Philippe Blanchet
Profesor de Sociolinguística, Universidad de Rennes 2, Alta Bretaña,
Francia
Director del Centre de Recherche
sur la Diversité Linguistique de la Francophonie
El fracaso del occitanismo
El
sistema intelectual, el análisis y la estrategia occitanistas no se
interrumpieron, ni siquiera disminuyeron, sino más bien aceleraron un
desplazamiento de la lengua ya en marcha, porque no tuvo ningún efecto
contundente sobre la gente, con la excepción de unos pocos grupos de militantes
en situaciones muy locales. No llegó a la gente porque no tuvo en cuenta la
verdadera situación sociolingüística, los hablantes, las actitudes de la gente
o los posibles objetivos realistas para la revitalización de la lengua: la
gente ni siquiera podía reconocer que era su
lengua de lo que se trataba, debido a su nombre extraño (“occitano”), su
extraña ortografía, su extraña ideología etnonacionalista, que eran tan
diferentes de lo que vivían y querían (e. g. véase Dompmartin-Normand 2003 y
Blanchet 1999, acerca de la enseñanza del occitano). La peor parte es que,
aunque el occitanismo tuvo poco éxito (mayormente en Languedoc), creó una doble disglosia junto con el francés: la
gente se convenció de que era mejor abandonar su lengua cotidiana, porque ni
siquiera era aceptable comparada con la lengua “oficial” regional normalizada
promovida.
Ninguno
de los seis primeros pasos de la revitalización de la lengua identificados por
Hinton (Hinton y Hale 2001: 6-7) se activó realmente; solamente se intentó con
los últimos tres pasos (del 7 al 9), en una estrategia de arriba a bajo que
estaba abocada al fracaso: uso de la lengua como lengua fundamental entre unos
pocos grupos de militantes y escuelas, ampliación de su uso en (partes
simbólicas de) dominios públicos y fuera de la comunidad. Todo esto no podía
revitalizar la lengua porque no estaba afincada en los hablantes reales y en
las percepciones sociales reales, o en un programa masivo de aprendizaje de una
segunda lengua y la potenciación de prácticas culturales que fomentaran el uso
de la lengua. Pero todas estas acciones fueron rechazadas por los occitanistas
porque hubiera significado que aceptaban la realidad contra la que luchaban
(dialectos locales, ningún sentido de unidad de lengua y de identidad común,
influencia del francés en una sociedad bilingüe, lealtad a la variedad local de
la lengua francesa y a Francia, status de “segunda” lengua y no “principal”,
actividades tradicionales, etc.).
Lafont
escribió (1971: 58): “una lengua no es
más que la forma hablada de una situación sociológica. El renacimiento o no del
occitano está ligado al deseo de la sociedad de Occitana de presentarse a sí
misma como que existe como tal”. La situación sociológica jamás fue y jamás
llegó a ser favorable a la existencia de esta lengua: la sociedad de Occitania
jamás existió ni fue realidad, y por tanto, el renacimiento (o más bien el
nacimiento) del occitano jamás tuvo lugar (excepto como una lengua unificada
virtual que los intelectuales consideran divorciada de la realidad). Y estudios
bastante recientes han demostrado finalmente que ni siquiera las
características puramente lingüísticas no pueden demostrar la existencia del
occitano, porque las variedades romances que se supone que constituyen esta
única lengua solamente tienen una característica específica en común (la
evolución de la –tr/dr del latín al –ir, como en pater > paire). En consecuencia, “el occitano no nació jamás” (Chambon y Greub 2002: 491).
Por
esta razón, y también porque aparece más y más divorciado de la evolución de
las situaciones sociolingüísticas, debe evitarse absolutamente una política
lingüística inspirada en el occitanismo en lo que al provenzal y a las otras
verdaderas lenguas de Oc se refiere.
Tratemos
ahora de ver por qué los catalanistas insisten tanto en anexarse el valenciano
y, principalmente, cuál es la mejor política lingüística (i. e. la mejor
adaptada a la situación) que satisfaga la demanda de los valencianos de su
propia lengua, junto con las lenguas de las demás personas que viven en la
Comunidad, junto con el castellano y otras lenguas internacionales, porque el
multilingualismo y la comprensión mutua son las claves del futuro.
Esta
política debería tener lugar dentro de un marco democrático y científico
sólido, con el espíritu de un humanismo eficiente.
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