Autor: Joan Ignaci Culla
Se ha confirmado lo que muchos ya sabíamos y llevábamos años denunciando. La lengua valenciana ha sido aniquilada por una institución que nació, simple y llanamente, para llevar a cabo este propósito.
La AVL, creada por Zaplana en virtud de un pacto con Pujol, tuvo desde sus inicios el oscuro objetivo de dinamitar desde dentro los cimientos del hecho cultural valenciano, ya que desde fuera no se había conseguido. Macabra, y sin embargo, brillante idea la de crear una institución que alejara del gobierno zaplanista la responsabilidad de lidiar con el problema valenciano (nunca he entendido la insensata y estúpida jugada del primer gobierno del Partido Popular, que vio en nuestro idioma un estorbo más que un signo de fortaleza cultural).
Bien pensado, por cierto, que una institución en principio ideada para la promoción de nuestro valores, es decir, disfrazada con piel de cordero, empezara su labor corrosiva con el apoyo de, se supone, todas la fuerzas políticas. No fue así, claro. En el pesebre de la AVL, al amparo de unos sueldos millonarios, se fueron reuniendo los personajillos más catalanistas de nuestra sociedad, mientras se relamían de gusto pensando en el momento en el que asestarían el golpe de gracia a la lengua valenciana. Y ahora, por fin, pueden abrazar sin ningún impedimento y entregarse de rodillas si así lo piden los hermanos del norte (y entregarnos a todos, claro) a la causa de la unidad de la lengua. ¿Por qué no hablamos con esos hermanos de la unidad del agua?
Se ha culminado la tarea que comenzara el PSPV y continuara el PP gracias a la labor de la AVL. El valenciano ya no existe en Europa y ya no existe en España. Y Camps nos dice desde TVV, casi con lágrimas en los ojos, que los valencianos sabemos lo que hablamos y que con eso es suficiente. Fue su partido quien creó la AVL y es su partido el que está en el gobierno y no defiende nuestros intereses. El que gobierna no debe llorar en su tierra, debe gritar en los foros, nacionales e internacionales, donde se debaten asuntos que afecten a sus ciudadanos.
Ya no importan ocho siglos de tradición literaria propia (¿qué dialecto tiene una historia tan vasta e insigne? ¿la tiene el catalán, por cierto?), ni el reconocimiento que infinidad de autores -entre ellos Cervantes- hicieron de nuestra lengua. Tampoco importa que el pueblo valenciano, históricamente haya dicho hablar valenciano. Ni que se nos reconozca la oficialidad de nuestro idioma en el Estatuto y la Constitución. Ha triunfado el mercantilismo de las editoriales catalanas y en la cara de muchos intelectuales ¿valencianos? se dibuja ya la vergüenza de haber callado una y otra vez lo que su corazón y mente pensaban. Ya es tarde, unos por insidia y otros por abrazarse a lo políticamente correcto, es decir, por cobardía, han sellado la muerte del valenciano. ¡Abracemos, pues, la unidad de la lengua!
Pero, ¿y ahora qué? ¿Se ha conseguido la paz social tan cacareada por el Partido Popular cuando se creó el nido de víboras de la AVL? En mi opinión, los mal llamados progresistas y bien llamados catalanistas, y los valencianos con algún poder de decisión que han optado por ser políticamentecorrectos han traído la vergüenza a estas tierras.
Me avergüenzo de que haya individuos que cobren un sueldo millonario gracias a los impuestos que pagamos todos los valencianos y utilicen esa situación privilegiada para acabar con los valores de quienes les pagan. Me avergüenzo de nuestros políticos, de todos ellos, cobardes e incapaces de defender lo propio, que sacan provecho de los buenos sentimientos del pueblo para traicionar su confianza. Me avergüenzo de los valencianos que persisten en su ceguera y apoyan a unos y otros, y señalan con el dedo a los que defendemos la historia de nuestra tierra acusándonos de radicales. Me avergüenzo, sobre todo, de ese silencio atronador de los que tienen oportunidad de hacer o decir algo y reservan sus sentimientos para las tertulias de café. Y lo que es peor, comienzo a avergonzarme de un pueblo que es el mío que, pase lo que pase, agacha la cabeza y, al final, no pasa nada.
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