Por:
Ricardo de la Cierva
Editorial Planeta
Segunda edición: febrero 1991
A un discurso que contenía semejante atentado a la
unidad nacional de España, y a la Constitución española, Alianza Popular de
Cataluña votó sí. El presidente catalán de AP matizó el voto; quiso votar sí,
pero...; aludió inútilmente a la irrenunciable unidad de España, sin que casi
nadie haya reproducido la frase; pero sólo se puede votar sí, no o abstención,
y el presidente regional, en nombre de Alianza Popular en Cataluña, votó sí.
Lamento decirlo; lo dije, cuando era tiempo, donde lo tenía que decir -en la
Ejecutiva nacional de AP- sin resultado alguno. E1 presidente catalán de AP es
un político novato y evidentemente inmaduro duro pero sus relevantes
cualidades personales permiten esperar
que con el rodaje corrija, y pronto, su inexperiencia. Donde no podía fallar el
presidente regional de AP es el terreno de los principios; y el voto de Alianza
Popular catalana en favor del Discurso de la Nación Catalana no parece una
quiebra fundamental de principios, una concesión a la pleamar del sentimiento
catalanista y un error histórico que -dados los precedentes de la campaña
autonómica del 84- me explica cabalmente a posteriori
la causa principal del tremendo fracaso sufrido por Alianza Po1ular en las
elecciones al Parlamento de Cataluña.
Alianza Popular de Cataluña es profundamente catalana,
pero no es catalanista. Es, en mi opinión personal, una voz catalana en
Cataluña; pero también, y por la misma razón, la voz catalana principal -sin
excluir a las demás la España moderada en Cataluña. Me temo que sus votantes
lo crean así, por gran mayoría; pese a que algunos de sus dirigentes se hayan
visto arrastrados por la corriente sentimental catalanista, y no tienen muy
claros los principios básicos de un gran partido nacional. Entonces los votantes
comprobaron que durante la campaña los dirigentes de AP (incluso algún
dirigente nacional) aceptaron ese disparate de considerar a España como nación de naciones (lo cual es
absolutamente anticonstitucional) y prefirieron votar a los nacionalistas de
verdad que a quienes presentaban como
nacionalistas vergonzantes. En su voto de investidura, el presidente regional
de AP, si quería sintonizar con sus votantes, debió votar abstención y explicarlo;
no sumarse, con grave detrimento de los principios, a la pleamar del
sentimiento. Si no corrige ese rumbo, Alianza Popular de Cataluña se irá
diluyendo, como sucedio con los centristas de Cataluña, en la mayoría nacionalista.
He sospechado demasiadas veces
que el actual nacionalismo catalán, que no es separatista en lo político, sí
apunta una peligrosa desviación separatista en lo cultural. La normalización de la lengua catalana no
pretende el bilingüismo, que sería natural y constitucional, sino la
práctica y gradual exclusión de la
lengua castellana en el ámbito catalán, lo cual sería un atentado y un
perjuicio terrible para las nuevas generaciones catalanas, privadas de su
lengua universal. Es necesario leer a fondo un libro muy difícil de encontrar
en las librerías, Lo que queda de España,
Federico Jiménez Losantos, que por pensar así fue expulsado de Cataluña con una ráfaga de metralleta en las piernas. Para
consolidar la autonomía catalana la Generalidad catalanista destacó al señor
Roca Junyent a la arena política nacional y le encargó encabezar una ristra de
pequeños partidos regionales para las elecciones de 1986 con apoyo colosal de
la Banca, que se lo negaba a la derecha nacional del señor Fraga. La operación
Roca, cuyo lema era muy parecido al de los austracistas catalanes en la guerra
de Sucesión, principios del siglo XVIII, rezaba así: otra manera de hacer
España. Los votantes creyeron que tal vez se trataba más bien de otra manera de
deshacerla y propinaron al señor Roca, y al catalanismo expansivo, una de las
más sonadas derrotas de la historia electoral española. Dada la inteligencia
política de los señores Pujol y Roca cabe esperar que ellos y sus promotores
financieros hayan aprendido la lección. Aunque la reiteración del intento en
Madrid, ahora desde el frente informativo con la ocupación catalanista del
diario YA y la orientación parcial en este sentido del ABC, no parece indicar
que la lección se haya asimilado como sería deseable.
Cataluña, como demuestra la historia que hemos recorrido, no ha sido
nunca, ni es, ni puede ni debe ser una nación, especialmente en este marco
constitucional de 1978. Pero aunque me cueste graves disgustos personales y
políticos, mi obligación era -en 1984, cuando escribí el citado artículo, y
hoy, que lo reitero- expresar con tanta decisión como respeto y amor a
Cataluña mi discrepancia histórica sobre los deslices políticos que, como el
citado de Alianza Popular en Cataluña, pueden llevar a mayores desastres:
sacrificar la estrategia a la táctica, los principios propios a los
sentimientos ajenos, la convicción ideológica a la entrega política. Y no
entregar el rompeolas a la pleamar.
LA
RESACA DEL MILENARIO
Volvamos
al principio de este ensayo. E1 milenario artificial de Cataluña debe
inscribirse, para comprender la intención con que se urdió, entre este
discurso de la Nación Catalana en 1984 y las consecuencias políticas sacadas
por el señor Pujol y sus colaboradores en plena resaca del milenario. Ya hemos
comentado el discurso; vengamos ahora a algunas muestras de la resaca.
El 4 de diciembre de 1989 cuatro mil catalanes, con el señor Pujol a la cabeza, celebraban el milenario en
la Plaza de San Pedro de Roma (El País, 5 de diciembre de 1988), y de ellos partieron algunos silbidos
antihistóricos cuando el papa osó hablar primero en castellano. El cardenal
Jubany, en su homilía, hizo honor al seny y
decepcionó sin duda a los silbadores. El papa, desde la ventana del Ángelus,
saludó en castellano «a la numerosa peregrinación de pastores y fieles venidos
de Cataluña, España», ahí brotaron las groseras xiulades que se convirtieron provincianamente en aplausos
cuando el papa optó por el Viva Cartagena en versión catalana. Poco después, 9
de enero de 1989, el señor Pujol clausuraba el VIII Congreso de su partido,
dentro del que alienta un ala muy radical, con varias concesiones a la
demagogia, entre otras, idas sobre la futura validez del Estatuto
constitucional: autonomía; y aludió a que «el futuro de la plenitud de Cataluña
está lejos», eufemismo habitual de los catalanistas, para designar la
independencia, mientras fustigan a quienes protestamos de tal disparate
llamándonos separadores. Poco después una dama valenciana muy bien documentada,
doña Amparo Ramírez, protestaba en la revista Cambio 16 (núm. 901, 6 de marzo
de 1989) porque durante acto de exaltación fallera en Barcelona el señor Pujol
dijo: «No quiero ninguna clase de discusión. Llegará un momento en que
volveremos a Jaime I, a una sola persona
y una sola Corona. La historia tiende a eso.» Por el contrario la Historia
marcha hacia adelante, no hacia atrás; y legado de Jaime I lo consumaron para
siempre los Reyes de España a partir de los Reyes Católicos. Casi inmediatamente
después, en la lejanía húngara, el señor Pujol, muy adicto a los viajes de
Estado por todo el mundo, afirmó, que Cataluña había sufrido más que Hungría
por defender su identidad (El País, 10 de marzo de 1989, p. 23). se mostró luego muy nostálgico por la pérdida
de la soberanía catalana hace cuatro siglos, es decir a finales del XVI,
donde Cataluña evidentemente no perdió
absolutamente nada. En fin, resacas propias del milenario y coherentes con él.
Aflora minoritaria pero ruidosamente en Cataluña
otro tipo de resaca, que ya no me parece histórica sino resaca vulgar, que es
la grosería independentista pura y dura, de que no deberían asombrarse quienes
siembran los polvos para luego cosechar estos lodos. Todos recordamos con
vergüenza los abucheos, tan poco catalanes, al rey de España cuando acudió a inaugurar un estadio olímpico que se deshacía a
chorros de gotera en plena inauguración. Pero a veces estos disparates se
profieren reflexivamente, es un decir, en letra impresa y publicada.
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