Andrés Ortolá Tomás 1999
Extraído de Internet
La expulsión de
los moriscos, es decir, de la minoría musulmana que vivía en España como legado
de la España árabe, constituye uno de los temas capitales de nuestra historia.
La tolerancia religiosa que había caracterizado la Edad Media, expresada por el
mozarabismo y el mudejarísmo fue sustituida, con el advenimiento de los
tiempos modernos, por la tendencia asimiladora de los Reyes Católicos y de los
primeros Austrias. Al fracasar la asimilación ganó cuerpo la idea de la
expulsión, decretada por Felipe III en 1609. España aprovechó la coyuntura
pacifista del Occidente europeo-paz de Londres de 1604, tregua con los
holandeses de 1609-para concentrar sus flotas en el Mediterráneo y resolver un
aspecto crucial de su unidad interna con la expulsión masiva de los moriscos.
Con la excepción
de los señores afectados en sus propiedades, la durísima medida de Felipe III
fue recibida con un aplauso general.
El 4 de Abril de
1609, Felipe III recluido en el Alcázar de Segovia, firmó el terrible decreto
que había de borrar de sobre la faz de España, millares de pobladores
dedicados, en su mayor parte, al cultivo de las tierras.
El decreto de
expulsión. En realidad, estaba calcado del de los Reyes Católicos contra los
judíos en 1492 y, como aquel, se atendía exclusivamente a la religión y no a la
raza.
Le importaba
poco a Felipe III la cuestión política. Muy influenciado por el Duque de Lerma
y su confesor Fray Gaspar de Córdoba y una vez orillada la cuestión religiosa.
En su indolencia dejaba el gobierno completamente abandonado en las manos del
Duque de Lerma y Marques de Denia.
No le alarmaba
el temor de una rebelión de los moriscos, hecho con el que amenazaba el
Arzobispo Ribera, porque la proporción de los cristianos con los moriscos era
bastante tranquilizante. En el censo de 1599, había en el Reino de Valencia
28.071 familias moriscas por 73.721 cristianas.
La laboriosidad,
la sobriedad, la frugalidad en su trato, el ningún lujo que tenían en sus casa
y en los vestidos, y el afán en al que a pesar de los impuestos que pagaban
iban allegándose dinero y proporcionándose una situación más ventajosa que la
de muchos cristianos viejos, la rapidez con la que se multiplicaban por no
admitir entre ellos el celibato y casarse muy jóvenes, el no contribuir al
servicio de las armas, del que estaban eximidos, sin perder gente en las
costosas guerras que entonces mantenía España, el no emigrar en busca de
riquezas al nuevo mundo, todo esto hacia que los moriscos se multiplicaran con
extraordinaria rapidez.
Era tal el
crecimiento de la población morisca, que a principios del siglo XVII y a
petición de las Cortes del Reino se suspendió la formación de los censos para
no revelar a los moriscos la fuerza que tenían.
La situación se
hacia insostenible. La ambición del Duque de Lerma , que obtuvo para sí y sus
hijos, de la parte que se apropio de las ventas de las casas de los moriscos la
cantidad de 500.000 ducados. El codicioso ministro estaba acostumbrado a
explotar en provecho propio las grandes medidas políticas.
El día 23 de
Septiembre de 1609 en las calles y plazas de Valencia, se pregonó la pragmática
de expulsión, en la que el rey apellidando herejes, apostatas y traidores a los
moriscos, decía que, usando de clemencia, no les condenaba a muerte, ni
confiscaba sus bienes, con tal de que se apresurasen a ser embarcados en el
termino de tres días y dejasen para siempre las tierras de España.
En ese plazo tan
corto de tres días, los moriscos y sus mujeres, bajo pena de muerte, debían
dirigirse a los puertos que cada comisario les señalase.
No se les
permitía sacar de sus casas más que los bienes que pudieran llevar sobre sus
cuerpos. Se autorizaba a cualquiera que encontrase a un morisco desbandado
fuera de su lugar pasados los tres días del edicto, para poder apoderarse de lo
que llevara, prenderle y darle muerte si se resistía.
Imaginemos la
sorpresa que ocasiono en los moriscos este terrible bando. Se les obligaba a
abandonar la tierra en la que habían nacido, ellos y sus antepasados, el suelo
que habían regado con el sudor de frente y que habían fertilizado con su
industria.
El mayor peligro
para los moriscos estaba en llegar a los puertos de mar, deseosos los
cristianos viejos de vengarse y atraídos por el amor al pillaje, formaban
cuadrillas en los caminos, que asaltaban, robaban y asesinaban a los infelices
moriscos. Soldados y paisanos rivalizaban en codicia y crueldad. Muchos señores
tuvieron que acompañar hasta el mar a sus vasallos. El Duque de Maqueda llevo
su generosidad hasta ir con sus vasallos de Aspe y Crevillente y dejarlos en
Oran.
Muchas de las
familias, que creyéndose más seguras habían fletado para sí buques para ser
trasladados a África, perecieron en el camino victimas de la codicia y
brutalidad de sus patrones. Fueron robadas y degolladas durante la travesía y
arrojadas al mar.
En el destierro
de los moriscos se repitieron las escenas de amargura de la expulsión de los
judíos en el siglo XV. Los sentenciados habían de seguir habitando en sus
lugares. ¡Qué tristeza en los últimos días de estancia en el solar de
los antepasados, sin cultivar ya los huertos que habían de pasar a manos
extrañas!. hasta que se presentase el comisario que debía conducir a la
desventurada caravana hasta el puerto en el que esperaran las galeras del Rey.
Desde una
perspectiva moral la expulsión de los moriscos fue un acto de barbarie e
intransigencia religiosa y política. Aproximadamente, 112.000 personas (más de
42.000 desde los puertos de Denia y Javea) fueron echados de su país por la
sencilla razón de que eran diferentes: hablaban otra lengua, tenían otras
costumbres y adoraban al mismo dios de forma distinta.
Los 127.000
moriscos expulsados o muertos representaban un 30 % de la población valenciana.
La perdida demográfica fue terrible y la repoblación tardo cerca de un siglo en
llenar parcialmente aquel vacío.
En el orden
económico se vio privada la nación de la población más útil, productora y
contribuyente. Costo el trasporte de los moriscos a África, 800.000 ducados.
Por otra parte, los moriscos pusieron en circulación gran cantidad de moneda
falsa que afecto al comercio y a la hacienda publica.
Los campos
quedaron sin cultivo. Los señores territoriales perdieron muchas de sus rentas.
Las fortalezas feudales fueron derribadas y sus dueños, que no podían
defenderse por la falta de vasallos, se concentraron en las ciudades. La
industria falta de brazos se arruinó cerrándose las fábricas y talleres.
Los moriscos
expulsados produjeron otra clase de males a España más funestos que los que se
pretendían evitar con la expulsión, males que cubrieron sus costas de luto y
desolación por muchos años. Animados los moriscos del más profundo odio contra
los españoles, muchos de ellos se dedicaron a ejercer la piratería sembrando el
terror en nuestras costas.
Los ataque s
sufridos por los calpinos en 1637 y 1744 son buena prueba de ello.
Los últimos
morisco de la Marina (mayoritariamente niños y posiblemente huérfanos de la
batalla del Vall de Laguar) fueron bautizados en la iglesia de San Pere de
Benissa el 28 de Octubre de 1610. Benissa contaba en 1609, según el censo de
Francisco de miranda, con 210 casas de cristianos viejos y 30 de moriscos.
En Calpe, los
pocos moriscos que había vivían en la Coma de la Morería (Casa de Cultura) el
resto se encontraba disperso en las distintas alquerías de la Cometa, Toix,
Enchinent,etc,.
Los moriscos
vendieron precipitadamente todos los bienes que no podían llevar consigo,
provocando una brusca caída de los precios por un exceso de oferta.
Esta
circunstancia propició el que unos cuantos terratenientes foráneos se hicieran
con las mejores tierras de Calpe.
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