jueves, 11 de junio de 2015

HISTORIAS DE LA BARRACA MOZÁRABE Y FALLERA



Ricardo García Moya
Diario de Valencia 18 de Marzo de 2001

En estos días de Fallas, las extenuadas comisiones gozan de breve descanso en el casal faller o barraca; voz que es auténtica joya léxica del idioma valenciano, al haber pasado a todos los idiomas europeos. Lamentablemente, como ha ocu­rrido con la paella, el humanista Luis Vives o las mismas Fallas, nuestros progresistas veci­nos catalanes también nos han robado el vocablo, exhibiéndolo como trofeo en sus diccionarios.
El sustantivo barraca se do­cumenta por primera vez en un documento valenciano de 1249 pasando de nuestro idioma al castellano, catalán, portugués con ligeras variables morfológi­cas, al francés baraque, inglés barrack, alemán baracke, holan­dés barak, italiano baracca, etc. De étimo incierto, Corominas sugiere que “sería una palabra del Reino de Valencia, muy ante­rior a la Conquista” (DELLC), y argumenta que podría “ser cre­ación valenciano-arábiga en relación con el valenciano tara­vaca, especie de dosel” (ib.). En sus cavilaciones, el etimólogo insiste en que podría ser “pala­bra del mozárabe valenciano”. En tiempo de Cervantes, el licenciado Covarrubias escribía: “Barracas. Las chozas que los pescadores tienen a la orilla del mar, que por este nombre la llaman en Valencia... es nombre arábigo” (Tesoro, Madrid, año l6ll) Los filólogos ma­nieristas encasillaban como árabe todo vocablo ignoto.
Las historias que siguen tie­nen como anclaje escénico una barraca ubicada en la, antaño, franja de huerta y playa del Grao. La única ficción literaria es suponer que fue siempre la misma, y distintos los persona­jes. Del año 1610 tenemos el re­lato de un día de barraca y pla­ya de fray Gaspar Bono y sus novicios. El buen fraile “acos­tumbraba en el verano, por dos o tres veces, llevar los religiosos a la mar a holgarse; procurando que fuese en dia de labor; tenía para este efecto una barraca de aquellas que tienen los pescado­res” (Gual: Vida de f. Gaspar, 1610, p. 155). Un día, “después de haber comido, el bendito Pa­dre se acostó dentro de 1a barraca (...) acaeció que llega­ron unas mujeres al agua y comenzaron a lavarse” (ib.) Lo que sigue es previsible, “fray Gaspar salió de la barraca con su báculo, como quien sale con una espada a reñir, dando voces a las mujeres” (ib.). Las mujer­zuelas, juguetonas, acudian “a propósito a lavarse a vista de religiosos”.
Otro párrafo describe la celda del fraile: “No tenía curiosos cuadros, sino unas imágenes de nuestra Señora, San Ioseph, Santa Ana y los gozos de San Vicente Ferrer en nuestra len­gua valenciana” (p.213) Fray Gaspar había memorizado es­tas oraciones: “cada dia rezaba de rodillas los gozos, sabíalos de memoria, y rezábalos en nues­tra lengua valenciana” (p.298) Quien cuenta la anécdota había vivido en Cataluña: “En el año 1599 vine de Barcelona a este convento de Valencia, era ya sa­cerdote” (p. 161). Es decir, co­nocía las dos lenguas, la valen­ciana y la catalana. Hoy sería acusado de secesionista.
Ha pasado el tiempo de fray Gaspar. Reina el rey mandíbula Carlos II y la sociedad quiere vivir. Reflejo de ello es la comedia “Las barracas del Grao”, impresa en Madrid en 1671 y que se vendía “junto a la Puerta del Sol”. Ambientada “en los campos del Grao de Valencia”, los protagonistas disfrutan en una barraca huertana y maríti­ma del placer de manjares exquisitos: “ensalada de todas yerbas, con huevos y anchovitas confitadas, codillos de puerco, lenguados, salmonetes...”. Todos beben y bailan sin más agobios que los inspirados por Cupido: “vino a la playa Lucinda, perdida de amor y celos”. Esta libertaria barraca bucólica era baluarte de enamorados, cortesanas, y músicos opuestos al ascetismo místico y censor. El personaje de Lucinda también aparecía en “Persecuciones de Lucinda, dama valenciana” (Valencia, 1664), escrita por Cristóbal Loçano de Hellín.
En 1899, olvidadas Cuba y Filipinas, la barraca costum­brista y festera se llena de mú- sicos hambrientos en la zar- zuela en idioma valenciano “Les barraques”, con musica de Peydró y letra de Escalante. En la barraca suena esa melo- día que todos los valencianos hemos oído a nuestros abuelos: “Toqueu les campanes / que ya están ahí / els músics dichosos / que son un castic... . amageu els patos / que ve la troná”. Desde el cielo, fray Gaspar observaría a sus incorregibles valencianos que, entre moreras y acequias, perseguían “pegar un moset”, tanto al pernil como a Chima, Carmeleta y Visanteta. Mientras, en Barcelona afilaban bayonetas los filólogos de L’Avenç.
El Reino se ensombrece en 1936. En la posguerra, mientras los franquistas del Institut d´Estudis Catalans toman la Revista Valenciana de Filología, un desengañado Azorín se tras­lada desde Madrid a la placidez de la barraca habitada por Bla­nes y Senta, joven matrimonio de labradores. El prosista quedó hechizado por la belleza de Senta: “cuando contemplo a Senta imagino que es una esta­ tua de pulido mármol... consér­vase lozana y placiente, y sus líneas son inflexibles y duras las turgencias” (Azorín: Valen­cia, p.188). Es tal el arrebata­miento que Azorín dialoga en valenciano con la helénica belleza: “¡Diga lo que vullga, Senta! ( ib.p.188). Hoy, los comi­sarios lingüisticos de la Gene­ralidad valenciana prohibirían a este “valenciano de Monó­var” (según proclamaba) utili­zar el neutro “lo”. Si somete­mos la frase valenciana de Azo­rín al SALT II (programa tra­ductor al catalán que Tarancón ha convertido en las Tablas de la Ley ), nos la devuelve en el bárbaro “Diga el que vulga! “. Azorín amaba la lengua de Mo­nóvar: “El castellano se ha corroborado en mí, primero con el valenciano, luego con el fran­cés. He necesitado la construc­ción del valenciano y del fran­cés” (Azorín: Ejercicios, Madrid 1960, p.210).

La barraca mozárabe y enig­mática, la ascética de fray Gas­par Bono, la lujuriosa y litera­ria del barroco, la costumbrista y zarzuelera de Escalante, la melancólica del Azorín otoñal, la festiva y fallera; todos sus moradores hablaban el idioma valenciano, no el catalán. Algu­no de ellos viviría cuando Feli­pe V decretó la prohibición de la lengua valenciana. En 2001 no será un rey , sino un gris telonero el que impondrá la AVL, con la oficialización del catalán y la prohibición del va­lenciano. Pero el pueblo es feliz. Tenemos un Canal 9 cata­lán, con polichinelas que dicen a més a més y esport. Nos per­miten tirar petardos, comer paella y, además, la simpática Nolla nos regala sensuales sonrisas. Hasta Fesols y Naps, en el DV, nos normalizan al escribir Ximet i Alboraia; re­chazando los valencianos Chi­met y Alboraya ( que el caste­llano tomó del valenciano, igual que barraca).

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