AUTOR: CHIMO LANUZA
(Nomes versio en Castellà · Solo
versión en Castellano)
El catalanismo es un movimiento neofascista
que se ha puesto de moda en Valencia durante los últimos decenios y que
sostiene que el valenciano y el catalán son la misma lengua; en consecuencia
-dicen los catalanistas-, como son la misma lengua, Valencia pertenece a un
mismo enclave cultural y geográfic catalán hasta el extremo de designar a
Valencia con el nombre de Cataluña del Sur (o, también, País Valencià), como un
territorio enclavado en los denominados -por los catalanistas- Països Catalans,
en todo punto inexistentes, por supuesto, pero un objetivo a conseguir mediante
el fundamento de la unidad lingüística.
Utilizando el poder político y económico, el
catalanismo ha sabido y podido servirse en beneficio propio de la romanística
internacional tras la que se escudan y en la que han establecido su teoría
oficial ya citada. Para ello han desarrollado un fantástico razonamiento teórico-virtual
investido de una dialéctica propia con carácter pseudocientífico consiguiendo
así engañar a -casi- todos los profesionales de la lingüística. Desde el
valencianismo intentamos demostrar la falsedad del planteamiento catalanista
con la única intención de salvaguardar, proteger y recuperar la lengua
valenciana (componente básico de nuestra identidad).
Así por ejemplo, los catalanistas parten de
los prejuicios que comporta la anacrónica clasificación de lenguas y dialectos,
dándole -¡como no!- el valor de lengua al catalán y el de dialecto al
valenciano, con lo que establecen una jerarquía de subordinación que a la larga
les sirve para supeditar lo valenciano a lo catalán. Nosotros lo que hacemos en
estos casos es revisar la teoría existente sobre estos conceptos y aplicarla a
nuestro caso particular, poniendo así en entredicho las falacias sobre las que
se asienta la teoría catalanista. El tema que nos ocupa posiblemente sea uno de
los retos más interesantes para cualquier lingüista del mundo: definir los
conceptos lengua y dialecto, ser capaz de establecer claramente qué es lo que
los diferencia, de manera que se pueda saber con precisión y en cada caso ante
qué nos encontramos: una lengua o un dialecto. Pero lo que pocos lingüistas se
han atrevido a hacer, la jactancia catalanista, como veremos, lo ha resuelto.
Tomemos como punto de partida una definición
que, desde un punto de vista estrictamente lingüístico, proponía André MARTINET
en 1960: Una lengua es un instrumento de comunicación con cuya ayuda se analiza
la experiencia humana de manera diferente en cada comunidad, en unidades
dotadas de un contenido semántico y de una expresión fónica, los monemas. Esta
expresión única se articula a la vez en unidades distintivas y sucesivas, los fonemas,
en número determinado en cada lengua teniendo en cuenta que su naturaleza y las
relaciones mutuas internas difieren también de una lengua a otra. Como
definición de lengua en cuanto sistema o código de comunicación, convenimos en
que es adecuada: hace referencia a la doble articulación del lenguaje y al
carácter arbitrario o convencional de las lenguas. Propuestas de este tipo
podemos encontrar muchas, más o menos completas, más o menos acertadas, pero
para situaciones como la que nos ocupa resultan insuficientes pues no tienen en
cuenta otros factores que son precisamente los que acaban dando la información
necesaria para ubicar cada uno de dichos sistemas en su sociedad
correspondiente y ponerlo en relación con el resto de sistemas. La lingüística
nos describe el esqueleto de la lengua, los músculos, los órganos internos...
todos ellos similares pero diferentes a la vez entre un cuerpo y otro (entre
una lengua y otra). Pero la lingüística es incapaz de interpretar adecuadamente
aquellos atributos que, como elementos distintivos, vienen dados por el color
de la piel y de los ojos, la estatura, el cabello, la cara y, lo que es más
importante, el carácter y la personalidad, que es lo que nos diferencian a unas
personas de otras (a unas lenguas de otras). En este sentido, donde acaba la
labor de los lingüistas empieza la de los sociolingüistas. O, mejor dicho,
éstos trabajan al margen de la lengua como sistema y se interesan más por la
lengua como instrumento de comunicación que es capaz de generar unas relaciones
de poder o de prestigio. Y esto es lo que complica terriblemente el trabajo de
los especialistas porque a partir de aquí intervenen muchos otros factores que
circundan las lenguas, de manera que prefieren no enfrentarse con una
definición, pues son conscientes de que no siempre acertarían y de que siempre
estarían sometidos a prejuicios y subjetivizaciones. Como dice MARTINET, es
preciso dejar bien sentado que el término dialecto (en Italia, Alemania y otros
países europeos entre los que cabe incluír el estado español) supone en el uso
corriente un juicio de valor. Estos conceptos son tan variables que nunca
conseguiremos encontrar un modelo extrapolable. En los Estados Unidos, por
ejemplo, el término dialecto designa toda forma local del inglés sin que se
plantee la cuestión de oponer a los dialectos una forma de lengua más
"recomendable", cosa impensable en otros lugares más próximos a
nosotros.
Creo que OSGOOD y SEBEOK (Psicolingüística,
DD.AA.) están más acertados cuando intervienen en este tema en los siguientes
términos: Dondequiera que siga hablándose una lengua durante un largo periodo
de tiempo, la disminución del intercambio lingüístico motivado por la ausencia
de migración, barreras políticas y geográficas y otros factores dan como resultado
un modelo de fraccionamiento dialectal, cuando las innovaciones lingüísticas
que se inician en un sector de la comunidad hablante acaban habitualmente por
no difundirse en cierta medida al resto. Al continuar así, los dialectos se
despegan apartándose más y más hasta que se convierten en lenguas mutuamente
ininteligibles. No es necesario, como lo demuestra la inmensa realidad de las
lenguas vivas, que el resultado final sea la mutua ininteligibilidad (concepto,
por otra parte, rechazado como argumento por los lingüistas). Estas palabras
prueban que, caso de que realmente el valenciano y el catalán fueran dos
dialectos hermanos de la misma lengua (teoría improbable según confirman la
historia, la documentación y la sociolingüística), entre valenciano y catalán
habría acabado ocurriendo lo descrito por OSGOOD y SEBEOK: la fragmentación que
conduce a la definitiva separación. Por ello no nos cansaremos de decir que nos
da igual cuál es el origen del valenciano; lo que tenemos es una lengua con una
personalidad propia y diferenciada, un pasado más que glorioso, un presente más
que interesante y un futuro en el que nuestra actitud (y una actitud menos
insensata, desleal e indigna por parte de los intelectuales y de sus
correligionarios políticos) es fundamental para la supervivencia de esta
lengua. Un idioma con estas características (en realidad, todo idioma) necesita
y requiere una codificación propia, así como una clase política e intelectual
sin complejos que apueste seriamente (sin perder tiempo en salvaguardar
intereses personales) por la recuperación, el represtigiamiento y la promoción,
en nuestro caso, de la lengua valenciana.
La distinción entre lengua y dialecto
representa una dificultad que la mayoría de lingüistas y de sociolingüistas la
ponen de manifiesto a la hora de tratar el tema: Desde un punto de vista
rigurosamente lingüístico, no existen evidencias que justifiquen la distinción
entre lengua y dialecto, por lo que resulta obligado recorrer a criterios
extralingüísticos, si se quiere mantener. Algunos autores, no obstante, han
evitado la diferenciación negando simplemente la existencia de los dialectos
(MORENO FERNÁNDEZ). Estas declaraciones contienen matices que los especialistas
de la universidad de Valencia cuestionan:
- la lingüística, "estrictamente",
no sirve para diferenciar lenguas y dialectos.
- no hay, lingüísticamente, ninguna necesidad
ni razón (sin duda, sí que hay un especial "interés") en mantener esa
distinción.
- son necesarios criterios extralingüísticos
para hablar de lenguas y de dialectos; lo cual significa que es legítima su
vinculación con aspectos como la cultura, la política, etc.
- esto también quiere decir que no sólo están
legitimados para hablar de lengua los titulados o los universitarios como
mantienen los catalanistas, sino que, precisamente por tratarse de un
instrumento social, de lengua puede hablar con más motivo cualquier individuo
en su condición de su usuario, como reiteradamente reconocen la gran mayoría de
los lingüistas.
- MORENO, además, apunta una solución
interesante que han tomado algunos autores: negar la existencia de los
dialectos. Porque, hoy por hoy, ¿con qué intención se mantiene esta distinción?
Sólo con una muy clara, tendenciosa y casi maquiavélica: establecer jerarquías,
dependencias, prestigio asociado y unos incomprensibles "derechos" de
las consideradas lenguas sobre los considerados dialectos (una especie de
"derecho de pernada" lingüístico).
HUDSON introduce un tercer concepto, el de
"registro" y manifiesta igualmente las mismas dificultades: Los tres
conceptos son extremadamente problemáticos, tanto en el momento de encontrar
una definición general para cada uno de ellos y que lo distinga de los otros,
como desde el punto de vista de encontrar criterios para delimitar variedades.
Hay también lingüistas que, debido a las dificultades y prejuicios que
comportan los términos lengua i dialecto, prefieren hablar simplemente de
"variedades" y aquellos otros que proponen el concepto de
"comunidad de habla": Los miembros de una comunidad de habla no sólo
comparten un código o una variedad lingüística, sino que juegan, valoran e
interpretan de forma semejante las variables que permiten diferenciar
sociolingüísticamente a sus hablantes. Los individuos, al hablar entre ellos,
son capaces de distinguir los que pertenecen a su misma comunidad de los que
son ajenos a ella: los límites de una comunidad pueden ser locales, regionales,
nacionales o incluso supranacionales y sus miembros generalmente conocen el
perfil de la conducta lingüística que los caracteriza (MORENO FERNÁNDEZ).
Aunque no deja de ser una propuesta interesante, no obstante, tampoco sirve
para el caso valenciano porque el sector catalanista sin duda seguiría negando
la realidad sociolingüística valenciana e inventando (como siempre hace) un
marco geográfico (e histórico) inexistente donde ubicar la "comunidad de
habla catalana". No soluciona, pues, el problema y nos encontramos de
nuevo a expensas de la sensatez de autores y de especialistas que no se dejen
manipular por los tentáculos de la kultura oficiosa (con k de
"okupa").
Respecto a este tema, dice ROCA-PONS: la
definición del concepto de dialecto no resulta fácil. La delimitación
dialectal, tanto desde una perspectiva evolutiva como descriptiva, ofrece
muchas dificultades. Los denominados dialectos no se nos ofrecen como unidades
claramente definidas. Es bien sabido que, si atenemos a diferentes
características -fonéticas, gramaticales o léxicas- no se extienden dentro de
un territorio que, hipotéticamente, habla una misma lengua, de una manera
uniforme [...]. Igual que en el caso de los dialectos, tampoco las lenguas se
nos ofrecen como unidades claramente delimitadas y separadas unas de otras.
Mientras que a veces el paso de una lengua a otra se efectúa por medio de una frontera
muy clara y tajante, en otras el tránsito se hace gradualmente, sobre todo,
como es natural, si las lenguas pertenecen a una misma familia. Ante
afirmaciones como éstas, no nos cansamos de preguntarnos: ¿cómo es posible que,
mientras que todos los lingüistas del mundo muestran sus reservas ante la
definición y la delimitación de los conceptos de lengua y dialecto, los
catalanistas, al hablar del valenciano, "lo tienen muy claro", lo
califican de "indiscutible" e "incuestionable" y afirman
que "ningún lingüista dice lo contrario"? ¿Por qué la romanística
internacional no dice nada al respecto? ¿No es ésta una actitud un tanto
pretenciosa? ¿Cómo es posible que precisamente en nuestro caso no haya dudas de
ninguna clase? ¿Cómo se le puede dar credibilidad a la arrogancia de estos
aficionados a lingüistas que estan dañando la credibilidad de los especialistas
cuando afirman que el origen catalán del valenciano es un hecho ni más ni menos
que "científicamente demostrado" como si de las propiedades de un detergente
se tratara? ¿Acaso se puede demostrar "científicamente" la existencia
de lenguas o de dialectos? ¿Acaso se trata de fórmulas mágicas o matemáticas
que nos permiten resultados exactos?
Es muy popular el concepto de dialecto en
sentido peyorativo: se entiende por dialecto una lengua sin cultivo literario o
científico, etc.(ROCA-PONS). No hay duda de que la tradición literaria del
valenciano impide su clasificación entre los dialectos de ninguna lengua
actual. Negar esto ya resulta capcioso y a un tiempo tan ocioso como cansino.
Del mismo autor, tenemos la siguiente definición que no es nueva pero no deja
de ser interesante en cuanto que incide en que la condición de lengua o de
dialecto no viene dada por sus características estructurales: En realidad, las
lenguas pueden considerarse como antiguos dialectos que, debido a diversas
circunstancias, se han impuesto como oficiales o de cultura sobre otros
dialectos primitivos que han ido desapareciendo o han ido integrándose en la
lengua o dialecto dominante. El valenciano, en la Edad Media, era un dialecto
más del latín (entre todos los que compartían su existencia en las tierras
peninsulares) y a partir del siglo XIII inicia su andadura ascendente hasta
convertirse, en los siglos XIV y XV, en una importante lengua de cultura que,
hallándose en su mejor momento, produce una literatura de calidad: Joanot
Martorell, Ausias March, Isabel de Villena, Jaume Roig, Roiç de Corella y otros
muchos son valencianos y en valenciano afirmaban expresarse. Este idioma mantuvo
sus contactos con las lenguas vecinas (aragonés, castellano, catalán...), pero
superficial y a todas luces insuficiente para influir sobre la lengua
valenciana la cual, con el tiempo, mantuvo su independencia y su evolución
propias. No olvidemos que el catalán era una lengua todavía en proceso de
formación, sin una literatura que la avalara y hablada por un pueblo aún por
constituir perteneciente a un territorio todavía por delimitar y que, además,
todavía no tenía concepto de identidad. Más adelante, el mismo ROCA-PONS sigue
diciendo al respecto: La diferencia entre lengua y dialecto está, en realidad,
muy poco clara para basarse a menudo de manera implícita en criterios no
siempre directamente relevantes, cuando no inconsistentes entre ellos. Así pues,
mientras formas de hablar sufucientemente diferentes para impedir la inmediata
intercomunicación entre sus hablantes son a veces consideradas "dialectos
de una misma lengua" por el hecho de escribirse según un mismo código
ortográfico [...], en otros casos se consideran "lenguas distintas"
formas de hablar que permiten la inmediata comprensión entre hablantes de las
mismas [...], por el hecho de existir fronteras nacionales claramente
delimitadas. El autor hace aquí una clara referencia al carácter convencional y
arbitrario de cualquier intento de clasificación y delimitación entre lenguas y
dialectos. Pone en duda (sigue con el mismo escepticismo ante) criterios tan
tópicos como el de la interinteligibilidad (que con tanta insistencia enarbolan
los pancatalanistas) para terminar diciendo que la elaboración de tests
sistemáticos de inteligibilidad ha conocido, no obstante, un progreso limitado.
Tomemos otra definición -esta de dialecto-
mucho más expresiva por su impactante brevedad y a la vez por su impactante
contenido, según la cual un dialecto es una lengua sin ejército (Noam Chomsky
en Bernat JOAN I MARÍ). Es una definición interesante por la cantidad de
sugerencias que implica. En primer lugar -siguiendo el mismo juego de
palabras-, una lengua, visto que no es otra cosa que un dialecto que ha
triunfado, en consecuencia será un dialecto con ejército. ¿Y en qué consiste
ese ejército? Fundamentalmente en un colectivo dispuesto a luchar por esa
lengua, con ideas muy claras, que actúan en consecuencia... Es interesante la
desvinculación de la definición de Chomsky respecto a la estructura lingüística
y, por otra parte, la asociación que hace del concepto con un colectivo
investido con la fuerza de la voluntad.
Otra definición de dialecto tan escéptica como
otras es la que nos da Humberto LÓPEZ MORALES, el cual dice: Las variedades
diatópicas, los dialectos, no se diferencian demasiado de las lenguas, ya que
son sistemas tan virtuales y tan irrealizables como aquellas. Son sistemas
virtuales a los que tendremos que aplicar otros criterios, que nunca podrán ser
lingüísticos o al menos estrictamente lingüísticos para poder comprender el
juego de actualización de cada sistema. Quiere esto decir que no podemos
recorrer a argumentos tan ingenuos como el de la interinteligibilidad, el de la
similitud o el de la relación filogenética para determinar qué sistemas son
lengua, qué otros son dialecto y, en este último caso, qué dialecto lo es de
qué lengua. Desde la perspectiva de la lingüística contemporánea, resulta antediluviano
manifestarse en estos términos para establecer una clasificación de lenguas y
dialectos y las relaciones entre todos ellos. Este autor añade que la única
diferencia ostensible entre estos dos conceptos es el dominio más limitado del
dialecto, pero esto es cuestión de geografía. En realidad, no: de la misma
manera que el concepto de lengua se debe a muchos factores (la mayoría
extralingüísticos), el concepto de dialecto lo hemos de buscar más allá de
explicaciones estrictamente geográficas. Por otra parte, este criterio pondría
en peligro la actual clasificación "internacionalmente reconocida"
porque hay dialectos "oficiales" de determinadas lenguas que son
mucho más extensos geográficamente que la propia lengua de origen (el
castellano o el inglés de América). Pero LÓPEZ MORALES conoce perfectamente el
terreno y no puede suscribirse de la sensatez al afirmar que ya se ha
reconocido más de una vez que no hay bases sólidas de tipo lingüístico para
distinguir entre lengua y dialecto [...]. La única diferencia existente entre
lengua y dialecto es el prestigio que en ocasiones se atribuye a la primera. En
la misma línea están de acuerdo la mayoría de los lingüistas y HUDSON lo resume
cuando afirma que la otra diferencia [la primera alude a una especie de
"tamaño virtual"] entre "lengua" y "dialecto" es
una cuestión de "prestigio", prestigio que posee la lengua y del que
carece el dialecto (HUDSON, R.A.). En este sentido, es una evidencia que el uso
del catalán en Valencia (por medio del capcioso "normalitzat",
estándar catalanizante que se aplica en Valencia como caballo de Troya con la
intención de introducir paulatinamente el catalán) tiene todavía un prestigio
forzado, muy relativo y afortunadamente bastante reducido. Estamos a tiempo y,
por este motivo, hemos de represtigiar el valenciano para sacarlo de su actual
estado dialectal. Porque, en verdad, el valenciano actual se manifiesta como un
dialecto, pero no porque así lo digan los pancatalanistas ni porque proceda del
catalán (caso de que fuera cierto), sino por el uso que de él hacemos. La
solución no es someterlo al estándar catalán (estaríamos destinándolo a su
definitiva desaparición) sino normalizar su uso.
Como vemos, hay una inmensa diferencia entre
lo que dicen la lingüística y la romanística internacionales frente a lo que
los catalanistas les atribuyen. De esta forma, la mentira ha provocado un
abismo insalvable entre la lingüística internacional y la lingüística
pancatalanista que sólo lo puede superar la "oficialidad" conferiéndole
a esta última un lamentable carácter endogámico por el que se autoabastecen y
que los conduce indefectiblemente hacia una dictadura pseudocientífica (similar
a las "dictaduras científicas" conocidas en Alemania o en Rusia o en
otros países en épocas pasadas).
El mismo HUDSON aclara su postura respecto al
criterio de tamaño entre "lengua" y "dialecto" (o entre
variedades de la misma lengua) en los siguientes términos: Al tratar de la otra
distinción, basada en el tamaño, la situación es muy distinta, ya que todo
resulta relativo [...] La afirmación de que una variedad particular es una
lengua en el sentido de su "tamaño" [argumento del discurso
pancatalanista] es muy poco significativa. ¿Hay, por tanto, alguna manera por
la que la distinción entre "lengua" y "dialecto" basada en
el tamaño pueda hacerse menos relativa? Anticipamos que nuestra respuesta es
negativa. Y es que, como dice Bernat JOAN, la consideración de dialecto o de
lengua es muy variable y cambia a lo largo del tiempo.
De todos los lingüistas es sabido que la
manera en que comúnmente se aplica la distinción entre lenguas y dialectos se
basa, en gran medida, en consideraciones culturales o políticas: por ejemplo,
muchos de los que se dicen "dialectos" del chino difieren entre sí
más de lo que lo hacen, pongamos por caso, el danés y el noruego, o, lo que aún
es más notable, el holandés y el flamenco, que frecuentemente se describen como
"lenguas" distintas (LYONS). Más todavía: Einar HAUGEN afirma que se
trata de un enfoque ideológico el hecho de calificar unas determinadas
variantes como "lenguas" y otras como "dialectos", que la
cuestión resulta muy controvertida y que pertenece al plano de la
sociolingüística [...] La condición de "lengua" o
"dialecto", según la terminología usada por HAUGEN, dependería de la
provisión de poder político que los hablantes de una determinada variante
hubieran sido capaces de realizar (Bernat JOAN). Atención a las expresiones
"enfoque ideológico" y "poder político": ¿pues no habíamos
quedado, siguiendo los criterios pancatalanistas, que son los lingüísticos los
únicos argumentos válidos para delimitar y clasificar lenguas y dialectos?
También Manuel ALVAR (en DD.AA., El aragonés...) es muy elocuente en este
sentido: Lengua y dialecto plantean problemas no lingüísticos, sino derivados
de la historia. Entramos en el terreno de la especulación científica con la que
se comprometen intereses sentimentales que no tienen valoración objetiva. Los
autores de este libro continúan diciendo: y entiéndase de manera muy amplia esto
de "intereses sentimentales", porque es evidente que incluye
creencias y opiniones políticas. Es decir, la filología puede explicar o
exponer unos hechos, pero para su interpretación y valoración hay que acudir a
la historia, a la sociología, e incluso a la política, que serán las que podrán
ofrecernos una opción final en el campo sociocultural (todas las negritas son
mías. La exasperación, también).
Ahora es Lluis V. ARACIL quien dice: todavía
hay lingüistas tan obtusos que no han descubierto que el sentido
"vulgar" (popular o profano) de "dialecto" no tiene nada
que ver con la estructura lingüística, sino que se refiere al uso. Me parece
evidente que, al hablar en estos términos, sólo puede estar refiriéndose a los
lingüistas pancatalanistas porque son éstos los que insisten en utilizar
argumentos estructurales para calificar el valenciano como dialecto, olvidando
los auténticos factores que determinan esas "jerarquías"; olvidan,
así, aspectos tan sumamente importantes como el social, el cultural, el histórico,
el documental, el literario... El único que no olvidan es el político; y no lo
pueden olvidar porque se deben a él: la pretendida unidad lingüística del
catalán está en función no de aspectos lingüísticos, sino del proyecto neonaci
de los Països catalans.
MORENO FERNÁNDEZ nos recuerda la propuesta que
en 1962 hizo William STEWART para la clasificación de las lenguas basándose en
cuatro criterios o atributos que permitirían establecer una tipología
lingüística suficientemente clara y senzilla, aunque no exenta de problemas [la
negrita es mía]: estandarización, autonomía, historicidad y vitalidad. Los
cuatro requisitos los reúne el valenciano; de ahí el interés del catalanismo
por someter el valenciano bajo el estándar catalán: el "normalitzat"
(perderíamos dos de los requisitos: nuestra codificación y nuestra autonomía),
de negar nuestros autores clásicos (se olvidaría la historiacidad del
valenciano) y de eliminar las formas autóctonas (perdiendo vitalidad la lengua
valenciana). Este era el cuadro de STEWART:
A t r i b u t o s
T i p o
1 2 3 4
+ + + +
lengua estándar
+ + + -
lengua clásica
+ + - -
lengua artificial
- + + +
lengua vernácula
- - + +
dialecto
- - - +
lengua criolla
- - - -
lengua pidgín
Significado de los atributos: 1 =
estandarización, 2 = autonomía, 3 = historicidad y 4 = vitalidad. Si aplicamos
este cuadro a nuestro caso, veremos que el valenciano sólo puede ser una lengua
(estándar), nunca un dialecto (porque está estandarizado, tiene autonomía, es
una lengua histórica con literatura y codificación propias, y goza todavía de
una esperanzadora vitalidad), mientras que el catalán (al menos en Valencia) es
una lengua artificial (no tiene historicidad ni tiene vitalidad) y nunca podría
ser considerado ni tan sólo lengua vernácula por los mismos motivos
anteriormente aludidos.
Un dialecto lo es por muchos motivos, pero
éstos, como hemos visto, no tienen que ver con el sistema propiamente
lingüístico. En esta misma línea, afirma Bernat JOAN que la distinción entre
"lengua" (entendida como lengua nacional) y "dialecto"
(entendido como lengua regional) puede ser "vaga" desde un punto de
vista estructural (tan vaga que, desde esta perspectiva, es totalmente
imposible distinguirlos).
La actitud del pancatalanismo teórico es
altamente simplista y, en absoluto, inocente. La teoría pancatalanista
simplifica muchos aspectos tan extremadamente complejos como éste de la
distinción entre lengua y dialecto. ¿Como se explica que el dialecto dé escritores
clásicos y la lengua de origen no?, ¿cuál es el motivo por el que aparece tan
pronto -¡en un dialecto!- la percepción de identidad como lengua propia que,
además, no se denomina como "correspondería" (catalán), sino con su
nombre "local" (valenciano), que es el que después, a través del
tiempo y del espacio, se expandirá y se conservará?
Ya en el siglo XIV Valencia llegó a ser una
potencia mediterránea y su esplendor se mantendría hasta el XV. Esta hegemonía
política tuvo también sus consecuentes manifestaciones en el aspecto cultural
-y lingüístico-, de manera que estas circunstancias condujeron necesariamente a
la aparición -o posiblemente al incremento- de los sentimientos identitarios de
"nación", de singularidad cultural, de entidad política (Valencia es
un Reino con unas leyes propias, los Furs) y por el de personalidad idiomática.
El pueblo valenciano se identifica con una historia, una cultura, unos límites
geográficos, unas tradiciones, unas costumbres, una moneda, unos bailes, una
manera de ser y de pensar... y se siente sin duda poseedor de una lengua propia
como medio de comunicación diferente, propio y emblemático. Y así lo expresan
todos sus escritores a lo largo de la historia. Esto no es casual ni
caracteriza, evidentemente, a un dialecto, sino a una lengua. Se trata, sin
más, del proceso ordinario que atraviesan las lenguas neolatinas en su paso de
lengua "arromanzada" a lengua neolatina; así se puede observar en el
gallego, el occitano, el aragonés, el castellano, el portugués... El catalán
aún tendría que esperar unos siglos más para llegar a obtener la consideración
de lengua propia de los catalanes, para contar con una literatura interesante y
para generar la necesidad de su codificación. La conciencia de pueblo y de
cultura catalanas con una lengua propia e independiente asociada a ello estaba
todavía por llegar. En la época en que Valencia era una potencia económica y
cultural, Catalunya, como hay que entenderla, aún no existía, permanecía
dividida en diversos territorios sin otra vinculación que la de pertenecer al
Reino de Aragón y professar la misma fe. El nacionalismo catalán aparece, como
tantos otros, en el siglo XIX reivindicando lengua (tradicionalmente
considerada un dialecto del provenzal), cultura, nación... Lamentablemente,
este sentido reivindicativo se convertiría con el tiempo en una auténtica
obsesión megalómana (al utilizar las lógicas semejanzas que como lenguas
neolatinas muestran valenciano y catalán) para convertirse –al estilo
hitleriano- en un argumento para su expansión territorial y política con la
absorción o disolución de las peculiaridades del valenciano en un proceso largo
y sin duda penoso (también humillante y aniquilador).
Un ejemplo curioso relacionado con este tema.
En Aragonés: identidad y problemática de una lengua, en un apartado en que los
autores están hablando de las características fonéticas de esta lengua,
explican que la variedad denominada benasqués ofrece unas características muy
peculiares y que de momento parece que quiere seguir caminando a solas [...] a
lo cual, por supuesto tienen perfecto derecho. Y mi pregunta es ¿por qué no se
puede pensar lo mismo respecto al valenciano, cuando "méritos" nos
sobran mucho más que al benasqués?, ¿por qué no se nos permite "caminar a
solas" como el noruego, el danés, el sueco, el servio, el croata, el
flamenco, el luxemburgués, el sardo, el aragonés, el occcitano, el catalán...
el benasqués?
Siguiendo con lo mismo, quiero decir que en el
caso de los catalanistas, como reiteradamente hemos explicado, quieren hacer
creer que el tema pertenece a la lingüística interna -¡claro, la mayoría de
lingüistas están manipulados por ellos!-, por lo que insisten a modo de dogma
de fe en los aspectos estructurales de las lenguas olvidando que, en todo caso,
hablamos de hipótesis basadas en interpretaciones personales de los
especialistas de manera que todas ellas pueden ser acertadas o no serlo. Este
es el motivo de su hermetismo: para poder salvaguardar sus propuestas (y sus
"sillones") mantienen una rigidez e impermeabilidad asombrosas,
acogiéndose a aspectos subjetivos, a manipulaciones y a obstinadas iteraciones
alrededor de una serie de cabos que quieren mantener atados. Como las cifras.
Los números. Son su obsesión, cuando todo lingüista bien orientado sabe que
este aspecto no es, en absoluto, determinante para que una lengua se imponga en
un territorio nuevo pues intervienen otros muchos factores. El caso que mejor
puede ilustrar esta afirmación es el de los pueblos germánicos que se
establecieron en territorios nuevos pero no por esto en dichos lugares
terminaron hablándose las lenguas de los invasores. ¿Por qué? Muy brevemente
(exactamente igual que más tarde ocurriría con los árabes y con los
repobladores del Reino de Valencia): la cultura –y la lengua- del pueblo
invadido era superior a la de los invasores; estos eran portadores de lenguas
demasiado diversificadas (o, como en el caso del catalán, aún en proceso de
formación); la lengua de los invasores ni era una, ni codificada, ni tenía
detrás una tradición literaria que les sirviera de sostén; no hay en ningún
momento una intención de normalizar lingüísticamente la población dominada
(como sí ocurrió con Castilla en América del sur. De aquí la gran diferencia
entre ambas invasiones)... Pero el pancatalanismo elude intencionalmente todos
estos factores obstinándose en fantásticas teorías numéricas sacándose
catalanes de debajo de las piedras y dándole a este componente una credibilidad
desmedida y todo para demostrar la procedencia catalana del valenciano cosa
que, en un improbable caso, no querría decir otra cosa que eso: que viene del
catalán, pero en ningún momento sería óbice para que el valenciano pudiera
tener su propia codificación iniciada desde la época de nuestros clásicos. E
insisten en los criterios lingüísticos allí donde, en el fondo, subyacen
motivos políticos y culturales. En pocas palabras: el valenciano es un dialecto
del catalán pero no porque proceda de esta lengua ni porque fuéramos repoblados
por treinta millones de catalanes ni porque sean dos lenguas parecidas ni
porque nos entendamos cuando hablamos, sino porque así lo han decidido nuestros
acomplejados políticos y porque este concepto forma parte del proyecto último
de constituir una Cataluña grande bajo la denominación de "Països Catalans"
sustentados –a la fuerza- inicialmente por los lazos de una supuesta unidad
lingüística. Después vendrán los vinculos culturales, después los geográficos,
los políticos... Creo que está muy claro que no hay nada de
"inocencia" ni de "honestidad" en la teoría pancatalanista.
Sí así fuera, no tendrían necesidad de engañar ni de cambiar su estrategia para
hacer llegar su mensage y conseguir adeptos. Puesto que la palabra
"catalán" y derivadas no tienen buena acogida entre los ciudadanos
valencianos, la han eliminado de su elenco lexicográfico y, puesto que la
propuesta de los mencionados "Paísos Catalans" no tiene eco en la
sociedad valenciana, la han aparcado de momento y han modificado su mensaje
insistiendo ahora en que la unidad lingüística (del catalán) no comporta
necesariamente una unidad político-geográfica. Ciertamente, así consiguen
engañar a muchísimos ciudadanos que actúan de buena fe. Sin embargo, sabemos
que ni la Generalitat de Cataluña ni la de Valencia ni las universidades
correspondientes están dispuestas a seguir subvencionando el catalanismo en
Valencia si no es aceptando que estas rectificaciones sólo se justifican por
una simple estrategia de mercado pues se pretende que en el futuro la unidad
lingüística remita a una unidad de índole político-cultural; entonces se sacará
y se desempolvará del cajón el proyecto de los "Països Catalans" y ya
no se eludirán los términos ahora tabús.
Lo bien cierto es que lo que más abunda entre
todos los lingüistas del mundo en los que incluímos, naturalmente, a todos los
romanistas –excepto, los pancatalanistas, naturalmente-, es el elevadot grado
de escepticismo y la ausencia de compromiso a la hora de tener que enfrentarse
con los términos "lengua" y "dialecto" que se convierten,
en ocasiones, en un auténtico problema que muchas veces prefieren evitar.
Vistas como están las cosas, lo comprendo. En Valencia, por ejemplo, puede
costarte el lugar de trabajo y, seguro, el prestigio profesional. Francho
NAGORE dice con tota franqueza que conviene anotar que todavía no se han puesto
de acuerdo los lingüistas en la diferencia que hay entre "lengua",
"dialecto" e "idioma". Más o menos, aproximadamente, sí
(aunque normalmente, al margen de la antropología). Porque una lengua no es (o,
al menos, no sólo es) la suma o relación de sus fonemas, sus morfemas, sus
reglas gramaticales, su léxico... En este sentido, PRIDE observa que la
interacción del lenguaje en tantas áreas de la experiencia humana se refleja
claramente en la dificultad de alcanzar criterios satisfactorios para la
demarcación de límites entre una lengua y otra, o un dialecto y otro [...] y,
consiguientemente, para la definición de todos estos términos [...]. Son
numerosos los criterios para demarcar los límites entre lenguas o entre
dialectos [o entre lenguas y dialectos, digo yo], o bien, claro está, para
demostrar que ocasionalmente no es apropiado hacerlo. Los criterios favoritos
por la lingüística descriptiva conciernen a varios tipos de distancia
estructural que pueden por sí mismos dar límites muy diferentes: por ejemplo,
los límites sintácticos pueden no ser idénticos a los límites léxicos. Debemos
tener bien claro que las lenguas no son simples estructuras; o al menos que no
es esto lo que nos interesa conocer para determinar la existencia de lenguas no
sólo como instrumentos de comunicación sino (y es donde vamos) como elementos
emblemáticos e identitarios de una comunidad. No es tan simple como dicen los
catalanistas: estas lenguas son la misma (o una es dialecto de la otra) porque
tienen las mismas estructuras. ¿Y el resto, qué?, cuando posiblemente es más
importante todo aquello que circunda el sistema llingüístico antes que el
propio sistema.
Si es peligroso el fenómeno catalanista con su
presencia en los medios de comunicación, las escuelas y la administración es
porque conduce invariablemente hacia un debilitamiento de la lengua autóctona,
pues el proceso de descomposición que lleva en último término a la eliminación
de las formas de hablar particulares empieza, de hecho, cuando una forma
lingüística exterior se impone a expensas de las formas locales (MARTINET), de
manera que el valenciano, si no era un dialecto del catalán, indefectiblemente,
si continuamos por este camino, acabará siéndolo. Nadie puede negar que se nos
están imponiendo un innumerable elenco de formas que terminarán por substituir
(porque ese es su objetivo) a las autóctonas hasta dialectalizar
definitivamente el valenciano.
Habitualmente las definiciones que de lengua o
de dialecto se hacen están siempre condicionadas por una serie de prejuicios y
de apriorismos de difícil erradicación. El uso restrictivo que se hace
generalmente de la palabra lengua se fundamenta en la misma identificación
simplista de las comunidades políticas nacionales con las comunidades de lengua,
identificación ésta según la cual un idioma merecería el título de lengua en la
medida en que es instrumento de un estado organizado. En este sentido, MARTINET
comentaba que incluso las personas cultas dudarían en considerar el catalán
como lengua a pesar, añadía, de una literatura de la que puede enorgullecerse,
donde, sin duda alguna, incluye toda la gran literatura valenciana. Esto quiere
decir que estas personas cultas dudarían mucho más todavía si supieran la
verdad y descubrieran el engaño en el que están inmersos pues esa literatura de
la que Cataluña "puede enorgullecerse" no es catalana sino
valenciana; y quiere decir también que, sin duda, utilizando los mismos
criterios, el valenciano es una lengua con todas las de la ley, al menos con
las mismas características que el catalán. Este es el motivo por el cual los
catalanistas insisten (y desde hace tiempo) en incluir a los escritores
valencianos en la literatura catalana (al menos los clásicos, ya que catalanes
no hubo en la época; los escritores catalanes contemporáneos, han sido creados
ad hoc). Y es que contar a lo largo de la historia con una importante
producción literaria es un gran punto a favor para la consideración de un
idioma como lengua independiente.
Más de lo mismo. Como muy bien hace ver
CARBALLO CALERO, una lengua será un dialecto que haya alcanzado, per razones de
cualquier tipo, un determinado grado de importancia social [no hace referencia
a la estructura lingüística...] La independencia política puede ser uno de
ellos y en esta línea cabe considerar dialecto al gallego y lengua al
portugués, pero no si se reconoce como lengua al catalán [de aquí el sentido
del independentismo catalán]. Vidos llega a afirmar que si Portugal hubiera
continuado formando parte de la monarquía española después de 1640, el
portugués, a pesar de su literatura original, sería hoy, como el gallego, un
dialecto español fuertemente hispanizado, y no una lengua románica
independiente. [... Por otra parte,] hay lenguas románicas sin independencia
política, literaria ni cultural, como el sardo, que, no obstante, no son
consideradas dialectos.
Así, las lenguas nacen y mueren, se
desarrollan y menguan, atraviesan por procesos de prestigiamiento que
transforman dialectos en lenguas o de desprestigiamiento que conducen a una
inevitable dialectalización... En estas vicisitudes intervienen un montón de
factores económicos, sociológicos, políticos, y no los lingüísticos, los que en
último término llevan a una lengua a su enriquecimiento y expansión o a su
empobrecimiento y extinción. Es decir, que una lengua no prospera o muere en
definitiva porque sus diptongos sean más firmes que los de otra, sino por
procesos sociales mucho más profundos y transcendentes (DD.AA.., El
aragonés...).
No son, pues, las características internas del
valenciano las que nos lo ubican en su clasificación como dialecto del catalán,
sino motivos estrictamente políticos que poco tienen que ver con la lingüística
ni con la romanística internacionales. Si los valencianos tuviéramos una mayor
autoestima, veinte diputados en Madrid, unos representantes políticos en
nuestras Corts sin complejos de inferioridad, sin miedos y más documentados,
además de un puñado de filólogos (locales o foráneos) sin obediencias extrañas,
en la actualidad el valenciano estaría internacionalmente reconocido como
lengua independiente y la "romanística internacional" estaría de
acuerdo en defender los derechos del valenciano como lengua amenazada por el
castellano, el inglés y el catalán.
Uno de los fenómenos que más evidencia ofrecen
para una próxima desaparición de cualquier lengua es el conocido con el nombre
de patuasización. Anchel CONTE y otros señalan las características principales
que definen un patuás (El aragonés...): múltiple fragmentación, extremada localización,
coexistencia de dos lenguas en contacto, fuerte contaminación de una de ellas
(la nativa) por parte de la otra [la de importación y de dominio: el castellano
para el aragonés]; evidentemente, una situación diglósica que contrapone las
lenguas en una relación jerárquica que niega la posibilidad de ser una lengua
de cultura (=una lengua) al idioma minimizado, creencia (y alimentación oficial
de la creencia) de la inexistencia de unidad lingüística entre las posibles
variedades (naturales) de la lengua en cuestión, empobrecimiento lingüístico
producido tanto por el distanciamiento de las variantes entre ellas como por la
contaminación de la lengua fuerte. No hay duda, si aplicamos estas
características al valenciano, que no nos encontramos (todavía) en un proceso
de patuasización ni respecto del castellano ni respecto del catalán. No
obstante, lo preocupante es que algunas de las situaciones señaladas cada vez
nos son más familiares.
En la otra orilla, observaremos abundantes
casos de dialectos que, por motivos fundamentalmente sociopolíticos (o
socioculturales) pasan a convertirse en lenguas con su reconocimiento legal,
científico, etc. y sin ninguna clase de problemas, sin que la "romanística
internacional" se rasgue las vestiduras y sin que esto haga tambalear la
teorización lingüística. Así en Suiza, como dice Miguel SIGUAN, nos encontramos
con una situación diglósica, con una lengua [no dice "dialecto"], el
schweitzerdeutsch (suizoalemán), utilizado como lengua oral, y el lochdeutsch
(alemán alto o literario), que es la lengua de la enseñanza y de las
situaciones formales y, por supuesto, la lengua de la escritura. Pero desde
hace un tiempo se está asistiendo a una expansión de los usos del
schweizerdeutsch, en primer lugar en las emisoras de radio y de televisión,
pero también en un cierto uso escrito e incluso, en algunos lugares, en la
enseñanza. De manera que es posible imaginar que en el futuro se produzca un
proceso parecido al que en Grecia condujo a sustituir la variedad culta del
griego por la variedad popular. O como el que en Luxemburgo ha llevado
recientemente a consagrar el dialecto local como lengua independiente. Esto
mismo lo proponemos en Valencia (con muchos más "méritos" que en
Luxemburgo, Grecia, Suiza, El Valle de Arán, Eslovenia, Bélgica...) y es
cualificado de acientífico, una aberración, por lo que TODA la
"romanística internacional" se escandaliza, se rasga las vestiduras y
se opone radicalmente a lo que no es otra cosa que una reivindicación justa y
justificada. El caso del suizo es paradógico porque nos sirve perfectamente
para comprobar cuán intransigente, hipócrita, falso y contradictorio es el
catalanismo. El propio SIGUAN del que hemos utilizado la cita anterior toma el
caso como una cosa natural y no pone el grito en el cielo porque los suizos
vayan a independizar su dialecto de la lengua de origen, el alemán. Ni tan solo
es traumático para la sociedad suiza (lo hubiera dicho), ni es un problema para
la expansión de la lengua ni para la convivencia de los distintos colectivos
que confluyen en este país. No obstante, el mismo autor, tan sólo tres páginas
antes de esta cita en el mismo libro, dice que en Valencia las disputas sobre
la naturaleza de la lengua hablada y sobre la identidad valenciana en relación
o en oposición a Cataluña complican todavía la expansión de la lengua. ¿Esto
cómo es posible? ¿Cómo puede ser que en Suiza es legítima y natural la
convivencia de dos formas de la (misma) lengua así como la conversión de la
variante considerada dialectal en lengua propia del país y no pasa nada,
mientras que en Valencia la reivindicación de la lengua propia (histórica, de
cultura y con literatura clásica) resulta que dificulta su propia expansión? El
catalanismo en este sentido ha tomado la táctica de intentar crear en nosotros
(los que luchamos por el valenciano) un complejo de culpabilidad, pues, en
nuestra lucha por nuestra lengua, nos hace responsables de que ésta se halle en
regresión acusándonos de ser nosotros los que hemos provocado el conflicto y
nos oponemos a la oficialidad y a la ciencia; aquí quiero recordar que fue
Franco el que se levantó contra un gobierno democráticamente constituido. En el
caso del valenciano pasa igual: son los catalanistas los que han venido a
romper con toda una tradición y una tendencia codificadora del valenciano
legítima, propia, diferencial, histórica, valencianizadora... que llevaba una
línea muy clara, muy adecuada, muy acertada y que estaba llegando a unas
propuestas interesantísimas hasta que en el año 1932 se produjo el primer atentado
(golpe de estado, alzamiento antipopular) contra la identidad de la lengua
valenciana. Las Normes d’El Puig (propuesta valencianista de codificación
respetuosa con la idiosincrasia y la tradición de la lengua valenciana) lo que
pretenden es reconducir la ortografía valenciana hacia la tendencia natural que
corresponde a nuestra lengua. Cuando aparecieron, la respuesta de la
intelectualidad oficiosa fue el insulto, la humillación, el descrédito, la
defenestración de los ambientes intelectuales de sus defensores (condenándonos
a la nihilización) y, en contrapartida, la alternativa fue hace veinte años la
introducción del catalán en las escuelas y más recientemente la oficialización
de esta lengua a través de la propuesta de creación de la engañosa Acadèmia
Valenciana de la Llengua (catalana). Por todo esto tiene tanto sentido
mantenerse firmes en la defensa de las Normes d’El Puig, imagen emblemática del
valencianismo no sólo lingüístico. Tendremos que ser puristas y reaccionarios y
todo lo cavernícolas que haga falta en su favor, pues la ortografía se ha
convertido así en instrumento de normativización y, a su vez, en asa de donde
agarrarnos para defender la independencia (o identidad) de la lengua valenciana
-y, en consecuencia, todo lo que ello comporta: la defensa del sentimiento
identitario "nacional", del sentimiento de singularidad cultural,
arropado por el sentimiento de entidad política (Valencia fue un Reino con
leyes propias, los Furs) y por el sentimiento de personalidad idiomática.
En el supuesto de que el valenciano fuera un
dialecto histórico del catalán, cabe recordar los conceptos de
"divergencia" y "convergencia" que constituyen el resumen
de la formación de lenguas y de dialectos a través del tiempo. El detonante de
estos fenómenos no son sólo el tiempo sino también las circunstancias políticas
que les toca protagonizar a los distintos pueblos (comunidades, colectividades,
etc.). Observemos que no estoy haciendo referencia al aspecto físico, pues la
fragmentación dialectal no es una consecuencia inevitable de la expansión
geográfica. La distancia, por sí misma, no produce la diferenciación
lingüística, sino la debilitación de los contactos y de las relaciones entre
los pueblos. Esta es una evidencia que no se puede negar en el caso de Cataluña
y Valencia: desde muy pronto se rompieron las endebles, superficiales y
circunstanciales relaciones entre –no lo olvidemos nunca- el Reino de Valencia
y ciertos territorios que en la actualidad están circunscritos a Cataluña de
manera que, en el supuesto de que el valenciano procediera del catalán, la
distancia marcaría la evolución divergente de ambas lenguas; por ello el
valenciano proporcionó con presteza (a la ya lengua valenciana) escritores
clásicos, codificación, investigación, difusión... porque Valencia se convirtió
en un pueblo de cultura y de influencia. En el proceso de evolución de un habla
de dialecto a lengua interviene el factor de poder, de prestigio. Valencia se
convirtió en un pueblo importante y su lengua participaba de esa importancia y
de ese prestigio.
Por otra parte, ante las anteriores palabras
de LYONS, he dicho que la actitud catalanista no es, en absoluto, inocente. Hay
en la teoría pancatalanista mucho de mala fe, buena cosa de contenido
maquiavélico, tendencioso y malintencionado. Basan toda su teoría insistiendo
en los argumentos históricos y de procedencia filogenética, argumentos que en
ningún momento dejan de ser simples hipótesis basadas normalmente en la
manipulación (cuando no destrucción) de la documentación existente, obviando
otros elementos o factores y tergiversando -u ocultando- la información, como
reiteradamente se ha venido denunciando ante la mirada impasible de la
"romanística internacional" y con resultados fallidos. Ante tantos
atropellos, al valencianismo (desprovisto de medios de difusión), sólo le queda
ser fiel y constante en su defensa de la lengua a través de la negativa a ceder
ni un solo palmo de la codificación de nuestra lengua ya que, como muy bien
dice MORENO FERNÁNDEZ, los "leales" son a menudo excepcionalmente
puristas en sus actitudes lingüísticas y conceden una especial trascendencia a
todo lo relacionado con la estandarización y regulación de su lengua. Sólo así
es como adquiere sentido nuestra "obsesión" y nuestra "radicalización"
en la obligación de conocer, usar y difundir la lengua con su forma estándar.
Aunque en teoría es perfectamente factible, no entendemos que se pueda defender
una lengua sin conocerla, sin estudiarla, sin utilizarla. Realmente es muy
importante llegar a comprender la trascendencia que para una lengua tiene una
correcta codificación y la lealtad de sus usuarios hacia ella. Y es importante
para un pueblo y su cultura la estandarización de su lengua en términos de
identidad; de lo contrario, está destinada a un proceso de debilitación que
puede llegar a serle letal.
Pero volvamos por un momento al caso de Suiza.
Es curioso: en este país prefieren reivindicar como forma propia un dialecto
alemán (lo cual, sin duda, es perfectamente legítimo) antes que dedicarse a
prestigiar el romanche, lengua propia de una parte del territorio suizo y que
les diferencia de cualquier otro país vecino o no. Desde un punto de vista
estrictamente nacionalista, lo más rentable, lo más lógico y lo más adecuado
(por aquello de lo diferencial) habría sido reivindicar y estandarizar la forma
más autóctona, la lengua romanche. Sin embargo no ha sido así. ¿Y por qué?
Interpretamos aquí dos aspectos diferentes aunque relacionados: por una parte,
el sentimiento nacionalista suizo, simplemente, no existe (el pueblo suizo se
mueve en otras coordenadas, por otros intereses) y por una razón muy evidente:
Suiza ya es una nación constituida e internacionalmente reconocida; no tiene,
por tanto, necesidad de reivindicar una identidad como nación que ya posee. Por
otra parte, en Suiza predomina la pragmática por encima de todo y prefieren
aprovechar (y compartir) el prestigio que ya goza el alemán (que viene a
añadirse al prestigio que como estado ya goza Suiza), aunque sea a través de
una forma dialectal, a tener que enfrentarse con haber de iniciar el largo
proceso que supone el prestigiamiento de una lengua minoritaria que sólo se
habla en una pequeña parte del país. Además, no sé si sería acertado añadir los
prejuicios que hacia los pueblos latinos –y, en consecuencia, las lenguas
latinas- existen en esta nación. Y el romanche es una lengua neolatina.
Hay más casos
similares. Veamos otro. En el caso de Alsacia la primera pregunta en relación
con la lengua es: si lo que se habla en Alsacia, el alsaciano, es un dialecto
del alemán, puede considerarse en ese caso que su forma culta es el alemán
académico o culto, pero también puede pensarse, al contrario, que los siglos de
vida independiente que tiene el alsaciano autorizan a hablar de una lengua
propia o al menos a dotarla de una normativa propia. En principio las dos
respuestas son posibles. Los suizos de habla alemana han optado [de momento]
por la primera [...]. Los luxemburgueses, en cambio, que también hablan un
dialecto alemán, han preferido, al contrario, darle consideración de lengua
nacional. En este caso, evidentemente, al dialecto independizado se le tiene
que dar una norma gramatical que lo identifique y que permita mantener su
unidad [y su independencia] (M. SIGUAN). ¿Pero no son dialectos? Pues si son
dialectos, siguiendo los principios ideológicos (que no científicos) de la
Universidad de Valencia y ad lateres), no pueden independizarse ni menos aún
elaborar una codificacion propia. Ahora, a modo de ejercicio, tenga la bondad
el lector de substituir "Alsacia" por "Valencia",
"alsaciano" por "valenciano" y, por último,
"alemán" per "catalán". El resultado es sorprendente.
Observemos una cosa más en todo esto: ¿qué
diferencia real hay entre el luxemburgués o el suizoalemán y el valenciano?
Sinduda alguna, la diferencia no radica en que las dos primeras tengan unas
características especiales como idiomas, ni se trata de causas estructurales
desde una perspectiva estrictamente lingüística, ni tiene que ver, por
supuesto, con la lingüística internacional... No tiene nada que ver con todo
esto porque una cosa está muy clara: entre valenciano y catalán (aceptando para
el caso la peregrina teoría de que el primero fuera un dialecto histórico del
segundo) hay muchas más diferencias que entre el luxemburgués, el suizoalemán o
el noruego respecto a sus respectivas lenguas de origen. Lo único que determina
que aquellos dialectos hayan terminado convirtiéndose en lenguas oficiales con
su propia codificación es el hecho de que estamos hablando de países independientes
(donde prevalece la sensatez y la lucidez de políticos y
"científicos") y estamos hablando de unos países donde ha predominado
la voluntad popular del nuevo régimen frente a posibles actitudes anacrónicas
al estilo del antiguo régimen como ocurre en Valencia. Por nuestra parte,
Valencia no es un país independiente, pero tampoco la independencia, ya se
sabe, es requisito indispensable para que una lengua tenga su estatus y sea
objeto de protección y de proyección. Somos oficialmente una comunidad autónoma
y, aunque el estatuto no nos lo reconozca, somos (tanto si se quiere como si
no) una comunidad histórica con una cultura propia, una lengua propia, una
historia propia y una literatura como pocas desde nuestros siglos de oro. Lo
que más nos sobran son "méritos", pero también nos sobran políticos y
"científicos" acomplejados, cobardes y sucursalistas que permiten la
desvirtuación de la universidad, donde se ha abandonado el objetivo para el que
fue creada: ya no es un centro de sabiduría o de investigación donde se forma
profesionalmente a los futuros expertos, sino donde se forma ideológicamente a
los futuros manipuladores de nuestra juventud y, en consecuencia, de nuestra
sociedad.
Un último caso: La lengua de Holanda, el
neerlandés, y la de Bélgica, el flamenco, son prácticamente la misma [...]. En
cualquier caso, el holandés es muy parecido al alemán, y de hecho hay
intercomunicabilidad con la variedad alemana del norte (frisón) (Antonio LÓPEZ,
en FONTELLES), a todo lo cual, el comentario de Toni FONTELLES es muy acertado:
Que les digan a los neerlandeses y a los flamencos que hablan la misma lengua y
que separarlas es ir contra la lingüística internacional. La negrita es mía y
la ironía de Toni.
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