D. Vicente Boix
XLII
Universidad literaria
CATEDRÁTICOS CÉLEBRES.
Muchos
son los Profesores que con sus luces y vastos conocimientos han dado celebridad
a esta escuela, y que con justicia debieran ser incluidos en este catálogo; más
por amor a la brevedad se hará tan solamente mención de aquellos que con la
publicación de sus obras han hecho su nombre inmortal.
SIGLO XV.
D.
Fr. Jacobo Pérez de Valencia, natural de Ayora, religioso Agustino, fue
Catedrático de Teología en esta escuela, y después Obispo ausiliar de esta
Diócesis, con el título de Cristópolis. Sus grandes conocimientos en las
lenguas latina, griega y hebrea, y en la Teología y Derecho Canónico le
hicieron la admiración de su siglo. Publicó varios comentarios sobre los salmos
y cánticos, y una refutación contra los errores de los judíos, las cuales obras
fueron las primeras que se imprimieron en esta capital en el siglo XV cuando
fue introducida la imprenta.
Juan
Andrés Strany, hijo de esta ciudad, fue aventajadísimo en todas las ciencias, y
especialmente en la teología espositiva, cuya Cátedra obtuvo algunos años en
esta escuela, contando entre sus discípulos a los insignes Juan Navarro y
Miguel Gerónimo de Ledesma. Ilustró con doctísimas observaciones las obras de
Séneca, Valerio Máximo y Plinio. Los sabios, así nacionales como estrangeros,
le han tributado los mayores elogios.
Pedro
Gimeno, natural de Valencia, llevado de una vehemente pasión por el estudio de
la medicina, recorrió las principales Universidades del mundo, para
perfeccionarse en ella, y en todas recibió las mayores muestras de aprecio. Fue
discípulo del gran Vesalio, y obtuvo la Cátedra de Anatomía en esta
Universidad, donde siempre se respetó como el padre de la escuela valenciana.
Descubrió el tercer huesecillo del oído, de nadie hasta entonces observado,
cuyo hallazgo dedicó a su maestro Vesalio. Sensible es que no haya dejado más
que unos diálogos de anatomía, pero sus esplicaciones sirvieron para formar
hombres eminentes en el arte de curar, que dieron a esta escuela el mayor
lustre y esplendor.
Miguel
Gerónimo de Ledesma, natural de Valencia, obtuvo en esta Universidad una
Cátedra de medicina y otra de lengua griega, que regentó con aplauso general.
Fue el restaurador de la cultura de las ciencias, desterrando de esta escuelala
barbarie que los árabes introdujeran. Ilustró con eruditos comentarios las
obras de Galeno, y con su pericia en el árabe interpretó a Avicena. Publicó
otras varias obras relativas a la enseñanza de la medicina y de la lengua
griega. Ilustres escritores le han tributado todo linage de elogios.
Juan
Navarro, natural de Alcoy, fue Catedrático de Retórica en esta escuela, cuya
Cátedra desempeñó por espacio de treinta años, siendo indecible los frutos de
su enseñanza, y los innumerables jóvenes que con sus lecciones salieron
aventajados en la oratoria. Desterró el mal gusto que a la sazón reinaba, e
introdujo las bellezas de la literatura del siglo de oro. Pronunció varios
panegíricos, cuya impresión no permitió su escesiva modestia, pero que
justamente reclamaban la luz pública.
Fr.
Gerónimo Pérez, valenciano, de la orden de la Merced, obtuvo en esta escuela
una Cátedra de Teología, contando entre sus discípulos a S. Francisco de Borja,
a D. Andrés de Oviedo, Obispo y patriarca de Etiopía, y al insigne escritor
Manuel Sá. Se llamó con justicia el teólogo de su siglo; dictado que justifican
sus varias producciones literarias.
Pedro
Antonio Benter, natural de Valencia, obtuvo en esta Universidad una Cátedra de
Teología y otra de lengua hebrea. Pasó a Roma, donde mereció las mayores
distinciones del Papa y demás Prelados. Escribió la crónica de España, y si
bien se dejó llevar de las falsas noticias del Beroso, que tan en crédito
estaba en aquella época, fue al menos de los primeros que abrieron el camino
para llegar a la posesión de una verdadera historia. Fue también el primer
historiador quo tuvo Valencia, cuya crónica escribió en lemosín, y tradujo
después en castellano.
Fr.
Gerónimo de Areis, valenciano, de la orden de la Merced, fue teólogo y médico
escelente por sus raros conocimientos en la medicina: los Sumos Pontífices
Paulo y Julio III le concedieron el permiso de egercitar esta facultad, como de
hecho la practicó con grande beneficio de la humanidad. Enseñó muchos años
filosofía y teología en esta Universidad, y con gloriosa emulación le desearon
por Profesor suyo todas las de España. Fue Catedrático en Salamanca, teniendo
pendientes de sus resoluciones a los más insignes Doctores de aquella escuela.
Adquirió por su saber tal nombradía en el estrangero, que la Universidad de
París le eligió por su Catedrático. Publicó varias obras, que han conservado su
memoria.
Gerónimo
Muñoz, natural de Valencia, discípulo de esta escuela, fue peritísimo en la
lengua hebrea; por manera que los judíos le creían tal por su dicción. Obtuvo
una Cátedra de dicha lengua en la Universidad de Ancona, y después en esta de
Valencia. Dedicado a las matemáticas, honró esta Universidad con grande
aprovechamiento de sus discípulos, desempeñando a la par la enseñanza de la
lengua santa. Empero envidiosa Salamanca de las glorias de esta Universidad, le
llamó para las mismas Cátedras, que regentó por algunos años, mereciendo los
mayores elogios.
Andrés
Sempere, médico de profesión, natural de Alcoy, uno de los oradores más
insignes de esta escuela, fue Catedrático de Retórica de esta Universidad,
debiéndose a su pericia los grandes progresos que se esperimentaron, recobrando
esta escuela su lustre y esplendor algún tanto decaído. Sus dotes naturales,
unidos a su elocuencia, le merecieron el renombre de Demóstenes de su siglo.
Amigo íntimo de Lorenzo Palmireno su comprofesor, le cupo la dicha de que éste
formara su elogio, llamándole, Gorgices de los retóricos, príncipe de las
lenguas latina y griega, y restaurador de la elocuencia.
Luis
Collado, valenciano, médico habilísimo, fue Catedrático de Anatomía en esta
Universidad, observador atento e investigador profundo, él por sí hacía las
disecciones, adquiriendo a fuerza de sus observaciones el conocimiento de
importantes secretos. Fue el primero que llegó a descubrir un huesecito llamado
stapes, que está en el órgano del oído. Escribió varias obras de
medicina, mereciendo especial mención sus Comentarios al libro de Ossibus de
Galeno, obra que le valió un crédito sin igual.
Lorenzo
Palmireno, célebre humanista, hombre nacido para la enseñanza, aunque médico de
profesión, tenía puesta su afición en las bellas letras. Fue peritísimo en las
lenguas griega, latina y hebrea, como también en la historia, filosofía y
estudios de erudición. Enseñó latinidad en Zaragoza y en Valencia, formando
eminentes discípulos, que ennoblecieron esta escuela, entre ellos el célebre
Vicente Blas García. Los escritos de Palmireno patentizan su vasta erudición y
la elocuencia más pura y correcta.
Jaime
Segarra, natural de Alicante, médico profundo, discípulo de Luis Collada. Su
inteligencia en las lenguas latina y griega le ayudaron a sus progresos en el
arte de curar; su atento y profundo estudio de las obras de Hipócrates y Galeno
le hicieron penetrar la mente de los dos grandes oráculos de la medicina,
publicando unos doctos Comentarios a las obras de los mismos. Escribió varios
tratados de medicina; mas una muerte prematura nos privó de otras producciones,
que sin duda hubiera dado tan insigne profesor.
Pedro
Juan Núñez, natural de Valencia, uno de los cuatro españoles que merecieron que
Nicolás Antonio los apellidara príncipes de toda erudición. Estudió en esta
escuela la filosofía y lenguas, y pasó a París a perfeccionar los conocimientos
que en su patria adquiriera. Enseñó filosofía en Valencia y Zaragoza; mas
dedicado a las bellas letras, obtuvo la Cátedra de Retórica en aquella y en
Barcelona. Escribió varias obras de conocido mérito; con especialidad han sido
muy apreciadas su Gramática griega, las Instituciones oratorias, los
Comentarios a los libros de los retóricos de Aristóteles y las Instituciones
físicas. Los sabios de su tiempo le honraron con su amistad, y le tributaron
los mayores elogios.
Vicente
Blas García, natural de Valencia, estudió humanidades, filosofía y medicina en
esta Universidad; empero impelido de su afición a la elocuencia, se dedicó a su
estudio con tal empeño, que a los veintidós años de su edad fue nombrado
Catedrático de esta muela. Pasó luego a Roma, y la Universidad de la Sapiencia
le ofreció la Cátedra de Retórica, mereciendo las mayores distinciones de los
Papas y Cardenales. Oró ante el Sacro Colegio en la elevación al Pontificado de
Gregorio XIV y Clemente VIII, y en las exequias de aquél, mirándole y
apreciándole Roma como el primer orador. Mas envidiosa Bolonia de la gloria que
aquella adquiriera con tan célebre profesor, le propuso la Cátedra de Retórica
de tan insigne Universidad, honor que le impidió admitir una enfermedad
peligrosa que padeció. Restituyese a su patria, y se encargó de la enseñanza de
elocuencia, siendo numerosísimo el auditorio que asistía a sus lecciones,
contándose entre los oyentes las personas de mayor lustre y erudición. Publicó
varias obras de elocuencia, que patentizan el buen gusto de tan esclarecido profesor.
Melchor
de Villena, natural de Valencia, médico insigne, Catedrático de yerbas en esta
Universidad. Estudió medicina en ésta, siendo sus maestros los célebres
profesores Luis Almenara y Honorato Pomar, médico de Felipe III. Regentó por
espacio de cincuenta años la Cátedra de yerbas; y deseoso de adquirir
conocimientos en este ramo de la medicina, no se contentó con herborizar en
nuestro reino, sino que pasó a Cataluña, Castilla y Portugal. El Rey Felipe IV
le llamó a la Corte por médico suyo; mas no lo pudo conseguir de la
incontrastable humildad del Doctor Villena; empero hallándose en Valencia S.
M., quiso oír a tan esclarecido maestro, a cuyo fin dispuso que presidiera unas
conclusiones de medicina, que defendió el Doctor Miguel Vilar, discípulo de
Villena. Honró S. M. con su presencia este acto, en el que tomaron parte los
más célebres médicos de la comitiva real, y admiraron todos los profundos
conocimientos de Villena. Reiteró el Rey sus instancias para que siguiera la
corte; mas Villena, inclinado al retiro y al estudio, espuso a S. M. razones de
familia, que le impidieron el aceptar tan honroso cargo. Consultado por varias
Academias y sabios, así nacionales como estrangeros, sus respuestas eran
tenidas como oráculo, leyéndose y citándose en las principales Universidades de
España, Francia, Italia y Alemania. Escribió varias obras de medicina, bien que
su escesiva modestia no se cuidó de publicarlas: vieron sin embargo la luz
pública algunas de ellas después de la muerte del autor. Contó entre sus
discípulos al graduado en esta Universidad, y médico después, del Rey de
Francia, D. Francisco Ranchino, el cual le llevo un retrato de su maestro a
París; y defendiendo públicamente unas conclusiones de medicina en aquella
Universidad, puso al pie, que las presidía el Doctor Melchor de Villena,
valenciano. Llegada la hora, colocó el retrato en el lugar de la presidencia, y
dijo en alta voz: »Veis aquí la imagen del Doctor Melchor de Villena,
valenciano, nuevo Galeno católico y padre de la medicina."
D.
Gregorio Mayans y Siscar, natural de Oliva en el reino de Valencia, estudió
filosofía y jurisprudencia en ésta, pasando luego a la de Salamanca a
perfeccionar sus estudios, bajo la dirección del valenciano D. José Borrull,
Catedrático de dicha Universidad. Graduado de Doctor en la de Valencia, obtuvo
en 1723 la Cátedra del código de Justiniano, siendo el más joven de los
opositores. En 1733 fue nombrado Bibliotecario de S. M., cuyo encargo desempeñó
hasta 1740, en que renunció para dedicarse con mayor sosiego a las tareas
literarias. El Rey, en atención a sus méritos literarios, y las varias obras
que había publicado, se sirvió concederle los honores de Alcalde de Casa y
Corte, y a pesar de haberse retirado a la oscuridad de su gabinete para
dedicarse esclusivamente al fomento de las ciencias, su reputación se estendió
por toda Europa: Muratori en su Suplemento a las Antigüedades de Grevio y de
Gronovio, hace de Mayans un magnífico elogio. Voltaire le consultó sobre su
obra de Heraclio español y Robetson sobre la Historia de la América, y así
mantuvo una correspondencia literaria no interrumpida con todos los sabios de
Europa. Fuera asunto demasiado prolijo presentar un catálogo de sus
producciones literarias: Sempere y Guarinos, en su Ensayo de una Biblioteca
española, después de haber referido los títulos de setenta y cinco obras
publicadas por Mayans, añade que no ha hecho mención sino de las que han
llegado a su conocimiento; pero que son muchas más las que había publicado este
sabio. A los ochenta y dos años de su edad bajó al sepulcro, después de haber
llenado su gloria a la nación y de lustre a esta escuela.
D.
Andrés Piquer, natural de Fornoles, en Aragón, estudió la filosofía y medicina
en la Universidad de Valencia, donde se graduó de Doctor en dicha facultad.
Nombrado Académico público de medicina, comenzó a introducir el gusto por los
autores modernos, y mejorar los estudios médicos; con cuyo objeto, y a la edad
de veintitrés años publicó la obra titulada Medicina vetus et nova,
demostrando en ella que no se debía suscribir a ningún partido, sino escoger lo
bueno que en los antiguos y modernos se encontraba. En 1712 obtuvo por
oposición la Cátedra de Anatomía, enseñando la medicina moderna según el
sistema del mecanismo que era entonces generalmente desconocido; y persuadido
de la necesidad de reformar los estudios filosóficos, principalmente en los
tratados de lójica y física, publicó la lójica moderna, o arte de hallar la
verdad y perfeccionar la razón, y la física moderna racional y esperimental.
Dio también a luz un tratado de calenturas, y la filosofía moral que dedicó a
la juventud española, y un discurso sobre la aplicación de la filosofía a los
asuntos de religión. Débese igualmente a este sabio la publicación de las obras
más selectas de Hipócrates, con el texto griego y latino, puesto en castellano
e ilustrado con observaciones, y unas instituciones médicas para uso de la
escuela valentina. Increíble parece que un hombre siempre rodeado de las más
graves ocupaciones pudiese dar a luz tantas y tan sabias obras, a no
persuadirlo los títulos de un ingenio privilegiado. Fue nombrado médico de
Cámara de S. M., e individuo del Real Proto-medicato, en cuyo tribunal
desempeñó los cargos de juez y de censor. El nombre de este insigne literato es
conocido en todas las escuelas, y los gloriosos laureles que tan justamente
adquirió, han perpetuado su memoria.
D.
Juan Sala, natural de Pego, en este reino, estudió filosofía y jurisprudencia
en ésta: dedicóse asimismo al estudio de las matemáticas, y su escesiva
aplicación le causó una grave enfermedad, de la que no se vio enteramente libre
en el discurso de su larga vida. Su pasión empero por las ciencias, y en
especial por la jurisprudencia, dábale tal esfuerzo, de sus achaques hizo
varias oposiciones, en que lució sus eminentes talentos, obteniendo una Cátedra
de Jurisprudencia con Pavordía aneja. Dedicado con tesón a esta enseñanza, y
conociendo la escasez de libros que pudieran facilitar a los alumnos los conocimientos
que deseaban, se entregó a la composición y publicación de varias obras que
pudieran llenar este vacío. Publicó su obra titulada. Vinius castigatus,
ilustrándole con las leyes concordantes del reino y disposiciones del Derecho
patrio, y añadiéndole un tratado de la sucesión intestada, con cinco apéndices.
Asimismo publicó el Digestum Romano-Hispanum, la Ilustración al
Derecho Real de España, y la Historia del Derecho Romano Español. El ímprobo
trabajo que estas obras le costaron, agitó de tal manera su enfermiza
naturaleza, que le costó la muerte, pudiendo decirse que fue víctima de su
laboriosidad y estudio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario