el
rey de Castilla don Alfonso VI, conquistador de Toledo. A la muerte del Cid su
viuda doña Jimena y los castellanos, que no veían la posibilidad de mantenerse
en la ciudad dentro del océano almorávide, optaron por abandonarla y regresar
a Castilla, como hicieron en el año 1102.
En el siglo XII Alfonso I el Batallador de
Aragón se apoderó de Morella en 1117, antes de conquistar Zaragoza: v luego recorrió el reino valenciano y asedió sin éxito la capital. Desde 1102 a 1145 dominaron el reino los
almorávides, que ni eliminaron a los restos de publación cristiana ni
acabaron con el romance hablado por el
pueblo, con densa contaminación
arábiga. Expulsados los almorav-ides y ante la
presencia de los almuhades, los musulmanes de Valencia proclaman rey a un personaje
singular, Ibn Mardanis (¿Martínez?), que no recataba sus origenes, sus
creencias y su modo de vivir vivir cristiano; era seguramente un mozarabe
cristiano, a quien se llamo el Rev Lobo (Lope), que entabló relaciones próximas
al vasallaje con cevinas coronas de Aragón y Castilla, y que con su sola
presencia demuestra la pervivencia cristiana en el reino. En 1171 fué
derrotadopor la nueva invasión musulmana que se hizo con la hegemonía en todo
Al-Andalus, los almohades, pero dejó una profunda huella popular e incluso
dinástica en el período siguiente, marcado por las convulsiones de la
decadencia almohade, que se hizo irreversible después de la victoria conjunta
de los reinos cristianos en la batalla las Navas de Tolosa, el año 1212.
JAIME I, LA INTUICIÓN DEL REINO
Desde
1151, en el tratado de Tudilén, Alfonso VII de Castilla y el conde de
Barcelona, Ramón Berenguer IV de Aragón, habían decidido que el Reino de
Valencia quedara dentro de la reserva aragonesa para la reconquista restante
que va a emprender Jaime el Conquistador.
Esta cruzada de reconquista no fue un
conjunto de empresas aisladas sinbo un esfuerzo común de todos los reinos
hispánicos que lanzaron contra el Islam español a través de un plan conjunto,
como apuntan hoy casi todos los grandes historiadores. Sancho II de Portugal
encomienda a la orden del Temple la preparación de una base de operaciones en
el territorio de Ocrato y a los caballeros de Santiago la toma de
Aljustrel; Fernando III el Santo
convocará a sus tropas en Toledo para la gran campaña de Córdoba, y Jaime I de Aragón soñará con el
Reino de Valencia. Los reyes aragoneses,
como sabemos, habían intervenido ya en los asuntos valencianos desde dos
siglos antes, pero Jaime deja claro que su designio es apoderarse del Reino de
Valencia com tal. Aunque se había hablado (con diversas acepciones) de reino
moro en Valencia, es el Conquistador quien realmente lo concibe como una unidad
y objetivo de su gran empresa; el auténtico creador del reino en el sentido
definitivo de la palabra, como demuestra Ubieto.
En 1225 el rey de Aragón y conde de Barcelona, Jaime I, decide
emprender una campaña previa, cuando ya ha concebido la conquista de su nuevo
reino, al que ve así, como tal reino dentro de su Corona, en igualdad con los
demás, sin enfeudarle o anexionarle a Aragón, ni a Cataluña. Un singular
personaje, con notable sentido del futuro, Zeyt Abu Zeyt, era entonces
gobernador de Valencia en nombre del califa alhomade. A1 intuir la irresistible
avalancha cristiana, se hace vasallo del rey Fernando III de Castilla en Moya,
Cuenca, en 1225; luego se convierte al catolicismo para lo que solicita la
presencia de un legado del papa y durante una de sus estancias en diversas
partes de los reinos de Valencia y de Murcia, experimenta un encuentro místico
en el castillo de Caravaca de la Cruz, de donde surge la arraigadísima creencia
popular, perfectamente fundada en las circunstancias del momento, de la Cruz
de Caravaca, que era entonces baluarte castellano en la frontera contra el
reino islámico de Granada. Pero el llamamiento de Jaime I en 1225 resulta un
fracaso. De Cataluña no viene casi nadie. En la plaza de Teruel, lugar de la
cita regia, sólo se presentan, con sus mesnadas, los nobles aragoneses Blasco
de Alagón, Artal de Luna y Ato de Foces, cuyo nombre no puedo escribir sin
emoción, puesto que se trata de un antepasado por línea directa y materna del
historiador que suscribe; era mayordomo de Aragón. Con tan escasas fuerzas el
rey don Jaime fracasa en la conquista de Peñíscola y tiene que aplazar de
momento su reconquista valenciana, que sigue dominada por los almohades.
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