Por Ricardo García Moya
Las Provincias 6 de Octubre de 1997
Una
simple coma puede crear gentilicios. Así,.en el "Catálogo de
manuscritos catalanes" (Madrid, 1931) Domínguez Bordona incluye la
"Relació de la Germanía" escrita por "Guillem Ramón, catalá
generós". !Qué raro! El hijo del Barón de Planes, villa del Reino de
Valencia, proclamaba orgulloso su catalanidad en 1519. Pues no se lo crean,
simplemente era una alteración del original (que he confrontado en la Biblioteca
Nacional) con la adición de una coma. Más respetuoso, Ximeno dejó en el siglo
XVIII esta nota sobre el autor e idioma del manuscrito: "Guillem Ramón
Catalá escribió un diario en lengua valenciana" (Escritores del Reyno,
Valencia 1747, p.79).
O sea, que "Guillem Ramón Catalá, generós", lo transforman en
"Guillem Ramón, catalá generós". EI "generós" era título
del Reino que le correspondía por pertenecer al estamento militar. Figúrense si
cambiamos la coma a "Bautista Catalán, natural del Reyno de Valencia"
(A.C. Aragón, L.630), que perdió la mano derecha luchando contra los catalanes;
se convertíría en "Bautista, catalán natural del Reyno de Valencia".
De igual modo sería andaluz Francesc Sevillano, de Oropesa, antiguo director
del Archiu de la Corona; y serían valencianos los catalanes del siglo XV
"Jaume Valencià, de Sant Fruitos; Joan Valencià, de Sant Julia Sassorba, y
a la viuda de Pere Valencià, de Vic", (Canc. 1463, CSIC,
Barcelona 1975) . Quien incrustó la coma, qué casualidad, fue miembro del
Institut d'Estudis Catalans.
En consecuencia, hay que utilizar lupa como hace D. Fernando Lázaro
Carreter al criticar a periodistas y literatos, aunque sus dardos filológicos
sean agridulces. No dudó, por ejemplo, en señalar a Goytisolo por sus
"clichés sintácticos aborrecibles" y usar la forma "andase"
en la página 226 de "Estatua con palomas". Denunció la prosa llana de
Soledad Puértolas, y los adjetivos gastados de Masoliver; aunque el dardo más
doloroso lo lanzó a la californiana que investigó el erotismo hispanoárabe.
Pero el autor de "EI dardo en la palabra" también tropieza.
En el "Diccionario de términos filológicos" hay lapsus que hasta la
fecha -ocupado en fiscalizar a los demás- no ha enmendado: "En Valencia,
el término valenciano, usado alguna vez durante los siglos XIII y XIV, fue
abandonado y se prefirió el de lemosín, usado hasta el siglo XIX" (Lázaro
Carreter, F.: Diccionario, Madrid 1987, p. 259). La ambigüedad confunde. En
primer lugar, el término valenciano referido al idioma no aparece en el XIII
(nos gustaría afirmar lo contrario, pero sería mentir). En los
"Furs", reflejo del concepto ídiomático de la cancillería real en el
XIII, denominan "romanç" a la lengua. El segundo fallo es más grave,
pues la afírmación de Don Lázaro Carreter de que el término valenciano relativo
al idioma es abandonado después del siglo XIV produce espanto. Y, hasta la
fecha, nadie ha protestado.
Ahora comprendemos que el Diccionario de la Real Academia Española, de
la cual es director D. Fernando, considere el valenciano como un dialecto
similar al bable o al panocho. Los académicos que con
tanta ligereza condenan la singularidad de nuestra lengua y
firman panfletos en su contra, debieran saber que a partir del siglo XIV y hasta
el XX está documentada la constante utilización de los términos "idioma
valencià y llengua valenciana" en todos los géneros literarios. Justo lo
contrario de lo que enseña este Diccionario a los filólogos de España y
América.
Estos conceptos en obra tan utilizada (3 ediciones y 7 reimpresiones)
generan que despistados catedráticos de universidades extranjeras aplaudan la
inmersión catalana en el Reino. Y hay más detalles inquietantes sobre Don
Fernando Lázaro, como la crítica teatral en la que reproducía un texto
entrecomillado de Bruniquer -archivero catalán del siglo XVII- con una
estridente "amb", desconocida en el Barroco. El académico aragonés
olvida que la preposición "amb" jamás fue utilizada por el erudito
Bruniquer, y que su implantación actual se debe al capricho normativo del
Institut d'Estudis Catalans.
Con errores y abusos, la catalanización avanza. Así, la alteración de
topónimos valencianos (Alcoy, Muchamel, Elig...) siempre está basada en el
Institut d'Estudis Catalans. Sucede, por ejemplo, con la imposición de Castelló
de la Ribera; el Dr. Corominas, en 1980, ya despreciaba el topónimo oficial y
en su Diccionario Etimológico utilizaba Castelló de la Ribera. Por su parte, la
Enciclopedia Catalana embrolla datos para dar a entender que la denominacíón de
"Villanueva de Castellón" tiene origen en el 1731; cuando en carta de
1592 leemos: "Villanueva de Castellón, la qual ha quatro años
que V. M . mandó dar título de Villa" (A.C.Ar., L.651 ).
!Vaya porvenir! Mientras defienden, dicen, la cultura
valenciana por la patria de Cantinflas; aquí, en el Reino, la catalanización
ordena y manda. Ahora mismo, las Universidades de Valencia y Castellón celebran
jornadas de Literatura catalana "per a infants i joves", no
"pera chiquets y jovens". Por cierto, no lancen dardos con el
"pera" (castellano para), pues fue preposición usada desde la Edad
Media hasta principios del siglo XX; cuando los del Norte la prohibieron.
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