Ricardo
García Moya
Diario de Valencia 18 de Marzo de 2001
En estos días de Fallas, las extenuadas
comisiones gozan de breve descanso en el casal faller o barraca; voz que es
auténtica joya léxica del idioma valenciano, al haber pasado a todos los
idiomas europeos. Lamentablemente, como ha ocurrido con la paella, el
humanista Luis Vives o las mismas Fallas, nuestros progresistas vecinos
catalanes también nos han robado el vocablo, exhibiéndolo como trofeo en sus
diccionarios.
El sustantivo barraca se documenta por
primera vez en un documento valenciano de 1249 pasando de nuestro idioma al
castellano, catalán, portugués con ligeras variables morfológicas, al francés
baraque, inglés barrack, alemán baracke, holandés barak, italiano baracca,
etc. De étimo incierto, Corominas sugiere que “sería una palabra del Reino de
Valencia, muy anterior a la Conquista” (DELLC), y argumenta que podría “ser
creación valenciano-arábiga en relación con el valenciano taravaca, especie
de dosel” (ib.). En sus cavilaciones, el etimólogo insiste en que podría ser
“palabra del mozárabe valenciano”. En tiempo de Cervantes, el licenciado
Covarrubias escribía: “Barracas. Las chozas que los pescadores tienen a la
orilla del mar, que por este nombre la llaman en Valencia... es nombre arábigo”
(Tesoro, Madrid, año l6ll) Los filólogos manieristas encasillaban como árabe
todo vocablo ignoto.
Las historias que siguen tienen como anclaje escénico una barraca
ubicada en la, antaño, franja de huerta y playa del Grao. La única ficción
literaria es suponer que fue siempre la misma, y distintos los personajes. Del
año 1610 tenemos el relato de un día de barraca y playa de fray Gaspar Bono y
sus novicios. El buen fraile “acostumbraba en el verano, por dos o tres veces,
llevar los religiosos a la mar a holgarse; procurando que fuese en dia de
labor; tenía para este efecto una barraca de aquellas que tienen los pescadores”
(Gual: Vida de f. Gaspar, 1610, p. 155). Un día, “después de haber comido, el
bendito Padre se acostó dentro de 1a barraca (...) acaeció que llegaron unas
mujeres al agua y comenzaron a lavarse” (ib.) Lo que sigue es previsible, “fray
Gaspar salió de la barraca con su báculo, como quien sale con una espada a
reñir, dando voces a las mujeres” (ib.). Las mujerzuelas, juguetonas, acudian
“a propósito a lavarse a vista de religiosos”.
Otro párrafo describe la celda del
fraile: “No tenía curiosos cuadros, sino unas imágenes de nuestra Señora, San
Ioseph, Santa Ana y los gozos de San Vicente Ferrer en nuestra lengua
valenciana” (p.213) Fray Gaspar había memorizado estas oraciones: “cada dia
rezaba de rodillas los gozos, sabíalos de memoria, y rezábalos en nuestra
lengua valenciana” (p.298) Quien cuenta la anécdota había vivido en Cataluña:
“En el año 1599 vine de Barcelona a este convento de Valencia, era ya sacerdote”
(p. 161). Es decir, conocía las dos lenguas, la valenciana y la catalana. Hoy
sería acusado de secesionista.
Ha pasado el tiempo de fray Gaspar.
Reina el rey mandíbula Carlos II y la sociedad quiere vivir. Reflejo de ello es
la comedia “Las barracas del Grao”, impresa en Madrid en 1671 y que se vendía
“junto a la Puerta del Sol”. Ambientada “en los campos del Grao de Valencia”,
los protagonistas disfrutan en una barraca huertana y marítima del placer de
manjares exquisitos: “ensalada de todas yerbas, con huevos y anchovitas
confitadas, codillos de puerco, lenguados, salmonetes...”. Todos beben y bailan
sin más agobios que los inspirados por Cupido: “vino a la playa Lucinda,
perdida de amor y celos”. Esta libertaria barraca bucólica era baluarte de
enamorados, cortesanas, y músicos opuestos al ascetismo místico y censor. El
personaje de Lucinda también aparecía en “Persecuciones de Lucinda, dama
valenciana” (Valencia, 1664), escrita por Cristóbal Loçano de Hellín.
En 1899, olvidadas Cuba y Filipinas, la barraca costumbrista y festera
se llena de mú- sicos hambrientos en la zar- zuela en idioma valenciano “Les
barraques”, con musica de Peydró y letra de Escalante. En la barraca suena esa
melo- día que todos los valencianos hemos oído a nuestros abuelos: “Toqueu les
campanes / que ya están ahí / els músics dichosos / que son un castic... .
amageu els patos / que ve la troná”. Desde el cielo, fray Gaspar observaría a
sus incorregibles valencianos que, entre moreras y acequias, perseguían “pegar
un moset”, tanto al pernil como a Chima, Carmeleta y Visanteta. Mientras, en
Barcelona afilaban bayonetas los filólogos de L’Avenç.
El Reino se ensombrece en 1936. En la
posguerra, mientras los franquistas del Institut d´Estudis Catalans toman la
Revista Valenciana de Filología, un desengañado Azorín se traslada desde
Madrid a la placidez de la barraca habitada por Blanes y Senta, joven
matrimonio de labradores. El prosista quedó hechizado por la belleza de Senta:
“cuando contemplo a Senta imagino que es una esta tua de pulido mármol...
consérvase lozana y placiente, y sus líneas son inflexibles y duras las
turgencias” (Azorín: Valencia, p.188). Es tal el arrebatamiento que Azorín
dialoga en valenciano con la helénica belleza: “¡Diga lo que vullga, Senta! (
ib.p.188). Hoy, los comisarios lingüisticos de la Generalidad valenciana
prohibirían a este “valenciano de Monóvar” (según proclamaba) utilizar el
neutro “lo”. Si sometemos la frase valenciana de Azorín al SALT II (programa
traductor al catalán que Tarancón ha convertido en las Tablas de la Ley ), nos
la devuelve en el bárbaro “Diga el que vulga! “. Azorín amaba la lengua de Monóvar:
“El castellano se ha corroborado en mí, primero con el valenciano, luego con el
francés. He necesitado la construcción del valenciano y del francés”
(Azorín: Ejercicios, Madrid 1960, p.210).
La barraca mozárabe y enigmática, la ascética de fray
Gaspar Bono, la lujuriosa y literaria del barroco, la costumbrista y
zarzuelera de Escalante, la melancólica del Azorín otoñal, la festiva y
fallera; todos sus moradores hablaban el idioma valenciano, no el catalán. Alguno
de ellos viviría cuando Felipe V decretó la prohibición de la lengua
valenciana. En 2001 no será un rey , sino un gris telonero el que impondrá la
AVL, con la oficialización del catalán y la prohibición del valenciano. Pero
el pueblo es feliz. Tenemos un Canal 9 catalán, con polichinelas que dicen a
més a més y esport. Nos permiten tirar petardos, comer paella y, además, la
simpática Nolla nos regala sensuales sonrisas. Hasta Fesols y Naps, en el DV,
nos normalizan al escribir Ximet i Alboraia; rechazando los valencianos Chimet
y Alboraya ( que el castellano tomó del valenciano, igual que barraca).
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