miércoles, 8 de mayo de 2013

MISTERIOS DE LA HISTORIA-XVII



Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991


A un discurso que contenía semejante atentado a la uni­dad nacional de España, y a la Constitución española, Alian­za Popular de Cataluña votó sí. El presidente catalán de AP matizó el voto; quiso votar sí, pero...; aludió inútilmen­te a la irrenunciable unidad de España, sin que casi nadie haya reproducido la frase; pero sólo se puede votar sí, no o abstención, y el presidente regional, en nombre de Alian­za Popular en Cataluña, votó sí. Lamento decirlo; lo dije, cuando era tiempo, donde lo tenía que decir -en la Ejecu­tiva nacional de AP- sin resultado alguno. E1 presidente catalán de AP es un político novato y evidentemente inmaduro­ duro pero sus relevantes cualidades personales permiten  esperar que con el rodaje corrija, y pronto, su inexperiencia. Donde no podía fallar el presidente regional de AP es el terreno de los principios; y el voto de Alianza Popu­lar catalana en favor del Discurso de la Nación Catalana no parece una quiebra fundamental de principios, una concesión a la pleamar del sentimiento catalanista y un error histórico que -dados los precedentes de la campaña autonómica del 84- me explica cabalmente a posteriori la causa principal del tremendo fracaso sufrido por Alianza Po­1ular en las elecciones al Parlamento de Cataluña.

Alianza Popular de Cataluña es profundamente catala­na, pero no es catalanista. Es, en mi opinión personal, una voz catalana en Cataluña; pero también, y por la misma razón, la voz catalana principal -sin excluir a las demás­ la España moderada en Cataluña. Me temo que sus vo­tantes lo crean así, por gran mayoría; pese a que algunos de sus dirigentes se hayan visto arrastrados por la corriente sentimental catalanista, y no tienen muy claros los princi­pios básicos de un gran partido nacional. Entonces los vo­tantes comprobaron que durante la campaña los dirigen­tes de AP (incluso algún dirigente nacional) aceptaron ese disparate de considerar a España como nación de nacio­nes (lo cual es absolutamente anticonstitucional) y prefi­rieron votar a los nacionalistas de verdad que a quienes  presentaban como nacionalistas vergonzantes. En su voto de investidura, el presidente regional de AP, si quería sin­tonizar con sus votantes, debió votar abstención y explica­rlo; no sumarse, con grave detrimento de los principios, a la pleamar del sentimiento. Si no corrige ese rumbo, Alianza Popular de Cataluña se irá diluyendo, como suce­dio con los centristas de Cataluña, en la mayoría naciona­lista.

He sospechado demasiadas veces que el actual nacionalismo catalán, que no es separatista en lo político, sí apunta una peligrosa desviación separatista en lo cultural. La normalización de la lengua catalana no pretende el bi­lingüismo, que sería natural y constitucional, sino la práctica  y gradual exclusión de la lengua castellana en el ám­bito catalán, lo cual sería un atentado y un perjuicio terrible para las nuevas generaciones catalanas, privadas de su lengua ­universal. Es necesario leer a fondo un libro muy difí­cil de encontrar en las librerías, Lo que queda de España, Federico Jiménez Losantos, que por pensar así fue ex­pulsado de Cataluña con una ráfaga de metralleta en las piernas. Para consolidar la autonomía catalana la Genera­lidad catalanista destacó al señor Roca Junyent a la arena política nacional y le encargó encabezar una ristra de pe­queños partidos regionales para las elecciones de 1986 con apoyo colosal de la Banca, que se lo negaba a la derecha nacional del señor Fraga. La operación Roca, cuyo lema era muy parecido al de los austracistas catalanes en la guerra de Sucesión, principios del siglo XVIII, rezaba así: otra manera de hacer España. Los votantes creyeron que tal vez se trataba más bien de otra manera de deshacerla y propinaron al señor Roca, y al catalanismo expansivo, una de las más sonadas derrotas de la historia electoral española. Dada la inteligencia política de los señores Pujol y Roca cabe esperar que ellos y sus promotores financie­ros hayan aprendido la lección. Aunque la reiteración del intento en Madrid, ahora desde el frente informativo con la ocupación catalanista del diario YA y la orientación par­cial en este sentido del ABC, no parece indicar que la lec­ción se haya asimilado como sería deseable.
Cataluña, como demuestra la historia que hemos reco­rrido, no ha sido nunca, ni es, ni puede ni debe ser una nación, especialmente en este marco constitucional de 1978. Pero aunque me cueste graves disgustos personales y polí­ticos, mi obligación era -en 1984, cuando escribí el citado artículo, y hoy, que lo reitero- expresar con tanta deci­sión como respeto y amor a Cataluña mi discrepancia his­tórica sobre los deslices políticos que, como el citado de Alianza Popular en Cataluña, pueden llevar a mayores de­sastres: sacrificar la estrategia a la táctica, los principios propios a los sentimientos ajenos, la convicción ideológica a la entrega política. Y no entregar el rompeolas a la pleamar.
LA RESACA DEL MILENARIO
Volvamos al principio de este ensayo. E1 milenario artifi­cial de Cataluña debe inscribirse, para comprender la in­tención con que se urdió, entre este discurso de la Nación Catalana en 1984 y las consecuencias políticas sacadas por el señor Pujol y sus colaboradores en plena resaca del mi­lenario. Ya hemos comentado el discurso; vengamos ahora a algunas muestras de la resaca.

El 4 de diciembre de 1989 cuatro mil catalanes, con el señor Pujol a la cabeza, celebraban el milenario en la Plaza de San Pedro de Roma (El País, 5 de diciembre de 1988), y de ellos partieron algunos silbidos antihistóricos cuando el papa osó hablar primero en castellano. El car­denal Jubany, en su homilía, hizo honor al seny y decepcionó sin duda a los silbadores. El papa, desde la ventana del Ángelus, saludó en castellano «a la numerosa peregri­nación de pastores y fieles venidos de Cataluña, España», ahí brotaron las groseras xiulades que se convirtieron provincianamente en aplausos cuando el papa optó por el Viva Cartagena en versión catalana. Poco después, 9 de enero de 1989, el señor Pujol clausuraba el VIII Congreso de su partido, dentro del que alienta un ala muy radical, con varias concesiones a la demagogia, entre otras, idas sobre la futura validez del Estatuto constitucional: autonomía; y aludió a que «el futuro de la plenitud de Cataluña está lejos», eufemismo habitual de los catalanistas­, para designar la independencia, mientras fustigan a quienes protestamos de tal disparate llamándonos separa­dores. Poco después una dama valenciana muy bien docu­mentada, doña Amparo Ramírez, protestaba en la revista Cambio 16 (núm. 901, 6 de marzo de 1989) porque durante acto de exaltación fallera en Barcelona el señor Pujol dijo: «No quiero ninguna clase de discusión. Llegará un momento en que volveremos a Jaime I, a una sola persona  y una sola Corona. La historia tiende a eso.» Por el contrario la Historia marcha hacia adelante, no hacia atrás; y legado de Jaime I lo consumaron para siempre los Reyes­ de España a partir de los Reyes Católicos. Casi inme­diatamente después, en la lejanía húngara, el señor Pujol, muy adicto a los viajes de Estado por todo el mundo, afirmó, que Cataluña había sufrido más que Hungría por de­fender su identidad (El País, 10 de marzo de 1989, p. 23). se mostró luego muy nostálgico por la pérdida de la so­beranía catalana hace cuatro siglos, es decir a finales del XVI, donde Cataluña evidentemente no perdió absolutamente nada. En fin, resacas propias del milenario y coh­erentes con él.
Aflora minoritaria pero ruidosamente en Cataluña otro tipo de resaca, que ya no me parece histórica sino resaca vulgar, que es la grosería independentista pura y dura, de que no deberían asombrarse quienes siembran los polvos para luego cosechar estos lodos. Todos recordamos con vergüenza los abucheos, tan poco catalanes, al rey de Es­paña cuando acudió a inaugurar un estadio olímpico que se deshacía a chorros de gotera en plena inauguración. Pero a veces estos disparates se profieren reflexivamente, es un decir, en letra impresa y publicada.

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