Por Ricardo García Moya
Las Provincias 2 de junio de 1996
En el western, el moribundo pregunta al pistolero ¿quién eres
tú? De igual modo, los valencianos,
perplejos, se interrogan sobre el origen de esa "normalització llingüística, rigurosament científica",
que está acabando con las lenguas valenciana y española en el Reino de
Valencia. Tomen asiento.
Erase una vez -en 1743 y en un principado sin príncipe- un
amargado catalán aburrido de minuetos y faisanes, ¿qué podía hacer para huir de
la melancolía? !Ya está¡ Jugaría con el idioma modificando lo que le placiera,
eliminando anti- páticas letras como la Y
griega, la H final de palabra o
colocando decorativos apóstrofos por doquier.
EI gramático diletante se llamaba Josep Ullastre y -a sus 53 años y soltero- no se había comido una
rosca en temas filológicos. Ni soñando había participado en las eruditas
polémicas que en el vecino Reino de Valencia, novatores e ilustrados polígotas
mantenían sobre el griego, latín, valenciano y castellano. EI se lo guisaba y
él se lo comía, sin encomendarse a Mayans y Siscar, Carlos Ros o Pérez Bayer.
Ullastre conocía que el canónigo Aldrete,
en 1614 había rechazado la Y griega en la lengua castellana por considerarla espuria y extranjera
(Aldrete, B.: Varias antigüedades. Amberes 1614, p. 62). La fobia a la palatal
sonora fue compartida por otros intelectuales castellanos en los siglos XVII y
XVIII, destacando el murciano Francisco Cascales; es decir, siempre hubo en
Castilla y León adeptos a la norma de Aldrete. Con decir que en el decreto de
Nueva Planta de 1707, en castellano, se utilizaba la copulativa í latina, no la
griega, mientras que en los textos coetáneos en valenciano encontramos la Y
griega.
EI filólogo dominguero Ullastre
-sin entender las razones de Aldrete sobre la adaptación de la Y por los latinos
para transcribir la ypsilón griega, o los regates etimológicos de la yod hasta
generar la consonante románica- se planteó la duda: ¿Por qué la lengua catalana
iba a albergar tan infame fonema? En el Principado sin príncipe no podían ser
menos. A partir de entonces, en catalán, la conjuncíón copulativa sería la i
latina. Obviamente, los escritores en lengua valenciana como Carlos Ros, Pastor
Fuster o Martí y Gadea siguieron con su independencia idiomática hasta el siglo
XX, utilizando la y griega.
La pedestre formación del codificador Ullastre le permitía balbucear latín litúrgico y poco más, pero no
importaba; entre copita de ambrosía y revuelo de encajes de criaditas
ampurdanesas, suprimió la H final de
palabra. A él le daba igual que Joanot
Martorell escribiera Blanch,
pues supondría que el valenciano era otro idioma; pero las veleidades
gramaticales de Ullastre, como la mala hierba, se extendieron camufladas con
las normas del 32.
Las consecuencias son
lamentables. Por ejemplo, en la
Facultad de Filología se derriten por las normas de Ullastre y sus herederos,
el Institut d'Estudis Catalans; pero, tornando sonrisa por desprecio, censuran
agriamente cualquier filtración de la lengua valenciana. La hazaña que más pregonan -aireada cíclicamente por la
prensa catalana (disimulada) de Valencia- fue impedir el uso del salón de actos
de Filología a Amigos de la Poesía.
Según dicen, "no tuvo nada que ver con la hija de Lizondo, el problema fue
el tipo de valenciano que utilizan".
Ellos prefieren catalán "científico", aquel que en la
ociosa senectud -sin más base que la improvisación, el tedio y una pluma de
ganso- un Josep Ullastre que
esnifaba rapé y sorbía chocolate en porcelana china, inventaba a su antojo. Un
buen día le dio por usar apóstrofo - antipática culebrilla que hasta los fieros
críticos literarios confunden con apóstrofe- y lo fue endosando a las palabras
que le parecían, consi- guiendo una grafía rococó, acorde con las roca- Ilas de
su gabinete.
EI apóstrofo apenas era utilizado en el valenciano foral, anterior
a 1707. De la elisión de vocales se huía por considerarla vulgarismo, e idiomas
como el castellano -que también titubeó en su adopción- optaron por rechazarlo.
Los valencianos -dada la sui géneris metodología del Principado sin príncipe-
no tendríamos por qué ser censurados por la supresión oral y escrita de la d
intervocálica en determinados vocablos. Martí y Gadea usaba vesprá en 1900, no
vesprada; por su parte, Fullana escribía paraís en 1926, no paradís.
Y los juegos gramaticaies que Ullastre inició en 1743 no tienen
gracia; piensen en las calaba- zas que los inmersores de EGB,
ESO y BUP endosan a los alumnos valencianos cuando es- criben Tirant lo Blanch con la h final; o cuando emplean la Y griega o se comen algún apóstrofo.
Debemos agradecerlo a peluca blanca Ullastre y al lnstitut d'Estudis Catalans,
que es quien man- da y ordena en las universidades valencianas y en la mosquita
muerta Morenilla (¡menudos es- putos
dialécticos lanza la antigua CC.OO.
contra la Real Academia Valenciana!).
Respecto a la normalització científica, hay más personajes
e historias (para no dormir) Ya les
contaré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario