Autor: Juan Ignacio Culla
No
voy a ser yo quien ponga en duda la calidad de la obra de Santiago Calatrava,
ni el merecido prestigio que se ha ganado a escala internacional por su
sobresaliente concepción de la arquitectura. Que su obra será uno de los
referentes de estudio de la época en que vivimos está fuera de toda duda.
Quienes
quieran admirar las obras de este genio valenciano pueden hacerlo, además, en
todo el mundo: Atenas, Buenos Aires, Mälmo, Lisboa, Milwaukee, Toronto, etc. Calatrava
ha sido asimismo tenido en cuenta en la restauración de la “Zona Cero” de Nueva
York, lo que eleva su arquitectura a la categoría de lo simbólico.
En
España el despliegue de Calatrava no tiene precedentes. Está en Bilbao,
Tenerife, Sevilla, y ...Valencia, su tierra natal. Con la proyección de la
Ciudad de las Artes y las Ciencias ha situado a la ciudad a la vanguardia de
las artes de todo el mundo. Sus edificios son tan impresionantes, que acaban
afeando su contenido museístico, en el caso del Museo Príncipe Felipe.
Más
recientemente este arquitecto ha diseñado tres torres que, por su altura, serán
de las más grandes de Europa. Y con ellas cierra un proyecto, el de una ciudad
en el sentido estricto del término, que poco a poco se llena de vida y llena la
vida de los valencianos.
Hasta
aquí nada que objetar. Entonces, ¿qué? Simplemente que, a fuerza de repetir
estructuras, acaban todas pareciéndose hasta tal punto que emergen como
fantasmas sin alma. Porque el alma de estos edificios se encuentra, al menos en
mi opinión, en su singularidad y en el orgullo de quienes, como los
valencianos, creen tener algo único sobre sus cabezas y sus pies. Pero no es
así. El puente de la “Peineta” que tanto nos enorgullecía ha ido clonándose por
todo el mundo. Está, con alguna modificación, en Bilbao, Sevilla o Mérida; el
Umbracle que nos sobrecogía, en Atenas y, próximamente, en Nueva York; la
estructura del Museo Príncipe Felipe no sólo puede admirarse en Valencia,
también se encuentra en Milwaukee; etc.
Creo que se equivoca Calatrava con la
proliferación de tantos “refritos”, casi tantos como los que realizan nuestros
magníficos artistas falleros con Rita Barberá. Es más, creo que con esta
política de multiplicidad, pierde lo que todos anhelan, ser únicos e irrepetibles.
Es un orgullo para los valencianos poder contar con un paisano como él. Pero si
no es por propia iniciativa, es decir que Valencia sea el mayor escaparate de
su obra, para estudio y admiración; la autoridades deberían exigirle un mínimo
de exclusividad. No ya porque su trabajo esté bien pagado, que lo está, sino
para conseguir que nadie diga que esto o aquello es un mal refrito del museo de
aquí o de allá... y que, al final, nuestra ilusionante y cara Ciudad no es más
que un refrito de clones que pululan por todo el mundo. ¿No?
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