Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498
A fines de
1601 el Arzobispo de Valencia elevó a las gradas del trono ocupado por el
sucesor de Felipe II un memorial acerca de los moriscos. En él hacía resalta
Ribera la tenacidad y “obstinación (de aquella raza) con la Fe Católica, el
odio y aborrecimiento de su Rey y el deseo de verse debaxo del dominio del
Turco o de cualquier otro tirano”. Y Añadía que “éstos (los moriscos) han
quedado con nueva y mayor obstinación, porque ninguno de ellos ha querido usar
el edicto de gracia ni mostrado un punto de afición a la doctrina del
Evangelio...”.
Hablaba también el santo del interés de los moriscos
en practicar sus ceremonias, singularmente los ayunos y casamientos, y el
continuo contacto que entre sí tenían para mantenerse en el fervor alcoránico,
deduciendo aquel santo prelado, después de denunciar al Rey todas estas cosas,
“dos puntos de mucha sustancia”: el primero, el escrúpulo de los prelados en
administrar y mandar que se administrase el bautismo a “esta gente” por el
peligro de la apostasía, consecuente al amor que profesaba la Ley de Mahoma; el
segundo, el grave peligro que amenazaba a la unidad política de nuestra nación.
Y concluía este primer memorial pidiendo a Monarca que mandase tomar, en este
asunto, “la resolución que pareciese conveniente”, y que sus Consejos no
tratasen del mismo a la ligera “sino muy de propósito y como el mayor negocio
que ni tiene ni ha tenido ni tendrá su Real Corona...”.
Aquella serena y razonada exposición de eh3chos,
narrados con la mayor claridad y sencillez, causó una gran impresión en el
ánimo del Rey y el de su valido, y compelido el Patriarca, por Felipe III, a
que ampliase sus razonamientos y, con el mayor sigilo, le recomendase los remedios suaves y
provechosos que decía tener pensados, no se hizo esperar la respuesta de don
Juan de Ribera, quien, en 21 de enero de 1602 satisfizo la regia petición con
un segundo memorial, explanando su pensamiento y aduciendo nuevas pruebas de la
vasta conjura entre los enemigos de España y los moriscos, dispuestos éstos a sacudirse el yugo de
nuestro gobierno.
Lo más interesante de este nuevo informe es la
división que el Patriarca hace de los moriscos, en dos clases: en la primera
incluye a “los que están sueltos o libres”, es decir, que no dependen de ningún
señor particular, encontrándose en este caso los de Granada, desparramados por
toda Castilla, Andalucía y Extremadura; y en la segunda, a “los vasallos
originarios de señores”, que eran los d e Aragón y Valencia y, después de
describir la condición social de los primeros, termina recomendando al Rey su
expulsión, “sin que quede hombre ni mujer, grande ni pequeño”, salvo algunas excepciones,
y abogando, no por la conversión de los valencianos y aragoneses, sino por la
instrucción primero, sin abandonar la extinción paulatina de éstos y siempre
por medios lícitos.
Pero antes de que se llevase a cabo aquella
excepcional medida, ya estudiada por el Consejo de Estado en 1582, aún propuso
el Patriarca que, antes, se abriese una información acerca de la conducta
observada por tales moriscos libres, y cerciorado el Rey de la herejía y
apostasía manifiesta, “los condene en perdimiento de todos sus bienes, así
muebles como raíces y en destierro perpetuo de sus Reynos, prefijando el tiempo
que pareciere, pero breve, para que salgan a cumplirlo”.
El efecto que estos memoriales produjeron en el
ánimo de Felipe III –quien, precisamente, acababa de pronunciarse por la
expulsión en la consulta que le presentó el Consejo de Estado, en 3 de enero de
1602- fue aún mas profundo que en los anteriores y el Conde de Villalonga lo
revelaba al Arzobispo de Valencia en carta que le escribiera, en dos de febrero
de aquel mismo año. “El Rey, decía, ha abierto los ojos, con tanta claridad y zelo, que espero, en
Dios, de desta vez se tomará resolución de los que se ha de hazer y se
executará.” La minuta de la pragmática de expulsión que no tardó en redactarse,
y que se conserva en el Archivo de Simancas, prueba la verdad de las anteriores
afirmaciones. Por ello, cuando en la Cortes de Valladolid, del citado año, los
procuradores se dirigieron al Rey, suplicándole proveyese el remedio en el
asunto de los moriscos, éste pudo contestar que en lo referente al Reino de
Valencia, “estaba ya dada la orden que había parecido más conveniente”. Mas...
no había llegado aún el momento oportuno.
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