miércoles, 10 de abril de 2013

MISTERIOS DE LA HISTORIA


 

Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991


IX.                RECONQUISTA HISTÓRICA Y RECONQUISTA ANTIHISTÓRICA DEL                  
REINO DE VALENCIA (siglos XIII y XX) (III)

EL ROMANCE EN LA ESPAÑA MUSULMANA
Los problemas -enturbiados por la pasión política- empiezan con la conquista musulmana de España al comenzar el siglo VIII, porque fuera de la inyección de algunos germanismos, la influencia visigótica en la formación c, las lenguas romances peninsulares es secundaria, especial­mente en el territorio de Valencia, y en todo caso esa in­fluencia no se puede comparar con el sustrato anterior, ni se puede considerar como una nueva capa del sustrato sino a lo sumo como una inoculación marginal. En buena parte porque los propios visigodos estaban ya romanizados en bruto cuando unificaron desde el reino de Toledo la Península Ibérica.

La invasión musulmana anegó a casi toda la Península. Solo se libró de ella, tras algunas incursiones iniciales y efímeras, la franja cantábrica (no así los Pirineos Orientales que fueron sometidos), cuya romanización tampoco ha­la sido muy intensa. Desde los primitivos núcleos cristia­nos del Norte (que en un segundo momento brotaron      también al sur del Pirineo, desde los valles altos y apoyán­dose en la nueva Europa imperial en gestación) los peque­ños ejércitos cristianos iniciaron la Reconquista, con el designio, cada vez más expreso, de recuperar la Península entera. Los reconquistadores descendían hacia los gran­    valles fluviales -el Duero, el Ebro-, hablando su balbuciente lengua romance, pero al liberar a las poblaciones cristianas sometidas hasta entonces al yugo musulmán no necesitaban de intérprete para entenderse con ellas; por los cristianos que habitaban esos territorios hasta enton­ces sometidos hablaban también una lengua semejante, romance mozárabe, cada vez más plagado de influencias árabes a medida que avanzaba el tiempo de someti­miento al invasor oriental y africano. Conviene dejar en claro desde ahora -en ello insiste el profesor Ubieto- que el término mozárabe no indica una lengua sino sobre todo una religión; la religión cristiana conservada entre los musul­manes. Esos mozárabes, esos cristianos, hablaban, desde luego, el romance derivado del bajo latín y seguían hablándolo cuando, por la presión de las conveniencias y las circunstancias, abrazaban el Islam. El núcleo conquista­dor árabe y beréber era mínimo e incluso a él llegó la ne­cesidad del romance. El conjunto de la población se iba tamizando en cuanto a religión y se iba arabizando en cuanto a cultura, sobre todo cultura de las capas superio­res. pero la inmensa mayoría de esa población, tanto los cristianos residuales como los nuevos musulmanes (y no pocos de los antiguos), seguían hablando romance, y así conservaron hasta que llegaron los ejércitos cristianos. ; investigaciones del genial filólogo Julián Ribera refe­ridas por ejemplo en la espléndida Historia de la literatura española del profesor Valbuena Prat, tomo I, Barcelona­       Gustavo Gili, 1974- no dejan lugar a dudas. Nadie admite hoy la tesis exclusivista de la escuela castellana, que pretendía identificar el nacimiento del romance en cada región reconquistada con la irrupción de los cristianos del Norte. Incluso la presencia, cada vez mejor valorada, de expresiones romances en los maravillosos poemas de la España musulmana durante el esplendor y la decadencia capital son una prueba en la que algunos han querido ver el fundamento de una tesis contraria; el romance nace ver­daderamente como lengua de masas en la España musul­mana. Hoy todo parece indicar que la tesis de la confluen­cia es la que goza de mayor probabilidad. E1 reciente descubrimiento de las jarchas o estribillos en la poesía po­pular árabe de Al-Andalus, con intensas inclusiones roman­ces que llegan hasta el final de la Reconquista, es una prue­ba sorprendente de esa tesis.

  
LA LENGUA ROMANCE EN VALENCIA
La pervivencia del romance en el Reino de Valencia n„ es, por tanto, ninguna excepción. También allí los invasores respetaron -por necesidad- la evolución del roman­ce (al-romía) al que sin embargo infiltraron intensamente -como en el resto de la España dominada- hasta un ter­cio de palabras. En Valencia floreció la cultura árabe -caso del famoso poeta Al-Russafi- que, sin embargo, está: influida por el romance valenciano. Las investigaciones da -arqueólogo Gironés muestran la pervivencia del romance en la región que estudiamos. Se han detectado numerosas ­huellas del romance en la literatura árabe del Reino de Valencia. En 1106, el aragonés Ibn Buklarix escribió u­n diccionario de plantas medicinales con doscientos nombre, mozárabes, entre los que distingue los vocablos provenientes de la aljamia valenciana. En 1180 san Bernardo de Alcira hablaba en romance valenciano al conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Los propios árabes diferenciaban a romance valenciano del interior (lengua valenciana churra que evolucionó luego al contacto con el castellano y se confundió con él; y el romance valenciano de la costa, del que proviene el valenciano actual. Entre las innumerables huellas dejadas en el valenciano naciente por el idioma de I,         invasores destaquemos los abundantes topónimos en Be-. (Benidorm, Benitachell), otros como Guadalest y Alboraya y palabras como alquería y acequia, que se transmitían también, entre otras muchísimas, al romance castellano

En un estudio documentadísimo e imprescindible, Aportaciones bibliografiques en torn a la identitat de la Ilengua  valenciana, Jesús Giner i Ferrer (Gandía, GAV, 1979) aduce las pruebas del padre Fullana sobre la pervivencia del romance valenciano hasta el final de la Reconquista, ilus­tradas por una reliquia realmente singular: la iglesia de San Vicente de la Roqueta, rodeada por un nucleo de población cristiana hasta que el rey don Jaime I hizo donación de ella en 1232, incluso antes de iniciar la conquista de la ciudad. Algo semejante sucedió con la iglesia de San Félix de Xativa; pero, como deciamos, lo verdaderamente importante a efectos culturales, no es la persistencia -verdaderamente emocionante- de la religión, sino la conservación del romance en medio del dominio islámico. ­Y ello está fuera de toda duda.

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