jueves, 11 de junio de 2015

HISTORIAS DE LA “NORMALITZACIÓ” (1)



Por Ricardo García Moya
Las Provincias 2 de junio de 1996 


En el western, el moribundo pregunta al pistolero ¿quién eres tú?  De igual modo, los valencianos, perplejos, se interrogan sobre el origen de esa "normalització llingüística, rigurosament científica", que está acabando con las lenguas valenciana y española en el Reino de Valencia. Tomen asiento.
Erase una vez -en 1743 y en un principado sin príncipe- un amargado catalán aburrido de minuetos y faisanes, ¿qué podía hacer para huir de la melancolía? !Ya está¡ Jugaría con el idioma modificando lo que le placiera, eliminando anti- páticas letras como la Y griega, la H final de palabra o colocando decorativos apóstrofos por doquier.
EI gramático diletante se llamaba Josep Ullastre y -a sus 53 años y soltero- no se había comido una rosca en temas filológicos. Ni soñando había participado en las eruditas polémicas que en el vecino Reino de Valencia, novatores e ilustrados polígotas mantenían sobre el griego, latín, valenciano y castellano. EI se lo guisaba y él se lo comía, sin encomendarse a Mayans y Siscar, Carlos Ros o Pérez Bayer.
Ullastre conocía que el canónigo Aldrete, en 1614 había rechazado la Y griega en la lengua castellana  por considerarla espuria y extranjera (Aldrete, B.: Varias antigüedades. Amberes 1614, p. 62). La fobia a la palatal sonora fue compartida por otros intelectuales castellanos en los siglos XVII y XVIII, destacando el murciano Francisco Cascales; es decir, siempre hubo en Castilla y León adeptos a la norma de Aldrete. Con decir que en el decreto de Nueva Planta de 1707, en castellano, se utilizaba la copulativa í latina, no la griega, mientras que en los textos coetáneos en valenciano encontramos la Y griega.
EI filólogo dominguero Ullastre -sin entender las razones de Aldrete sobre la adaptación de la Y por los latinos para transcribir la ypsilón griega, o los regates etimológicos de la yod hasta generar la consonante románica- se planteó la duda: ¿Por qué la lengua catalana iba a albergar tan infame fonema? En el Principado sin príncipe no podían ser menos. A partir de entonces, en catalán, la conjuncíón copulativa sería la i latina. Obviamente, los escritores en lengua valenciana como Carlos Ros, Pastor Fuster o Martí y Gadea siguieron con su independencia idiomática hasta el siglo XX, utilizando la y griega.
La pedestre formación del codificador Ullastre le permitía balbucear latín litúrgico y poco más, pero no importaba; entre copita de ambrosía y revuelo de encajes de criaditas ampurdanesas, suprimió la H final de palabra. A él le daba igual que Joanot Martorell escribiera Blanch, pues supondría que el valenciano era otro idioma; pero las veleidades gramaticales de Ullastre, como la mala hierba, se extendieron camufladas con las normas del 32.
Las  consecuencias  son  lamentables.  Por ejemplo, en la Facultad de Filología se derriten por las normas de Ullastre y sus herederos, el Institut d'Estudis Catalans; pero, tornando sonrisa por desprecio, censuran agriamente cualquier filtración de la lengua valenciana. La hazaña que más  pregonan -aireada cíclicamente  por  la prensa catalana (disimulada) de Valencia- fue impedir el uso del salón de actos de Filología a Amigos de la Poesía. Según dicen, "no tuvo nada que ver con la hija de Lizondo, el problema fue el tipo de valenciano que utilizan".
Ellos prefieren catalán "científico", aquel que en la ociosa senectud -sin más base que la improvisación, el tedio y una pluma de ganso- un Josep Ullastre que esnifaba rapé y sorbía chocolate en porcelana china, inventaba a su antojo. Un buen día le dio por usar apóstrofo - antipática culebrilla que hasta los fieros críticos literarios confunden con apóstrofe- y lo fue endosando a las palabras que le parecían, consi- guiendo una grafía rococó, acorde con las roca- Ilas de su gabinete.
EI apóstrofo apenas era utilizado en el valenciano foral, anterior a 1707. De la elisión de vocales se huía por considerarla vulgarismo, e idiomas como el castellano -que también titubeó en su adopción- optaron por rechazarlo. Los valencianos -dada la sui géneris metodología del Principado sin príncipe- no tendríamos por qué ser censurados por la supresión oral y escrita de la d intervocálica en determinados vocablos. Martí y Gadea usaba vesprá en 1900, no vesprada; por su parte, Fullana escribía paraís en 1926, no paradís.
Y los juegos gramaticaies que Ullastre inició en 1743 no tienen gracia; piensen en las calaba- zas que los inmersores de  EGB,  ESO y BUP endosan a los alumnos valencianos cuando es- criben Tirant lo Blanch con la h final; o cuando emplean la Y griega o se comen algún apóstrofo. Debemos agradecerlo a peluca blanca Ullastre y al lnstitut d'Estudis Catalans, que es quien man- da y ordena en las universidades valencianas y en la mosquita muerta Morenilla (¡menudos es- putos dialécticos lanza la antigua CC.OO. contra la Real Academia Valenciana!).

Respecto a  la  normalització científica, hay más personajes e historias (para no dormir)  Ya les contaré.

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