D. Vicente Boix
XLII
Universidad literaria
RECTORES PRINCIPALES.
El
gobierno de esta escuela, antes de la precitada bula de Sixto V, estuvo a cargo
de diferentes Catedráticos, que con el título de Rectores fomentaron la
enseñanza, mereciendo entre ellos especial mención los siguientes:
Juan
Celaya, nació en Valencia, y habiendo hecho los primeros estudios en esta
Universidad, pasó a la de París, donde se graduó de Doctor en Teología, y
obtuvo una Cátedra de dicha facultad. Enseñó también las artes en los colegios
de Cocqueret y Santa Bárbara de la misma capital. Las luces que este sabio
derramaba, y los vastos conocimientos que en él se traslucían, le grangearon tal
nombradía, que fue elegido Vicario General de varios Obispados, y condecorado
con una de las más honoríficas dignidades de aquel reino. Vuelto a su patria en
1525, y admirada Valencia de los eminentes talentos y virtudes de tan
esclarecido hijo, suplicó al Emperador Carlos V se dignara interponer su
mediación para que permaneciese en su seno por los grandes bienes que de su
saber y de sus virtudes se esperaban. Le nombraron con este objeto Rector
perpetuo de la Universidad, que gobernó por muchos años con los más felices
resultados. Él desterró de esta escuela el espíritu de sofistería que la tenía
a la sazón dominada con menoscabo de las ciencias, e introdujo el buen gusto y
método de enseñanza en cuanto las luces de su siglo permitían. Honróle Carlos V
con muestras de singular aprecio, haciéndole pasar a la Corte para utilizar sus
conocimientos; y favorecido por su real munificencia, publicó varias obras de
filosofía y teología, que se imprimieron en Valencia. La especie de que por su
consejo dispuso el Ayuntamiento que al reedificarse en 1517 el puente de
Serranos, se enterrasen en sus cimientos muchas lápidas romanas que existían en
esta ciudad, indicada por Escolano, y seguida por otros, fue una calumnia
inventada por sus enemigos, que tuvo muchos, por las mercedes con que le honró
este Ayuntamiento y el mismo Emperador Carlos V. El único fundamento de
Escolano fueron las palabras que había oído a Pedro Juan Núñez, que se
lamentaba de aquella pérdida; pero Núñez no había nacido cuando se supone el
entierro de las lápidas, y en aquella época, y muchos años después, no se
hallaba Celaya en Valencia, sino en París, de donde no regresó hasta el año
1525.
Pedro
Juan Monzó, natural de Valencia, fue Catedrático de Artes de esta Universidad,
y uno de los más célebres filósofos y matemáticos que llamaron la atención de
su siglo. De él ha dicho un esclarecido escritor, »que con sola la doctrina de
este maestro, no tenía que envidiar esta Universidad la gloria que daban a las
primeras de España sus más sabios profesores." Movido el Rey de Portugal
de la fama de su erudición, le confió la enseñanza de filosofía en la
Universidad de Coimbra, que acababa de fundar, cuyo cargo desempeñó en
competencia de Nicolás Grucchio, célebre Doctor parisiense, que se hallaba a la
sazón en la misma escuela, a quien arrebató no pequeños laureles. Vuelto a su
patria, fue nombrado Rector de esta Academia, y después Chanciller por el
Venerable Patriarca D. Juan de Ribera. Publicó varias obras de filosofía,
matemáticas, cronología y teología, que se imprimieron en Valencia, y le
merecieron el dietado de sabio entre nacionales y estrangeros.
Juan
Blas Navarro nació en Valencia en 1526, y dedicado desde su niñez al estudio de
las Bellas Letras en esta Universidad, hizo tales progresos, que todos se
admiraron de tan precoz ingenio. Hablaba la lengua latina con tal facilidad y
pureza, cual si le fuese nativa. Graduado de Maestro en Artes y Doctor en
Teología, obtuvo una Cátedra en esta facultad, siendo numerosísimo el número
que a sus lecciones asistía atraído de su encantadora elocuencia. Sacó muy
aventajados discípulos, contándose entre ellos los dos escritores Francisco
Peña, aragonés, y Fr. Miguel Bartolomé Salou, valenciano. En 1574 fue elegido
Rector de la escuela, que gobernó con suma discreción, introduciendo notables
mejoras en todos los ramos del saber. Publicó algunas obras
teológico-canónicas, que se imprimieron en Valencia, y dieron celebridad a su
nombre.
Desde
que por la bula de Sixto V quedó vinculado el cargo de Rector de la escuela a
las Dignidades de la iglesia Metropolitana, parece se trató de escoger aquellos
sugetos, que a los conocimientos literarios, añadían los títulos de nobleza y
distinguido nacimiento. Y no era por cierto en aquel siglo desacertada esta idea,
por el gran prestigio o influencia que sobre la sociedad tenía la nobleza. Así
es que en el catálogo de los Rectores de aquel tiempo se encuentran los nombres
siguientes:
D.
Gerónimo de Moncada, de la nobilísima casa de los Marqueses de Aitona.
D.
Cristóbal Frígola, hijo del Vice-Canciller D. Simón Frígola, Doctor de Teología
en esta escuela, Sumiller de Cortina de Felipe II, Deán de esta iglesia; y a
los diezinueve años Canónigo de la misma por especial bula de Gregorio XIII.
D.
José de Cardona, Maestro en Artes y Doctor en Teología, caballero de la primera
nobleza de Valencia, y teólogo esclarecido de su tiempo.
D.
Miguel Vich, D. Archileo Frígola Pardo de la Casta, D. Cristóbal Bellvís, y
otros muchos de las más ilustres familias de la capital.
Digno
es de particular recuerdo el Canónigo Don Joaquín Segarra, Doctor en Teología,
y Rector que fue de esta escuela en 1778. Divididos estaban en opuestos bandos
los cursantes de teología de aquella época con los nombres de Tomistas y Suaristas.
Llegaba a tal estremo esta especie de fanatismo escolástico, que sus seguidores
no sólo no alternaban entre sí, sino que ni siquiera se hablaban, viniendo a
las veces a las manos. Necesitábase de un hombre particular, que a los
conocimientos de las doctrinas de la época, juntase la sensatez de un verdadero
filósofo. Éste fue Segarra, quien con una despreocupación agena de su siglo, y
una prudencia singular, supo inspirar a los profesores y alumnos la tolerancia
por las opiniones científicas, desterrando por este medio las disputas
estrepitosas, y desapareciendo de la escuela la imprudente rivalidad tan
contraria a los progresos de las ciencias.
D.
Vicente Blasco y García es sin disputa uno de los más insignes Rectores que han
gobernado esta Universidad. Nacido en Torrella, pueblo inmediato a Játiva,
estudió la filosofía en esta escuela, distinguiéndose entre todos sus
discípulos, y obteniendo los grados de Bachiller y Maestro de Artes. Ingresó en
la Orden de Montesa por medio de una rigurosa oposición, y convencido de que
las Bellas Letras son el camino que más derechamente conduce al verdadero y
sólido saber, se dedicó enteramente al estudio y al retiro renunciando hasta
aquellos honestos placeres que en los colegios se permiten, para emplear este
tiempo en los clásicos del siglo de Augusto. Graduado de Doctor en Teología,
fue nombrado Académico público de esta facultad, que tenía entonces el título
de Catedrático estraordinario, desempeñando este encargo con singular
aprovechamiento de los alumnos. Cuando en 1761 se publicaron en Valencia las
obras poéticas del Maestro Fr. Luis de León, y en 1770 la de los Nombres de
Cristo, se le confió el cuidado de ambas ediciones, añadiendo a la última el
nombre de Cordero, y un estenso prólogo sobre la lectura de buenos
libros, donde a la par de una fina crítica y erudición asombrosa, campea el
lenguaje más castizo y armonioso. En 1763 obtuvo la Cátedra de Filosofía, y
conociendo las estravagancias de la doctrina aristotélica que entonces se
enseñaba, y que tanto distaba del espíritu del príncipe de los filósofos, se
dedicó a la lectura de los escritores modernos, que con tan gloriosos esfuerzos
habían quitado al Estagirita el cetro de la filosofía, al menos en el ramo de
ciencias físicas, inculcando estos conocimientos a los jóvenes de más talento y
aplicación, entre otros D. Juan Bautista Muñoz y D, Antonio Cabanilles, a
quienes señaló el verdadero camino para que fuesen un día gloria de esta
escuela y honra de la nación. Concluido el curso de filosofía, pasó a la Corte,
y el Sr. D. Carlos III le confió la instrucción del Infante D. Francisco
Javier, joven de bellas esperanzas, pero que desvaneció la muerte con golpe
harto prematuro. Fuéronle también encargadas varias comisiones literarias,
difíciles cuanto honoríficas, que desempeñó con un celo e inteligencia sin par;
entre otras el arreglo de los reales estudios de S. Isidro, que tanto honor
dieron a su autor. Nombrado Rector de esta Universidad en 1784 elevó a S. M.
una sabia esposición, manifestando que si bien eran grandes los progresos que
en las ciencias se hacían en esta escuela, no correspondían empero a los
adelantos del siglo, entorpeciendo su marcha el demasiado apego al método
antiguo, que tan ciegamente se seguía. Cometióle S. M. la difícil tarea de
ordenar un nuevo plan de estudios, como en efecto lo ordenó, mereciendo la real
aprobación, y mandándose observar en 1787:Un completo análisis de tan bien
entendido plan, fuera empresa harto larga y agena de una reseña histórica;
baste, pues, decir que todas las ciencias recibieron un vigoroso impulso, que
las elevó a la altura, de los conocimientos del siglo, y en especial la
facultad de Medicina vio inaugurada una Cátedra de clínica, que fue la primera
que se conoció en España. Concluiremos la biografía de este ilustre literato
con la relación de un hecho que, a la par que grandemente le honra, descubre la
insaciable ambición que de saber tenía, y fue el haberse dedicado en medio de
sus gravísimas ocupaciones, y después de los cincuenta y dos años de su edad,
al ingrato estudio de las lenguas griega y hebrea, que poseyó con admirable
perfección.
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