Por:
Ricardo de la Cierva
Editorial Planeta
Segunda edición: febrero 1991
LA REBELIÓN DE LA GENERALIDAD CONTRA LA REPÚBLICA
La
historia de Cataluña en el siglo XX parece un campo de minas, plantadas por la
propaganda antihistórica del catalanismo con la finalidad de ocultar y
manipular la realidad de los hechos. Así se ha ocultado el chantaje que ensombreció
la por otra parte interesantísima trayectoria de Cambó, líder del catalanismo
político y su fachada en Madrid; se ha escamoteado la rebelión antidemocrática
de la Generalidad de Cataluña en octubre de 1934; y se han dicho todos los
despropósitos imaginables sobre el comportamiento de Cataluña en la guerra
civil española y en el régimen de Franco. Vamos a reencontrar, entre tantos escombros
de historia falsa, el hilo de la verdad, que es bien diferente, y está
sobradamente demostrada.
Ya han
confluido, en la resaca del Desastre español de 1898, las cuatro corrientes del
catalanismo. De momento la derecha catalana trató de cooperar, abnegadamente, a
la reconstrucción de España mediante su participación en el intento regeneracionista
del general Polavieja, que encontró en Cataluña un gran respaldo, pero se
desvaneció pronto en la frustración. Desde aquella confluencia, el catalanismo
-guiado por la derecha catalana hasta la República, compartido después por
derecha e izquierda- es un movimiento general, creciente, anticentralista,
sentimental, que no renuncia, sobre todo en lo cultural, al horizonte
separatista, y que poco a poco va arrinconando inexorablemente a la derecha
nacional española en Cataluña, aunque la izquierda resiste mejor sus embates
(véase por ejemplo hoy la desmedrada situación del Partido Popular ante
Convergencia, a la que en cambio da mucho mejor la réplica nacional el PSOE,
aunque en los primeros combates de la transición la UCD de Adolfo Suárez llegó
a superar en Cataluña al nacionalismo de Jordi Pujol). Madrid suele
comprender mal a Cataluña; y lo paga bien caro, díganlo los liberales
empeñados, a principios de siglo, en promover el radicalismo demagógico y
anticatalanista de Lerroux, y el clan andaluz que domina al PSOE actual,
conmocionado, pese a lo que acabamos de decir, por el tirón catalanista del
PSC, que ya hace ascos a la E del PSOE.
Solidaridad Catalana fue la conjunción, contra la muy centralista y
militarista Ley de Jurisdicciones, tramada por los
liberales en 1906, de fuerzas tan heterogéneas como la Lliga -derecha
catalana-, la Esquerra y el carlismo de Cataluña, amén de los republicanos
federales. Pero dentro de este catalanismo general, el catalanismo-movimiento,
se han turnado en su dirección primero las derechas, orientadoras del
catalanismo político; luego, desde 1931, las izquierdas. Desde principios de
siglo hasta 1931 el catalanismo fue abanderado por las derechas, la Lliga. Con
uno de sus hombres en Madrid -Francisco Cambó, que conectaba con los
liberal-conservadores de Maura y con su gran dirigente doméstico, Enrique Prat
de la Riba, un ideólogo y gobernante que vertebró el primer sistema autonómico
catalán desde 1714, la Mancomunidad concedida por decreto de Alfonso XIII a
propuesta de Eduardo Dato en 1914- El éxito de la Mancomunidad, en lo
administrativo y en lo cultural, fue grande; sin que faltasen, durante la
hegemonía de las derechas en el movimiento catalanista, imprudencias, verbales
y reales, que justificaban en parte los recelos centralistas de quienes
identificaban catalanismo con separatismo, en una fatal dialéctica de dos
minorías mínimas pero peligrosas: los separatistas y los separadores, a quienes
se ha referido lúcidamente el profesor Seco Serrano en el citado número de Cuenta y Razón sobre el «Milenario».
La Esquerra catalanista, esa izquierda
pequeño-burguesa escindida de la Lliga con motivo de la visita regia de 1904,
languidecía hasta que encontró en el ex coronel Francisco Maciá, antes
españolista exaltado, pasado al catalanismo radical, un líder quijotesco y
carismático, ídolo del sentimiento catalán. La derecha catalanista había
respaldado al principio el pronunciamiento dictatorial del capitán general de
Cataluña, don Miguel Primo de Rivera, pero luego se había distanciado de él al
comprobar que don Miguel, al frente del gobierno central, incumplía las
esperanzas regionalistas que habían puesto en él sus promotores catalanes. A1
proclamarse la República, la Esquerra consiguió sorprendentemente la hegemonía
del catalanismo, y la conservó durante todo el período republicano, pese a que
la Lliga, dirigida por Cambó, mantuvo una intensa presencia política en
conexión con la derecha nacional española. La Esquerra tuvo un primer desliz
separatista en abril de 1931, cuando el señor Maciá, sin encomendarse a Dios ni
al diablo, proclamó la República Catalana, en sentido federalista, que los
gobernantes republicanos corrigieron hábilmente con urgentes viajes a
Barcelona, de los que salió confirmada la República unitaria, aunque con
vocación autonómica; y se resucitó la Generalidad de Cataluña, organismo
ancestral suprimido por la conquista borbónica del siglo XVIII. La Generalidad
antigua -la Diputación del General- tuvo sentido y alcance administrativo;
ahora resucitaba artificialmente con dimensión política. E1 sucesor de Maciá
al frente de la Generalidad, Luis Companys, cometió en la noche del 6 de
octubre un desliz mucho mayor, que hundió el inteligente compromiso del
Estatuto republicano de 1932, defendido brillantemente por Manuel Azaña y mucho
más coherente que el Estatuto actual. Azaña dejó bien claro que la Generalidad
era, por encima de todo, un organismo del Estado español en la región autónoma,
aunque atribuyó absurdamente a la monarquía española, creada en buena parte por
Cataluña, las frustraciones de Cataluña. Por eso la rebeldía de Companys el 6
de octubre de 1934, cuando quiso reiterar la proclamación de Maciá -proclamó
por sí y ante sí el Estado Catalán de la República Federal Española-, dio la
razón a quienes habían subrayado, desde
la derecha, el peligro separatista en el Estatuto de 1932. Las derechas habían
vencido limpiamente en las elecciones generales de 1933; Companys en Cataluña
y los socialistas en toda España no acataron este resultado democrático y
plantearon -separadamente- la rebeldía contra la
democracia republicana. La Lliga -el catalanismo de derechas- y la mayoría de
los catalanes se avergonzaron de esta rebelión, sofocada por el ejército en esa
misma noche. La República de centro-derecha envió a la Legión por las calles
de Barcelona, y suspendió la autonomía catalana mientras los portavoces del
catalanismo moderado confesaban que Cataluña quedaría sumida en la vergüenza
durante toda una generación. Hoy algunos manipuladores de la historia catalana
se empeñan en considerar al 6 de octubre como una fecha gloriosa, cuando fue,
en realidad, una vergüenza.
En la
revolución catalanista y socialista de octubre quedó sembrada la guerra civil.
En las elecciones de febrero de 1936 venció el Frente Popular en toda España,
incluida Cataluña, y Companys con su equipo retornaron al poder tras una
temporada de prisión. Las elecciones constituyeron un colosal pucherazo en el
que el Frente Popular transformó su indudable mayoría inicial relativa en
mayoría aplastante. La guerra civil española empezó realmente entonces, aunque
su declaración formal se retrasara hasta el 17 de julio de 1936.
No hay comentarios:
Publicar un comentario