Por Ricardo García Moya
Las Provincias 24 de Septiembre
de 1996
Esbelto,
inteligente, elegante hierático y máxima autoridad en España; lo tenía todo
pero era gafe: “Yendo a Valencia, al
entrar el Rey y el duque de Lerma en la barca de Arganda, no entraron, y los
que pasaron en ella se hundieron. En Valencia, haciéndole al Rey salva los
mosqueteros, reventaron los mosquetes. Como los valencianos no consintieron dar
las almadrabas al duque, regresaron a Madrid sin hacer Cortes y se fueron al
Escorial, y aquella noche se quemaron los cuatro cuartos de la casa; fue de
espantar”. (Bib. Nacional Ms. 9856).
Dejando el
festivo introito, lo cierto es que el duque de Lerma (en el Reino de Valencia
preferían llamarle marqués de Denia)
controlaba el poder y, como valenciano hablante, traducía los documentos
dirigidos al monarca. Así, el 11 de enero de 1599 llegaba a Madrid una relación
de la entrada real en Valencia, indicando a “Vuestra Majestad la mande ver, aunque escrita en lengua valenciana,
pues podrá servir de intérprete el marqués de Denia” (ACA, L. 1350). Ésta
fórmula se repite en otros legajos y, ¡ojo al dato!, es un detalle más que silencian
los que afirman que la lengua valenciana es como los dialectos andaluz, extremeño
o bable. ¿Traducían al Rey los documentos en andaluz, extremeño o murciano?
Los textos
traducidos por “el de Lerma” (así
conocido en Castilla) contenían estructuras léxicas que han permanecido
respetadas hasta ahora, por ejemplo: “gran
número de joyes y lo demés; sarau en la Llonja”, frases que los inmersores
y políticos melifluos transforman en “gran
nombre de joies y la resta; sarau a la Lotja”; es decir, en el mixtifori
del Institut d´Estudis Catalans.
El poderoso
Lerma sonreiría bajo el bigote si, supongamos, leyera “adresa” como sinónimo de “domicili”; y no es que desconociera el
término, pues tradujo frases como estas: “Esta
ciutat adresará carrers y lo portal de S.Vicent”. Para un valenciano como
él, la connotación del vocablo coincidía con la expresada por el notario Carlos
Ros en 1764: “adréç” equivalía al
castellano aderezo, no a vivienda o
domicilio.
Y aquí
relacionamos el documento de 1599 con la anécdota de un estudiante de Muchamiel
(con CH, como en 1600) que al
visitar Valencia, traducía “carrer de
Adreçadors” como “calle de los
Carteros”. El joven -víctima de la inmersión que penaliza el uso del
sustantivo valenciano “domicili”, e
impone el galicismo “adreça”- había derivado erróneamente el vocablo. Lerma conocía
la calle de Adreçadors, repleta de talleres donde se aderezaban tejidos de seda
y confeccionaban golillas, gorgueras y valonas para la nobleza del Reino. Los “adreçadors” eran artesanos textiles, no
funcionarios de correos.
Ni el marqués de Denia en 1599, ni Carlos Ros en 1764, ni Fullana en 1921
se hicieron eco de adreça -en acepción de vivienda o domicilio- como palabra
del idioma valenciano. Incluso en 1851, un ecléctico como don José Escrig, que admitía palabras fronterizas -castellanismos y
catalanismos- desconocía la equivalencia entre adreça y domicilio, aunque
recoge acepciones como “adreçar” seda, mantellinas, joyas, manjares, etcétera.
La imposición
de adreça -con significado del francés “adresse”-
responde a la política de marginar vocablos como “domicili”, cercanos al español. El duque no hubiera consentido la imposición
de caprichos léxicos escogidos entre arcaismos y neologismos por los filólogos
del IEC. En 1600, los valencianos éramos algo, no como ahora que nos han
degradado a “levantinos” de zarzuela e Internet.
Con el duque de Lerma se medían palabras y
títulos. En la “Relaciones Universales
del Mundo” (Valladolid, año 1603) citan a Barcelona como “cabeza del condado de Cataluña” (f. 3),
y no es errata de imprenta, sino el título correcto de la expansionista región.
La obra está “dirigida a don Francisco
Gómez de Sandoval, duque de Lerma”. Curiosamente, ciertos elementos dudan
sobre la valencianía del duque, cuando en toda Europa conocían su gentilicio.
En Roma, por ejemplo, se imprimían obras que citaban su procedencia: “El duque de Lerma, que era valenciano”
(expulsión de los moriscos. Roma, 1612, p. 9).
Respecto a la
claudicación ante el catalanismo “adreça”
por parte de nuestras débiles instituciones (vean recibos de Hacienda,
Telefónica, Universidad, etcétera), tiene que ver con el razonamiento del
lingüista Alvaro Gálmes: “El carácter dialectal de un idioma se
manifiesta por el sentimiento de inferioridad de quien lo practica, pues
considera su habla como perteneciente a un estrato cultural más bajo que el de
la lengua general”. Y no hay pueblo más acomplejado que el valenciano.
Hasta en las islas Feroe, con menos habitantes que Alcoy, presumen de un idioma que apenas
se distingue del danés, y la ínclita TV
española -autista respecto al valenciano- con motivo del partido entre España y
Feroe ensalzaba su singularidad idiomática. ¡Vaya cambio con la situación del
Reino en 1599!
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